jueves, 28 de febrero de 2013

Agradecimiento de Benedicto XVI

TRADUCCIÓN DE LAS PALABRAS DEL PAPA AYER EN SAN PEDRO
Aquí tienes ya completo todo lo que dijo el miércoles en su última audiencia general

BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles 27 de febrero de 2013

Venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado,
distinguidas autoridades,
queridos hermanos y hermanas:

Os doy las gracias por haber venido, y tan numerosos, a ésta que es mi última audiencia general.
Gracias de corazón. Estoy verdaderamente conmovido y veo que la Iglesia está viva. Y pienso que debemos también dar gracias al Creador por el buen tiempo que nos regala ahora, todavía en invierno.
Como el apóstol Pablo en el texto bíblico que hemos escuchado, también yo siento en mi corazón que debo dar gracias sobre todo a Dios, que guía y hace crecer a la Iglesia, que siembra su Palabra y alimenta así la fe en su Pueblo. En este momento, mi alma se ensancha y abraza a toda la Iglesia esparcida por el mundo; y doy gracias a Dios por las “noticias” que en estos años de ministerio petrino he recibido sobre la fe en el Señor Jesucristo, y sobre la caridad que circula realmente en el Cuerpo de la Iglesia, y que lo hace vivir en el amor, y sobre la esperanza que nos abre y nos orienta hacia la vida en plenitud, hacia la patria celestial.
Siento que llevo a todos en la oración, en un presente que es el de Dios, donde recojo cada encuentro, cada viaje, cada visita pastoral. Recojo todo y a todos en la oración para encomendarlos al Señor, para que tengamos pleno conocimiento de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual, y para que podamos comportarnos de manera digna de Él, de su amor, fructificando en toda obra buena (cf. Col 1, 9-10).
En este momento, tengo una gran confianza, porque sé, sabemos todos, que la Palabra de verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida. El Evangelio purifica y renueva, da fruto, dondequiera que la comunidad de los creyentes lo escucha y acoge la gracia de Dios en la verdad y en la caridad. Ésta es mi confianza, ésta es mi alegría.
Cuando el 19 de abril de hace casi ocho años acepté asumir el ministerio petrino, tuve esta firme certeza que siempre me ha acompañado: la certeza de la vida de la Iglesia por la Palabra de Dios. En aquel momento, como ya he expresado varias veces, las palabras que resonaron en mi corazón fueron: Señor, ¿por qué me pides esto y qué me pides? Es un peso grande el que pones en mis hombros, pero si Tú me lo pides, por tu palabra echaré las redes, seguro de que Tú me guiarás, también con todas mis debilidades. Y ocho años después puedo decir que el Señor realmente me ha guiado, ha estado cerca de mí, he podido percibir cotidianamente su presencia. Ha sido un trecho del camino de la Iglesia, que ha tenido momentos de alegría y de luz, pero también momentos no fáciles; me he sentido como San Pedro con los apóstoles en la barca en el lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa suave, días en los que la pesca ha sido abundante; ha habido también momentos en los que las aguas se agitaban y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero siempre supe que en esa barca estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se hunda; es Él quien la conduce, ciertamente también a través de los hombres que ha elegido, pues así lo ha querido. Ésta ha sido y es una certeza que nada puede empañar. Y por eso hoy mi corazón está lleno de gratitud a Dios, porque jamás ha dejado que falte a toda la Iglesia y tampoco a mí su consuelo, su luz, su amor.
Estamos en el Año de la fe, que he proclamado para fortalecer precisamente nuestra fe en Dios en un contexto que parece rebajarlo cada vez más a un segundo plano. Desearía invitaros a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarnos como niños en los brazos de Dios, seguros de que esos brazos nos sostienen siempre y son los que nos permiten caminar cada día, también en la dificultad. Me gustaría que cada uno se sintiera amado por ese Dios que ha dado a su Hijo por nosotros y que nos ha mostrado su amor sin límites. Quisiera que cada uno de vosotros sintiera la alegría de ser cristiano. En una bella oración para recitar a diario por la mañana se dice: “Te adoro, Dios mío, y te amo con todo el corazón. Te doy gracias porque me has creado, hecho cristiano...”. Sí, alegrémonos por el don de la fe; es el bien más precioso, que nadie nos puede arrebatar. Por ello demos gracias al Señor cada día, con la oración y con una vida cristiana coherente. Dios nos ama, pero espera que también nosotros lo amemos.
Pero no es sólo a Dios a quien quiero dar las gracias en este momento. Un Papa no guía él solo la barca de Pedro, aunque sea ésta su principal responsabilidad. Yo nunca me he sentido solo al llevar la alegría y el peso del ministerio petrino; el Señor me ha puesto cerca a muchas personas que, con generosidad y amor a Dios y a la Iglesia, me han ayudado y han estado cerca de mí. Ante todo vosotros, queridos hermanos cardenales: vuestra sabiduría y vuestros consejos, vuestra amistad han sido valiosos para mí; mis colaboradores, empezando por mi Secretario de Estado que me ha acompañado fielmente en estos años; la Secretaría de Estado y toda la Curia Romana, así como todos aquellos que, en distintos ámbitos, prestan su servicio a la Santa Sede. Se trata de muchos rostros que no aparecen, permanecen en la sombra, pero precisamente en el silencio, en la entrega cotidiana, con espíritu de fe y humildad, han sido para mí un apoyo seguro y fiable. Un recuerdo especial a la Iglesia de Roma, mi diócesis. No puedo olvidar a los hermanos en el episcopado y en el presbiterado, a las personas consagradas y a todo el Pueblo de Dios: en las visitas pastorales, en los encuentros, en las audiencias, en los viajes, siempre he percibido gran interés y profundo afecto. Pero también yo os he querido a todos y cada uno, sin distinciones, con esa caridad pastoral que es el corazón de todo Pastor, sobre todo del Obispo de Roma, del Sucesor del Apóstol Pedro. Cada día he llevado a cada uno de vosotros en la oración, con el corazón de padre.
