viernes, 30 de noviembre de 2012

VIDA DE LA PALABRA DURANTE EL MES QUE VA ACABANDO


Alguna de mis EXPERIENCIAS tratando de practicar la Palabra de noviembre (quien me ama, guardará mi palabra… y haremos morada en él):
1.-     Como te comenté, un “filón” para practicar la PdV de este mes para mí está siendo el “contemplar” la “morada” de Dios en mí y en los demás (“… y haremos morada en Él”, dice Jesús; “…su manifestación no sería ni espectacular ni externa. Sería una sencilla, extraordinaria “venida” de la Trinidad al corazón del fiel, que se hace realidad donde hay fe y amor…”, afirma el comentario de la PdV). P. ej.: al santiguarme…, despacio y consciente de la presencia de Dios en mí, tratando de que sea relación, relación de amor y diálogo, (y adoración), con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu. Eso , a la vez, me hacía consciente de que no me podía quedar ahí: tenía que realizar en seguida un acto concreto de amor al prójimo más cercano (porque “donde hay caridad y amor, allí está Dios”); así, p.ej., tras rezar el Ángelus en el descanso del trabajo antes del “piscolabis” de media mañana, procuraba en seguida tener alguna atención con alguno.
   Y en los demás… P. ej.: he estado más atento a cada persona, tratando de “mirar” su alma a través de sus ojos. Así, el otro día, me di cuenta que la señora rumana que, al salir de casa, me cruzo en dirección contraria estaba triste, (aunque todavía hay poca luz porque está amaneciendo). Siempre viene seria, sí, como tanta gente a la que saludo cada día, pero, tras mi “buenos días”, sonríe. Esta vez, era una sonrisa ficticia. Como ella va con mucha prisa, no la paro. Al día, siguiente, ya cuando la vi a lo lejos empiezo a preguntarle mientras nos vamos cruzando, (son unos segundos cada día), pues va siempre con mucha prisa. Por ello, en casa rebusqué el papelito que una vez me dio, con su tlf. y correo, (por si le encontraba otro trabajo). Hallé la dirección y le escribí; me contestó un correo sorprendida: …no tengo el alquiler pagado, tengo dar para luz, estoy disperada. Ahora, no lo se como puedo salir. Ahora me entiendes por que tengo la cara muy triste. GRACIAS POR PREOCUPARSE…”.

2.-     Excursión por la sierra: frío y mucha niebla. Uno de los compañeros había olvidado sus guantes y a mitad del camino empezó a resoplarse los dedos. Yo tengo sólo un guante y se lo presté para el resto del trayecto. Me “tomó el pelo” familiarmente: “¿has traído sólo uno por ahorrar”?, (tengo “fama” de austero…). En realidad perdí el otro hará años; mi madre cuando lo supo, meses después me regaló un par, que me venían “un pelín” grandes, pero ya se los había regalado a otro compañero que los necesitaba, aunque luego él se compró otros para tener “quita y pon”.
Acabé con las manos que ni podía marcar con el móvil, pero con el corazón feliz.

3.-     La otra tarde volvía yo con el tiempo justo para alcanzar el tren: al entrar en la estación de Chamartín, vi que me quedaba un minuto escaso y el largo vestíbulo por delante.
Me cruzo con una señora conocida. Parece que ella no me veía, así que me vino la tentación de pasar de largo, sin saludar para no detenerme. Preferí saludar y pararme, aunque me arriesgase a perder el tren. Ella tenía prisa, así que sólo fueron unos segundos.
A los pocos metros me encuentro con un simpático comercial que ofrece tarjetas de banco, al que ya llevo saludando ahí varios días, (resulta ser, además, una persona bastante religiosa); como ya tengo confianza con él, pensé decirle “a correvuela” esta vez: “¡que pierdo el tren!”. Elegí, en cambio, sonreír sin prisa, saludarle… y… quiso contarme alguna cosa… Naturalmente perdí el tren, (pero suele haber uno cada media hora, ¡eh!). En realidad, (¡por una vez!), tampoco tenía yo otra tarea inmediata allí al llegar.
Me alegré, (¿signo de la “morada” de Dios también en mí?): en cualquier caso, son más importantes las personas (imagen de Dios y llamados a ser “morada” suya), que los trenes y los horarios.

