VIDA DE LA PALABRA últimas semanas de ABRIL
Alguna de mis EXPERIENCIAS tratando de llevar a la práctica diaria la Palabra de Vida de abril («Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas», Jn 10, 11) y la de marzo («Muéstrame tus caminos, Señor, enséñame tus sendas», Sal 25, 4)
1.- Buscando un alquiler barato, una familia marchó a otro
pueblo, (y, al final, con muchas humedades), justo antes del primer
confinamiento. Los 4, además, añoraban y anhelaban el ambiente de nuestra
parroquia (y del Centro Mariápolis) y les ha surgido la oportunidad de
regresar, pero el inmenso obstáculo era la fianza de 2 mensualidades para un
pequeño piso cerca de aquí. Acordándome de la PdV, del Buen Pastor, les dije
que no dudaran y se pusieran en movimiento ya: yo, rebuscando, en unas horas les
adelantaría el dinero y ya me lo irán devolviendo poco a poco en años futuros
si pudieran. Una segunda dificultad era que no tenían muebles ni apenas otras cosas.
Comenté todo
ello “como de paso” ese mismo día en alguna reunión y en la homilía, pues la
primera lectura de la Misa era precisamente: “los primeros cristianos eran un
solo corazón (= “cor unum”) y una sola alma; nadie llamaba suyo propio a lo que
tenía, sino que todo estaba a disposición según la necesidad de cada uno…”. Varias
personas se sintieron impulsadas por dentro y, discretamente, han venido a
ofrecer un somier y colchón, útiles de cocina, frigorífico y mesa (esto último
al final sí lo tenía el piso), etc. Había que hacerlo todo ya al día siguiente,
para no comenzar una nueva quincena, pues el alquiler anterior lo tenían que
dar a mitad de mes.
Ellos
pensaban usar el transporte público yendo y viniendo un montón de veces: yo me
ofrecí con la furgoneta de la parroquia a ayudarles al día siguiente a hacer el
traslado de sus pertenencias y a recoger las cosas que les regalaban y
llevárselas. Al final, todo lo relacionado con la furgo lo realizó el
responsable de nuestro comedor social: ahí vi también el cuidado del Buen
Pastor no solo por ellos, (pues él lo hace fenomenal), sino también por mí,
(pues francamente mi tiempo era limitado y más ese día).
Luego
he sabido, que tras la primera reunión a la que llevaban sin asistir desde que
estaban en la otra población, una persona quedó después con la mamá de esta
familia y la llevó a un centro comercial para regalarle todos los útiles de
cocina que todavía le faltasen.
2.- Uno de los días haciendo la ronda normal de visitas por
las plantas en el hospital, entré en la habitación donde el otro capellán había
administrado la unción de los enfermos a la paciente el día anterior. Estaba dormida
(o inconsciente). Una ancianita de apariencia entrañable, muy consumidita por
la edad o la enfermedad. Cuando no hay acompañante, yo me quedo en el umbral de
la puerta rezando una oración en voz alta y le doy la bendición. Para dejar
constancia de que había estado atendiéndola, dejé una estampa de Cristo en el
brazo del sillón.
A
la mañana siguiente, llamaron para una urgencia justo cuando yo estaba
arrancando con el coche en dirección contraria para ir a Madrid a una reunión
importante como arcipreste con el Vicario. ¿Podría esperar el enfermo 4 ó 5
horas? La voz del Buen Pastor me hizo enfilar hacia el hospital, (poniendo un
mensaje al grupo de la reunión avisando que llegaría yo hora y pico tarde: me
da auténtica vergüenza llegar incluso un minuto tarde a los compromisos).
