PALABRA DE
VIDA
julio 2014
«Os digo, además, que
si dos de vosotros se ponen de acuerdo
en la tierra
para pedir algo,
se lo dará mi Padre que está en el
cielo.
Porque donde dos o tres están reunidos
en mi nombre,
allí estoy Yo en medio de ellos»
(Mt 18, 19-20)
Esta es, a mi juicio,
una de esas palabras de Jesús que estremecen el
corazón. ¡Cuántas necesidades en la vida, cuántos deseos lícitos y
buenos que no sabes cómo satisfacer, que no puedes saciar! Estás profundamente
convencido de que solo una
intervención de lo alto –una gracia del cielo–
podría concederte lo que anhelas con todo tu ser. Y entonces oyes repetir de la
boca de Jesús, con espléndida claridad, con una
certeza inquebrantable, llena de esperanza y de promesa, esta
palabra:
«Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de
acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo.
Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos».
Habrás leído en el
Evangelio que Jesús recomienda en varias ocasiones la oración y enseña a
obtener. Pero esta oración en la que nos fijamos hoy es realmente original,
pues para poder obtener una respuesta del cielo,
exige varias personas,
una comunidad.
Dice: «Si dos de vosotros». Dos. Es el número más pequeño para formar una
comunidad. O sea, que a Jesús no le importa el número sino la pluralidad de los
creyentes.
Como sabrás, también
en el judaísmo es sabido que Dios aprecia la
oración de la colectividad. Pero Jesús dice algo nuevo: «Si dos de
vosotros se ponen de acuerdo». Quiere
varias personas, pero las quiere unidas,
pone el acento en su unanimidad:
quiere que formen una sola voz.
Deben ponerse de acuerdo sobre qué
pedir, ciertamente; pero esta petición debe apoyarse sobre todo en una concordancia
de los corazones. Lo que Jesús afirma, en realidad, es que la condición para obtener lo que se pide es el amor
recíproco entre las personas.
«Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de
acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo.
Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos».
Te podrás preguntar:
«Pero ¿por qué las oraciones hechas en unidad
tienen mayor efecto ante el Padre?»
Quizá el motivo sea
que están más purificadas. Pues ¿a
qué se reduce en
muchos casos la oración sino a una serie de requerimientos
egoístas que recuerdan a mendigos ante un rey más que a hijos ante un padre?
En cambio, lo que se
pide junto con los demás está ciertamente menos contaminado por un interés
personal. En contacto con los demás uno es más propenso a oír también las necesidades de ellos y a compartirlas.
No solo eso, sino que
es más fácil que dos o tres personas comprendan
mejor qué pedirle al Padre.
Así pues, si queremos
que nuestra oración sea atendida, es mejor atenernos exactamente a lo que Jesús
dice, o sea:
«Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de
acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo.
Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos».
El propio Jesús nos
dice dónde radica el secreto de la eficacia
de esta oración: este radica enteramente en el «reunidos en mi nombre». Cuando
estamos así unidos, entre nosotros está su
presencia, y todo lo que pedimos con Él es más fácil de obtener.
Pues es Jesús mismo, presente donde
el amor recíproco une los corazones, quien pide
con nosotros los favores a su Padre.
Y ¿puedes imaginarte que el Padre no escuche a Jesús? El Padre y Cristo son un
todo.
¿No te parece
espléndido todo esto? ¿No te da certeza? ¿No te da confianza?
«Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de
acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo.
Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos».
Ahora seguramente te
interesará saber qué quiere Jesús que pidas.
Él mismo lo dice claramente: «cualquier cosa». O sea, que no hay
ningún límite.
Pues entonces, incluye esta oración en el programa de tu vida.
Puede que tu
familia, tú mismo, tus amigos, las asociaciones de las que formas
parte, tu patria o el mundo que te rodea
carezcan de innumerables ayudas porque tú no las has pedido.
Ponte de acuerdo con tus allegados, con
quienes te comprenden o comparten tus ideales, y,
una vez dispuestos a amaros como manda el Evangelio, tan unidos como para
merecer la presencia de Jesús entre vosotros, pedid. Y pedid lo más
que podáis: pedid durante la asamblea litúrgica; pedid en la iglesia; pedid en
cualquier lugar; pedid antes de tomar decisiones; pedid cualquier cosa.
Y sobre todo no
dejéis que Jesús quede defraudado por vuestra negligencia después de haberos
dado tantas posibilidades.
La gente sonreirá
más; los enfermos tendrán esperanza; los niños crecerán más protegidos y los
hogares familiares más armoniosos; se podrán afrontar los grandes problemas en
la intimidad de las casas… Y os ganaréis el Paraíso, porque orar por las necesidades de los vivos y de los difuntos
es además una de esas obras de
misericordia que se nos pedirán en el examen final.
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