domingo, 15 de noviembre de 2015

TODOS UNO

Como refuerzo para comprender y vivir mejor la Palabra de Vida de noviembre aquí tienes un par de textos que pueden ayudar:  

 "Que todos sean uno... para que el mundo crea" (Jn 17, 21)... última oración de Jesús. Esta oración, que cierra en el cuarto Evangelio la actividad pública de Jesús y nos introduce en su pasión, nos desvela los sentimientos más profundos y el deseo más ardiente de su corazón: la unidad entre todos los suyos para la salvación del mundo. Después de haber pedido la unidad para sus apóstoles, ahora la pide para todos aquellos que creerán en Él a través de su palabra.

La unidad, que Jesús pide con estas palabras para los suyos, es como la que existe entre el Padre y Él. Es la unidad plena de mente y de corazón vista en su fuente, es decir, en su comunión íntima y total de vida que Jesús tiene con el Padre y de la que nacía toda su actividad. También su Iglesia, en su vivir y en su obrar, deberá ser la participación, la continuación y el reflejo de esta unidad.

Tal unidad será la nota distintiva por excelencia de su Iglesia y el secreto de su extraordinaria vitalidad. De hecho, esta unidad, hará de su Iglesia el gran canal de la gracia para la santificación del mundo. Todos los medios para la salvación que Él proporcionará a la Iglesia ‑incluido el mismo anuncio de la Palabra, la oración, la penitencia, la actividad organizativa, la vida cultural, etc.‑ serán eficaces en la medida en que sean expresión de esta unidad.

¿Cómo…? Haciendo cada vez mejor nuestra parte para que se realice el deseo de Jesús. Y ¿de qué manera?

Ante todo, viviendo su Palabra, que Él continúa transmitiendo a través de los sucesores de sus apóstoles como nos indica Jesús. Y en particular viviendo la Palabra del amor, del amor recíproco, compendio de sus palabras, con lo que hacemos nuestra parte para que la unidad exista. Y luego, con la gracia del Espíritu Santo, comprometiéndonos a vivir este amor entre todos…
Un amor semejante modelado y enraizado en el amor de Jesús, pedido por Él poco antes de dar su vida por nosotros. Requiere esas disposiciones interiores que son más necesarias para construir la unidad: la humildad, el saber morir a nuestro yo, saber perder poniendo a un lado nuestros propios gustos y puntos de vista personales, saber escuchar al otro, acogerse recíprocamente, perdonarse mutuamente viendo al otro con ojos nuevos, saber caminar juntos, etc.


Si nos dejamos guiar por estos sentimientos de Jesús, comenzando por nuestras familias, por nuestros ambientes de trabajo, por nuestras comunidades eclesiales no tardaremos en ver a nuestro alrededor esos maravillosos frutos de unidad que Jesús tanto espera; no tardaremos en constatar que, también en el mundo secularizado en el que muchos de nosotros se encuentran, insensible e impermeable a los impulsos sobrenaturales, algo se mueve: el mundo se convierte y muchos encuentran o vuelven a Dios.

