VIDA DE LA PALABRA últimas semanas JULIO
Alguna de mis
EXPERIENCIAS tratando de
llevar a la práctica diaria la Palabra de Vida de julio («Gratis lo
recibisteis; dadlo gratis»,
Mt 10, 8) y la de junio («Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que
vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos», Hch 1, 8):
1.- La confesión y el coloquio de
acompañamiento espiritual es un ministerio que, (aunque muy comprometido y
difícil), me encanta: acoger a las personas y poder transmitir el gozo que Dios
tiene por perdonar a los arrepentidos.
Pero… un día había estado
yo sentado en el confesonario antes de la última Misa del día y durante esta (que
celebraba el otro sacerdote), sin que entrara nadie. Al terminar todo, varias
personas (estaban en Misa y antes), cuando ya vamos a cerrar, piden confesarse.
Por una milésima de segundo, pensé decirles… por qué no habían aprovechado el
tiempo destinado para ello. Pero… “dad gratis lo que gratis habéis recibido”, les
sonreí y me puse a confesar.
Un domingo había estado yo confesando mucho a lo
largo de todo el día y durante esa última Misa de la tarde también… Me
encontraba realmente cansado (también por el calor del día). Después de ayudar yo
a dar la comunión, mientras regresaba a la sacristía, una señora me preguntó si
después iba a seguir confesando. De primeras… hice un gesto tenue de “no”…,
pero en seguida, (¡la PdV!; ¡¡y encima es una labor que me llena!!) entré al
confesonario y encendí la luz verde: se confesaron todavía bastantes personas.
2.- Tenía yo mi coche en el taller:
me habían dejado allí uno de sustitución.
Una mañana al salir… no encontré la llave del
coche. Empleé varias horas en dar 2 “batidas” a casa, cochera, templo,
salones, despachos... Fue bonito porque no perdí la paz y estaba en diálogo
continuo con el Señor (y, a veces, con S. Antonio). Se lo dije también al
sacerdote colombiano que está ayudando durante julio en la parroquia, para otra
batida juntos con "ojos distintos" por todo el complejo parroquial,
(hasta las alcantarillas de la cochera).
Cuando, al final de la
mañana, lleno de vergüenza, llamé al taller que me ha prestado el coche, no
pusieron el grito en el cielo; y eso que resulta que no tienen llave de
repuesto, ni la plaquita de plástico donde pone las claves para hacer una nueva.
Después de comer continué buscando
otra hora hasta en los sitios más inverosímiles. "Tú, Señor, eres mi único
Bien", por tanto, con paz.
Al final, cuando la furgo de
la parroquia quedó libre, fui por la tarde (y a correprisa, ya sin tiempo) a
hacer las visitas a los enfermos en el hospital ya que por la mañana no había
podido.
Luego el taller mandó una
grúa (que, por cierto, no cabía en el recinto) para llevarse el coche de
sustitución.
A la mañana siguiente, lo
conté en la homilía (sin tenerlo pensado cuando la preparé) como experiencia
del Evangelio de ese día: "venid a Mí... MANSO y humilde de Corazón; y
hallaréis vuestro DESCANSO". Al acabar, entraron 3 personas en la
sacristía, una para llevarme donde necesitara; otra para prestarme su coche los
2 días que quedaban hasta que terminaran el mío; y otra (que acepté) para
prestarme su coche y así ella usaba el de sus padres, que necesita hacer km.
Supongo que tú también me
preguntarás, (lo mismo que mucha gente durante todos estos días posteriores),
si al final ha aparecido después de 10 días la dichosa llave: nadie la ha
visto.
3.- Uno de estos días ofrecí a
dos personas llevarlas para que conocieran Segovia. Yo la había visitado varias
veces: “dad gratis…”. Tenía yo material preparado para hacer una guía de todo
lo principal.
Me fui dando cuenta, que
a ellos no les interesaba algo tan exhaustivo, así que fui resumiendo lo
esencial y cortando varias visitas: tenía que “darles” lo que ellos querían, no
lo mucho que yo sabía o me había preparado. En el sepulcro de S. Juan de la
Cruz sí nos entretuvimos rezando.
Al final estábamos
muy contentos los tres.
Alguna de vuestras
EXPERIENCIAS tratando de
llevar a la práctica diaria la Palabra de Vida de julio («Gratis lo
recibisteis; dadlo gratis»,
Mt 10, 8), la de junio («Recibiréis la fuerza del
Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos», Hch 1, 8) y la de mayo («La
paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío», Jn 20, 21):
1.- “…termina el mes y es hora de hacer recuento; te comenté
que iba a tratar de ver qué podía dar este mes gratis y así lo he intentado
hacer:
Dar las gracias: escribiendo un correo a una
persona que hacía tiempo estaba pendiente.
Dar felicidad: mandando un ramo de flores a mi tía
de 88 años por su santo el día del Carmen.
Dar ayuda: dejando mi coche a mis cuñados
misioneros para que pudieran, en vacaciones, solucionar sus asuntos
particulares.
