PRIMERA ENCÍCLICA DE PAPA FRANCISCO
El día de San Pedro, el Papa Francisco ha firmado su primera carta encíclica: “Lumen fidei” (“La
luz de la fe”). Con ella se completan las tres virtudes teologales,
pues Benedicto XVI escribió en 2005 una sobre la caridad, “
Deus caritas est”, y
en 2007 otra sobre la esperanza, “Spe salvi”.
Os
recomiendo vivamente las tres, preciosas de verdad. En le párrafo anterior, podéis “pinchar” en el título y os lleva directamente
a cada encíclica para leerla o descargarla. Os gustarán.
Para “abrir boca” os copio a
continuación algunos párrafos de “Lumen fidei”, (en 4 ratillos de media hora se
lee entera):
LA LUZ DE LA FE
4.
[…] es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando
su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la
característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la
existencia del hombre. […] La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que
nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que
nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor, recibimos ojos
nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y
se nos abre la mirada al futuro […]
7.[…]
En la fe, don de Dios, virtud sobrenatural infusa por él, reconocemos que se
nos ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si acogemos
esta Palabra, que es Jesucristo, Palabra encarnada, el Espíritu Santo nos
transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a
nuestra esperanza para recorrerlo con alegría. Fe, esperanza y caridad, en admirable
urdimbre, constituyen el dinamismo de la existencia cristiana hacia la comunión
plena con Dios […]
16.
La mayor prueba de la fiabilidad del amor de Cristo se encuentra en su muerte
por los hombres. Si dar la vida por los amigos es la demostración más grande
de amor (cf. Jn 15,13), Jesús ha ofrecido la suya
por todos, también por los que eran sus enemigos, para transformar
los
corazones. Por eso, los evangelistas han situado en
la hora de la cruz el momento culminante de
la mirada de fe, porque en esa hora resplandece el amor divino en
toda su altura y amplitud […]
24.
[…] gracias a su unión
intrínseca con la verdad, la fe es capaz de ofrecer una luz nueva, superior
a los cálculos […], porque ve más allá, porque comprende la actuación de Dios,
que es fiel a su alianza y a sus promesas.
25. Recuperar la
conexión de la fe con la verdad es hoy aun más necesario, precisamente por la
crisis de verdad en que nos encontramos. En la cultura contemporánea
se tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnológica […]
26.
[…] La fe transforma toda la persona,
precisamente porque la fe se abre al amor. Esta interacción de la fe con el amor nos permite comprender el tipo
de conocimiento propio de la fe, su fuerza de convicción, su capacidad de
iluminar nuestros pasos. La fe conoce por estar vinculada al amor, en cuanto el
mismo amor trae una luz. La comprensión de la fe
es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos
transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad.
32. La fe cristiana,
en cuanto anuncia la verdad del amor total de Dios y abre a la fuerza de este
amor, llega al centro más profundo de la experiencia del hombre, que
viene a la luz gracias al amor, y está llamado a amar para permanecer en la
luz. Con el deseo de iluminar toda la realidad a partir del amor de Dios
manifestado en Jesús, e intentando amar con ese mismo amor, […]
39.
Es imposible creer cada uno por su cuenta. La fe no es únicamente una opción individual
que se hace en la intimidad del creyente, no es una relación exclusiva entre el
«yo» del fiel y el «Tú» divino, entre un sujeto autónomo y Dios. Por su misma
naturaleza, se abre al «nosotros», se da siempre
dentro de la comunión de la Iglesia […]
51.
Precisamente por su conexión con el amor (cf. Ga 5,6), la luz de la fe
se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz. La fe
nace del encuentro con el amor originario de Dios, en el que se
manifiesta el
sentido y la bondad de nuestra vida, que es iluminada en la
medida en que entra en el dinamismo desplegado por este amor, en cuanto que se
hace camino y ejercicio hacia la plenitud del amor. La luz de la fe permite
valorar la riqueza de las relaciones humanas, su capacidad de mantenerse, de
ser fiables, de enriquecer la vida común.
La fe no aparta del mundo ni es ajena a los
afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo.
Sin un amor fiable, nada podría mantener
verdaderamente unidos a los hombres. La unidad entre ellos se podría
concebir sólo como fundada en la utilidad, en la suma de intereses, en el
miedo,
pero no en la
bondad de vivir juntos, ni en la
alegría que la
sola presencia del otro puede suscitar. La fe permite comprender la
arquitectura de las relaciones humanas, porque capta su fundamento último y su
destino definitivo en Dios, en su amor, y así ilumina el arte de la
edificación, contribuyendo al bien común. Sí,
la fe es un bien para todos, es un bien
común; su luz no luce sólo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente
para construir una ciudad eterna en el más allá;
nos ayuda a edificar nuestras sociedades,
para que avancen hacia el futuro con esperanza. [...]
