martes, 17 de junio de 2014

CHIARA EN TIERRA SANTA

   Os ofrezco unos párrafos de un texto que me refleja casi a la perfección,
(aunque fue escrito en 1956),
 en todo lo que he vivido 
en mi reciente peregrinación a los Santos Lugares
(abajo está el enlace para ver el precioso texto completo):

HE VISTO LA TIERRA SANTA. 
LAS PIEDRAS QUE HABLAN
"…yo no creía que Jerusalén y los Santos Lugares iban a incidir de este modo en mi espíritu.
         …un guía nos mostró a través de un cristal, que custodiaba una roca, un agujero, y dijo: «En este orificio fue colocada la Cruz».
         Inadvertidamente, sin decírnoslo, nos encontramos todos de rodillas.
         Yo, por mi cuenta, tuve un momento de recogimiento.
         En aquel orificio fue plantada la Cruz... la primera cruz.
Si no hubiera existido aquella primera cruz, mi vida y la vida de millones de cristianos que siguen a Jesús llevando su cruz, mis dolores y los dolores de millones de cristianos, no habrían tenido un nombre ni habrían tenido un significado. Él, que allí fue levantado como un malhechor, dio valor y razón al mar de angustia que golpea y en el que está sumergida, a veces, la humanidad y, con frecuencia, cada hombre.
         No le dije nada a Jesús en aquel momento. Había hablado aquella piedra perforada...
         …«Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros». Allí, Jesús le había suplicado al Padre que nos ahijara, aunque estuviésemos alejados por nuestra culpa, y que nos hermanara entre nosotros en la más firme, por ser divina, unidad.
         Vi muchos otros lugares, seguí muchas calles que Jesús había recorrido, observé lugares que Jesús había observado...
         Y cada piedra decía una palabra, mucho más que una palabra, de modo que, al final, el alma estaba totalmente inundada, totalmente llena de la presencia de Jesús.
         Recuerdo con toda claridad que, al séptimo día, me había olvidado literalmente de mi patria, de mis conocidos, de mis amigos, de todo. Yo me veía allí, inmóvil y extática, espiritualmente petrificada entre aquellas piedras, sin otra misión que la de estar y adorar. ¡Adorar con el alma fija en el Hombre-Dios, que aquellas piedras me habían explicado, desvelado, cantado y exaltado!
         Un solo pensamiento me sacudió y me hizo volver. También en Italia había un lugar que valía más que aquellos lugares, donde yo podía encontrar a Jesús vivo: era el sagrario, cualquier sagrario con Jesús eucaristía.
         Mientras el avión nos traía de regreso, pensando y meditando, comprendí, por primera vez, cómo algunos musulmanes se quitan la vista después de haber contemplado la Meca y los lugares sagrados para ellos, porque –según dicen– ya no tienen nada mejor que ver.
         Nosotros no; con el Dios de los vivos podemos tener los ojos abiertos, incluso después de haber visto la Tierra Santa, con tal de que no veamos más que a Jesús, a Jesús en la Hostia Santa, a Jesús en los hermanos, a Jesús en las circunstancias alegres o tristes de la vida.

CHIARA LUBICH, (diario 1956), publicado en Escritos Espirituales /1, Madrid 1995, p. 173-197

         

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