Desearía que mi saludo y mi agradecimiento llegara además a todos: el corazón de un Papa se extiende al mundo entero. Y querría expresar mi gratitud al Cuerpo diplomático ante la Santa Sede, que hace presente a la gran familia de las Naciones. Aquí pienso también en cuantos trabajan por una buena comunicación, y a quienes agradezco su importante servicio.
En este momento, desearía dar las gracias de todo corazón a las numerosas personas de todo el mundo que en las últimas semanas me han enviado signos conmovedores de delicadeza, amistad y oración. Sí, el Papa nunca está solo; ahora lo experimento una vez más de un modo tan grande que toca el corazón. El Papa pertenece a todos y muchísimas personas se sienten muy cerca de él. Es verdad que recibo cartas de los grandes del mundo –de los Jefes de Estado, de los líderes religiosos, de los representantes del mundo de la cultura, etcétera. Pero recibo también muchísimas cartas de personas humildes que me escriben con sencillez desde lo más profundo de su corazón y me hacen sentir su cariño, que nace de estar juntos con Cristo Jesús, en la Iglesia. Estas personas no me escriben como se escribe, por ejemplo, a un príncipe o a un personaje a quien no se conoce. Me escriben como hermanos y hermanas o como hijos e hijas, sintiendo un vínculo familiar muy afectuoso. Aquí se puede tocar con la mano qué es la Iglesia –no una organización, una asociación con fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. Experimentar la Iglesia de este modo, y poder casi llegar a tocar con la mano la fuerza de su verdad y de su amor, es motivo de alegría, en un tiempo en que tantos hablan de su declive. Pero vemos cómo la Iglesia hoy está viva.
En estos últimos meses, he notado que mis fuerzas han disminuido, y he pedido a Dios con insistencia, en la oración, que me iluminara con su luz para tomar la decisión más adecuada no para mi propio bien, sino para el bien de la Iglesia. He dado este paso con plena conciencia de su importancia y también de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el valor de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no el de uno mismo.
Permitidme aquí volver de nuevo al 19 de abril de 2005. La seriedad de la decisión reside precisamente también en el hecho de que a partir de aquel momento me comprometía siempre y para siempre con el Señor. Siempre –quien asume el ministerio petrino ya no tiene ninguna privacidad. Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia. Su vida, por así decirlo, viene despojada de la dimensión privada. He podido experimentar, y lo experimento precisamente ahora, que uno recibe la vida justamente cuando la da. Antes he dicho que muchas personas que aman al Señor aman también al Sucesor de San Pedro y le tienen un gran cariño; que el Papa tiene verdaderamente hermanos y hermanas, hijos e hijas en todo el mundo, y que se siente seguro en el abrazo de vuestra comunión; porque ya no se pertenece a sí mismo, pertenece a todos y todos le pertenecen.
El “siempre” es también un “para siempre” –ya no existe una vuelta a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recepciones, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que permanezco de manera nueva junto al Señor Crucificado. Ya no tengo la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, pero en el servicio de la oración permanezco, por así decirlo, en el recinto de San Pedro. San Benito, cuyo nombre llevo como Papa, me será de gran ejemplo en esto. Él nos mostró el camino hacia una vida que, activa o pasiva, pertenece totalmente a la obra de Dios.
Doy las gracias a todos y cada uno también por el respeto y la comprensión con la que habéis acogido esta decisión tan importante. Continuaré acompañando el camino de la Iglesia con la oración y la reflexión, con la entrega al Señor y a su Esposa, que he tratado de vivir hasta ahora cada día y quisiera vivir siempre. Os pido que me recordéis ante Dios, y sobre todo que recéis por los Cardenales, llamados a una tarea tan relevante, y por el nuevo Sucesor del Apóstol Pedro: que el Señor le acompañe con la luz y la fuerza de su Espíritu.
Invoquemos la intercesión maternal de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, para que nos acompañe a cada uno de nosotros y a toda la comunidad eclesial; a Ella nos encomendamos, con profunda confianza.
Queridos amigos, Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, también y sobre todo en los momentos difíciles. No perdamos nunca esta visión de fe, que es la única visión verdadera del camino de la Iglesia y del mundo. Que en nuestro corazón, en el corazón de cada uno de vosotros, esté siempre la gozosa certeza de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, está cerca de nosotros y nos cubre con su amor. Gracias.
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SALUDO DEL PAPA AYER MIÉRCOLES EN ESPAÑOL 
Esto es lo que dijo en español.
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles 27 de febrero de 2013
[Vídeo] 
Queridos hermanos y hermanas:
Muchas gracias por haber venido a esta última audiencia general de mi pontificado. Asimismo, doy gracias a Dios por sus dones, y también a tantas personas que, con generosidad y amor a la Iglesia, me han ayudado en estos años con espíritu de fe y humildad. Agradezco a todos el respeto y la comprensión con la que han acogido esta decisión importante, que he tomado con plena libertad.
Desde que asumí el ministerio petrino en el nombre del Señor he servido a su Iglesia con la certeza de que es Él quien me ha guiado. Sé también que la barca de la Iglesia es suya, y que Él la conduce por medio de hombres. Mi corazón está colmado de gratitud porque nunca ha faltado a la Iglesia su luz. En este Año de la fe invito a todos a renovar la firme confianza en Dios, con la seguridad de que Él nos sostiene y nos ama, y así todos sientan la alegría de ser cristianos.
* * *
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y de los países latinoamericanos, que hoy han querido acompañarme. Os suplico que os acordéis de mí en vuestra oración y que sigáis pidiendo por los Señores Cardenales, llamados a la delicada tarea de elegir a un nuevo Sucesor en la Cátedra del apóstol Pedro. Imploremos todos la amorosa protección de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia. Muchas gracias. Que Dios os bendiga.
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lunes, 25 de febrero de 2013