Dar descanso: trasladando materiales pesados de
campamentos en el garaje, de un coche a otro, para que mi hijo pudiera
descansar un poco más, sin que él lo supiera antes.
Dar atención: escuchando a una persona en otra
ciudad, a quien yo no conocía y le hacía mucha ilusión hablar y compartir sus
situaciones vividas en distintas ciudades. Resultó ser sacerdote cercano de
donde trabajo.
Dar compañía a personas que viven solas: mi
suegra, mi compañera, una amiga y siempre es agradable compartir un poco de mi
tiempo, ahora que estoy de vacaciones.
Dar confianza: sabiendo estar en el lugar del otro
cuando te cuenta una dificultad familiar de salud y prefiere que seas la única
persona que lo sepa manteniendo la discreción.
Dar gusto: innovando platos de cocina novedosos,
de un libro que me regaló mi marido hace tiempo y todavía no había estrenado.
Me da pena que termine el mes...
Siento que no nos veamos
en la Mariápolis de El Ferrol, pero me alegro que estés a partir del día 4 en la
de los Dolomitas…”.
2.- “…soy la mujer que cuidaba de C. y que nos conociste en el
hospital de Villalba. Te escribo un poco mi vivencia con ella.
C. decía: “hay que aceptar lo que Dios nos
da, cuando Dios lo manda por algo es”; me enseñó a tomarme las cosas de otra
forma y aceptar la vida con todo, a madurar, a luchar (era muy luchadora, con
una gran fuerza de voluntad). “Hombre parado, mal pensamiento”, decía.
Se levantaba, se santiguaba (y yo con ella), le
pedía a San Antonio que nos guardara y ayudara y a veces decía: “Dios en mí y
yo en Dios”, frase que me encanta, porque me centra donde debo estar.
También que “hay personas que se creen más que
Dios, pero que es Dios el único que todo lo puede”.
Que “lo que hay que hacer es salvar el Alma,
porque el cuerpo se queda y lo que vale es el Alma”.
Otro día me dijo; “hay que perdonar para que nos
perdonen”.
Antes de llegar yo, por la mañana, decía que
estaba pidiendo a las ánimas que me cuidaran y pudiera llegar bien para
cuidarla y, cuando me veía, se le iluminaba la cara: ya se quedaba tranquila y
siempre dando y dándome las gracias. A mí ese recibimiento, gratitud y cariño
me llena el Alma; y cuando me iba, igual: pedía por mí.
Luego, todos los días rezábamos el Rosario. Decía:
“hay que pedir por todos, porque habrá personas que no tengan quien pida por
ellos…” y… me di cuenta qué poco valoramos la salud mientras la tenemos.
Me siento muy afortunada de haber estado con ella
y de todo lo que me ha transmitido y enseñado. Falleció el lunes pasado, mientras
la rezaba el Rosario; me quedo con mucho amor de ella y dando gracias a Dios de
haber estado con ella.
A veces la decía: “¿quién cuida a quién?”. Porque
espiritualmente me ha ayudado mucho y encima yo estaba maravillada de que con sus
99 años siguiera con una labor tan importante. Siempre he dado importancia a
las personas mayores, pero a ella la veía muy especial. Le decía: “¿tú no
tienes penas? Porque las personas mayores cuentan muchas”. Y ella me dijo: “las
penas me las guardo en el bolsillo”; siempre tan generosa...
Ella era muy devota de San Antonio de Padua. Ahora
yo también y la di las gracias por habérmelo enseñado. Yo antes, si iba a una
iglesia, le ponía una velita, pero lo veía de otra forma; ahora lo veo más
cercano: como alguien conocido…
Esto es un poco de algo muy bonito que he vivido y
aprendido ahora pido seguir en ese camino.
Muchas gracias también a ti…”.
3.- “…escuchaba ayer a una religiosa un montón de
historias de madres a las que había ayudado en todos los años en que lleva
ejerciendo su vocación.
Me ilusionó escuchar la historia de
una de ellas. Una de las madres que allí estaba dio luz a una niña y cuando
creció, decidió hacer educación infantil y ahora está en la guardería de la
casa encargándose de cuidar a los niños de las mamás cuando estas logran
encontrar algún trabajo.
Escuchando esos relatos, piensas: “¿en
qué voy a ayudar yo a estas mujeres cuando son ellas las que me ayudan a mí con
su ejemplo de fortaleza, de lucha constante?”.
Pensando en ellas me venía a la mente
la imagen de la capilla del Centro Mariápolis de Las Matas que tanto me fascinó
desde la primera vez que la vi: ese Jesús en el que se intuye el dolor, pero
que, mirándole, lo que te invita es a pensar en la vida.
Ves a esas mujeres cada una con su
drama particular, pero piensas en todo lo positivo que tienen para aportar y lo
que quieres es ayudarlas a que lo logren, que brillen con luz propia, que
saquen lo mejor de sí mismas, que al mirarlas pase como cuando miras a ese
Jesús de la capilla, que intuyes que por alguna situación de dolor pasaron en
su vida, pero que transmiten tanta alegría y tanta paz que es difícil imaginar
que en algún momento el dolor y el sufrimiento estuviera en sus vidas…”.
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