Alguna
de mis EXPERIENCIAS tratando de
practicar la Palabra de noviembre (“quien me ama, guardará
mi palabra… y haremos morada en él”):
1.-
Como te comenté, un “filón” para practicar la PdV de este
mes para mí está siendo el “contemplar” la “morada” de Dios en mí y en los
demás (“… y haremos morada en Él”, dice Jesús; “…su manifestación no sería ni espectacular ni
externa. Sería una sencilla, extraordinaria “venida” de la Trinidad al corazón
del fiel, que se hace realidad donde hay fe y amor…”, afirma el comentario de la PdV). P. ej.: al
santiguarme…, despacio y consciente de la presencia de Dios en mí, tratando de
que sea relación, relación de amor y diálogo, (y adoración), con el Padre y con
el Hijo y con el Espíritu. Eso , a la vez, me hacía consciente de que no me
podía quedar ahí: tenía que realizar en seguida un acto concreto de amor al
prójimo más cercano (porque “donde hay caridad y amor, allí está Dios”);
así, p.ej., tras rezar el Ángelus en el descanso del trabajo antes del
“piscolabis” de media mañana, procuraba en seguida tener alguna atención con
alguno.
Y en los demás… P. ej.: he estado más atento a cada persona, tratando de
“mirar” su alma a través de sus ojos. Así, el otro día, me di cuenta que la
señora rumana que, al salir de casa, me cruzo en dirección contraria estaba
triste, (aunque todavía hay poca luz porque está amaneciendo). Siempre viene
seria, sí, como tanta gente a la que saludo cada día, pero, tras mi “buenos
días”, sonríe. Esta vez, era una sonrisa ficticia. Como ella va con mucha
prisa, no la paro. Al día, siguiente, ya cuando la vi a lo lejos empiezo a
preguntarle mientras nos vamos cruzando, (son unos segundos cada día), pues va
siempre con mucha prisa. Por ello, en casa rebusqué el papelito que una vez me
dio, con su tlf. y correo, (por si le encontraba otro trabajo). Hallé la dirección y
le escribí; me contestó un correo sorprendida: “…no tengo el alquiler pagado, tengo dar
para luz, estoy disperada. Ahora, no lo se como puedo salir. Ahora me entiendes
por que tengo la cara muy triste. GRACIAS POR PREOCUPARSE…”.
2.-
Excursión por la sierra: frío y mucha niebla. Uno de los
compañeros había olvidado sus guantes y a mitad del camino empezó a resoplarse
los dedos. Yo tengo sólo un guante y se lo presté para el resto del trayecto.
Me “tomó el pelo” familiarmente: “¿has traído sólo uno por ahorrar”?, (tengo “fama”
de austero…). En realidad perdí el otro hará años; mi madre cuando lo supo,
meses después me regaló un par, que me venían “un pelín” grandes, pero ya se
los había regalado a otro compañero que los necesitaba, aunque luego él se
compró otros para tener “quita y pon”.
Acabé con las manos que ni podía marcar
con el móvil, pero con el corazón feliz.
3.-
La otra tarde volvía yo con el tiempo justo para alcanzar el
tren: al entrar en la estación de Chamartín, vi que me quedaba un minuto escaso
y el largo vestíbulo por delante.
Me cruzo con una señora conocida. Parece
que ella no me veía, así que me vino la tentación de pasar de largo, sin
saludar para no detenerme. Preferí saludar y pararme, aunque me arriesgase a
perder el tren. Ella tenía prisa, así que sólo fueron unos segundos.
A los pocos metros me encuentro con un
simpático comercial que ofrece tarjetas de banco, al que ya llevo saludando ahí
varios días, (resulta ser, además, una persona bastante religiosa); como ya
tengo confianza con él, pensé decirle “a correvuela” esta vez: “¡que pierdo el
tren!”. Elegí, en cambio, sonreír sin prisa, saludarle… y… quiso contarme
alguna cosa… Naturalmente perdí el tren, (pero suele haber uno cada media hora,
¡eh!). En realidad, (¡por una vez!), tampoco tenía yo otra tarea inmediata allí
al llegar.
Me alegré, (¿signo de la “morada” de
Dios también en mí?): en cualquier caso, son más importantes las personas
(imagen de Dios y llamados a ser “morada” suya), que los trenes y los horarios.