Comienza el último mes del año
litúrgico, durante el cual, consideramos con fe y sin temor, con esperanza y
respeto, las realidades que nos esperan al final: todos tenemos que morir, nos
espera la misericordia de Dios que es Amor, seremos juzgados no por lo que
tenemos sino por el amor que hayamos vivido en cada cosa, nos espera la dicha
infinita del cielo si hemos vivido aquí “como” y “con” Aquel que más nos
quiere, rezamos con fe y esperanza por aquellos que nos han precedido y quizá
no hayan vivido en la plenitud que sólo Dios ofrece… Y todo ello nos anima a
estar siempre preparados, pues nos espera el cielo (cuya fiesta celebramos el
día 1): el gozo infinito de estar en Dios con aquellos, los santos, que han
sido su reflejo aquí con su modo de obrar.
Nos ayudará,
pues, como cada mes, la Palabra de Vida:
PALABRA DE VIDA noviembre 2016
«Todo lo puedo en Aquel que me conforta»
(Flp 4, 13)
Hay momentos en que nos sentimos
contentos, llenos de fuerza, y todo parece fácil y ligero. Otras veces nos
asaltan dificultades que amargan nuestros días. Pueden ser los pequeños fallos
al amar a las personas que tenemos al lado, la incapacidad de compartir con otros
nuestro ideal de vida. O sobreviene una enfermedad, apuros económicos,
desilusiones familiares, dudas y tribulaciones interiores, la pérdida del
trabajo, situaciones de guerra…, situaciones que nos abruman y parecen no tener
salida. Lo
que más nos pesa en estas circunstancias es sentirnos obligados a afrontar solos
las pruebas de la vida, sin el apoyo de alguien capaz de prestarnos
una ayuda decisiva.
Pocas personas como el apóstol
Pablo han vivido con tanta
intensidad alegrías y dolores, éxitos e incomprensiones. Pero él supo perseguir
con valentía su misión sin caer en el desánimo. ¿Era un superhéroe?
No, se
sentía débil, frágil e inepto, pero poseía un secreto, y así se lo
comunica a sus amigos de Filipo: «Todo lo puedo en
Aquel que me conforta». Había descubierto en su vida la
presencia constante de Jesús. Incluso cuando todos lo abandonan, Pablo nunca se
siente solo: Jesús permanece cerca de él. Y Él era quien le daba
seguridad y lo empujaba a seguir adelante, a afrontar cualquier adversidad. Jesús había
entrado plenamente en su vida y se había convertido en su fuerza.
El secreto de Pablo puede ser
también el nuestro. Todo lo puedo cuando, incluso en medio del sufrimiento,
reconozco y acojo la cercanía misteriosa de Jesús, que se identifica
con ese dolor y carga con él. Todo lo puedo cuando vivo en comunión de amor con otros,
porque entonces Él viene en medio de
nosotros, tal como prometió (cf. Mt
18, 20) y me siento sostenido por la fuerza de la unidad. Todo lo puedo cuando acojo y
pongo en práctica las palabras del Evangelio, pues me hacen atisbar el camino que estoy llamado a recorrer
día a día, me enseñan cómo vivir, me dan confianza.
Tendré la fuerza para afrontar no
solo mis pruebas personales o las de mi familia, sino también las del mundo que
me rodea. Puede
parecer una ingenuidad o una utopía, ¡con lo inmensos que son los problemas de la sociedad y de los pueblos! Y sin embargo, todo lo podemos
con la presencia del Omnipotente; todo y solo el bien que Él, con su amor misericordioso, ha
pensado para mí y para los demás a través de mí. Y si no se realiza
inmediatamente, podemos seguir creyendo con esperanza en el proyecto de amor de
Dios, que abraza la eternidad y se cumplirá de todos modos.
Bastará con trabajar «entre dos»,
como enseñaba Chiara Lubich: «Yo no puedo
hacer nada en ese caso,
por esa persona querida en peligro o enferma, por esa circunstancia
intrincada... Pues bien, haré lo que Dios quiere de mí en este momento:
estudiar bien, barrer bien, rezar bien, atender bien a mis niños… Y Dios se
encargará de desenredar esa madeja, de consolar a quien sufre, de
resolver ese imprevisto. Es un trabajo entre dos, en perfecta comunión,
que requiere
de nosotros una fe grande en el amor de Dios por sus hijos y, por
nuestro modo de actuar, le da al mismo Dios la posibilidad de tener confianza
en nosotros. Esta confianza recíproca obra milagros. Se verá que, donde no
llegamos nosotros, llega verdaderamente Otro que actúa inmensamente mejor que
nosotros».
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