AGRADECIMIENTO DEL PAPA
Ayer, Miércoles de Ceniza, en la Audiencia general
Queridos hermanos y hermanas:Como sabéis, – gracias por vuestra simpatía –, he decidido renunciar al ministerio que el Señor me ha confiado el 19 de abril de 2005. Lo he hecho con plena libertad por el bien de la Iglesia, tras haber orado durante mucho tiempo y haber examinado mi conciencia ante Dios, muy consciente de la importancia de este acto, pero consciente al mismo tiempo de no estar ya en condiciones de desempeñar el ministerio petrino con la fuerza que éste requiere.
Me sostiene y me ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo, que no dejará de guiarla y cuidarla.
Agradezco a todos el amor y la plegaria con que me habéis acompañado. Gracias. En estos días nada fáciles para mí, he sentido casi físicamente la fuerza que me da la oración, el amor de la Iglesia, vuestra oración.
Seguid rezando por mí, por la Iglesia, por el próximo Papa. El Señor nos guiará.
N.B.:
Te recomiendo
el texto completo de esa mañana, (de la preciosa catequesis sobre la Cuaresma,
de momento sólo está traducido el resumen):
Te recomiendo igualmente
la preciosa homilía de ayer en la Misa del miércoles de ceniza:
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Basílica Vaticana
Miércoles de Ceniza, 13 de febrero de 2013
Basílica Vaticana
Miércoles de Ceniza, 13 de febrero de 2013
[Vídeo]
Hoy, Miércoles de Ceniza,
comenzamos un nuevo camino cuaresmal, un camino que se extiende durante
cuarenta días y nos
conduce al gozo de la Pascua del Señor, a la victoria de la vida
sobre la muerte. (…) Esta tarde somos un gran número en torno a la tumba del
apóstol Pedro, para pedirle también su intercesión para el camino de la Iglesia en este momento
particular, renovando nuestra fe en el Supremo Pastor, Cristo el
Señor. Para mí, es una ocasión propicia para agradecer a todos, especialmente
a los fieles de la Diócesis de Roma, al disponerme a concluir el ministerio
petrino, y para pedir un recuerdo particular en la oración.
Las lecturas que
han sido proclamadas nos ofrecen algunos puntos que, con la gracia de Dios,
estamos llamados a convertirlos en actitudes y comportamientos concretos en
esta cuaresma. La Iglesia nos propone de nuevo, en primer lugar, la vehemente
llamada que el profeta Joel dirige al pueblo de Israel: «Así dice el Señor: convertíos
a mí de todo corazón con
ayuno, con llanto, con luto» (2, 12). Hay que subrayar la expresión «de
todo corazón», que significa desde el centro de nuestros pensamientos y
sentimientos, desde
la raíz de nuestras decisiones, elecciones y acciones, con un gesto de total y
radical libertad. ¿Pero, es posible este retorno a Dios? Sí, porque
existe una fuerza que no reside en nuestro corazón, sino que brota del mismo
corazón de Dios. Es la fuerza de su misericordia.
Continúa el
profeta: «Convertíos al Señor, Dios
vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en
piedad; y se arrepiente de las amenazas» (v. 13). El retorno al Señor es posible por la
‘gracia’, porque es obra de Dios y fruto de la fe que ponemos en su
misericordia. Este volver a Dios solamente llega a ser una realidad concreta en
nuestra vida cuando la gracia del Señor penetra en nuestro interior y lo
remueve dándonos la fuerza de «rasgar el corazón». Una vez más, el profeta nos
transmite de parte de Dios estas palabras: «Rasgad
los corazones y no las vestiduras» (v. 13). En efecto, también hoy muchos están dispuestos a
«rasgarse las vestiduras» ante escándalos e injusticias, -cometidos
naturalmente por otros-, pero pocos parecen dispuestos a obrar sobre el propio
«corazón», sobre la propia conciencia y las intenciones, dejando que el Señor
transforme, renueve y convierta.
Aquel
«convertíos a mí de todo corazón», es además una llamada que no solo se dirige al individuo,
sino también a la comunidad. Hemos escuchado en la primera lectura:
«Tocad la trompeta en Sión, proclamad el
ayuno, convocad la reunión. Congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid
a los ancianos. Congregad a muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la
alcoba, la esposa del tálamo» (vv. 15-16). La dimensión
comunitaria es un elemento esencial en la fe y en la vida cristiana.
Cristo ha venido «para reunir a los hijos de Dios dispersos» (Jn 11, 52).
