«A menudo
nosotros somos llevados, por el lenguaje que usamos, a hacernos una idea no
exacta de lo que sucedió en Nazaret, en el momento en el que el
ángel le comunicó a la Virgen santa que el Verbo se haría carne. La mentalidad
antropomórfica nos lleva a considerar a Dios lejano, en lo alto, en los cielos,
que manda a su Hijo a un lugar remoto para hacerse hombre.
No es así. Dios está
en todas partes, está en el cielo, en la tierra y en cada lugar. Por
lo tanto, Dios estaba en la pequeña habitación de la Virgen en Nazaret cuando
se le apareció el ángel. Pero era infinitamente distante de las criaturas por
el abismo de pecado y por su natural pequeñez.
Dios, en el instante que la Virgen pronunció su “sí”, en
el seno purísimo de ella se desposó con la naturaleza humana, desposó a la
criatura, obrando un acercamiento inimaginable entre la divinidad y el
universo.
Desde entonces Él
está en medio de nosotros.
Aquella distancia
infinita que nuestra imaginación ha expresado poniendo a Dios
lejos de nosotros, por encima de los cielos, se ve anulada: Él está en la tierra, Él es nuestro conciudadano».
PASQUALE FORESI, Teologia della
socialità, Città Nuova 1963, pág. 66
Este es mi deseo para
UNA SANTA Y FELIZ NAVIDAD.
Lo dirijo con afecto a ti,
a tus familiares, a todos,
en particular si hubiera alguno enfermo o
que sufre.
Y como regalo que acompañe esta felicitación, a mitad de mes, (y dado que todavía estamos en el Adviento, cuya segunda parte comienza siempre el 17 de diciembre), además del texto anterior, otro más, para que nos ayuden a todos a intensificar el practicar la Palabra
de vida de diciembre («Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos», Mc 1, 3), para que le abramos puertas de casas y corazones y así sea auténticamente Navidad:
Pero Tú estás en mi puerta
si yo, Señor, aplico el oído
y aprendo a discernir los signos de los
tiempos,
oigo claramente las señales
de tu tranquilizadora presencia en mi puerta.
Y cuando te abro
y te acojo como huésped grato en mi casa,
el tiempo que pasamos juntos
me serena.
En tu Mesa, parto contigo
el pan de la ternura y de la fuerza,
el vino de la alegría y del sacrificio,
la palabra de la sabiduría y de la
promesa,
la plegaria de acción de gracias
y del abandono en las manos del Padre,
y regreso al afán de vivir
con paz indiscutible.
El tiempo que he pasado contigo,
tanto si comemos como si bebemos,
se sustrae a la muerte.
Ahora, aunque sea ella la que llamase,
yo sé que serás Tú quien entre:
el tiempo de la muerte ha terminado.
Tenemos todo el tiempo que queramos
para explorar, danzando,
las iridiscentes huellas de la Sabiduría
de los mundos,
e infinitas miradas de entendimiento
para saborear su Belleza.
Card. Carlo
Maria Martini
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