PALABRA DE VIDA julio 2024
nada me falta»
(Sal 23, 1)
El
salmo 23 es uno de los salmos más conocidos y amados. Se trata de un cántico de
confianza que tiene, a la vez, un carácter de profesión de fe gozosa. Quien
reza lo hace como perteneciente al pueblo de Israel, al cual el Señor prometió
por medio de los profetas ser su Pastor. El autor proclama su felicidad
personal por saberse protegido en el Templo (cf. Sal 23, 6),
lugar de refugio y de gracia. Pero, de igual modo, con su experiencia quiere animar a
otros a confiar en la presencia del Señor.
«El Señor es mi pastor, nada me falta».
La imagen del
pastor y del rebaño es muy querida para toda la literatura bíblica.
Para entenderla bien tenemos que trasladarnos mentalmente a los desiertos
áridos y rocosos de Oriente Próximo. El pastor guía a su rebaño, que se deja
llevar dócilmente, pues sin él se desorientaría y moriría. Las ovejas deben aprender a confiarse a él,
escuchando su voz. Él es sobre todo su compañero de viaje constante.
«El Señor es mi pastor, nada me falta».
Este
salmo nos invita a reforzar nuestra relación íntima con Dios y a
experimentar su amor. Habrá quien se pregunte: ¿cómo es posible que
el autor llegue a decir «nada me falta»? Nuestra experiencia de cada día nunca está exenta de
problemas y desafíos: de salud, familiares, de trabajo, etc., sin
olvidar los ingentes sufrimientos que tantas hermanas y hermanos nuestros viven
hoy a causa de la guerra, de las consecuencias del cambio climático, de las
migraciones, de la violencia…
«El Señor es mi pastor, nada me falta».
Quizá la clave de lectura esté en el
versículo que dice «porque tú vas conmigo» (Sal 23, 4). Se
trata de la certeza
del amor de un Dios que nos acompaña siempre y nos lleva a vivir la
existencia de un modo distinto. Escribía Chiara Lubich: «Una cosa es saber que
podemos recurrir a un Ser que existe, que tiene piedad de nosotros y que ha
pagado por nuestros pecados, y otra distinta es vivir y sentirse el centro de las
predilecciones de Dios, lo que, en consecuencia, elimina todo
miedo que hace de freno, toda
soledad, todo sentido de orfandad y toda incertidumbre. […] La persona sabe que
es amada y cree con todo su ser en este amor. A él se abandona confiada y a él
lo quiere seguir. Las circunstancias de la vida, tristes o alegres, quedan
iluminadas por un motivo de amor que las ha querido o permitido todas»[1].
«El Señor es mi pastor, nada me falta».
Pero
quien llevó a cumplimiento esta bellísima profecía es Jesús, que en el Evangelio de
Juan no duda en autodenominarse «el buen Pastor». La relación con este pastor
se caracteriza por un vínculo personal e íntimo: «Yo soy el buen
pastor; y conozco
a mis ovejas y las mías me conocen a Mí» (Jn 10, 14). Él las conduce
a los pastos de su Palabra, que es vida; en particular la Palabra
que contiene el mensaje expresado en el «Mandamiento nuevo», el cual, si se vive,
hace «visible» la presencia del Resucitado en la comunidad reunida en su
nombre, en su amor» (cf. Mt 18, 20).
AUGUSTO
PARODY REYES y el equipo de la Palabra de vida
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