lunes, 19 de noviembre de 2012

La santidad


BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles 13 de abril de 2011
La santidad
En las audiencias generales de estos últimos dos años nos han acompañado las figuras de muchos santos y santas: hemos aprendido a conocerlos más de cerca y a comprender que toda la historia de la Iglesia está marcada por estos hombres y mujeres que con su fe, con su caridad, con su vida han sido faros para muchas generaciones, y lo son también para nosotros. Los santos manifiestan de diversos modos la presencia poderosa y transformadora del Resucitado; han dejado que Cristo aferrara tan plenamente su vida que
podían afirmar como san Pablo: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20). Seguir su ejemplo, recurrir a su intercesión, entrar en comunión con ellos, «nos une a Cristo, del que mana, como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del pueblo de Dios» (Lumen gentium, 50). Al final de este ciclo de catequesis, quiero ofrecer alguna idea de lo que es la santidad.
¿Qué quiere decir ser santos? ¿Quién está llamado a ser santo? A menudo se piensa todavía que la santidad es una meta reservada a unos pocos elegidos. San Pablo, en cambio, habla del gran designio de Dios y afirma: «Él (Dios) nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor» (Ef 1, 4). Y habla de todos nosotros. En el centro del designio divino está Cristo, en el que Dios muestra su rostro: el Misterio escondido en los siglos se reveló en plenitud en el Verbo hecho carne. Y san Pablo dice después: «Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud» (Col 1, 19). En Cristo el Dios vivo se hizo cercano, visible, audible, tangible, de manera que todos puedan recibir de su plenitud de gracia y de verdad (cf. Jn 1, 14-16). Por esto, toda la existencia cristiana conoce una única ley suprema, la que san Pablo expresa en una fórmula que aparece en todos sus escritos: en Cristo Jesús. La santidad, la plenitud de la vida cristiana no consiste en realizar empresas extraordinarias, sino en unirse a Cristo, en vivir sus misterios, en hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos. La santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la
suya. Es ser semejantes a Jesús, como afirma san Pablo: «Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo» (Rm 8, 29). Y san Agustín exclama: «Viva será mi vida llena de ti» (Confesiones, 10, 28). El concilio Vaticano II, en la constitución sobre la Iglesia, habla con claridad de la llamada universal a la santidad, afirmando que nadie está excluido de ella: «En los diversos géneros de vida y ocupación, todos cultivan la misma santidad. En efecto, todos, por la acción del Espíritu de Dios, siguen a Cristo pobre, humilde y con la cruz a cuestas para merecer tener parte en su gloria» (Lumen gentium, n. 41).
Pero permanece la pregunta: ¿cómo podemos recorrer el camino de la santidad, responder a esta llamada? ¿Puedo hacerlo con mis fuerzas? La respuesta es clara: una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces santo (cf. Is 6, 3), quien nos hace santos; es la acción del Espíritu Santo la que nos anima desde nuestro interior; es la vida misma de Cristo resucitado la que se nos comunica y la que nos transforma. Para decirlo una vez más con el concilio Vaticano II: «Los seguidores de Cristo han sido llamados por Dios y justificados en el Señor Jesús, no por sus propios méritos, sino por su designio de gracia. El bautismo y la fe los ha hecho verdaderamente hijos de Dios,
participan de la naturaleza divina y son, por tanto, realmente santos. Por eso deben, con la gracia de Dios, conservar y llevar a plenitud en su vida la santidad que recibieron» (Lumen gentium, 40). La santidad tiene, por tanto, su raíz última en la gracia bautismal, en ser insertados en el Misterio pascual de Cristo, con el que se nos comunica su Espíritu, su vida de Resucitado. San Pablo subraya con mucha fuerza la transformación que lleva a cabo en el hombre la gracia bautismal y llega a acuñar una terminología nueva, forjada con la preposición «con»: con-muertos, con-sepultados, con-resucitados, con-vivificados con Cristo; nuestro destino está unido indisolublemente al suyo. «Por el bautismo —escribe— fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos (...), así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4). Pero Dios respeta siempre nuestra libertad y pide que aceptemos este don y vivamos las exigencias que conlleva; pide que nos dejemos transformar por la acción del Espíritu Santo, conformando nuestra voluntad a la voluntad de Dios.
¿Cómo puede suceder que nuestro modo de pensar y nuestras acciones se conviertan en el pensar y el actuar con Cristo y de Cristo? ¿Cuál es el alma de la santidad? De nuevo el concilio Vaticano II precisa; nos dice que la santidad no es sino la caridad plenamente vivida. «“Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16).
Dios derramó su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado (cf. Rm 5, 5). Por tanto, el don principal y más necesario es el amor con el que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo a causa de él. Ahora bien, para que el amor pueda crecer y dar fruto en el alma como una semilla buena, cada cristiano debe escuchar de buena gana la Palabra de Dios y cumplir su voluntad con la ayuda de su gracia, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en la sagrada liturgia, y dedicarse constantemente a la oración, a la renuncia de sí mismo, a servir activamente a los hermanos y a la práctica de todas las virtudes. El amor, en efecto, como lazo de perfección y plenitud de la ley (cf. Col 3, 14; Rm 13, 10), dirige todos los medios de santificación, los informa y los lleva a su fin» (Lumen gentium, 42). Quizás también este lenguaje del concilio Vaticano II nos resulte un poco solemne; quizás debemos decir las cosas de un modo aún más sencillo. ¿Qué es lo esencial? Lo esencial es nunca dejar pasar un domingo sin un encuentro con Cristo resucitado en la Eucaristía;
esto no es una carga añadida, sino que es luz para toda la semana. No comenzar y no terminar nunca un día sin al menos un breve contacto con Dios. Y, en el camino de nuestra vida, seguir las «señales de tráfico» que Dios nos ha comunicado en el Decálogo leído con Cristo, que simplemente explicita qué es la caridad en determinadas situaciones. Me parece que esta es la verdadera sencillez y grandeza de la vida de santidad: el encuentro con el Resucitado el domingo; el contacto con Dios al inicio y al final de la jornada; seguir, en las decisiones, las «señales de tráfico» que Dios nos ha comunicado, que son sólo formas de caridad. «Por eso, el amor a Dios y al prójimo es el sello del verdadero discípulo de Cristo» (Lumen gentium, 42). Esta es la verdadera sencillez, grandeza y profundidad de la vida cristiana, del ser santos.