LIBERTAD DE LOS CARDENALES 
Comunicado de la Secretaría de Estado de la Santa Sede

“La libertad del Colegio de Cardenales, que tiene la tarea, según establece el derecho, de elegir al Romano Pontífice, siempre ha sido fuertemente defendida por la Santa Sede, como garantía de una decisión que estuviera basada en evaluaciones motivadas únicamente por el bien de la Iglesia.

A través de los siglos, los Cardenales han debido hacer frente a múltiples formas de presión ejercidas sobre los electores individuales y sobre el mismo Colegio y cuyo fin era condicionar su decisiones, doblegándolas a lógicas de tipo político o mundano.

Si en el pasado eran las denominadas potencias, es decir, los Estados los que intentaban hacer valer sus condicionamientos en la elección del Papa, ahora se intenta poner en juego el peso de la opinión pública, a menudo sobre la base de evaluaciones que no reflejan el aspecto típicamente espiritual del momento que la Iglesia está experimentando.

Es deplorable que, a medida que se acerca el inicio del cónclave y los cardenales electores estarán obligados, en conciencia y ante Dios, a expresar con plena libertad su elección, se multiplique la difusión de noticias, a menudo no verificadas o no verificables, o incluso falsas, incluso con graves perjuicios para las personas y las instituciones.

Nunca como en estos momentos, los católicos se centran en lo esencial: rezan por el Papa Benedicto XVI, rezan para que el Espíritu Santo ilumine al Colegio de Cardenales, rezan por el futuro pontífice, confiados en que la suerte de la barca de Pedro está en las manos de Dios”.

domingo, 17 de febrero de 2013

EJERCICIOS ESPIRITUALES CUARESMA 2013 MADRID 
Fin de semana de Ejercicios Espirituales para todo aquel que quiera participar, del 8 al 10 de marzo de 2013 en Las Matas (Madrid), impartidos por sacerdotes diocesanos que viven la Espiritualidad de Comunión del movimiento de los focolares.
    "Ahora es tiempo de gracia, ahora es momento de salvación", dice la liturgia estos días. Benedicto XVI ha comenzado también, hará unas horas, su semana de Ejercicios Espirituales; ha pedido que recemos para que produzcan abundante fruto. Así hacemos. Y también por tantas tandas de Ejercicios que hay en todo el mundo durante los días cuaresmales.
    Aquí tienes la información de los que damos nosotros (para verla mejor haz click sobre la imagen):

 
Suelen venir entre 20 y 40 personas de toda España. Resulta siempre una experiencia preciosa de unión con Dios y de comunión entre todos: toda la gente sale muy contenta de todo lo escuchado y vivido.