El
“nosotros” de la Iglesia es la comunidad en la que Jesús nos reúne
(cf. Jn 12, 32): la fe es necesariamente eclesial. Y esto es
importante recordarlo y vivirlo en este tiempo de cuaresma: que cada uno sea
consciente de que el camino penitencial no se afronta en solitario, sino junto a
tantos hermanos y hermanas, en la Iglesia.
El profeta, por
último, se detiene sobre la oración de los sacerdotes, los cuales, con los ojos
llenos de lágrimas, se dirigen a Dios diciendo: «No entregues tu heredad al oprobio, no la dominen los gentiles; no se
diga entre las naciones: ¿Dónde está su Dios?» (v.17). Esta oración nos
hace reflexionar sobre la importancia del testimonio de fe y vida cristiana de cada
uno de nosotros y de nuestras comunidades para mostrar el rostro de la Iglesia
y de cómo en ocasiones este rostro es desfigurado. Pienso, en particular, en las culpas
contra la unidad de la Iglesia, en las divisiones en el cuerpo eclesial.
Vivir la cuaresma
en una más intensa y evidente comunión eclesial, superando individualismos y
rivalidades, es un signo humilde y precioso para los que están lejos
de la fe o son indiferentes.
«Ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación» (2 Cor
6, 2). Las palabras del apóstol Pablo a los cristianos de Corinto resuenan
también para nosotros con una urgencia que no admite abandonos o apatías. El
término «ahora», que se repite varias veces, nos indica que no se puede
desperdiciar este momento, que se nos ofrece como una ocasión única e
irrepetible. Y la mirada del Apóstol se centra sobre la forma en que
Cristo ha querido caracterizar su existencia como un compartir, asumiendo todo
lo humano hasta el punto de cargar con el pecado de los hombres. La frase de
san Pablo es muy fuerte: «Dios lo hizo
expiación por nuestro pecado». Jesús, el inocente, el Santo, «que no había
pecado» (2 Cor 5, 21), cargó con el peso del pecado compartiendo con la
humanidad la consecuencia de la muerte y de una muerte de cruz. La reconciliación
que se nos ofrece ha tenido un altísimo precio, el de la cruz
levantada en el Gólgota, donde fue colgado el Hijo de Dios hecho hombre. En este
descenso de Dios en el sufrimiento humano y en el abismo del mal está la raíz
de nuestra justificación. El «retornar a Dios con todo el corazón»
de nuestro
camino cuaresmal pasa a través de la cruz, del seguir a Cristo por
el camino que conduce al Calvario, al don total de sí. Es un camino por el que
cada día aprendemos a salir cada vez más de nuestro egoísmo y de nuestra
cerrazón, para acoger a Dios que abre y transforma el corazón. Y san
Pablo nos recuerda que el anuncio de la Cruz resuena gracias a la predicación
de la Palabra, de la que el mismo Apóstol es embajador; un llamamiento a que este camino cuaresmal se
caracterice por una escucha más atenta y asidua de la Palabra de Dios, luz que
ilumina nuestros pasos.
En el texto del
Evangelio de Mateo, que pertenece al denominado Sermón de la Montaña, Jesús se refiere a tres prácticas
fundamentales previstas por la ley mosaica: la limosna, la oración y el ayuno;
son también indicaciones tradicionales en el camino cuaresmal para responder a
la invitación de «retornar a Dios con todo el corazón». Pero lo que Jesús
subraya es que lo
que caracteriza la autenticidad de todo gesto religioso es la calidad y la
verdad de la relación con Dios. Por esto denuncia la hipocresía religiosa,
el comportamiento que quiere aparentar, las actitudes que buscan el aplauso y la aprobación.
El verdadero discípulo
no sirve a sí mismo o al “público”, sino a su Señor, en la sencillez y en la
generosidad: «Y tu Padre, que
ve en lo escondido, te recompensará» (Mt 6, 4.6.18). Nuestro testimonio, entonces, será
más eficaz cuanto menos busquemos nuestra propia gloria y seamos conscientes de
que la
recompensa del justo es Dios mismo, el estar unidos a Él, aquí
abajo, en el camino de la fe, y al final de la vida, en la paz y en la luz del
encuentro cara a cara con Él para siempre (cf. 1 Cor 13, 12).
Queridos
hermanos y hermanas, iniciamos confiados y alegres el itinerario cuaresmal.