Esta es la razón por la cual san Agustín, comentando el capítulo cuarto de la primera carta de san Juan, puede hacer una afirmación atrevida: «Dilige et fac quod vis», «Ama y haz lo que
quieras». Y continúa: «Si callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor; que esté en ti la raíz del amor, porque de esta raíz no puede salir nada que no sea el bien» (7, 8: PL 35). Quien se deja guiar por el amor, quien vive plenamente la caridad, es guiado por Dios, porque Dios es amor. Así, tienen gran valor estas palabras: «Dilige et fac quod vis», «Ama y haz lo que quieras».
Quizás podríamos preguntarnos: nosotros, con nuestras limitaciones, con nuestra debilidad, ¿podemos llegar tan alto? La Iglesia, durante el Año litúrgico, nos invita a recordar a multitud de santos, es decir, a quienes han vivido plenamente la caridad, han sabido amar y seguir a Cristo en su vida cotidiana. Los santos nos dicen que todos podemos recorrer este camino. En todas las épocas de la historia de la Iglesia, en todas las latitudes de la geografía del mundo, hay santos de todas las edades y de todos los estados de vida; son rostros concretos de todo pueblo, lengua y nación. Y son muy distintos entre sí. En realidad, debo decir que también según mi fe personal muchos santos, no todos, son verdaderas estrellas en el firmamento de la historia. Y quiero añadir que para mí no sólo algunos grandes
santos, a los que amo y conozco bien, son «señales de tráfico», sino también los santos sencillos, es decir, las personas buenas que veo en mi vida, que nunca serán canonizadas. Son personas normales, por decirlo de alguna manera, sin un heroísmo visible, pero en su bondad de todos los días veo la verdad de la fe. Esta bondad, que han madurado en la fe de la Iglesia, es para mí la apología más segura del cristianismo y el signo que indica dónde está la verdad.
En la comunión de los santos, canonizados y no canonizados, que la Iglesia vive gracias a Cristo en todos sus miembros, nosotros gozamos de su presencia y de su compañía, y cultivamos la firme esperanza de poder imitar su camino y compartir un día la misma vida bienaventurada, la vida eterna.
Queridos amigos, ¡qué grande y bella, y también sencilla, es la vocación cristiana vista a esta luz! Todos estamos llamados a la santidad: es la medida misma de la vida cristiana. Una vez más san Pablo lo expresa con gran intensidad cuando escribe: «A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo ... Y él ha constituido a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio y para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud» (Ef 4, 7.11-13). Quiero invitaros a todos a abriros a la acción del Espíritu Santo, que transforma nuestra vida, para ser también nosotros
como teselas del gran mosaico de santidad que Dios va creando en la historia, a fin de que el rostro de Cristo brille en la plenitud de su esplendor. No tengamos miedo de tender hacia lo alto, hacia las alturas de Dios; no tengamos miedo de que Dios nos pida demasiado; dejémonos guiar en todas las acciones cotidianas por su Palabra, aunque nos sintamos pobres, inadecuados, pecadores: será él quien nos transforme según su amor. Gracias.