viernes, 15 de febrero de 2013

LUZ QUE ILUMINA NUESTROS PASOS

LA PALABRA DE DIOS, LUZ QUE ILUMINA NUESTROS PASOS
VIDA DE LA PALABRA

Alguna de mis EXPERIENCIAS, tratando de vivir la Palabra de vida de febrero (“…habéis pasado de la muerte a la vida porque amáis a los hermanos…”):
1.-     Algunos de los primeros días del mes me encontraba yo como más “apagado”. Me di cuenta que, ¡precisamente!, la PdV era la solución. Así que, sobre todo esta semana he estado atento a muchos detalles: el sábado, por fin me pude sentar a leer en profundidad en casa… y… oí que la lavadora había acabado; aunque no me tocaba” a mí, fui a tender la ropa. Esta semana, varias mañanas, aunque voy siempre con el tiempo justo, al encontrarme vasos y tazas en el fregadero, los lavaba. El lunes me puse a limpiar el servicio de la planta principal, aunque no preveíamos visitas. Anoche estaban viendo un partido: les llevé allí la cena (a uno, "forofo" de un equipo, incluso en platito con su escudo). Etc. Muchas ocasiones también se me habrán “escapado” cada día, (¡seguro!, por desgracia) y habrán tenido que ser pacientes conmigo y perdonarme, ¡pero me fío de ese amor de los hermanos!
            ¡De verdad: se pasa de "muerte" a Vida (alegría, paz…) si se ama concretamente!

2.-     El anuncio de Benedicto XVI de su renuncia al ministerio petrino el día 28 al principio me produjo como una congoja interior, como sensación de orfandad: se me venían casi lágrimas, mezcla de gratitud y de desconcierto, de pérdida recordando sus magníficas homilías, discursos, mensajes…: sencillísimos, pero profundos (sólo uno que interioriza, que es santo, puede conjugar ambas cosas con belleza literaria); auténticamente sabio. Un continuador de los Padres de la Iglesia (escritores cristianos de los primeros 7 siglos que unían en sí santidad de vida, ortodoxia y profundidad en la doctrina y pastoreo cercano de la gente).
            Meditándolo luego, me di cuenta de la humildad y la grandeza de ese gesto. Juan Pablo II por amor a Dios y a la Iglesia, aguantó hasta el último aliento (y el Card. Ratzinger vio cómo). Benedicto XVI por amor a Dios y a la Iglesia renuncia al mismo cargo. Mismo amor: cumplir la Voluntad de Dios. Personas distintas, circunstancias y tiempos diversos. El Espíritu Santo guía a uno y otro y ahora guiará a la Iglesia en los días de sede vacante y de cónclave. Casi como eco de Jesús en la Última Cena: "conviene que yo me vaya… vendrá a vosotros otro Defensor, el Espíritu de la verdad".
            El martes, el Evangelio pedía no aferrarse a "tradiciones humanas" para no olvidar "el mandamiento de Dios"; y la primera lectura (relato de la Creación), con los 6 días en que Dios hizo todo "bueno" y al séptimo descansó, enseña a los hombres que hay que trabajar por amor a Dios y hay que descansar por amor a Dios: teología del trabajo, pero también teología del descanso. Hace 8 años renunció a su proyectado retiro en su Baviera natal para leer, estudiar y escribir. Estos 8 años ha guiado y servido, poniéndose "a tiro" para neutralizar él mismo tantas insidias contra la fe y la Iglesia. Ahora, después de haberse ganado a pulso el cariño, el afecto y la admiración hasta de los jóvenes, y hasta de muchos no creyentes, se retira del cargo que tan bien ha desempeñado dejando, como siempre, la Iglesia en manos de su Pastor, Cristo el Señor.

De ente todas las que me habéis mandado, he aquí alguna de vuestras EXPERIENCIAS habiendo puesto en práctica en cosas concretas y cotidianas la Palabra de vida de febrero (“…habéis pasado de la muerte a la vida porque amáis a los hermanos…”) y la de enero ("...misericordia quiero, no sacrificios"):
1.-        “… en una reunión, formamos pequeños grupos en los que se presentan impresiones sobre el tema discutido. En un momento, alguien en el grupo bajó su tono de voz y le pedí que hablara más fuerte porque no oigo bien. Así hizo. Luego hablaron otros, pero uno, muy flojo. Alguien le recordó que hablara más alto porque yo no puedo escuchar muy bien. Me quedé agradablemente sorprendido. Me gustó su gesto y le doy las gracias por ello.
Vi que otra persona no decía nada. Le pregunté y ella habló algo una vez, dos veces... Tal vez porque yo fui demasiado insistente. Me dijeron que es bueno el respeto. Cada uno puede tener preocupaciones, pensamientos, problemas. Me di cuenta de que no siempre están bien preparados y que el otro tiene derecho a que se respete su silencio. He aprendido y por ello doy las gracias a esa persona.
¿Cuáles fueron las consecuencias? Cuando llegué a casa mantuve conversaciones agradables con mi esposa y luego tuvimos la paciencia para que me contara una película. Y pensé en lo importante de los gestos pequeños: un gesto de amor se multiplica…

2.-     "…la PdV de este mes es muy interpeladora: amar a nuestros hermanos es signo de nuestra nueva vida, una vida en Cristo. Yo tengo una experiencia vivida durante un sábado: le pedí al Señor que me permitiera encontrarme con mi "hermano", con el que sufre, con el que no cuenta, con el "paria"; y durante toda la jornada me concedió la gracia de que fuera así: en el autobús me senté junto con un mendigo, en la calle me crucé con varios, en Misa se sentó a mi lado uno y no dejó de hablar y de moverse (estaba bebido, el pobre). Fue uno de mis mejores días: poder cruzarme tantas veces con Jesús. Experimenté en mi propia carne lo que es pasar de la muerte a la vida amando a nuestros hermanos, ¡qué afortunado soy!..."