CHIARA LUBICHComentario a Jn 17,21, enero 1990



QUE SEAN UNO, EN LA FAMILIA:
GANANCIA PARA LA SOCIEDAD

…las comunidades cristianas están llamadas a ofrecer su apoyo a la misión educativa de las familias, y lo hacen ante todo con la luz de la Palabra de Dios. El apóstol Pablo recuerda la reciprocidad de los deberes entre padres e hijos… En la base de todo está el amor, el amor que Dios nos da, que «no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal... Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Cor 13, 5-7). Incluso en las mejores familias hay que soportarse, y se necesita mucha paciencia para soportarse. Pero la vida es así. La vida no se construye en un laboratorio, se hace en la realidad. Jesús mismo pasó por la educación familiar.
También en este caso, la gracia del amor de Cristo conduce a su realización lo que está escrito en la naturaleza humana. ¡Cuántos ejemplos estupendos tenemos de padres cristianos llenos de sabiduría humana! Ellos muestran que la buena educación familiar es la columna vertebral del humanismo. Su irradiación social es el recurso que permite compensar las lagunas, las heridas, los vacíos de paternidad y maternidad que tocan a los hijos menos afortunados. Esta irradiación puede obrar auténticos milagros. Y en la Iglesia suceden cada día estos milagros.
Deseo que el Señor done a las familias cristianas la fe, la libertad y la valentía necesarias para su misión. Si la educación familiar vuelve a encontrar el orgullo de su protagonismo, muchas cosas cambiarán para mejor, para los padres inciertos y para los hijos decepcionados. Es hora de que los padres y las madres vuelvan de su exilio —porque se han autoexiliado de la educación de los hijos— y vuelvan a asumir plenamente su función educativa… Y esto sólo puede hacerlo el amor, la ternura y la paciencia.

PAPA FRANCISCO, Audiencia General, miércoles 20 de mayo de 2015






ANTE LA INVASIÓN DE ODIO, VENCER CON INVASIÓN DE AMOR

“Frente a los dramáticos acontecimientos de París, que se agregan a los que recientemente sucedieron en otras partes del mundo, estamos de luto, junto a quienes sufrieron la violencia en sus familiares y amigos y a los que creen posible la unidad de la familia humana.
Con desconcierto y con la firme condena de
todo acto de violencia contra la vida humana, emerge con potencia una pregunta: ¿dimos todos los pasos y emprendido todas las acciones posibles para conseguir las condiciones necesarias, entre las que se cuentan más paridad, más igualdad, más solidaridad, más comunión de los bienes, por las que la violencia y las acciones terroristas pierden la posibilidad de actuar?


Frente a un plan que se presenta como perverso, es evidente que no existe una sola respuesta. Pero es también evidente que tampoco la reacción incontrolada a la violencia hará retroceder a los que quieren anular las fuerzas vivas de los pueblos y su aspiración a convivir en paz.
La convicción que el mundo puede caminar hacia la unidad y superar los conflictos y la violencia de las armas, permanece viva en el alma y en la acción de los que tienen en el corazón el amor por cada hombre y el futuro de la familia humana y quieren realizarlo mediante la acción de la política, los instrumentos de la economía y las reglas del derecho.
El Movimiento de los Focolares, mientras llora con quien llora, sigue creyendo en el camino del diálogo, de aceptar y respetar al otro, cualquiera sea y de cualquier proveniencia, credo religioso y pertenencia étnica. Por eso, junto a todos los que en distintos campos trabajan por la paz, aun a riesgo personal, los Focolares renuevan el propio compromiso para intensificar y multiplicar actos y gestos de reconciliación, espacios de diálogo y comunión, ocasiones de encuentro e intercambio a todos los niveles y en todas las latitudes, para aunar el grito de la humanidad y transformarlo en nueva esperanza”.

MARIA “EMMAUS” VOCE, Declaración 14 noviembre 2015


sábado, 14 de noviembre de 2015

CADA UNO Y TODOS

VIDA DE LA PALABRA                        primeras semanas de NOVIEMBRE


Algunas de mis EXPERIENCIAS tratando de practicar tratando de llevar a la vida diaria la Palabra de Vida de noviembre («…para que todos sean uno», Jn 17, 21) y la de octubre («En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros», Jn 13, 35):
1.-        Ha sido muy bonito también el funeral de mes por mi padre que realizamos ayer viernes en nuestro pueblo. Y más bonita si cabe su preparación (por tlf. y WhatsApp) entre todos mis hermanos y sus niños (con intervenciones directas de todos luego en la Misa en sus diversos momentos). Se
notaba un clima de unidad acrecentado entre nosotros y, por extensión, en las personas que asistieron: había un silencio, participación y atención que “absorbían” (y a mí, en concreto me ayuda a hablar expresándome mejor). Al final, todo el mundo de nuevo nos expresaba su alegría y agradecimiento por haber podido estar en una celebración tan llena y por la serenidad y paz de toda nuestra familia. “Que todos sean uno, para que el mundo crea”.

