PALABRA DE VIDA diciembre 2018
«Estad siempre alegres en el Señor»
(Flp 4, 4)
El apóstol Pablo
escribe a la comunidad de la ciudad de Filipo cuando él mismo es objeto de una
persecución que lo pone en grave dificultad. Y sin embargo, a estos
queridos amigos suyos él les aconseja –es más, casi les ordena– que estén «siempre
alegres».
Pero ¿se puede
dar semejante mandato? Si miramos a nuestro alrededor, no es fácil encontrar
motivos de serenidad, ¡y mucho menos de alegría!
Ante las preocupaciones de la vida,
las injusticias de la sociedad y las tensiones entre pueblos, es ya un gran esfuerzo
no dejarnos llevar por el desánimo, darnos por vencidos y replegarnos
en nosotros mismos.
Pero Pablo nos
invita también a nosotros:
«Estad siempre
alegres en el Señor».
¿Cuál es su
secreto?
«[…] hay una razón por la que, a pesar de
todas las dificultades, debemos estar siempre en la alegría. La vida cristiana
tomada en serio es la que nos
lleva a ello. Esta hace que Jesús viva plenamente dentro de nosotros,
y con Él no podemos dejar de estar en la alegría. Él es la fuente de la verdadera alegría,
porque da
sentido a nuestra vida, nos guía con su luz, nos libera de todo temor, tanto
respecto al pasado como en relación con lo que nos espera; nos da la fuerza
para superar todas las dificultades, tentaciones y pruebas que podamos
encontrar» (Chiara Lubich, invitación a la alegría, 1978).
La alegría del cristiano no radica en el puro optimismo,
en la seguridad
del bienestar material ni en la alegría de ser joven y tener salud; más bien es
fruto del encuentro personal con Dios en lo profundo del corazón.
«Estad siempre
alegres en el Señor».
Esta alegría, sigue diciendo
Pablo, nos
hace capaces de acoger a los demás con cordialidad, nos dispone a dedicar
tiempo a quienes están a nuestro
alrededor (cf. Flp 4, 5).
Es más, en otra ocasión Pablo
repite con fuerza este dicho de Jesús: «Mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch 20, 35).
De la compañía de Jesús brota
también la paz
del corazón, la única que puede contagiar a las personas
de
alrededor con su fuerza desarmada.
En Siria, a pesar de los graves
peligros y estrecheces de la guerra, un numeroso grupo de jóvenes se reunió
recientemente para compartir sus experiencias de vivir el Evangelio y experimentar la
alegría del amor mutuo; de allí marcharon luego decididos a dar
testimonio de que es posible la fraternidad.
Nos escriben algunos
participantes: «Se suceden relatos de historias de amargo dolor y esperanza, de
fe heroica en el amor de Dios. Unos lo han perdido todo y ahora viven con su
familia en un campo de refugiados; otros han visto morir a sus seres queridos
[…]. Es fuerte en estos jóvenes el compromiso de generar vida a su alrededor:
organizan festivales por las calles implicando a miles de personas,
reconstruyen en el centro de un pueblecito una escuela y un jardín que nunca se
terminaron a causa de la guerra; ofrecen apoyo a decenas de familias de
refugiados […]. Vuelven a aflorar en el corazón las palabras de Chiara Lubich:
“La alegría
del cristiano es como un rayo de sol que brilla a través de una lágrima,
una rosa florecida en una mancha de sangre,
esencia de amor destilada del dolor
[…] por eso tiene la fuerza apostólica de un retazo del Paraíso”. En nuestros
hermanos y hermanas de Siria encontramos la fortaleza de los primeros
cristianos, que en esta tremenda guerra testimonian su confianza y esperanza en
Dios Amor y la transmiten a sus compañeros de viaje. ¡Gracias, Siria, por esta
lección de cristianismo vivo!».
LETIZIA MAGRI
N.B.: Aquí puedes encontrar también la Palabra de Vida
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