© Copyright 2011 - Libreria Editrice Vaticana

viernes, 16 de noviembre de 2012

Alguna de vuestras EXPERIENCIAS tratando de vivir la Palabra de septiembre (“…el que beba del agua que Yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed…”), de octubre (“en tu Palabra, echaré las redes”) y de noviembre ("…quien me ama, guardará mi palabra;… y haremos morada en él"):
1.-     “lleno de alegría por el don que Dios me concede cada día de estar con Él y de ir poco a poco…
Hoy mi experiencia con la PdV de este mes es diferente; la Palabra de Dios tiene infinitas aristas y cada una de ellas te enseña tanto, solo dar gracias por enseñarme cada día, por coger mi mano y enseñarme el camino, con suavidad, con dulzura, pero también con determinación.
Como ya sabes, estoy llevando un grupo de catequesis. Esta mañana tuve una experiencia que me mostró cómo el amor recíproco debe configurarme y se lo debo al párroco, quien hoy fue el instrumento.
La semana pasada tuve la catequesis el domingo y un chico no asistió; yo esta semana no iba a poder dar la catequesis por diversas circunstancias, pero con ese chico no pude comunicar; a lo largo de la semana lo intenté, pero nada…
 Esta mañana el párroco me dio una lección de cómo hay que estar con los cinco sentidos en lo que uno hace, en hacerlo por amor; no es una actividad más: si no nace del corazón, es que uno no deja que el Señor haga morada en él.
Estuve toda la tarde meditando sobre ello, aun sintiéndome por momentos dolido por la situación; uno piensa en sí mismo, no en los demás: “si yo hice lo que pude...; si no me contestó...”; lo típico siempre: yo yo yo. Pero después me llegó, delante del Santísimo, la luz, como siempre, y entonces me llené de alegría y agradecí ese acto de amor concreto y recíproco del párroco: a quien uno quiere, debe hacerle mejorar. Qué decir: el Señor me abre cada día nuevos caminos, me enseña nuevas cosas, me cuida, cuando me refugio en sus alas me llena de paz…” 

2.-        “…Hoy ha sido un día precioso lleno de oportunidades para amar y recordar que el hermano, el otro, es la ocasión que El Señor me pone para salir de mí y amar... Ha sido un día de no parar en el cole... pero gozando cada momento... cada 45 minutos corriendo de un lado a otro... (a hablarles de lo bonito que es tener amigos, que estamos hechos para relacionarnos con los demás), una gozada compartir tantos momentos con niños tan diferentes en edades y formas de ser... Cuando estaba con uno de los niños de 8 años le iba diciendo lo que tenía que hacer y le iba haciendo preguntas... de pronto me ha dicho con mucho desparpajo y asombrado:  ¡Dios... cómo me tratas!  Yo, asustada por su tono de voz, le he dicho: ¿cómo? Y me ha respondido: ¡Muy bien! Ha sido un momento bonito... Sabiendo la historia de este niño... su comportamiento inquieto... se valora más su sensibilidad de captar un trato y unas palabras de cariño.
            Cuando estaba con un peque de 3 añitos... que repite todo... de pronto, al decirle, “venga, cielo...”, él ha respondido:  CIELO... Y ha sido precioso escucharle decir esa palabra... Cómo los niños se quedan con el cariño de las palabras y los gestos de amor…

4.-     "…He recibido ayer la revista "Ciudad Nueva"… tiene buena pinta.
         Me ha faltado tiempo para encargar "El cielo". Estoy seguro que me va encantar la explicación de su misterio.
         Quiero contarte un hecho personal de vida que me ocurrió ayer tarde, en el que se demuestra una vez más la delicadeza con la que nos trata el Señor, para demostrarnos su Amor incondicional:
         Íbamos para el funeral de un pariente y tenía yo mis dudas si comulgar o no a causa de determinadas circunstancias y cuando entrábamos en la iglesia, (más bien pequeña y un buen rato antes de la Misa), vi al sacerdote con alba y estola sentado en el último banco, fuera del confesionario (del que yo ignoraba su emplazamiento). Nada más que esta presencia invitaba a acercarse y, en consecuencia, pude confesar y comulgar tranquilamente.
         Ojala el Señor siga manifestándose tan claramente bondadoso y guiando nuestros titubeantes pasos.
         En espera de tus siempre bien recibidos mensajes, recibe un fuerte abrazo".