2.-        Hace unos días, un compañero me dirigió una frase en voz alta (y con otra persona delante) que, aunque en tono de broma, era altamente insultante. Sé que su carácter jocoso es así: ¡pero se pasó de “rosca” muchísimo!
Aunque me sentí muy dolido y se me “encendió” la sangre… dudaba yo si excusarme-defenderme o no de lo q me había dicho. Preferí callar. Me quedé en paz. Con el silencio posterior que se creó entre los tres, mientras seguíamos haciendo cosas, pude intuir que él se dio cuenta de su poca delicadeza y la otra persona valoró el que yo “no entrara al trapo”.

Algunas de vuestras EXPERIENCIAS tratando de practicar tratando de llevar a la vida diaria la Palabra de Vida de noviembre («…para que todos sean uno», Jn 17, 21), la de octubre («En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros», Jn 13, 35) y la de septiembre («Amarás a tu prójimo como a ti mismo», (Mc 12, 31):
1.-        “es un regalo recibir tus palabras de vez en cuando, pero especialmente estando lejos de casa. Este país es musulmán y se echa de menos visitar la iglesia. Hay una "Catedral" sencilla pero bonita, pero no podemos ir lo que quisiéramos por cuestiones de seguridad

2.-        “estoy segura que así de pronto no sabes quién soy, pero voy a intentar recordártelo:
Un viernes de Marzo nos vimos en el tren regional (no recuerdo dónde ibas tú). El caso es que subió una amiga en el tren e íbamos los tres en la mesita. “¡Qué casualidad!”, pensé: me había encontrado a una de mis mejores amigas y a un cariñoso Sacerdote… Nada más salir de Atocha se te derramó un zumo y esa fue la excusa perfecta para empezar una agradable conversación: estuvimos charlando todo el camino y, la verdad, es que las dos horas transcurrieron demasiado rápidas.
Nos contaste diversas historias que te habían pasado en Madrid, como que al poquito tiempo de llegar a la capital te llamaba mucho la atención que la gente no saludara y a ti eso te indignaba, diversas historias que recuerdo con mucho cariño; pero lo que se me quedó grabado fue que, cuando el tren llegó a mi estación, terminaste la conversación diciéndonos: “a algunas chicas que he conocido en el tren, las he terminado casando”. Y ¡¡mi amiga y yo nos quedamos pasmadas!!, diciéndonos: “te toca a ti, no a ti, ¿a mí?; no, a ti…”, jajaja.
Cuál es mi sorpresa que a la semana siguiente me dice mi novio que si nos casábamos y a mi mente la primera persona que vino fuiste tú: estaba súper sorprendida, ¡no podía estar pasando! Paco me lo había dicho!! Cuando vi a mi amiga y se lo conté, lo primero que me dijo fue: “¡Paco! Jajaja”; ¡¡no dábamos crédito!!
Claro está, le dije que SÍÍÍ, así que nos casaremos en agosto…
Pues esta es nuestra historia, de la cual tú eres partícipe