Las
manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una
ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios.
52.
[…] El
primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia.
Pienso sobre todo en el matrimonio, como unión estable de un hombre y una
mujer: nace de su amor, signo y presencia del amor de Dios, del reconocimiento
y la aceptación de la bondad de la diferenciación sexual, que permite a los
cónyuges unirse en una sola carne (cf. Gn 2,24) y ser capaces
de engendrar una vida nueva, manifestación de la bondad del Creador, de su
sabiduría y de su designio de amor. Fundados en este amor, hombre y mujer
pueden prometerse amor mutuo con un gesto que compromete toda la vida y que
recuerda tantos rasgos de la fe.
Prometer un amor para siempre es posible cuando se
descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y
nos permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada. La fe,
además, ayuda a captar en toda su profundidad y riqueza la generación de los
hijos, porque hace reconocer en ella
el amor creador que nos da y nos confía el misterio de
una nueva persona. […]
54.
[…] Asimilada y profundizada en la familia, la fe ilumina todas las relaciones sociales.
Como experiencia de la paternidad y de la misericordia de Dios, se expande en
un camino fraterno. En la «modernidad» se ha intentado
construir la fraternidad universal
entre los hombres fundándose sobre la igualdad. Poco a poco, sin embargo, hemos
comprendido que esta fraternidad, sin
referencia a un Padre común como fundamento último,
no logra subsistir. Es necesario volver a la verdadera raíz de la fraternidad.
Desde su mismo origen,
la historia de la fe es una historia de fraternidad,
si bien no exenta de conflictos. Dios llama a Abrahán a salir de su tierra y le
promete hacer de él una sola gran nación, un gran pueblo, sobre el que
desciende la bendición de Dios (cf.
Gn 12,1-3). A lo largo de
la historia de la salvación, el hombre descubre que
Dios quiere hacer partícipes a todos, como
hermanos, de la única bendición, que
encuentra su plenitud en Jesús, para que
todos sean uno. El amor inagotable del Padre se nos comunica en
Jesús, también mediante la presencia del hermano. La fe nos enseña que
cada hombre es
una bendición para mí, que la
luz del rostro de Dios me ilumina a través del rostro del
hermano.
¡Cuántos
beneficios ha aportado la mirada de la fe a la ciudad de los hombres para
contribuir a su vida común! Gracias a la fe, hemos descubierto la dignidad única de
cada persona, que no era tan evidente en el mundo antiguo. […]
55.
[…] La fe, además, revelándonos el amor de Dios, nos hace respetar más la naturaleza, pues
nos hace reconocer en ella una gramática escrita por él […] la creación como un
don del que todos somos deudores; nos enseña a identificar formas de gobierno justas,
reconociendo que la autoridad viene de Dios para estar al servicio del bien común.
La fe afirma también la posibilidad del perdón, que muchas veces
necesita tiempo, esfuerzo, paciencia y compromiso;
perdón posible cuando se
descubre que
el
bien es siempre más originario y más fuerte que el mal, que la
palabra con la que Dios afirma nuestra vida es más profunda que todas nuestras
negaciones. Por lo demás, incluso desde un punto de vista simplemente
antropológico,
la
unidad es superior al conflicto;
hemos de contar también con el
conflicto, pero experimentarlo debe llevarnos a resolverlo, a superarlo,
transformándolo
en un eslabón de una cadena, en un paso más hacia la unidad.
Cuando la fe se apaga, se
corre el riesgo de que los fundamentos de la vida se debiliten con ella […]
56.
[…] El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede
dar sentido, puede
convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de
Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de
crecimiento en la fe y en el amor. Viendo la unión de Cristo con el Padre,
incluso en el momento de mayor sufrimiento en la cruz (cf. Mc
15, 34), el cristiano aprende a
participar en
la misma mirada de Cristo.
Incluso la muerte queda iluminada y puede ser vivida como
la última llamada de la fe, el último «Sal de tu tierra», el último
«Ven», pronunciado por el Padre, en cuyas manos nos ponemos con la confianza de
que nos sostendrá incluso en el paso definitivo.
57.
La luz de la
fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos
hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San
Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus
pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose
a ellos, no
les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón
cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas,
sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para
caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique
todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una
historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para
abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir
con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. […]