miércoles, 15 de junio de 2022

NUESTRO ÚNICO BIEN

Ofrezco estos textos que nos ayuden a profundizar y retomar con más intensidad la Palabra de Vida de este mes de junio: («Tú eres mi Señor, mi bien, nada hay fuera de Ti», Sal 16, 2).

 


 

NUESTRO ÚNICO BIEN

 …también verificando, durante el día, por medio de alguna brevísima oración, si nuestro corazón está realmente orientado hacia Él, si es Él el Ideal de nuestra vida; si reina en nosotros, en todo nuestro ser…; si lo ponemos realmente en el primer lugar de nuestro corazón; si lo amamos sinceramente con todo nuestro ser.

Me refiero a esas orientaciones rápidas que la Iglesia aconseja especialmente a los que están en medio del mundo y no tienen tiempo de rezar mucho. Son como flechas de amor que parten de nuestro corazón hacia Dios; como dardos de fuego: las llamadas «jaculatorias», que etimológicamente significan precisamente dardos, flechas. Estas sirven magníficamente para enderezar el corazón hacia Dios.

En la liturgia de la Misa hay un versículo que se puede considerar como una jaculatoria, muy bonito. Dice: «Tú eres, Señor, mi único bien» (cfr. Sal 16, 2).

Trataremos de repetirlo durante el día, sobre todo cuando los apegos de vario tipo quieran arrastrar nuestro corazón detrás de cosas, de personas o de nosotros mismos. Digamos: «Tú eres, Señor, mi único bien», no esa cosa, no esa persona, no yo mismo; «Tú eres mi único bien», ninguna otra cosa. Esto es lo que quiero y vuelvo a elegir ahora: «Tú, mi único bien».

Tratemos de repetirlo cuando la agitación o la prisa nos llevaría a hacer mal la voluntad de Dios del presente: «Tú eres, Señor, mi único bien, por tanto


mi bien es tu voluntad, no lo que yo quiero».

Cuando la curiosidad o las ganas de consolación, nos lleve a querer conocer con anticipación a personas o cosas, «Tú eres, Señor mi único bien, no aquello de lo que mi avidez y mi orgullo querrían saciarme».

Tratemos de repetirlo frecuentemente y así nos sentiremos unidos a Dios y llenos de Él y pondremos y volveremos a poner la base de nuestro verdadero ser, de nuestro testimonio necesario, primer acto de evangelización. De esta manera todo irá bien en la vida, en el sentido justo.

Entonces, cuando hablemos, no diremos sólo palabras, o peor, habladurías, sino que serán dardos sobre las almas para que se abran al amor, para que acojan a Jesús.

Probemos. Descubriremos que esas pocas palabras, («Tú eres, Señor, mi único bien»), han sido una medicina para vuestra alma, un tónico; como diría Santa Catalina de Siena: «Han hecho que nuestra alma sea una lámpara derecha».

«Tú eres, Señor, mi único bien».

CHIARA LUBICH, Nuestro único Bien, en Revista “Ciudad Nueva”, Madrid, mayo 1992, pág. 26-27.

 

 

 

 

ESCUCHAR PROFUNDAMENTE

 Cuando escuchamos al otro por amor, la escucha se convierte en un acto de comunión fraterna. Hacemos un vacío en nosotros que se llena del otro. Él, a su vez nos da todo lo que hay en su corazón en ese momento: angustias y dolores, pero también sus alegrías y logros.

Escuchar profundamente es lo mismo que hacer una comunión de vida.

La escucha implica también una gran actitud de inclusión, de superación de los prejuicios y de aceptación de las diferencias.

Escuchamos profundamente cuando somos capaces de escuchar hasta que termine el otro incluso opiniones contrarias a la nuestra, cuando dejamos que el otro se exprese completamente.

Para hoy nuestro propósito puede ser: “hacerse uno” escuchando profundamente a todos.

APOLONIO CARVALHO NASCIMENTO, Comentario al Pasapalabra diario, 8 junio

 

 

 

 

ESCUCHAR HASTA EL FINAL

 Al “hacerse uno”, hay que estar totalmente y durante todo el tiempo desapegado de uno mismo.

De hecho, hay –nosotros lo sabemos– quien, por apego a sí mismo o a alguna otra cosa, no escucha hasta el fondo al hermano, no “muere” del todo en el hermano y quiere dar respuestas que ha ido recogiendo en su cabeza…, que no son sugeridas por el Espíritu Santo, que es el que puede dar la vida o aumentarla en el hermano.

Por otro lado, está el que, amante apasionado de Jesús Abandonado, escucha a su hermano hasta el final, sin preocuparse por la respuesta, que Él le dará al final y resumirá en palabras cortas, o en una, todo lo que necesita esa alma. 

MICHEL VANDELEENE, Yo-el hermano-Dios. En el pensamiento de Chiara Lubich, Ed. Città Nuova

 


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