3.-        ““esmerémonos en lo que favorece la paz y construye la vida en común”. Esa frase he leído esta mañana y me ha dejado pensativa. Todo un programa de vida en una frase. Pero hay más, muchas más frases llenas de sabiduría y sentido común tiene la Biblia.
Frases a las que yo no había prestado atención hasta hace unos años… No es que no hubiese Biblias en mi casa, al revés…  Toda la referencia que tenía de la Biblia era lo escuchado en Misa, a lo cual tampoco prestaba atención...
Por ello, si volviera a nacer o si pudiese dar marcha atrás y “corregir errores”, no lo dudaría: la Biblia tendría de libro de cabecera y a ella acudiría todos los días, pues si importante es alimentar el cuerpo mucho más necesario es alimentar el alma.
No, reconozco que no presté atención en mi infancia y adolescencia ni a la Biblia, ni a la clase de religión, ni la catequesis, ni a los curas.
Si volviese a nacer… por nada del mundo me perdería la asignatura de religión,  deseosa estaría de saber todo lo que pudiese de aquello que más me interesa y me preocupa, la Iglesia, Jesús, los que fueron sus amigos… En mi agenda no faltaría ni el número de mi profe ni el de mi catequista para poder consultar con ellos, aprender… Procuraría tener siempre un sacerdote cerca con el que poder hablar, al que pudiese pedir consejo, y con el que poder recuperar la paz que tantas veces se pierde: si nos preocupamos de llevar la ropa limpia y el pelo impecable, ¿cómo no preocuparse de lo más importante, el corazón?
            No, no puedo cambiar el pasado, ¡pero sí influir en mi futuro!
            Hace unos días me enviabas una homilía preciosa y en ella leía: “No se detuvo a mirarse a Sí mismo, ni a sus llagas y dolores, y continuó amando incluso a los que le crucificaban”.
Llevo meses sintiéndome mal, con una sensación de vacío que me está ahogando y ahora me doy cuenta que tal vez es por eso. Porque yo sí me detuve: me detuve ante el dolor que me produjo una herida, encerrándome en mí y olvidándome de los demás.
Tampoco eso ya lo puedo cambiar, pero sí mi futuro.
Me pongo pues en marcha de nuevo y procuraré por todos los medios esmerarme en lo que favorezca la paz y construya la vida en común

4.-        “…hoy hemos celebrado la Misa de mi madre: abandonó su sufrimiento tras vivir el día de todos los Santos, oyendo una misa... (aunque sedada, yo se la puse), le canté salmos toda la mañana y un buen sacerdote la visitó (siempre tan lleno de dulzura para con cada uno). Murió a las tres de la noche, ya era día de los difuntos.... Mi esposo y yo, oramos por su alma tras su penúltimo suspiro (Dios nos regaló que estuviésemos haciendo el turno en esa noche)... En profunda serenidad... los dos ante aquel despojo humano.... A solas... Nuestra fe convirtió ese momento en un espacio de amor ante el Padre... Al término de nuestra oración... paz... Y el aviso tranquilo a enfermeros...

Doy gracias por sentirme tan cuidada por Dios, porque Él da el sentido a todo en mi vida... porque en mi debilidad... Él me abraza y me lleva... y ya no soy yo... es Él. Y le doy gracias por el milagro de compartir la misma fe y camino con mi marido...


Si quieres leer más experiencias similares, 
de gente de todo el mundo,
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domingo, 1 de noviembre de 2015

QUE TODOS SEAN UNO

PALABRA DE VIDA                        Noviembre 2015 


«…para que todos sean uno»
(Jn 17, 21)

Es la última y afligida oración que Jesús le dirige al Padre. Sabe que está pidiendo lo que más le importa a Él, pues Dios había creado a la humanidad como familia suya, con la cual compartir todo bien, su misma vida divina. Y ¿qué ansían los padres para sus hijos sino que se quieran, se ayuden y vivan unidos entre sí? Y ¿qué mayor disgusto que el verlos divididos por envidias e intereses económicos hasta dejar de hablarse? También Dios ha soñado desde toda la eternidad con una familia unida en la comunión de amor de los hijos con Él y entre ellos.
El dramático relato de los orígenes nos habla del pecado y de la progresiva desintegración de la familia humana. Como leemos en el libro del Génesis, el hombre acusa a la mujer, Caín mata a su hermano, Lamec se jacta de su desmesurada venganza, Babel provoca la incomprensión y la dispersión de los pueblos… El proyecto de Dios parece fracasado.
Sin embargo, Él no se da por vencido, sino que persigue con tenacidad la reunificación de su familia. La historia se reanuda con Noé, con la elección de Abrahán, con el nacimiento del pueblo elegido; y así hasta que decide mandar a su Hijo a la tierra, al que encomienda una gran misión: congregar en una sola familia a sus hijos dispersos, reunir a las ovejas perdidas en un solo rebaño, derribar los muros de separación y de enemistad entre los pueblos para formar un único pueblo nuevo (cf. Ef 2, 14-16).
Dios no deja de soñar en la unidad, y por eso Jesús se la pide como el regalo más grande que pueda implorar para todos nosotros: «Te pido, Padre,…
…para que todos sean uno».