5.-     "son días muy duros para mí: todas las ilusiones se han ido al traste. Ayer me comunicaron que no cuentan conmigo. Explicaciones, ninguna. Tuve entrevista con el máximo responsable de la red de agentes de…, me anticipó el director de zona, (¡qué gran persona!), que el alto ejecutivo ya venía con una decisión tomada negativa para mi propuesta. A pesar de ello realicé la entrevista por dos razones: para dar la cara por el jefe regional, por el jefe de zona, y por mí. La entrevista fue perfecta, demostré que soy un tipo trabajador y serio. Incluso en la propia entrevista ambos me apoyaron decididamente.
         Al día siguiente el Director de Zona se puso en contacto conmigo para decirme la decisión de que no contaban conmigo. Le pregunté los motivos o que es lo que había hecho mal durante todo el proceso. La contestación fue rotunda: "Has sido perfecto, la mejor entrevista de todas, y no puedo darte una contestación negativa porque tanto el jefe regional como yo, jefe de zona, no la tenemos, incluso consideramos que estás perfectamente cualificado para hacer el trabajo, pero quien manda no somos nosotros".
         Como te puedes imaginar, Paco, la decepción ha sido enorme, tremenda, pensaba que ya había encontrado un presente y futuro laboral: todo se ha venido al traste.
         Antes de la entrevista visité la Catedral, GRANDIOSA; bueno, en realidad buscaba la fuerza de DIOS, y te afirmo que me la dio. La tengo, y sólo pido que no me abandone en estos momentos tan duros, porque lo necesito muchísimo. Estoy seguro de que está conmigo, que al igual que se ha cerrado una puerta, hará todo lo posible para que se abra otra.
         Sé que no estoy solo, Él está conmigo, y lo seguirá haciendo; con ello te quiero decir que mi FE es inquebrantable y que me dará las fuerzas necesarias para poder seguir por el buen camino en esta vida…


En la revista "Ciudad Nueva" de noviembre, (www.ciudadnueva.com),
tienes también otras experiencias preciosas de más personas
sobre la Palabra de vida en las pág. 22-23; 25 y 18-19.




Alguna de mis EXPERIENCIAS tratando de practicar la Palabra de este mes de noviembre:

1.-       He de confesar que este mes al principio me costó encontrar "el hilo" para vivir la Palabra. Luego he descubierto varios filones. P.ej., dice el comentario: "…su manifestación no sería ni espectacular ni externa. Sería una sencilla, extraordinaria “venida” de la Trinidad al corazón del fiel, que se hace realidad donde hay fe y amor…". Así que he tratado de "buscar" a Dios, esa presencia, en los demás, ¡y en mí! Y cuando no la percibía… ¡es que me faltaba "gasolina", me faltaba hacer actos concretos de "amor al prójimo" por Jesús!
         P.ej.: la otra tarde, caminando a casa de regreso desde la estación, una señora ucraniana mayor me pregunta por una calle. Hay poca gente que vaya andando y nadie le había sabido indicar; había recorrido a pie buena parte del barrio. Para evitar confusiones idiomáticas, (aunque en ese instante empezaba a chispear), me ofrecí a acompañarla, (desviándome de mi trayecto). Ella tenía temor luego de no saber regresar, así que le expliqué varias veces el camino más corto, con muchos gestos para que se lo aprendiera bien. Ella estaba contenta. Fue un ratito agradable de conversación. Cuando me despedí en la puerta de la casa donde ella iba a su entrevista de trabajo, la lluvia no podía apagar la alegría en mí de esa presencia de Dios, quien ante cosas tan mínimas, no deja de cumplir su promesa de presencia. ¡Es verdad!
         Y luego también, "contemplar" la "morada" de Dios en el alma de otros. P. ej. una gran amiga, con tremenda enfermedad desde hace 12 años, (gracias a la cual, los últimos 3 años está descubriendo a Dios), me escribía en un correo la pasad semana: hace ya algunas semanas le pedí al Cristo Crucificado que tenemos en la parroquia, que me diese entendimiento en cuanto me acontecía, que si en verdad en mi caminar debía haber un poco de sufrimiento, supiese no solo llevarlo sino darle ese matiz cristiano que Jesús intentó a toda costa enseñarnos. De una manera difícil de explicar, en un rato de Silencio y Oración ante el Crucificado se me reveló (por así decirlo) que sí, que debería haber un poco de sufrimiento para que siguiese brotando aquello que Dios depositó en mí en su momento.
            Mira, Paco, mi "estar" en Dios cada vez cobra más fuerza y te he de reconocer que solo a través del sufrimiento que he vivido en determinados momentos, he podido sentir Su Presencia... eso, hermano mío, es ÚNICO. Con ello no quiero decir que me guste sufrir ni mucho menos, pero sí Dios ha sabido darme su caricia, no sé tú, pero yo hoy puedo decir alto y claro que Dios ha acariciado mi alma y eso, hermano mío, lo es TODO....

