Noviembre, mes con el que acaba el año litúrgico y en el que meditamos las
realidades que nos esperan al final de nuestra vida terrena. Que otras
tradiciones de fuera a las que tanta propaganda se les dan, no vayan a
oscurecer el auténtico y precioso sentido de la Fiesta de Todos los Santos
el día 1, (la fiesta del cielo), y el recuerdo y oración esperanzada por todos
los difuntos, el día 2 [ te recomiendo, sobre
todo, además, el libro de Z. Kijas, “El
Cielo”, www.ciudadnueva.com ].
Te
copio a continuación la Palabra para poner en práctica a cada instante durante
el mes:
PALABRA DE VIDA – noviembre 2012
«Respondió Jesús
y le dijo:
“el que me ama
guardará mi palabra,
y mi Padre lo
amará,
y vendremos a
él y haremos morada en él”»
(Jn 14, 23).
Jesús está dirigiendo a los discípulos sus importantes
e intensas palabras de despedida y, entre otras cosas, les asegura que lo
volverán a ver porque se manifestará a quienes lo aman.
Judas, no el Iscariote, le pregunta por qué se
manifestará a ellos y no en público. El discípulo deseaba una gran
manifestación externa de Jesús que pudiera cambiar la historia y ser más útil,
según él, para la salvación del mundo. Los apóstoles pensaban que Jesús era el
profeta tan esperado de los últimos tiempos, el cual aparecería revelándose a
la vista de todos como el Rey de Israel y, poniéndose al frente del pueblo de
Dios, instauraría definitivamente el Reino del Señor.
Jesús, en cambio, contesta que su manifestación no
sería ni espectacular ni externa. Sería una sencilla, extraordinaria “venida” de la Trinidad al corazón del
fiel, que se hace realidad donde hay fe y amor.
Con esta respuesta Jesús precisa de qué modo Él
permanecerá presente entre los suyos después de su muerte y explica cómo será
posible tener contacto con Él.
«Respondió Jesús y le dijo: “el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre
lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”».
Así pues, su presencia se puede realizar ya desde
ahora en los cristianos y en medio de la comunidad; no es necesario esperar al
futuro. El templo que la acoge no es tanto el que está hecho de paredes, sino
el corazón mismo del cristiano, que se convierte así en el nuevo sagrario, en
la morada viva de la Trinidad.
«Respondió Jesús y le dijo: “el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre
lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”».
Pero ¿cómo el cristiano puede llegar a tanto? ¿Cómo
ser portador de Dios mismo? ¿Cuál es el camino para entrar en esta profunda
comunión con Él?
Es el amor a Jesús.
Un amor que no es mero sentimentalismo, sino que se
traduce en vida concreta y, de un modo más preciso, en guardar su Palabra.
A este amor del cristiano, verificado por los hechos,
Dios responde con su amor: la Trinidad viene a habitar en él.
«Respondió Jesús y le dijo: “el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre
lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”».
“…guardará mi
palabra”. Y ¿cuáles son las palabras que el cristiano está llamado a
guardar?
En el Evangelio de Juan, “mis palabras” son muchas veces sinónimo de “mis mandamientos”. El cristiano, por lo tanto, está llamado a
cumplir los mandamientos de Jesús. Pero éstos no se deben entender como un
catálogo de leyes. Es necesario, más bien, verlos todos sintetizados en lo que
Jesús quiso mostrar con el lavatorio de los pies: el mandamiento del amor
recíproco. Dios pide a cada cristiano que ame al otro hasta la donación
completa de sí mismo, como Jesús ha enseñado y ha hecho.
«Respondió Jesús y le dijo: “el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre
lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”».
Y entonces, ¿cómo vivir bien esta Palabra? ¿Cómo
llegar hasta el punto en que el Padre mismo nos ame y la Trinidad habite en
nosotros?
Poniendo en práctica con todo nuestro corazón, con
radicalidad y perseverancia el amor recíproco entre nosotros.
En esto, principalmente, el cristiano encuentra
también el camino de esta profunda ascética cristiana que el Crucificado exige
de él. Es precisamente el amor recíproco el que hace que florezcan en su
corazón las distintas virtudes y es con él como se puede corresponder a la
llamada a la propia santificación.
Chiara Lubich
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