VIDA DE LA PALABRA primeras semanas de ENERO
Alguna de mis EXPERIENCIAS tratando
de llevar a la práctica diaria, con la Gracia de Dios, la Palabra de Vida de
enero («Amarás
al Señor tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo», Lc 10, 27) y la de diciembre («Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues
esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros», 1 Ts 5, 16-18):
Días
después, una feligresa habitual me dice muy contenta: “mi hijo y su familia
quedaron muy agradados contigo el otro día: ¡qué cura tan amable y simpático!”.
Yo no sabía a qué se refería. Después de sus explicaciones deduje que, (yo ni
me acordaba), debían ser aquellos: no sé si se me conocían, (mi bufanda cubría
el alzacuellos), o se lo imaginaron viendo que me dirigía directo a la
parroquia.
2.- En el vuelo de vuelta, tras embarcar, a mitad de
pasillo me saluda la azafata que estaba allí como hace con todo el mundo. Para mi sorpresa, (y agrado), me
dice, (activa y enérgica, a la par que muy amable): “¡buenas tardes, padre!”. No
sé cómo lo supo, pues al embarcar noté mucho calor y me desabroché y quité el
alzacuellos.
A
mitad del viaje, fui al servicio en el fondo del avión. Al salir, al lado
estaba esa azafata con otra mucho más joven y de nuevo me saludó e
intercambiamos unos comentarios intrascendentes. Ella acababa o iniciaba cada
frase con un “padre”.
De
pronto, la otra azafata comenta: “¿puedo pedirle algo?”. Me quedé muy
perplejo, sin saber por dónde podría salir: “¡claro!; lo que quieras”. Y a
bocajarro dice medio en secreto: “¿me puede confesar?”. “¡Por supuesto!”. Sin
mediar palabra, la azafata mayor sonríe, corre un poco la media cortinilla y se
marcha discretamente. Fue un rato arduo de conversación. La gente que iba y
venía del servicio pasaba muy cerca de nosotros, sin imaginar que era un momento
de verdadera Gracia. Al final, ya casi empezando el descenso, le di la
absolución y quedamos contentísimos los tres y con la promesa de que algún día
vendrán a visitarme en la parroquia.
3.- Con perspectiva de la Semana de Oración por la
Unidad, no hace mucho, asistí a una misa anglicana, (después de escuchar un
tema ecuménico sabio, profundo y muy aquilatado, dado conjuntamente por un
sacerdote católico alemán y otro anglicano inglés). Fue impresionante poder
alabar y glorificar todos como bautizados al mismo Dios, (Padre, Hijo y
Espíritu Santo), y escuchar su misma Palabra en las lecturas bíblicas, tras las
cuales, (en silencio), todos hicimos un “pacto” de dejar que el Resucitado vaya
haciendo mayor unidad en nosotros y entre nosotros. Era “comulgar” con la misma
Palabra y con el mismo Cristo Abandonado.
Emocionante luego el ofertorio y el Padre nuestro juntos.
Imagino
que también recíprocamente, para los anglicanos habría sido lo mismo el día
previo y el siguiente cuando estuvieron en nuestra Misa católica.
Pero
unos y otros, un día y otro, el momento más intenso de la respectiva
celebración, se convertía en el de mayor dolor (asumido por amor) al no
concelebrar y al no poder acercarnos a recibir la misma comunión, sino, con los
brazos cruzados sobre el pecho, simplemente, (nada más, pero nada menos de
momento), recibir una bendición impartida por los de la otra denominación
cristiana. Era un momento sacro, emocionante, vivido en el amor a Jesús
Crucificado y Abandonado, (“¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”),
que precisamente “pagó” ese terrible “precio” del abandono para nuestra unidad
con Dios y entre todos nosotros. Aunque todo el día vivíamos muy en comunión,
todavía no podemos comulgar del mismo pan y del mismo cáliz.
Ese
día, después de aquella vivencia matinal con ellos, por la tarde, cuando
concelebré la Misa católica me emocioné profundamente, como valorando más lo
que yo tenía y sintiendo más el dolor de ellos. Y pidiendo más al Padre para
que se acelere el mayor acercamiento de todos a Dios-Trinidad que nos permita ir
también acercándonos entre nosotros.
Alguna de vuestras EXPERIENCIAS tratando
de llevar a la práctica diaria la Palabra de Vida de enero («Amarás al Señor tu Dios… y a tu
prójimo como a ti mismo», Lc 10,
27), la de diciembre («Estad
siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que
Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros», 1 Ts 5, 16-18) y la de
noviembre («Pues todos sois hijos de
la luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas», 1 Ts 5, 5):
1.- “…muchas gracias por tus palabras, porque en confesión siempre ayudan mucho y alivian más todavía.
Respecto a mi experiencia sobre la
PdV de amor al prójimo, se basa en la reunión con la familia en Navidad,
sintiendo amor, armonía... sintiendo al Niño presente y, a la vez, dándome
cuenta de que en esa misma mesa hay personas con notables ausencias, y en ese
momento me ponía en el lugar de ellos y trataba de hacerles sentir lo mejor
posible. Me doy realmente cuenta que lo importante es el vivir que Dios está
siempre con nosotros…”.
2.- “…me ha encantado lo que mandaste del Papa, que no
lo había leído...
La Palabra de Vida, como ocurre siempre...
es fantástica. Desde el primer momento sientes como si fuera una mano
maravillosa que te pone en el camino acertado y con alegría. Hoy he estado profundizando
en ella con otra hermana y comentando cómo la tratamos de vivir y te llegan
luces por todas partes.
La compasión..., cómo me llama a mirar al hermano con misericordia, ternura y
donación... Esto me viene a la mente cuando veo una oportunidad de servir a una
hermana en algo concreto o a alguien que me pida ayuda...
Cómo me ayuda la expresión "La vida es lo que te sucede en
el momento presente..." ¡Qué riqueza tiene el momento presente...! Un gran regalo que Dios nos
hace muchas veces al día. Yo percibo que, si estoy en una actitud de amar, se
suceden las oportunidades de decirle una y otra vez a Jesús "por Ti".
ES LO QUE MANTIENE MI VIDA...
Doy gracias a Dios por tanto que me da y a través de personas como
tú... “Dios le pague a Dios”, como decía un amigo mío. Sí, Dios
te pague. Rezo por la mejoría de tu madre…”.
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