PALABRA DE VIDA julio de 2023
«Todo aquel que dé de beber tan solo un vaso de agua fresca
a uno de estos pequeños, por ser
discípulo,
os aseguro que no perderá su recompensa»
(Mt 10, 42)
El evangelista Mateo es un escriba cristiano muy instruido: conoce a fondo
las promesas del Dios de Israel, y para él las palabras y las acciones de Jesús
representan su cumplimiento. Por eso, en su Evangelio presenta su enseñanza en
forma de cinco
grandes discursos, como un nuevo Moisés.
Esta Palabra de vida concluye
el «discurso misionero» que comienza con la elección de los doce apóstoles e
indica las exigencias de la predicación: las incomprensiones y las persecuciones que
van a encontrar requieren un testimonio creíble que implica decisiones
radicales.
Pero hay más: Jesús revela que el enviar a sus discípulos tiene su raíz en
la misión que él mismo ha recibido del Padre. Una convicción ya viva
en el Antiguo Testamento: en el mensajero de Dios, el mismo Dios se hace presente,
se compromete. Así pues, es el amor mismo de Dios
el que, a través del testimonio de Jesús y de aquellos que Jesús envía,
llega en cadena
a cada persona.
«Todo aquel que dé de beber tan solo un vaso de agua fresca
a uno de estos pequeños, por ser discípulo,
os aseguro que no perderá su recompensa».
Además de la misión específica de algunos –los apóstoles, los pastores, los
profetas…–, Jesús anuncia que todo cristiano puede ser su discípulo, al mismo tiempo
destinatario y portador de la misión. Y aunque seamos «pequeños» y
aparentemente carentes de cualidades o títulos especiales, todos nosotros, por
ser discípulos, estamos
habilitados para testimoniar la cercanía de Dios. La comunidad
cristiana entera es enviada a la humanidad por el Padre de todos.
Todos hemos recibido atención, cuidados, perdón y confianza de Dios a
través de los hermanos; todos podemos decir algo a los demás para que sientan la
ternura del Padre, como hizo Jesús durante su misión. En esta raíz,
en el Padre, está la garantía de que las llamadas «pequeñas cosas» pueden cambiar el mundo.
Aunque solo sea un vaso de agua fresca.
«No cuenta si podemos dar mucho o poco. Lo importante es cómo damos, cuánto
amor ponemos incluso en un pequeño gesto
de atención al otro. A veces basta con ofrecerle un vaso de agua, un
vaso de agua fresca […], un gesto sencillo y grande a los ojos de Dios
si lo hacemos en su nombre, o sea, por amor. […] La Palabra de vida de este mes
podrá ayudarnos a redescubrir el valor de cada una de nuestras acciones, empezando
por las tareas domésticas, del campo o del trabajo, el desempeño de trámites
administrativos, los deberes del colegio o las responsabilidades de tipo civil,
político o religioso. Todo puede transformarse en servicio atento y solícito.
El amor nos dará ojos nuevos para intuir lo que los demás necesitan y
atenderlos con creatividad y generosidad. Y como fruto, los dones circularán,
porque el amor llama al amor. La alegría se multiplicará, porque “hay más
alegría en dar que en recibir” (Hch 20, 35)»[1].
«Todo aquel que dé de beber tan solo un vaso de agua fresca a uno de estos
pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».
Lo que Jesús nos pide es muy exigente: no detener el flujo del amor de Dios.
Nos pide que lleguemos a cada hombre y a cada mujer con el corazón abierto y un servicio concreto, superando nuestras
categorías y nuestros juicios.
Él quiere nuestra colaboración activa, creativa y responsable, por el bien
común a partir de las pequeñas cosas de cada día, pero al mismo
tiempo no dejará de recompensarnos: estará siempre a nuestro lado para cuidar de nosotros y acompañarnos en la
misión.
«[…] Dejé mi trabajo en Filipinas y me fui a Australia para estar con mi
familia […] encontré trabajo en una obra como limpiador de los comedores, los
vestuarios, las oficinas y la cantina, que utilizan más de 500 trabajadores. Un
trabajo completamente diferente del que tenía antes como ingeniero […] Por el
bien de los demás, me aseguro de que los comedores estén siempre limpios y
ordenados. Sin embargo, hay personas que no se preocupan de la limpieza. […] No
he perdido la paciencia porque para mí es una oportunidad de amar a Jesús en cada persona
con la que me encuentro. Poco a poco estas personas empiezan a
limpiar después de comer y, con el tiempo, nos hacemos amigos y empiezo a
ganarme su confianza y su respeto […]. He experimentado que el amor es
contagioso y que todo lo que se hace por amor permanece[2].
Letizia Magri y el equipo de
la Palabra de vida
[1] C. Lubich, Palabra de vida, octubre 2006: Ciudad Nueva n. 435 (10/2006), p. 22.
[2] S. Pellegrini, G. Salerno, M.
Caporale (eds.), Una transformación silenciosa, Ciudad
Nueva, Madrid 2022, pp. 65-66.
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