3.-     “una experiencia bastante fuerte. Últimamente me pasa que rezo por una persona de la cual nos preguntamos por qué no viene ya por la parroquia, o cómo lo estará pasando...  Pues bien, el viernes me encontré con un pobre bien lejos de mi barrio, lo escuché y me contó toda su historia; no le di dinero como pedía él, pero le dije que rezaría por él (no como para "quitarme el muerto de encima", sino porque veía que era lo correcto; se lo dije con amor). Y así lo hice. Cuál fue mi sorpresa cuando al día siguiente aparece por la parroquia: había estado andando sin rumbo, vio la cruz y entró. Con la boca abierta por cómo hace las cosas Dios, me puse a poner en práctica la PdV escuchándole, amándole. Le escuché con alegría, le invité a un café, y -a pesar de no haberle dado dinero- nos despedimos quedando como amigos. Quería no sólo pasar yo de la muerte a la vida, sino que también lo hiciera él…

4.-     “…he llegado a un punto en mi vida en que tuve la oportunidad y el derecho de jubilarme. Yo podría hacerlo. Pero después de mucha agitación y oración, ahora veía que Dios tenía otro plan preparado para mí, esperando que dijese que ''sí'' para otras misiones que me quieren confiar y en las que voy a tener que poner en juego todas mis capacidades. Como nos recuerda la Palabra de Vida de este mes, Jesús me quiere introducir en la aventura del amor cristiano, para pasar de la muerte espiritual a la vida verdadera…

5.-        “hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos”. Teníamos muchísimo trabajo en mi despacho, cuando viene mi esposa y me dice que ese día está libre de trabajo y que podíamos hacer limpieza general a fondo. Incluso me pidió que pasara la aspiradora a toda la casa. El primer impulso fue seguir con mi trabajo. Después pensé hacer ese trabajo por amor a ella. Pasé la aspiradora a toda la casa durante horas, pero en vez de sentir tristeza por el trabajo atrasado, estaba muy feliz

6.-     “me da pena no haber rezado más por el Papa, por su persona; comprendo que ha tenido que sufrir mucho (por responsabilidad) hasta tomar la decisión.
También admiro su humildad: Él, siendo un gran intelectual…, reconocerse sin fuerzas para llevar a buen término la misión encomendada…
Me servirá de lección para incluir al nuevo Papa en mi oración diaria, (no sólo por sus intenciones, sino por Él mismo)...

7.-     “Gracias, Paco, por la PdV y las experiencias: siempre son bien recibidas.
Estaba por escribirte hace días, después de pasar el encuentro allí en Las Matas del último fin de semana de enero, pero cuando no era por una cosa luego por otra, lo iba dejando.
Quería ante todo darte las gracias por haberme invitado al encuentro de los Focolares: para mí ha sido un encuentro muy enriquecedor, lleno de espiritualidad, paz y bondad, me ha gustado muchísimo; la verdad que no encuentro palabras para describirlo. Gracias, mil gracias...

8.-     “…estremecidos con la renuncia de nuestro querido Santo Padre. ¡Qué ejemplo tan maravilloso de abandono en la Divina Providencia y, a la vez, de inmensa libertad! Estamos rezando mucho por él y por el que vendrá a sustituirlo.
            Tengo que contarte dos cosas maravillosas: la primera, que en noviembre se ha ido al Cielo mi hermana mayor, quien tuvo una larga vida dedicada a Dios y a la Iglesia, y que el Señor la vino a buscar dentro de la celebración de la ordenación de sus alumnos, a quienes ella consideraba sus hijos espirituales. Al recibir ella la comunión, durante esa Santa Misa, "dejó de respirar": esas son las palabras del sobrino que la llevó. Ayúdame a darle Gracias a Dios.
            La segunda, es que el día 15 de enero, hemos cumplido nuestros 60 años de matrimonio. Celebramos el aniversario de los 60 años,  con una Misa que nos ofició nuestro párroco…


N.B.: tú también puedes compartir las experiencias que, por gracia de Dios, hayas podido realizar poniendo en práctica el Evangelio; "pincha" aquí abajo en “comentarios” y escríbela.

jueves, 14 de febrero de 2013

AGRADECIMIENTO DEL PAPA

AGRADECIMIENTO DEL PAPA 
Ayer, Miércoles de Ceniza, en la Audiencia general
Queridos hermanos y hermanas:
   Como sabéis, – gracias por vuestra simpatía –, he decidido renunciar al ministerio que el Señor me ha confiado el 19 de abril de 2005. Lo he hecho con plena libertad por el bien de la Iglesia, tras haber orado durante mucho tiempo y haber examinado mi conciencia ante Dios, muy consciente de la importancia de este acto, pero consciente al mismo tiempo de no estar ya en condiciones de desempeñar el ministerio petrino con la fuerza que éste requiere.
   Me sostiene y me ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo, que no dejará de guiarla y cuidarla.
   Agradezco a todos el amor y la plegaria con que me habéis acompañado. Gracias. En estos días nada fáciles para mí, he sentido casi físicamente la fuerza que me da la oración, el amor de la Iglesia, vuestra oración.
   Seguid rezando por mí, por la Iglesia, por el próximo Papa. El Señor nos guiará.


