PALABRA DE VIDA abril 2022
«Id por todo el mundo
y proclamad la Buena Nueva a toda la creación»
(Mc 16, 15)
El Evangelio de Marcos reserva las últimas palabras de Jesús Resucitado a
una única aparición de Él a los apóstoles.
Estos están sentados a la mesa, como los habíamos visto a menudo con Jesús
ya desde antes de su pasión y muerte, pero esta vez la pequeña comunidad está
marcada por el fracaso: han quedado once en lugar de los doce que Jesús había
escogido, y en el momento de la cruz alguno de los presentes lo había
negado y muchos habían huido.
En este último
y decisivo encuentro, el Resucitado los reprende por haber cerrado el corazón a
las palabras de quienes habían dado testimonio de la resurrección (cf. Mc
16, 9-13), pero
al mismo tiempo confirma su elección: a pesar de que son frágiles,
les encomienda precisamente a ellos que anuncien el Evangelio, esa Buena
Noticia que es Él mismo, con su vida y sus palabras.
Después de este solemne discurso, el Resucitado vuelve al Padre, pero al
mismo tiempo «permanece» con sus discípulos y les confirma sus palabras con
signos prodigiosos.
«Id por todo el
mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación».
Así pues, la
comunidad que Jesús envía a continuar su misión no es un grupo de personas
perfectas, sino más bien llamadas ante todo
a «estar»
con Él (cf. Mc 3, 14-15),
a experimentar
su presencia y su amor paciente y
misericordioso. Luego, solo en virtud de esta experiencia, los envía a «proclamar a
toda la creación» esta cercanía de Dios.
Y está claro que el éxito de la misión no depende de sus capacidades
personales, sino de la presencia del Resucitado, que él mismo encomienda a sus
discípulos y a la comunidad de los creyentes, en la cual crece el Evangelio en la medida en que es
vivido y anunciado[1].
Por tanto, lo que podemos hacer nosotros como cristianos es gritar el amor
de Dios con nuestra vida y con nuestras palabras, saliendo de nosotros mismos
con valentía y generosidad, para ofrecer a todos con delicadeza y respeto los tesoros del
Resucitado, que abren los corazones a la esperanza.
«Id por todo el
mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación».
Se trata de dar
siempre testimonio de Jesús y nunca de nosotros mismos; incluso de «negarnos» a nosotros mismos, de «menguar»
para que Él crezca. Hay que hacer sitio en nosotros a la fuerza de
su Espíritu, que empuja a la fraternidad: «[…] Debo seguir al Espíritu Santo,
el cual, cada
vez que me encuentro con un hermano o hermana, me pone en actitud de
“hacerme
uno” con él o con ella, de servirles con perfección; me da la fuerza de
amarlos si son en cierto modo enemigos; me llena el corazón de misericordia
para saber perdonar y poder entender sus necesidades; me lleva a comunicar con
diligencia, cuando llega el momento, las cosas más bellas de mi alma.
A través de mi amor se revela y se transmite el amor de Jesús. […] Con este y por
este amor de Dios en el corazón podemos
llegar lejos y hacer
partícipes de nuestro descubrimiento a muchas otras personas […]
hasta que el otro, dulcemente herido por el amor de Dios en nosotros, quiera
“hacerse uno” con nosotros, en un intercambio recíproco de ayudas, ideales,
proyectos y afectos. Solo entonces podremos dar la palabra, y será un don, en
la reciprocidad del amor»[2].
«Id por todo el
mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación».
«A toda la creación»: es una perspectiva que nos hace conscientes de
nuestra pertenencia
al gran mosaico de la creación y
de la cual somos especialmente sensibles hoy. En este nuevo camino de la
humanidad, los jóvenes son en muchos casos una punta de lanza; siguiendo el
estilo del Evangelio, confirman con los hechos lo que anuncian con palabras.
Robert, de Nueva Zelanda,
comparte su experiencia en la web[3]: «Una
actividad en curso en nuestro territorio apoya la recuperación del puerto de
Porirua, en la parte meridional de la región de Wellington, en Nueva Zelanda.
Esta iniciativa ha implicado a las autoridades locales, la comunidad católica
maorí y la tribu local. Nuestro objetivo es apoyar a esta tribu en su deseo de
liderar la recuperación del puerto, asegurar que las aguas discurran limpias y
permitir la recogida de moluscos y la pesca habitual sin miedo a la
contaminación. Estas iniciativas han tenido éxito y han creado un nuevo
espíritu comunitario.
El desafío es evitar que se quede en algo pasajero y mantener un plan a
largo plazo que preste ayuda y apoyo y marque la diferencia sobre el terreno».
LETIZIA MAGRI
[1] Cf. Concilio Vaticano II,
constitución dogmática Dei Verbum sobre la Divina Revelación, 8.
[2] C. Lubich, Palabra de vida, junio de 2003: Ciudad Nueva 399 (6/2003), pp.
24-25.
[3] El texto íntegro de esta y otras experiencias está en varios idiomas en:
http://www.unitedproject.org/workshop.
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