Toda familia lleva la huella de los padres. Lo mismo la familia creada por Dios. Dios es Amor no solo porque ama a su criatura; es Amor en sí mismo, en la reciprocidad del darse y de la comunión por parte de cada una de las tres divinas Personas respecto a las demás.
Por eso, cuando creó a la humanidad, la modeló a su imagen y semejanza e imprimió en ella su misma capacidad de relación, de modo que cada persona viva en la entrega recíproca de sí. La frase completa de la oración que queremos vivir este mes dice: «para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros». El modelo de nuestra unidad es nada menos que la unidad existente entre el Padre y Jesús. Parece imposible de tan profunda como es. Y sin embargo, se hace posible por ese como, que significa también porque: podemos estar unidos como están unidos el Padre y Jesús precisamente porque nos incluyen en su misma unidad, nos la regalan.

«…para que todos sean uno».

Esta precisamente es la obra de Jesús: hacer de todos nosotros uno, como Él lo es con el Padre, una sola familia, un solo pueblo. Para esto se hizo uno de nosotros, cargó con nuestras divisiones y nuestros pecados y los clavó en la cruz.
Él mismo nos indicó el camino que iba a recorrer para llevarnos a la unidad: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). Como había profetizado el sumo sacerdote, «iba a morir […] para reunir a los hijos de Dios dispersos» (Jn 11, 52). En su misterio de muerte y resurrección «recapituló todas las cosas en Sí» (cf. Ef 1, 10), regeneró la unidad rota por el pecado, recompuso la familia en torno al Padre y nos hizo de nuevo hermanos y hermanas entre nosotros.
Jesús cumplió su misión. Ahora queda nuestra parte, nuestra adhesión, nuestro «sí» a su oración:
«…para que todos sean uno».

¿Cuál es nuestra aportación al cumplimiento de esta oración?
Ante todo, hacerla nuestra. Podemos prestar labios y corazón a Jesús para que continúe dirigiendo estas palabras al Padre y repetir cada día con confianza su oración. La unidad es un don de lo Alto que hay que pedir con fe sin cansarnos nunca.
Además debe permanecer siempre en nuestros pensamientos y deseos. Si este es el sueño de Dios, queremos que sea también nuestro sueño. De vez en cuando, antes de cualquier decisión, de cada opción, podríamos preguntarnos: ¿sirve para construir la unidad; es lo mejor con vistas a la unidad?
Y deberíamos acudir allá donde las desuniones sean más evidentes y cargar con ellas, como hizo Jesús. Pueden ser roces en la familia o entre personas que conocemos, tensiones que se viven en el barrio, desacuerdos en el trabajo, en la parroquia, entre las Iglesias. No huyamos de las discordias e incomprensiones, no permanezcamos indiferentes; llevemos allí nuestro amor a base de escucha, de atención al otro, de compartir el dolor que brota de esa herida.
Y sobre todo, vivamos en unidad con todos los que estén dispuestos a compartir el ideal de Jesús y su oración, sin dar importancia a malentendidos o discrepancias, contentándonos con lo «menos perfecto en unidad antes que lo más perfecto sin unidad», aceptando con alegría las diferencias e incluso considerándolas una riqueza para una unidad que nunca implica reducción a la uniformidad.

Sí, a veces esto nos clavará en la cruz, pero ese es precisamente el camino que Jesús eligió para recomponer la unidad de la familia humana, el camino que también nosotros queremos recorrer con Él.




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