N.B.:
Te recomiendo el texto completo de esa mañana, (de la preciosa catequesis sobre la Cuaresma, de momento sólo está traducido el resumen):

Te recomiendo igualmente la preciosa homilía de ayer en la Misa del miércoles de ceniza:
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Basílica Vaticana
Miércoles de Ceniza, 13 de febrero de 2013
Hoy, Miércoles de Ceniza, comenzamos un nuevo camino cuaresmal, un camino que se extiende durante cuarenta días y nos conduce al gozo de la Pascua del Señor, a la victoria de la vida sobre la muerte. (…) Esta tarde somos un gran número en torno a la tumba del apóstol Pedro, para pedirle también su intercesión para el camino de la Iglesia en este momento particular, renovando nuestra fe en el Supremo Pastor, Cristo el Señor. Para mí, es una ocasión propicia para agradecer a todos, especialmente a los fieles de la Diócesis de Roma, al disponerme a concluir el ministerio petrino, y para pedir un recuerdo particular en la oración.

Las lecturas que han sido proclamadas nos ofrecen algunos puntos que, con la gracia de Dios, estamos llamados a convertirlos en actitudes y comportamientos concretos en esta cuaresma. La Iglesia nos propone de nuevo, en primer lugar, la vehemente llamada que el profeta Joel dirige al pueblo de Israel: «Así dice el Señor: convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto» (2, 12). Hay que subrayar la expresión «de todo corazón», que significa desde el centro de nuestros pensamientos y sentimientos, desde la raíz de nuestras decisiones, elecciones y acciones, con un gesto de total y radical libertad. ¿Pero, es posible este retorno a Dios? Sí, porque existe una fuerza que no reside en nuestro corazón, sino que brota del mismo corazón de Dios. Es la fuerza de su misericordia.

Continúa el profeta: «Convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas» (v. 13). El retorno al Señor es posible por la ‘gracia’, porque es obra de Dios y fruto de la fe que ponemos en su misericordia. Este volver a Dios solamente llega a ser una realidad concreta en nuestra vida cuando la gracia del Señor penetra en nuestro interior y lo remueve dándonos la fuerza de «rasgar el corazón». Una vez más, el profeta nos transmite de parte de Dios estas palabras: «Rasgad los corazones y no las vestiduras» (v. 13). En efecto, también hoy muchos están dispuestos a «rasgarse las vestiduras» ante escándalos e injusticias, -cometidos naturalmente por otros-, pero pocos parecen dispuestos a obrar sobre el propio «corazón», sobre la propia conciencia y las intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta.

Aquel «convertíos a mí de todo corazón», es además una llamada que no solo se dirige al individuo, sino también a la comunidad. Hemos escuchado en la primera lectura: «Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión. Congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos. Congregad a muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la alcoba, la esposa del tálamo» (vv. 15-16). La dimensión comunitaria es un elemento esencial en la fe y en la vida cristiana. Cristo ha venido «para reunir a los hijos de Dios dispersos» (Jn 11, 52). El “nosotros” de la Iglesia es la comunidad en la que Jesús nos reúne (cf. Jn 12, 32): la fe es necesariamente eclesial. Y esto es importante recordarlo y vivirlo en este tiempo de cuaresma: que cada uno sea consciente de que el camino penitencial no se afronta en solitario, sino junto a tantos hermanos y hermanas, en la Iglesia.

El profeta, por último, se detiene sobre la oración de los sacerdotes, los cuales, con los ojos llenos de lágrimas, se dirigen a Dios diciendo: «No entregues tu heredad al oprobio, no la dominen los gentiles; no se diga entre las naciones: ¿Dónde está su Dios?» (v.17). Esta oración nos hace reflexionar sobre la importancia del testimonio de fe y vida cristiana de cada uno de nosotros y de nuestras comunidades para mostrar el rostro de la Iglesia y de cómo en ocasiones este rostro es desfigurado. Pienso, en particular, en las culpas contra la unidad de la Iglesia, en las divisiones en el cuerpo eclesial. Vivir la cuaresma en una más intensa y evidente comunión eclesial, superando individualismos y rivalidades, es un signo humilde y precioso para los que están lejos de la fe o son indiferentes.

«Ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación» (2 Cor 6, 2). Las palabras del apóstol Pablo a los cristianos de Corinto resuenan también para nosotros con una urgencia que no admite abandonos o apatías. El término «ahora», que se repite varias veces, nos indica que no se puede desperdiciar este momento, que se nos ofrece como una ocasión única e irrepetible. Y la mirada del Apóstol se centra sobre la forma en que Cristo ha querido caracterizar su existencia como un compartir, asumiendo todo lo humano hasta el punto de cargar con el pecado de los hombres. La frase de san Pablo es muy fuerte: «Dios lo hizo expiación por nuestro pecado». Jesús, el inocente, el Santo, «que no había pecado» (2 Cor 5, 21), cargó con el peso del pecado compartiendo con la humanidad la consecuencia de la muerte y de una muerte de cruz. La reconciliación que se nos ofrece ha tenido un altísimo precio, el de la cruz levantada en el Gólgota, donde fue colgado el Hijo de Dios hecho hombre. En este descenso de Dios en el sufrimiento humano y en el abismo del mal está la raíz de nuestra justificación. El «retornar a Dios con todo el corazón» de nuestro camino cuaresmal pasa a través de la cruz, del seguir a Cristo por el camino que conduce al Calvario, al don total de sí. Es un camino por el que cada día aprendemos a salir cada vez más de nuestro egoísmo y de nuestra cerrazón, para acoger a Dios que abre y transforma el corazón. Y san Pablo nos recuerda que el anuncio de la Cruz resuena gracias a la predicación de la Palabra, de la que el mismo Apóstol es embajador; un llamamiento a que este camino cuaresmal se caracterice por una escucha más atenta y asidua de la Palabra de Dios, luz que ilumina nuestros pasos.

En el texto del Evangelio de Mateo, que pertenece al denominado Sermón de la Montaña, Jesús se refiere a tres prácticas fundamentales previstas por la ley mosaica: la limosna, la oración y el ayuno; son también indicaciones tradicionales en el camino cuaresmal para responder a la invitación de «retornar a Dios con todo el corazón». Pero lo que Jesús subraya es que lo que caracteriza la autenticidad de todo gesto religioso es la calidad y la verdad de la relación con Dios. Por esto denuncia la hipocresía religiosa, el comportamiento que quiere aparentar, las actitudes que buscan el aplauso y la aprobación. El verdadero discípulo no sirve a sí mismo o al “público”, sino a su Señor, en la sencillez y en la generosidad: «Y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará» (Mt 6,  4.6.18). Nuestro testimonio, entonces, será más eficaz cuanto menos busquemos nuestra propia gloria y seamos conscientes de que la recompensa del justo es Dios mismo, el estar unidos a Él, aquí abajo, en el camino de la fe, y al final de la vida, en la paz y en la luz del encuentro cara a cara con Él para siempre (cf. 1 Cor 13, 12).

Queridos hermanos y hermanas, iniciamos confiados y alegres el itinerario cuaresmal. Escuchemos con atención la invitación a la conversión, a «retornar a Dios con todo el corazón», acogiendo su gracia que nos hace hombres nuevos, con aquella sorprendente novedad que es participación en la vida misma de Jesús. Que ninguno de nosotros sea sordo a esta llamada, que nos viene también del austero rito, tan simple y al mismo tiempo tan sugerente, de la imposición de la ceniza, que dentro de poco realizaremos. Que nos acompañe en este tiempo la Virgen María, Madre de la Iglesia y modelo de todo auténtico discípulo del Señor. Amén.

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martes, 12 de febrero de 2013

MAÑANA, MIÉRCOLES DE CENIZA, EMPIEZA LA CUARESMA 
MENSAJE DEL SANTO PADRE 
BENEDICTO XVI 
PARA LA CUARESMA 2013
Creer en la caridad suscita caridad
«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él»
(1 Jn 4, 16)

 Queridos hermanos y hermanas:

La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.

1. La fe como respuesta al amor de Dios

En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4, 16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). La fe constituye la adhesión personal ―que incluye todas nuestras facultades― a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado» (ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co5,14)―, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.

«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz ―en el fondo la única― que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).

2. La caridad como vida en la fe

Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2, 20).

Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).

La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).

3. El lazo indisoluble entre fe y caridad

A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.

La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Caritas in veritate, 8).

En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto ―indispensable― con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.
A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. 
Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.

4. Prioridad de la fe, primado de la caridad

Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf.1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12, 3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16, 22; Ap 22, 20).

La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5).

La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13).

Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.
BENEDICTUS PP. XVI
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lunes, 11 de febrero de 2013

Renuncia de Benedicto XVI

ENTENDER LA RENUNCIA DEL PAPA

Ofrezco tres breves e iluminadores artículos para entender el calado y la significación de este gesto del Santo Padre Benedicto XVI:

(traducción propia de este blog)
El Papa Benedicto XVI renuncia

11-02-2013  de P. Fabio Ciardi, o.m.i.
fuente: Città Nuova
http://www.cittanuova.it/c/425557/Papa_Benedetto_XVI_si_dimette.html

Hablando en latín, en el Consistorio para la canonización de los mártires de Otranto, el Papa Benedicto XVI anunció que, el 28 de febrero, dejará su cargo porque, según ha explicado, "mis fuerzas, por la edad avanzada, ya no son las adecuadas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino ".

