sábado, 15 de noviembre de 2025

IRRADIAR PAZ

 VIDA DE LA PALABRA               primeras semanas de NOVIEMBRE

Alguna de mis EXPERIENCIAS tratando de llevar a la práctica diaria, con la Gracia de Dios, la Palabra de Vida de noviembre («Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios», Mt 5, 9) y la de octubre («Mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra», Sal 121, 2):

1.-        Participé en el encuentro de parroquias: fue realmente esperanzador. Gente que colabora en diversas parroquias de Andalucía, Cataluña, La Mancha, Madrid, Murcia, Extremadura, País Vasco, Valencia… con sencillez y fidelidad.

Un cristianismo vivo y perseverante al respirar cada uno con dos pulmones: el de la parroquia y la diócesis, y también el de un carisma como es de la unidad, de Chiara Lubich, totalmente integrado en el hacer personal y grupal e intergrupal en cada una de esas parroquias.

Efectivamente, porque, los instrumentos de comunión que el Papa Juan Pablo II pedía en la Novo millennio ineunte, se convierten en máscaras de comunión”, (vacías; puras apariencias), si no hay una robusta espiritualidad de comunión detrás. Y en este encuentro la conjunción de ambos aires impulsados, los dos, en armonía por el Espíritu Santo nos hizo ver tanto personas de casi 90 años con una fascinante ilusión y empuje en su parroquia, como jóvenes de 17 y 20 años con una atrayente serenidad y saber hacer: cada uno de ellos ha sido recíprocamente luz para la vida de cada uno de los que hemos participado.

 

 

2.-        Iba caminando deprisa hacia casa de unos amigos para comer con ellos. Me cruzo con una señora conocida: andando pensativa, muy cabizbaja. Casi ni se entera y reitero mi saludo parándome. La PdV nos hace constructores de paz. Al reconocerme sonríe con sorpresa y agradecida.

Empieza a contarme que viene del centro de mayores, de ejercitar la memoria cognitiva. Nos ponemos a hablar de ella y en seguida me mira muy fijamente y abre el corazón: “mi padre tuvo alzhéimer; fue terrible; ¿lo tendré yo también?”. Empiezo a bromear diciendo que a mí también se me olvidan muchas cosas; que cada día que pasa, y cada año, naturalmente, vamos perdiendo capacidades; pero que no hemos de asustarnos puesto que Dios sigue cuidando de nosotros con todo su cariño.

Y me lanza una nueva pregunta: “el alzhéimer, ¿es hereditario?”. No puedo mentir; sinceramente…, no estoy muy seguro, pero viendo la necesidad de positividad que ella anhelaba… Intento leer en el fondo de mi ser qué me pide el Señor que haga en ese momento: que le dé la esperanza. Solo comento: “creo que no es hereditario”. “Pero…, ¿está usted seguro?”. Me giro un poco, porque le daba el sol de frente y le añado, no queriendo mentir: “ahora mismo no lo estoy, pero creo que no; lo que sí estoy seguro es que tenemos el momento presente que Dios nos regala para vivirlo con ilusión y plenitud por él y por los demás; y que Él nos quiere inmensamente y nos mira complaciente en cada instante”.

Me miraba con sonrisa angelical de niña con sus 80 años o más y le cuento mi experiencia con José Varas, el sacerdote mayor con el que conviví sus últimos 13 años, y con mi padre hasta que fallecieron: me admiraba de ellos que cada día hacían con redoblado empeño y tozuda tenacidad angelical las poquitas cosas que podían, sabiendo que cada día podrían hacer alguna menos; y que eran felices. Y para mí cada esfuerzo de ellos era una contemplación, un regalo (no exento de molestias, claro, pero un verdadero tesoro): me admiraba, (¡y me preparaban para cuando “me toque a mí”!).

La señora me miraba encandilada y me dice: “¿le puedo dar un beso?”. “¡¡Y dos también!!”. Se ríe y se marcha con la cabeza alta.

En seguida miro en internet: “no es siempre hereditario, aunque tener un familiar con alzhéimer aumenta el riesgo de padecerlo. En la mayoría de los casos, la enfermedad no es puramente genética…”. ¡No he mentido ni infundido falsas esperanzas!: era el Señor Quien me “soplaba” desde dentro.

 

 

Alguna de vuestras EXPERIENCIAS tratando de llevar a la práctica diaria la Palabra de Vida de de noviembre («Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios», Mt 5, 9), la de octubre («Mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra», Sal 121, 2) y la de septiembre («Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido», Lc 15, 6):

 

1.-        como ministro extraordinario de la Comunión, fui a llevársela a una anciana que está sola en su casa: mi alegría es la de ella, que alaba a Dios por llegar un ángel a llevarle Jesús; da gracias a Dios, tiene “hambre”. Está en la cama y, como la señora que la cuida llega a las ocho y son las cinco, le propongo que se coma un plátano: se come la mitad. Muy contentas ella y yo, le digo que me voy a Misa y me pide que la ofrezca por su marido: “sí, pero también por ti”. Me admiro de su fe. Tiene cuatro hijos, acepta su situación y no se queja: ofrece todo a Dios.

 

2.-        dando gracias a Dios porque él  que nos mima cada día con tantos detalles… Gracias por tu tiempo en cada correo y… tu Cariño.

Ayudo a pacientitos que algunos son oncológicos..., otros van mejor... y con la rehabilitación van mejorando... Pero lo q más veo es su Cercanía al Señor : en el fondo es lo q más me preocupa; ver cómo se prepara su almita… Al final la artrosis y los dolores van a venir... pero, ¿cómo estará su Corazón…?? ¿Cómo llegaremos ante Él? Muchos dicen que es el mejor año de su vida por ver que, con su enfermedad, su familia está cerca.

En este otoño se fueron 3 alumnos, pacientes, amigos... porque se les coge mucho cariño... A veces digo: “Señor, ¡de aquí al Cielo! Y cuando termino la sesión, siempre les doy agua bendita... y se ríen y les digo: “¡Dios sabe más! Confía en Él... que Él Vela por ti cada día”.

Solo que empiecen a pedirme q rece por ellos, es un gran paso… El Señor les cuida y les acompaña hasta el final: ¡es admirable! Gracias por seguir enviando cosas tan bonitas que nos hacen revisar nuestro Camino.

 

3.-        me gusta mucho andar yo sola y mientras voy meditando o hago alguna llamada.

Un día una señora me ve andar y me pregunta si puede caminar conmigo, pues sola no le gusta. Yo le digo sí a Jesús en ella. Después de un tiempo se añadía otra persona: ya somos cuatro.

Queremos andar sin criticar a nadie, y nos esforzamos. De vez en cuando no pueden venir y yo disfruto de mi soledad y doy… gracias a Dios.

 


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