martes, 15 de noviembre de 2022

MISERICORDIA TAMBIÉN PARA CON UNO MISMO

 VIDA DE LA PALABRA                   primeras semanas de NOVIEMBRE



Alguna de mis EXPERIENCIAS tratando de llevar a la práctica diaria, con la Gracia de Dios, la Palabra de noviembre («Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia», Mt 5, 7) y la de octubre («Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza», 2 Tm 1, 7):

1.-        Este mes se me han ido presentando pequeñas ocasiones donde tener misericordia de distintas formas ante diversas personas, pero además conmigo mismo, puesto que Dios es misericordia también para conmigo y debo tener paciencia con mis defectos y manías: que no me quiten la paz mis meteduras de pata, ¡pero sin hacer las paces con ellas!     

Así que, con ilusión, (y confiando sobre todo en la Gracia), voy esforzándome por mejorar en todo ello, (sobre todo en mi modo de hablar y expresarme, que a pesar de toda mi buena voluntad, produce a veces malentendidos), y pedírselo por misericordia al Señor.

 

 

Alguna de vuestras EXPERIENCIAS tratando de llevar a la práctica diaria la Palabra de Vida de noviembre («Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia», Mt 5, 7), la de octubre («Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza», 2 Tm 1, 7) y la de septiembre («Siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda», 1 Co 9, 19):

 

1.-        “estaba ahora escuchándote en Radio María tu programa de los jueves, y he visto oportuno contarte una experiencia concreta de hace apenas unos días: vi una foto comentada por WhatsApp de una mamá del colegio de cuando nuestros hijos eran pequeños y "me quedé mosca", así que la respondí y le dio alegría y quedamos para tomar un café, (llevábamos sin vernos 6 años o así).

Efectivamente ella ha sufrido en este tiempo una enfermedad que la limita físicamente, estuvimos charlando animadamente toda la tarde, y lo pasamos genial. Fue estupendo ese encuentro. Me sentí muy bien, y seguiremos viéndonos para pasar más tardes conversando.

Gracias por tus testimonios de PdV. Me hacen mucho bien.

 

2.-        “sirvió de mucho tu homilía de ayer sobre la perseverancia. Sobre todo lo que dijiste a continuación: “hay que perseverar haciendo el bien”. 

Ahora me doy cuenta que a veces sí persevero en la oración, pero tras escucharte me daba cuenta que lo hacía quejándome, sintiéndome mal... ni rastro de "hacer el bien" en mi perseverancia.

Más bien todo lo contrario, dejándome llevar por el desánimo acababa enfadada, desanimada... o peor aún, no hacía nada, con lo que el trabajo se me iba acumulando. 

Cierto es, hay que perseverar pero no de cualquier manera, sino haciendo el bien. Gracias por tus palabras.

 

2.-        “estuve en un congreso de la Hospitalidad de Lourdes. Todas las ponencias fueron muy buenas, una en especial me llegó al alma: un sacerdote que contaba su vida de cuando estaba en el hospital. Narraba casos de conversiones, bautizos, confesiones... Aunque no estuviera de guardia, él iba cuando le llamaban. Como si fuera Jesús.

Mientras, yo recordaba casos de mi trabajo en el hospital: un día llegó a planta un chico que estaba muy grave, había tenido un accidente. Yo lo recibí. Venía muy agitado, insultando a todos, (cosa muy normal en muchos casos). Yo lo coloqué bien en la habitación, mientras veía a su madre llorar por las palabras de su hijo, ya que él nunca se comportaba así. Dejé al chico con una compañera y yo salí al pasillo con la madre. Se desahogó conmigo mientras yo la escuchaba atentamente.

Estuvo mucho tiempo en el hospital y, cuando le dieron el alta, si la madre me veía por la calle, en seguida me saludaba y se agarraba a mí, mientras decía a los demás… que yo les había estado cuidando en el hospital. A mí me daba vergüenza: yo lo había hecho porque era mi trabajo y simplemente hacía lo que pensaba que me gustaría que hicieran conmigo. Aún tenemos relación. Ahora la mamá es mayor, pero la sigo llamando y antes de la pandemia quedé con ella y con una hija.

 

2b.-     Otra vez, en el parte de quirófano, vi el nombre de un Obispo y le reservé una habitación. Por la tarde me llamaron y me dijeron que me iban a subir tres enfermos. Yo expliqué que tenía disponibles solo dos camas, pues una estaba reservada. Mi compañera se enfadó porque no le había dado el justificante. Yo la dije que no se preocupara que al día siguiente se lo bajaría.

Yo nunca había tenido un enfermo de "esa categoría" y para mí fue ponerme en la presencia del Señor, (aunque para mí todos los enfermos eran importantes), y cuando a los dos días salió de la UVI, le preparé la habitación, le di los buenos días, le pregunté cómo había descansado...: traté de hacerlo todo con delicadeza. Hablábamos un poco. Cuando se marchó, me dio las gracias y me dijo que me nombraba "enfermera episcopal". Me quedé paralizada, me sonrojé y me emocioné. 

 

2c.-      Otro día, estando en el turno de noche, llegó un señor mayor, había tenido un accidente y venía solo. Me dio tanta pena que estuve toda la noche pendiente de él, era de un pueblo de otra provincia. Cuando término mi turno, me fui a dormir: no podía, pensado en él. Al día siguiente me tocó el turno de tarde, entré a verle y estaba su esposa, hablé un poco con ella y me fui hacer otras cosas. Al poco rato vino a preguntarme dónde había un hotel para quedarse. Había uno cerca y le indiqué cómo llegar, pero no entendía mis explicaciones. Me ofrecí a acompañarla en cuanto acabara mi turno, pero me inquietaba que se quedara sola y que al día siguiente no supiera volver al hospital. Yo no estaba tranquila y pensé en llevarla a mi casa, aunque no sabía cómo decírselo a mi madre, así que pensé: "Señor, Tú sabrás".

Finalmente se la presenté a mi madre y estaba encantada. Cuando vivía mi padre en mi casa eso era normal. La señora estaba angustiada y con cara de pena. No quiso cenar. Le hice la cama, la dejé toallas para que se pudiera duchar y le dije que descansara que se levantara cuando quisiera. Yo tenía turno de mañana y cuidaría de su marido. Cuando me levanté ella ya lo estaba y había hecho la cama, pero no quiso desayunar. Solo quería estar con su marido. Cuando llegamos a la habitación él estaba consciente y se quedaron juntos. A media mañana me presentó a su hijo y a su nuera y me contó la aventura que habían pasado: tuvieron un accidente viniendo. Un coche les deslumbró y fueron a la cuneta. Les encontró la policía. Fueron a comprar ropa, pero habían perdido la cartera y yo me ofrecí a prestarles algo de dinero. Me dijeron que, si no me importaba, mientras cuidaba a su padre, ellos se llevaban a comer a su madre. Cuando regresaron, el médico dio de alta al enfermo, así que regresaban a casa.

Vinieron a darme las gracias por todo y me trajeron un detalle, porque nunca habían visto una conducta igual. Yo les dije que no había hecho nada más que mi trabajo, pero me dijeron que les había tratado como si fueran de mi familia. Me costaba aceptar el regalo, pero insistieron. Abrí el paquete: era una muñeca preciosa. Fue el regalo más bonito de mi vida. Cada vez que lo veo me emociono.

 

 

 

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