2.-    Otro filón para vivir la Palabra ha sido el último párrafo del comentario de la PdV: "poniendo en práctica con todo nuestro corazón, con radicalidad y perseverancia el amor recíproco entre nosotros. En esto, principalmente, el cristiano encuentra también el camino".
            El otro día teníamos un encuentro importante con otros sacerdotes. Moví mi coche a la puerta de casa para llevar a José y… Ya no arrancó: se me averió el coche. En vez de "molestarme" (llegar tarde, luego taller, más gastos…) reaccioné inmediatamente (lo mismo que horas antes cuando me anunciaron que varios amigos tenían que darse la vuelta después de varias horas porque no podían llegar aquí por las inundaciones): "¡va a producir mucho fruto el encuentro! Si hay raíz (diferentes rostros de Jesús crucificado y abandonado), ¡seguro que resultará muy bien!". Así que, llamé a alguien para que recogiera a José y no dediqué ni un minuto en todo el día a pensar en el coche para que no me restara atención en ese amor recíproco que debíamos vivir con los demás sacerdotes en la reunión. De hecho, algunos luego me preguntaban: "¿y tu coche?" Yo ni me acordaba. El encuentro, por cierto, precioso; alguno lo describió así: "jornada bella y profunda, momento de unidad vivido en la luz ".
            Al día siguiente, sin más, me arrancó el coche. Pero tres días después, lo mismo: teníamos que recoger a un obispo y participar en Misa y posterior comida con sacerdotes de la archidiócesis (nos gusta ir por convivir y compartir con ellos)… ¡y no me arrancó el coche! Con paz, (aunque ya con horario justo), cogimos el de José, (su coche tiene más de 25 años) y nos transportó a todas partes y a tiempo: vivimos tranquilos un bonito día. (Por no dejar la incógnita: ya ayer vino la grúa a por mi vehículo. Y ya lo arreglaron).

domingo, 4 de noviembre de 2012


Noviembre, mes con el que acaba el año litúrgico y en el que meditamos las realidades que nos esperan al final de nuestra vida terrena. Que otras tradiciones de fuera a las que tanta propaganda se les dan, no vayan a oscurecer el auténtico y precioso sentido de la Fiesta de Todos los Santos el día 1, (la fiesta del cielo), y el recuerdo y oración esperanzada por todos los difuntos, el día 2 [ te recomiendo, sobre todo, además, el libro de Z. Kijas,  “El Cielo”, www.ciudadnueva.com  ].
Te copio a continuación la Palabra para poner en práctica a cada instante durante el mes:

PALABRA DE VIDA – noviembre 2012

«Respondió Jesús y le dijo:
“el que me ama guardará mi palabra,
y mi Padre lo amará,
y vendremos a él y haremos morada en él”»
(Jn 14, 23).

Jesús está dirigiendo a los discípulos sus importantes e intensas palabras de despedida y, entre otras cosas, les asegura que lo volverán a ver porque se manifestará a quienes lo aman.

Judas, no el Iscariote, le pregunta por qué se manifestará a ellos y no en público. El discípulo deseaba una gran manifestación externa de Jesús que pudiera cambiar la historia y ser más útil, según él, para la salvación del mundo. Los apóstoles pensaban que Jesús era el profeta tan esperado de los últimos tiempos, el cual aparecería revelándose a la vista de todos como el Rey de Israel y, poniéndose al frente del pueblo de Dios, instauraría definitivamente el Reino del Señor.

Jesús, en cambio, contesta que su manifestación no sería ni espectacular ni externa. Sería una sencilla, extraordinaria “venida” de la Trinidad al corazón del fiel, que se hace realidad donde hay fe y amor.

Con esta respuesta Jesús precisa de qué modo Él permanecerá presente entre los suyos después de su muerte y explica cómo será posible tener contacto con Él.

«Respondió Jesús y le dijo: “el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”».

Así pues, su presencia se puede realizar ya desde ahora en los cristianos y en medio de la comunidad; no es necesario esperar al futuro. El templo que la acoge no es tanto el que está hecho de paredes, sino el corazón mismo del cristiano, que se convierte así en el nuevo sagrario, en la morada viva de la Trinidad.

«Respondió Jesús y le dijo: “el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”».

Pero ¿cómo el cristiano puede llegar a tanto? ¿Cómo ser portador de Dios mismo? ¿Cuál es el camino para entrar en esta profunda comunión con Él?

Es el amor a Jesús.

Un amor que no es mero sentimentalismo, sino que se traduce en vida concreta y, de un modo más preciso, en guardar su Palabra.

A este amor del cristiano, verificado por los hechos, Dios responde con su amor: la Trinidad viene a habitar en él.

«Respondió Jesús y le dijo: “el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”».

…guardará mi palabra”. Y ¿cuáles son las palabras que el cristiano está llamado a guardar?

En el Evangelio de Juan, “mis palabras” son muchas veces sinónimo de “mis mandamientos”. El cristiano, por lo tanto, está llamado a cumplir los mandamientos de Jesús. Pero éstos no se deben entender como un catálogo de leyes. Es necesario, más bien, verlos todos sintetizados en lo que Jesús quiso mostrar con el lavatorio de los pies: el mandamiento del amor recíproco. Dios pide a cada cristiano que ame al otro hasta la donación completa de sí mismo, como Jesús ha enseñado y ha hecho.

