Os ofrezco unos párrafos de un texto que me refleja casi a la perfección,
(aunque fue escrito en 1956),
en todo lo que he vivido
en mi reciente peregrinación a los Santos Lugares
(abajo está el enlace para ver el precioso texto completo):
HE VISTO LA TIERRA SANTA.
LAS PIEDRAS QUE HABLAN
"…yo no creía que Jerusalén y los Santos Lugares iban a incidir
de este modo en mi espíritu.
…un guía nos mostró a
través de un cristal, que custodiaba una roca, un agujero, y dijo: «En este
orificio fue colocada la Cruz».
Inadvertidamente, sin
decírnoslo, nos encontramos todos de rodillas.
Yo, por mi cuenta,
tuve un momento de recogimiento.
En aquel orificio fue
plantada la Cruz... la primera cruz.
Si no hubiera existido aquella primera cruz, mi vida y la vida
de millones de cristianos que siguen a Jesús llevando su cruz, mis
dolores y los dolores de millones de cristianos, no
habrían tenido un nombre ni habrían tenido un significado. Él, que
allí fue levantado como un malhechor, dio valor y razón al mar de angustia que
golpea y en el que está sumergida, a veces, la humanidad y, con frecuencia,
cada hombre.
No le dije nada a
Jesús en aquel momento. Había hablado aquella piedra perforada...
…«Padre santo, cuida
en tu nombre a los que me has dado, para que
sean uno como nosotros». Allí, Jesús
le había suplicado al Padre que nos ahijara, aunque
estuviésemos alejados por nuestra culpa, y que
nos hermanara entre nosotros en la más firme, por ser divina,
unidad.
Vi muchos otros
lugares, seguí muchas calles que Jesús había recorrido, observé lugares que
Jesús había observado...
Y cada piedra decía
una palabra, mucho más que una palabra, de modo que, al final, el alma estaba totalmente inundada, totalmente llena de
la presencia de Jesús.
Recuerdo con toda
claridad que, al séptimo día, me había olvidado literalmente de mi patria, de
mis conocidos, de mis amigos, de todo. Yo me veía allí, inmóvil y extática,
espiritualmente petrificada entre aquellas piedras, sin otra misión que la de
estar y adorar. ¡Adorar con el alma fija en el Hombre-Dios, que aquellas
piedras me habían explicado, desvelado, cantado y exaltado!
Un solo pensamiento
me sacudió y me hizo volver. También en
Italia había un lugar que valía más que aquellos lugares, donde yo podía encontrar a Jesús vivo: era el
sagrario, cualquier sagrario con Jesús eucaristía.
Mientras el avión nos
traía de regreso, pensando y meditando, comprendí, por primera vez, cómo
algunos musulmanes se quitan la vista después de haber contemplado la Meca y
los lugares sagrados para ellos, porque –según dicen– ya no tienen nada mejor
que ver.
Nosotros no; con el Dios de los vivos podemos tener los ojos abiertos,
incluso después de haber visto la Tierra Santa, con tal de que no veamos más que a Jesús, a Jesús
en la Hostia Santa, a Jesús en los hermanos, a Jesús en las circunstancias
alegres o tristes de la vida.
CHIARA LUBICH, (diario 1956), publicado en Escritos
Espirituales /1, Madrid 1995, p. 173-197
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