Domingo 14.IX.2008
Fiesta de la Exaltación de la
Santa Cruz
Retransmisión por Radio Nacional de la Misa
Centro Mariápolis “Luminosa” – Las Matas
(Madrid)
“Tanto amó Dios
al mundo…, -acabamos de escuchar en la proclamación del Evangelio-, que dio a su Hijo único, para que todo el
que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”[1]. El
Hijo de Dios, (sin dejar de ser Dios), se hizo hombre, –en todo como nosotros,
pero sin pecado[2]– para enseñarnos a nosotros, los hombres, a
vivir en todo momento, – “ya comáis, ya bebáis, o hagáis cualquier otra cosa…” [3]–,
como hijos de Dios[4]. Y sobre todo nos enseñó a
vivir así esas realidades que más nos cuesta entender: el dolor, el
sufrimiento, la muerte. Pasó por ellas, para enseñarnos “desde dentro”.
En esta fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz recordamos que el
misterio Pascual es inseparablemente pasión-muerte-resurrección-glorificación
del Señor.
Para vivir la alegría de la Resurrección , Él nos
enseñó que hay que pasar antes por la cruz. En “este valle de lágrimas” tarde o
temprano todos encontramos, (en nosotros o a nuestro alrededor), dolor y
muerte. Los cristianos no sólo vemos “una cruz”, sino al Crucificado que viene
clavado en ella: vemos a Aquel que más nos quiere y a Quien queremos amar por encima
de todo. Es, pues, un encuentro personal con Él, no con un frío madero. Con Jesús
que, cuando, en lo máximo del dolor en la cruz gritó “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”[5], desveló
palpablemente ese infinito amor que en todo momento nos había tenido y nos
tiene.
El Deuteronomio
afirma “maldito de Dios el que cuelga de
un madero”[6]. Así se sintió Jesús,
asumiendo precisamente Él, el Inocente, todos nuestros dolores, divisiones y
pecados. La “conciencia humana de Jesús
se verá sometida a la prueba más dura. Pero ni siquiera el drama de la pasión y
muerte conseguirá afectar su serena seguridad de ser el Hijo del Padre
celestial”[7]. Además, dio un paso ulterior:
no sólo continuó amando a Dios, fiándose de Él, haciendo el mayor acto de fe,
entrega y amor al Padre[8], sino
que no se detuvo a mirarse a Sí mismo, ni a sus llagas y dolores, y continuó
amando incluso a los que lo crucificaban[9]. “El grito de Jesús en la cruz […] no delata
la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al
Padre en el amor para la salvación de todos. Mientras se identifica con nuestro
pecado, «abandonado» por el Padre, Él se «abandona» en las manos del Padre.
Fija sus ojos en el Padre...”[10].
Transformó así toda esa vorágine de dolor, abandono y oscuridad, en Amor a Dios
y a los demás. ¡Ese es el secreto de la vida! Es la llave para abrirse a la
unión con Dios y a la unidad con los hermanos[11]. Es
tener “vida eterna” ya aquí, y luego
todavía más en el cielo.
Así lo descubrió Chiara
Lubich, –la fundadora de la Obra de María-Movimiento de
los Focolares, de la que hoy precisamente concurre medio año de su
fallecimiento–, y lo enseñó hasta su último aliento, con una admirable
pedagogía, como la oportunidad de vivir cada día con sus dificultades a manera
de un desposorio concreto con Él. En su conocido libro “Meditaciones” señala: “tengo
un solo Esposo sobre la tierra, Jesús Crucificado y abandonado; no tengo otro
Dios fuera de Él; en Él está todo el cielo con
Quien ha seguido esta estela luminosa del amor a Jesús
crucificado y abandonado, encuentra el significado y el valor del sufrimiento.
Así la joven Clara
Badano, cuya vida se recoge
en la
biografía “Realizarse a los
Así también el Card.
Van Thuan, encarcelado en Vietnam
durante 13 años, y fallecido ahora hace 6. En los Ejercicios Espirituales que predicó
ante Juan Pablo II, -y recogidos en “Testigos
de esperanza”[15]
traducido a 17 idiomas-, nos descubre que el amor a Jesús Abandonado era el
secreto de su donación a Dios y de su amor incluso a los carceleros.
Que en esta fiesta de la Exaltación de la
Santa Cruz , cada uno de nosotros, -hermanos
y hermanas que participáis aquí o a través de las ondas de la radio en la
celebración eucarística dominical-, sepamos decir nuestro “sí” a Jesús en cada
esfuerzo, dificultad o dolor, propios o de la sociedad, lanzándonos con empeño
redoblado a amar a Dios y a los demás, para que, igual que Él, que “como por una alquimia divina, -en
palabra de Chiara Lubich-, transformó el
dolor en amor”, también nosotros unidos a Él transfiguremos el dolor y la
muerte en resurrección y glorificación, y así quede ensalzada la Cruz por la
cual hemos sido salvados.
[1] Jn 3, 16.
[2] Cfr. Hbr 4, 15b.
[3] 1 Cor 10, 31.
[4] Cfr. IRENEO DE LYON, Adversus haereses, 3, 19; ATANASIO DE
ALEJANDRÍA, De incarnatione, 54, 3;
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Opusculum 57 in festo Corp. Chr.,
1.
[5] Mc 15, 34; cfr. Sal 22.
[6] Dt 21, 22-23.
[7] JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, 24b.
[8] Cfr. Lc 23, 46.
[9] Cfr. Lc 23, 34.
[10] IBID., 25a.
[11] Cfr. CH. LUBICH, La unidad y Jesús abandonado, Ciudad
Nueva, Madrid 20064; ID., El
grito, Ciudad Nueva, Madrid 2002.
[12] CH. LUBICH, Meditaciones, Ciudad Nueva, Madrid 19898,
p. 34. Cfr. M. VANDELEENE, La doctrina
espiritual”, Ciudad Nueva, Madrid, pp. 136-146.
[13] BENEDICTO XVI, Carta al Cardenal
Tarcisio Bertone, Secretario de Estado, durante los funerales de la fundadora
del Movimiento de los Focolares, Chiara Lubich, 18 de marzo, en la Basílica de San Pablo Extramuros, citando JUAN
PABLO II, Novo millennio ineunte,
43a.
[14] M. ZANZUCCHI, Realizarse a los 18. Vida y huella de Clara
Badano, Ciudad Nueva, Madrid 2007.
[15] F.X. NGUYEN VAN THUAN, Testigos de esperanza, Ciudad Nueva,
Madrid 20049, pp. 101-125.
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