         "¡Es un grande!". Es la primera palabra que me ha salido tras la noticia de la renuncia de Benedicto XVI. En el libro-entrevista con el periodista alemán Peter Seewald, "Luz del Mundo", ya había previsto esta posibilidad: "Si un Papa comprende que ya no es capaz física, psicológica y espiritualmente, para desempeñar las funciones de su cargo, entonces tiene el derecho y, en algunos casos también la obligación, de renunciar".
         En la larga historia del pontificado romano se conocen cinco o seis papas que han renunciado a su cargo; famosísimo, Celestino V. Se trata de una posibilidad prevista en el Código de Derecho Canónico. Y sin embargo, es una circunstancia tan rara y lejana en el tiempo, que deja a todos sorprendidos.
         Sorprendidos y admirados por la lucidez y por la humildad de la decisión. La presentación que hizo de sí mismo al inicio de su pontificado como "sencillo y humilde siervo en la viña del Señor" no era retórica. Materializa la llamada de Jesús a "renunciar", después de trabajar por su causa, como "siervo que ha cumplido su misión".
         Sí, es un grande Benedicto XVI. Muestra a todos que el ejercicio del poder es auténtico servicio, hasta el punto de que cuando ya no se tiene la capacidad para cumplirlo, se lo deja a los demás.
         Pero ¿en realidad no tiene la capacidad? El 2 de febrero, tuve la alegría de encontrarme con él personalmente en una breve conversación intensa en la que he captado su profundidad de espíritu, su lucidez de pensamiento, pero también su extrema fragilidad física. Con su gesto muestra que mide sus fuerzas con la magnitud de la tarea, y el gesto refuerza el papado y la persona de Joseph Ratzinger.

     
 (traducción propia de este blog)
Una renuncia para el bien de la Iglesia

11-02-2013  de Piero Coda


fuente: Città Nuova

http://www.cittanuova.it/c/425560/Una_rinuncia_per_il_bene_della_Chiesa.html

El gesto del Papa abre una nueva época en la forma de entender y gestionar el ministerio del papado. El estupor que sentimos, por lo tanto, está abierto a la gratitud por la humildad y el coraje de un acto que pasará a la historia.
         "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos". Benedicto XVI, desde el principio de su ministerio, nos sorprendió porque con la sencillez y radicalidad del Evangelio ha hablado de su relación con Jesús, y la relación que en Jesús estamos llamados a vivir entre nosotros, en los términos más bellos e intensos de nuestra experiencia: la amistad.
         El gesto inesperado con el que hoy ha anunciado su renuncia al ministerio como Obispo de Roma y Sucesor del apóstol Pedro, es el mayor signo de la amistad que nos ha dado. Una gesto alto, que no sólo pone un sello extraordinario sobre este pontificado, sino que se abre una nueva etapa en la forma de entender y gestionar el ministerio del papado. El estupor que sentimos, por lo tanto, se abre a la gratitud por la humildad y el coraje de un acto que hará historia. Y eso, nos hace sentir cada vez más cerca del corazón de Benedicto XVI, nos hace sentir aún más cerca los unos a los otros por los caminos de luz y esperanza trazados por el Concilio Vaticano II.

[N.B.: si sabéis italiano, os animo a leer los primeros 20 ó 25 comentarios que los lectores han compartido en la web correspondiente a cada uno de estos artículos]    


Desde todo el mundo, un gran eco a las palabras y al gesto del Pontífice.
http://www.focolare.org/it/news/2013/02/11/con-benedetto-xvi/
(traducción propia del blog)
En nombre del Movimiento de los Focolares, por ejemplo, llega al Santa Padre también un mensaje de afecto y agradecimiento de la presidenta María ("Emmaus") Voce:

«Santidad, el Movimiento de los Focolares se estrecha entorno a Usted en un conmovido y grande gracias por todo el amor paterno del cual siempre se ha sentido acompañado y sostenido. Quisiéramos que nos supiese a su lado, en profunda y continua oración por la nueva fase que se abre ahora en su vida y en la vida de la Iglesia, con la fe segura en el amor de Dios al cual nos ha vuelto a llamar particularmente este año. ¡Le queremos y le querremos siempre!».
RENUNCIA DEL PAPA BENEDICTO XVI AL MINISTERIO PETRINO
       
   Pedimos, pues, por él y le estamos agradecidos por su rico magisterio, por su servicio y desvelos y por todos sus textos.
   Pedimos al Espíritu Santo para que ilumine estos días a la Iglesia y sobre todo a los Cardenales para que en el Cónclave elijan al nuevo Sucesor de Pedro.
    A continuación, el texto oficial leído hoy, día de la Virgen de Lourdes, por el Papa en el Consistorio ordinario ante los Cardenales:

Queridísimos hermanos:
     Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.
Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.
Vaticano, febrero 2013.
BENEDICTUS PP  XVI