Escuchemos con atención la invitación a la conversión, a «retornar a Dios
con todo el corazón», acogiendo su gracia que nos hace hombres nuevos, con
aquella sorprendente novedad que es participación en la vida misma de Jesús. Que
ninguno de nosotros sea sordo a esta llamada, que nos viene también del austero
rito, tan simple y al mismo tiempo tan sugerente, de la imposición de la
ceniza, que dentro de poco realizaremos. Que nos acompañe en este tiempo la Virgen María,
Madre de la Iglesia y modelo de todo auténtico discípulo del Señor.
Amén.
© Copyright 2013 - Libreria Editrice Vaticana
Es preciosa la homilía. ¡Es un canto del corazón!
ResponderEliminarAdemás de ser una gran luz para todos los católicos, quizás también nos ayuda a nosotros en particular por el camino que estamos haciendo. Al mismo tiempo, nos ayuda a vivir y pedir con mayor conciencia por Benedicto XVI y pedir una gran efusión de Espíritu Santo para el próximo cónclave.
Yo no soy canonista ni conozco esas Constituciones que algunos citan para negar la posibilidad de la renuncia. Me ha parecido un acto de responsabilidad, de seriedad y de profundo compromiso con el ejercicio de su ministerio. No sólo se cumple ejerciendo sino también dejando de hacerlo cuando no se está en condiciones. Dado el nivel intelectual y la profunda espiritualidad del Papa saliente, creo sin duda que lo que ha hecho es lo mejor. Por ese motivo me sorprenden las manifestaciones de “pena”, “tristeza”, “desolación” y similares que escucho alrededor. Deberíamos estar contentos de haber tenido al mando a alguien que sabemos que, hasta el final, ha sido capaz de adoptar las decisiones más acertadas.
ResponderEliminarValdrían como buen comentario las acertadas palabras que al final de esa Misa el Card. Bertone dirigió al Papa:
ResponderEliminar"Beatísimo Padre:
Con sentimientos de gran conmoción y de profundo respeto no sólo la Iglesia, sino todo el mundo, han recibido la noticia de su decisión de renunciar al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor del Apóstol Pedro.
No seríamos sinceros, Santidad, si no le dijéramos que esta tarde hay un velo de tristeza en nuestro corazón. En estos años, su Magisterio ha sido una ventana abierta sobre la Iglesia y sobre el mundo, que ha hecho filtrar los rayos de la verdad y del amor de Dios, para dar luz y calor a nuestro camino, también y, sobre todo, en los momentos en que las nubes se adensan en el cielo.
Todos nosotros hemos comprendido que precisamente el amor profundo que Su Santidad tiene por Dios y por la Iglesia lo ha impulsado a este acto, revelando esa pureza de ánimo, esa fe robusta y exigente, esa fuerza de la humildad y de la mansedumbre, junto a un gran valor, que han caracterizado cada paso de su vida y de su ministerio, y que pueden venir solamente del estar con Dios, del estar ante la luz de la Palabra de Dios, del subir continuamente la montaña del encuentro con Él para volver a descender después a la Ciudad de los hombres.
Santo Padre, hace pocos días con los Seminaristas de su diócesis de Roma, Usted ha dicho que siendo cristianos sabemos que el futuro es nuestro, el futuro es de Dios, que el árbol de la Iglesia crece siempre de nuevo. La Iglesia se renueva siempre, renace siempre. Servir a la Iglesia con la firme convicción de que no es nuestra, sino de Dios, que no somos nosotros quienes la construimos, sino que es Él; poder decir con verdad: “Somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lc 17, 10), confiando totalmente en el Señor, es una gran enseñanza que Usted, también con esta decisión sufrida, nos dona, no sólo a nosotros, Pastores de la Iglesia, sino al entero Pueblo de Dios.
La Eucaristía es un dar gracias a Dios. Esta tarde nosotros queremos dar gracias al Señor por el camino que toda la Iglesia ha hecho bajo la guía de Su Santidad y queremos decirle desde lo más íntimo de nuestro corazón, con gran afecto, conmoción y admiración: gracias por habernos dado el luminoso ejemplo de sencillo y humilde trabajador en la viña del Señor, pero de un trabajador que ha sabido realizar en todo momento lo que es más importante: llevar a Dios a los hombres y llevar los hombres a Dios. Gracias"
No obstante cualquiera que haya sido el motivo real, solo se puede entender en razón de que los caminos del Señor no son nuestros caminos, ni sus tiempos son nuestros tiempos y por lo tanto lo único que debemos hacer es darle gracias por el tiempo que nos ha hecho disfrutar del Papa y confiar en que Él en su Provincia ha tenido que "pensar" que el que venga detrás será el más adecuado para Sus planes y que el tiempo del relevo es precisamente ahora.
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