Para empezar bien el Año, no sólo el
día 1 (fiesta de Sta. María Madre de Dios y Jornada mundial de oración por la
paz), sino todo el mes, te envío la Palabra de Vida de enero y, previamente un
texto del Papa con el cual…
…deseo a ti y a los tuyos
que tengáis una muy
buena salida y entrada de año
y un próspero 2016
colmado de la bendición
del Señor
(año santo de la Misericordia):
(año santo de la Misericordia):
"Queridos hermanos y
hermanas, ¡feliz año!
…en el clima gozoso de
la Navidad,
la Iglesia nos invita
a fijar nuestra mirada de fe y de amor
en la Madre de Jesús.
En Ella, humilde mujer
de Nazaret,
«el Verbo se hizo
carne y vino a habitar entre nosotros» (Jn 1, 14).
…le dio su amor y su
carne humana.
… auténtica humanidad del Hijo de Dios…
«Nuestro Salvador fue verdaderamente
hombre
y de Él vino la salvación de toda la
humanidad».
… Cristo asumió la condición humana
liberándola de la cerrada mentalidad
legalista.
La ley, en efecto, privada de la gracia,
se convierte en un yugo insoportable,
y en lugar de hacernos bien nos hace mal…
el fin por el cual Dios manda a su Hijo a
la tierra a hacerse hombre:
una finalidad de liberación,
es más, de regeneración.
… Incorporados a Él,
los hombres llegan a ser realmente hijos
de Dios.
Este paso estupendo tiene lugar en
nosotros con el Bautismo,
que nos inserta como miembros vivos en
Cristo
y nos introduce en su Iglesia.
Al inicio de un nuevo año
nos hace bien recordar el día de nuestro
Bautismo:
redescubramos el regalo recibido en ese
Sacramento
que nos regeneró a una vida nueva:
la vida divina. …
Gracias al Bautismo hemos sido
introducidos
en la comunión con Dios
y ya no estamos bajo el poder del mal y
del pecado,
sino que recibimos el amor, la ternura y
la misericordia del Padre celestial. …A María, Madre de Dios y Madre nuestra,
presentamos nuestros buenos propósitos.
A ella le pedimos que extienda sobre
nosotros y sobre cada uno,
todos los días del nuevo año,
el manto de su protección maternal…"
PALABRA DE VIDA Enero 2016
«Llamados a anunciar las proezas
del Señor”»
(cf. 1 P 2, 9).
Cuando el Señor
actúa, realiza proezas. Apenas hubo creado el universo, vio que era «bueno y bello», y el hombre y la mujer le parecieron «muy bellos»
(cf. Gn 1, 31). Pero su última obra supera a todas, es la que realiza
Jesús: con su
muerte y resurrección ha creado un mundo
nuevo y un pueblo nuevo. Un pueblo al cual Jesús le ha dado la vida del cielo, una fraternidad auténtica con la acogida recíproca, el compartir, el don de uno
mismo. La carta de Pedro hace que los primeros cristianos sean conscientes de
que el amor de Dios los ha convertido en «un
linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por
Dios» (1 P 2, 9-10).
Si
también nosotros, como los primeros cristianos, tomásemos conciencia realmente
de lo que somos, de lo mucho que la misericordia de
Dios ha obrado en nosotros, entre nosotros y en torno a nosotros, nos quedaríamos atónitos, no podríamos contener la alegría y sentiríamos la necesidad de
compartirla con los demás, de «anunciar
las proezas del Señor».
Pero es difícil, casi imposible, testimoniar de modo eficaz la
belleza de la nueva «socialidad» a la que Jesús ha dado vida si permanecemos
aislados unos
de otros. Por eso es normal que la invitación de Pedro vaya dirigida a todo el
pueblo. No podemos mostrarnos pendencieros y sectarios, o simplemente
indiferentes unos con otros, y luego proclamar: «El Señor ha creado un pueblo nuevo, nos ha liberado del egoísmo, de
odios y rencores, nos ha dado como ley el amor recíproco, que hace de nosotros
un corazón solo y un alma sola…». En
nuestro pueblo cristiano claro que hay diferencias en el modo de pensar, en las
tradiciones y culturas, pero estas
diversidades hemos de acogerlas con respeto, reconociendo la belleza de esta
gran variedad, conscientes de que la unidad no es uniformidad.
Es
el camino que recorreremos durante la «Semana de oración por la unidad de los
cristianos» –que en el hemisferio norte se celebra del 18 al 25 de enero– y
durante todo el año. La Palabra de vida nos invita a tratar de conocernos mejor entre los cristianos de
Iglesias y comunidades diversas, a narrar mutuamente las proezas del Señor. Entonces podremos «anunciar»
de manera creíble dichas obras, testimoniando que estamos unidos entre nosotros
precisamente en esta diversidad y que nos sostenemos de modo concreto unos a
otros.
Chiara
Lubich alentó con fuerza este camino: «El amor es la fuerza más
potente del mundo: desencadena la revolución
pacífica cristiana en torno a quien lo vive, de modo que los cristianos de hoy
pueden repetir aquello que decían los primeros cristianos hace tantos siglos:
“Somos de ayer y ya llenamos el orbe”. […] ¡El amor! ¡Cuánta
necesidad de amor en el mundo! ¡Y en los que somos cristianos! Todos nosotros juntos, de distintas
Iglesias, somos más de mil millones. O sea, muchos, y deberíamos ser bien
visibles. Pero estamos tan
divididos, que muchos no nos ven ni ven a Jesús a través de nosotros. Él dijo que el mundo nos
reconocería como suyos y, a través de
nosotros, lo reconocería a Él por el amor recíproco, por la unidad: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a
otros” (Jn 13, 35). […] De este
modo, el tiempo presente reclama de
cada uno de nosotros amor, reclama unidad, comunión, solidaridad. Y llama también a las Iglesias
a recomponer la unidad rota desde hace siglos».
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