«Respondió Jesús y le dijo: “el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”».

Y entonces, ¿cómo vivir bien esta Palabra? ¿Cómo llegar hasta el punto en que el Padre mismo nos ame y la Trinidad habite en nosotros?

Poniendo en práctica con todo nuestro corazón, con radicalidad y perseverancia el amor recíproco entre nosotros.

En esto, principalmente, el cristiano encuentra también el camino de esta profunda ascética cristiana que el Crucificado exige de él. Es precisamente el amor recíproco el que hace que florezcan en su corazón las distintas virtudes y es con él como se puede corresponder a la llamada a la propia santificación.
Chiara Lubich
LA PALABRA EN VUESTRA VIDA


Alguna de vuestras EXPERIENCIAS tratando de vivir la Palabra de septiembre (“…el que beba del agua que Yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed…”) y de octubre “en tu Palabra, echaré las redes”:
1.-     “a veces me cuesta mucho trabajo pedir algún permiso, y cuando lo hago, me pongo muy nervioso, porque no sé cómo decirlo. En esta ocasión quería asistir a una conferencia sobre el amor humano en Juan Pablo II, que organizaba el instituto de filosofía. Entonces me acordé de la palabra de Vida, y dije: "Señor, en tu nombre echaré las redes y, si no sale para delante, es que no es tu voluntad”; así que me dirigí al despacho y dije directamente lo que quería. El inconveniente es que perdía una hora de clase, además de alguna otra actividad..., pero no pedía nada imposible porque otros compañeros ya lo habían hecho antes. La respuesta fue negativa... pero el Señor supo colmar mi deseo por sus caminos: la clase que me hubiera perdido, me resultó bellísima; y por otro lado, el Señor me puso el texto de la conferencia en mis manos… ¡¡directamente de las del ponente...!!

2.-       “te escribo para contarte una experiencia en relación con la PdV de este mes: Por tu palabra, echaré las redes. La semana pasada empecé con un grupo reducido de catequesis, que van a recibir la formación para, en el año próximo, si Dios quiere, entren en la comunidad, ¡¡¡qué ilusión!!!
Cuando me lo comentó el párroco, pensé en todas las dificultades que conllevaba: ¿yo, dar catequesis?; yo, que cada día descubro algo nuevo (Jesús todo lo hace nuevo, cada día, cada hora, cada segundo); yo, que no soy ejemplo de nada, ni testimonio, ¿cómo hacerlo? Se me venían a la cabeza las palabras de Pedro: “apártate de mí que soy un pecador”; pero después venían las otras de Jesús: “no te preocupes, Pedro, yo os haré pescadores de hombres”. Es verdad: uno debe confiarse en el Señor, "echar las redes", a pesar de sus limitaciones, o mejor dicho, por ellas debemos echar las redes, abandonándonos en Él, confiar en Él. Tantas veces uso mi lógica en vez de pensar que el Señor tiene una lógica distinta, nueva, radical, bella.
Bueno para no cansarte mucho: al final la catequesis fue hermosa, ¡cuántos adjetivos me salen!, ¡qué momentos viví con esos pequeños! Como siempre que dudo de mis posibilidades, debo ponerme en manos de Dios, para quien “nada es imposible”, y al final Él me da el ciento por uno. Sólo puedo dar gracias al Señor

3.-       “¡ya echaba de menos un poco de comunión de experiencias de la Palabra!
            En mi caso, este mes me está ayudando muchísimo en el tema del agobio. Por ejemplo, el fin de semana pasado tenía un lío tremendo de agenda: aprovechaba hasta el último hueco para comer y cenar con gente con la que debía quedar, conduciendo los kilómetros que fueran necesarios. Incluía una "paliza" de un viaje muy largo y volver en el día... Ante la perspectiva de tanto ajetreo después de una semana muy agotadora entre clases, trabajos, y parroquia, sentía un poco de ansiedad. Pero leí la PdV y me abandoné en Jesús: si Él lo quería...

