PALABRA DE VIDA noviembre 2022
«Bienaventurados los
misericordiosos,
porque ellos alcanzarán
misericordia»
(Mt 5, 7)
En el Evangelio de Mateo, el discurso de la montaña va
tras el inicio de la vida pública de Jesús. La montaña se considera el símbolo
de un nuevo monte Sinaí, en el que Cristo ofrece su «ley» como nuevo Moisés. El
capítulo anterior habla de grandes masas que comenzaron a seguir a Jesús y a
las cuales Él dirigía sus enseñanzas. En cambio, este discurso lo dirige Jesús
a sus discípulos, a la comunidad naciente, a los que más tarde serían llamados
cristianos. Jesús presenta el «reino de los cielos», núcleo central de su predicación
(cf. Mt 4, 23; 5, 19-20); y, dentro de este, las bienaventuranzas representan su
manifiesto programático, el mensaje de la salvación, una «síntesis de toda la
Buena Nueva, que es la revelación del amor salvífico de Dios»[1].
«Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».
¿Qué es la misericordia? ¿Quiénes son los
misericordiosos? La frase comienza por la palabra «bienaventurado/s»[2],
que significa feliz,
afortunado, y adquiere también el
sentido de ser
bendecido por Dios. En el texto, entre las nueve bienaventuranzas,
esta se encuentra en el lugar central. Las bienaventuranzas no pretenden representar
comportamientos que son objeto de premio, sino auténticas oportunidades para ser un poco
más parecidos a Dios. En particular, los misericordiosos son aquellos que tienen
el corazón lleno de amor a Él y a los hermanos, un amor concreto que se inclina hacia los últimos, los olvidados, los pobres,
hacia quienes necesitan este amor desinteresado; de hecho Misericordia es uno de los atributos de Dios[3];
Jesús mismo es misericordia.
«Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».
Las bienaventuranzas transforman y revolucionan los principios más
comunes de nuestro modo de pensar. No son simples palabras de consuelo, sino
que tienen
el poder de cambiar el corazón, tienen la capacidad de crear una
nueva humanidad, hacen eficaz el anuncio de la Palabra. Es necesario vivir
la bienaventuranza de la misericordia también con nosotros mismos,
reconocernos necesitados de ese amor extraordinario, sobreabundante e inmenso que
Dios tiene por cada uno de nosotros.
La palabra misericordia, rahamim en hebreo, deriva del hebreo rehem,
vientre materno, y evoca una misericordia divina sin límites, como la
compasión de una madre por su niño. Es «un amor que no mide, abundante, universal,
concreto. Un amor que tiende a suscitar la reciprocidad, que es el fin último
de la misericordia. […] Así pues, si hemos sido víctimas de alguna
ofensa o de alguna injusticia, perdonemos y se nos perdonará. ¡Seamos los
primeros en tener piedad, compasión! Aunque parezca difícil y audaz, preguntémonos
ante cada prójimo: ¿cómo se comportaría su madre con él? Es un modo
de pensar que nos ayuda a entender y a vivir según lo que Dios quiere»[4].
«Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».
«A los dos años de matrimonio, nuestra hija y su marido
decidieron separarse. La acogimos de nuevo en nuestra casa, y en los momentos
de tensión procurábamos quererla con paciencia, comprensión y perdón en el
corazón, mantener una relación de apertura para con ella y su marido, y sobre
todo esforzándonos en no juzgar. Al cabo de tres meses de escucha, ayuda
discreta y mucha oración, se volvieron a juntar con consciencia, confianza y
esperanza renovadas»[5].
Y es que ser misericordiosos es más que perdonar. Es
tener un corazón grande, tener prisa por
borrarlo todo, por
quemar completamente todo lo que pueda obstaculizar nuestra relación con los
demás. La invitación de Jesús a ser misericordiosos consiste en ofrecer un
camino para acercarnos de nuevo al designio originario, de modo que podamos
transformarnos en aquello para lo que hemos sido creados: para ser a
imagen y semejanza de Dios.
LETIZIA MAGRI
[1] C.
Lubich, Palabra de vida, noviembre 2000, en Ciudad Nueva
n. 370 (11/2000), p. 24.
[2] Cf. C. Lubich, Palabra de
vida, enero 2004: Ciudad Nueva n. 370 (11/2000), pp. 24-25.
[3] En hebreo hesed, es decir, amor desinteresado y acogedor, dispuesto
a perdonar.
[4] C. Lubich, Palabra de vida, noviembre 2000, en o. cit., p. 25.
[5] Experiencia tomada de la web: www.focolare.org.
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