4.-       “reconozco que cuando el día 7 nombraron Doctor de la Iglesia a San Juan de Ávila no sabía a quién se referían. Leyendo después un librito de citas suyas, me encontré con una que decía: “Quiere Dios que os sirváis unos a otros con amor. Lo de la ley vieja era servidumbre, de temor grande. Alegría es servir por amor, no constreñidos, sino voluntariamente por Dios”.
Lo primero que pensamos cuando escuchamos la palabra “servicio” es en una situación de esclavitud como antaño... ¡Todo lo contrario! El servicio al que se refiere Jesús, lejos de esclavizar, libera. El problema no está en la palabra “servicio”: la cuestión es saber quién es el “amo” al que servimos.
Nos creemos que somos libres porque no sentimos el látigo en nuestro cuerpo, como los hebreos en tiempos de Moisés y, sin embargo, continuamente recibe latigazos nuestro corazón. Al no ser externas las heridas sino internas, no las vemos, pero se notan sus efectos.
Nuestro dueño y señor es el poder, el dinero, y por ello somos esclavos de todo. Esclavos de la moda, del consumismo, de la imagen, del qué dirán, de…. Y, como resultado,… La tristeza, la insatisfacción.
            Jesús servía a su Padre. Tenía toda su confianza puesta en Él y por eso pudo sentirse “libre”, lo cual no quiere decir “exento de dificultad”… si verdaderamente ponemos nuestra confianza, nuestra vida al servicio de Dios nunca nos sentiremos esclavos de nadie. Todo lo más que podemos sentir es el abrazo de un Padre, la compañía y cercanía de un amigo, un corazón dispuesto a servir al estilo de Jesús, con amor, como dijo San Juan de Ávila y, como resultado,… la alegría.
La verdad es que somos afortunados. Yo por lo menos me siento así. A mí, que los idiomas me cuestan, me siento una privilegiada por poder acudir a los doctores de la Iglesia en mi propio idioma. Poder acudir a la fuente, sin necesidad de traductor. Si no recuerdo mal, de entre los 35 doctores de la Iglesia, 4 hay que son españoles. Cuatro maestros a los que poder acudir y de ellos aprender. Me lo tomo como tarea y los incluiré en mis lecturas, sin olvidar por supuesto la fuente primera que son los evangelios
VIDA DE LA PALABRA DE OCTUBRE


Alguna de mis EXPERIENCIAS tratando de practicar “en tu Palabra, echaré las redes”:
1.-       La PdV del mes me ha ayudado mucho. Ejemplos concretos:
La semana pasada y esta, cuando sonaba el despertador, era cuando mejor y más profundamente estaba durmiendo; así que, saludo al Señor, y recordando la PdV, le digo: “patada a la sábana es el modo de echar las redes, así que… ¡en tu Palabra…!, y sin remolonear”. ¡Y empezaba con alegría verdadera la jornada!
            Estos dos meses y medio he tratado de “vencerme” en varias cosillas. Y, gracias a Dios, muy bien. Estos días, en cambio, me venía la tentación de “flojear”, el cansancio... Pero, de nuevo, el recordar la PdV me ha hecho tratar de no perder altura en el vuelo. Me encuentro contento y en paz, ¡y sabiendo que no me puedo fiar de mí mismo, sino de Él!

2.-       Me cuesta horrores pedir un favor, (por no molestar, no ser una carga, no interrumpir…; ¿o será orgullo solapado o soberbia…?).
            En casa necesitábamos mover y colocar una cosa, pero no bastamos los 4, (mejor dicho, los 3, pues José… con los 83 que cumple dentro de unos días…).
            En un encuentro en el Centro Mariápolis, en un descanso pensé invitar a tomar café a un grupito de jóvenes que ya estuvieron de visita en casa durante Semana Santa. Me acordé entonces de ese favor. Me daba “corte” que fuera un “café interesado”. Pero… “echar las redes” medio en broma, medio… y estaban más que dispuestos; de hecho, llamaron a otros y en total vinieron unos 10. Fueron muy, muy bonitos los minutillos de colaboración, (ponernos de acuerdo, dar ideas de cómo realizarlo, etc.): trabajo hecho en unidad y con alegría; y más aún el ratito de “familia” luego tomando el café en la galería de nuestra casa, y la vuelta caminando juntos al Centro. Estábamos todos, ciertamente, felices de ese ratito de comunión en ambas cosas.
            Luego (y al día siguiente) se confesaron varios, (que siempre les cuesta a los jóvenes, aunque después salen radiantes). ¿Fruto de la confianza de sentirnos hermanos, útiles?

3.-       El otro jueves, (con mucha prisa tras visitar a un recién nacido y para llegar a tiempo a las confesiones y celebrar la Misa en el Centro Mariápolis), fui a hacer la compra semanal en un gran supermercado.
            De pronto me para una señora a la que había visto muchas mañanas al subir al tren, pero a la que hasta ahora sólo había dicho varios “buenos días” desde lejos. Tengo poco tiempo, y bastante que comprar (¡para una semana!): ¿me paro a charlar o sigo…? “En tu Palabra, echaré las redes”: creo que es lo que quería Jesús. Dejo las bolsas, me presento, charlamos… Fue un rato bonito y creció enseguida una cierta confianza. ¡Me alegré mucho! ¡Y es relativamente vecina de casa!
            ¡Ah!, y llegué a tiempo luego a cada cosa.