Una vez administrada la unción de los enfermos, aunque iba yo con muchísima prisa, de nuevo la PdV, el impulso del Buen Pastor, me hizo asomarme en esa misma planta a la ancianita arriba mencionada: de nuevo puerta abierta…, solita… Pensé como el día anterior hacer una oración rápida por ella y darle la bendición, pero me percaté que la estampa que yo había dejado, estaba exactamente en la misma posición (Cristo, en el brazo del sillón vacío): aparte del personal, ¡nadie había ido a acompañarla desde que yo estuve! Y se me conmovieron las entrañas por su soledad en ese trance. Mientras me santiguo y empiezo a hablarle casi con lágrimas que me empezaban a aflorar… me fijo bien y… yo diría… que está excesivamente pálida y no respira… Voy a avisar al control de enfermería. “No te preocupes… le ha pasado varias veces… y luego da un suspiro y continúa respirando”. Le contesto: “oye, creo que… no…: ves en cuanto puedas; yo, por lo pronto, estaré allí rezando en voz alta por ella”. Mientras así lo hacía, (el oído se mantiene, aunque parezca inconsciente; y, en cualquier caso, el alma oye), al instante llegó la enfermera y después de examinarla con todo cariño, mediante un gesto (con todo respeto para no interrumpirme) me da a entender que, efectivamente, ha fallecido. La voz se me entrecorta en medio de las oraciones pensando en que ha estado solita al menos las últimas 28 horas y en ese momento crucial, pero el Buen Pastor justo ha estado a su lado a través de mí: cambio las oraciones por la salud por la “recomendación del alma” y un responso, dedicando más tiempo que en otras ocasiones que alguien tiene acompañantes.
Alguna de vuestras EXPERIENCIAS tratando de llevar a la práctica diaria la Palabra de Vida de abril («Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas», Jn 10, 11), la de marzo («Muéstrame tus caminos, Señor, enséñame tus sendas», Sal 25, 4) y la de febrero («Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso», Lc 6, 36):
1.- “…en resumen, lo que a mí me
pasó fue que yo toda mi vida fui a un colegio religioso y tenía fe, mi madre y
mi tía son muy creyentes y practicantes y así me crie hasta que tuve 18 años y
ya salí del colegio y me vine a estudiar a la capital. Desde entonces yo
siempre he creído, pero no practicaba; y sinceramente, solo me acordaba de Dios
cuando tenía un problema. Sobre todo cuando algún familiar enfermaba o algo
así.
Durante el confinamiento, yo me empecé a encontrar
mal: sentía que estaba sola, me replanteé si verdaderamente existía un Dios, y
si existía, que no me hacía caso o no me escuchaba... Estuve muy mal; la verdad,
me sentía muy sola y muy perdida.
No sé cómo, empecé a sentir las ganas de
encontrarme de nuevo con Dios. Al principio no sabía ni qué hacer. Y empecé por
ponerme algunos días la Misa de la tv y a ver si así sentía algo y descubrí que
estaba muy a gusto escuchando el evangelio, hasta que me atreví a ir a misa a
la parroquia. También me ayudó una amiga mía que es muy creyente y practicante.
Y ahora estoy muy feliz: me siento llena, tengo una
tranquilidad dentro que no sé cómo explicarla, pero ya no me siento sola. Lo
que pasa es que… bueno, han sido muchos años de “desconexión“ y ahora no sé muy
bien cómo hacer las cosas: yo quiero hacerlo bien, pero claro, el tema de rezar
y de pedir perdón por los pescados aún no sé muy bien cómo hacerlo... Estoy en
proceso de todo eso. Por eso me gusta buscar información y leer para saber
hacer las cosas bien…”.
2.- “…gracias nuevamente por compartir
conmigo la Palabra y las experiencias de todos. Ya espero con ilusión tu
correo. Unas veces lo leo con la emoción de quien recibe una carta
esperada; otras, me espero y lo leo por partes, observando cada detalle e
interiorizando, pensando en lo que Dios quiere mostrarme...
…me ha emocionado al leer la experiencia con el paciente
en UCI: me sentí identificada con el aspecto de no saber cómo actuar;
personalmente como médico, siento que la pandemia está siendo difícil de
manejar, porque el cansancio ya nos dificulta las palabras de ánimo y hay que
respirar profundo. Me mantengo fuerte en que los designios de Dios son
perfectos, aunque yo no los comprenda, pero no todas las personas responden
igual frente a esto. Creo que por ellos debemos rezar también…”.
3.- “…¡qué historias más emocionantes recoge tu correo! ¡Qué maravilla de vida…
sabiéndonos acompañados por Jesús, sintiendo Su presencia en cada circunstancia
de nuestra vida!
Mi Cuaresma fue
un tiempo de abandono en el Señor, de la mano de San José y, aunque tuve mi
cruz dolorosa por lo que ya sabes, al final resucité con Él; mi hermana,
(empezando la misma noche, después de la Vigilia Pascual): pasé por su casa a
llevarle la luz del Señor en una de esas velitas preciosas que preparasteis en
la Parroquia y, ¡sorpresa!, me recibió alegre y con mucho cariño. Al día
siguiente, el Domingo de Resurrección, comimos en mi casa, (así ella compartió
conmigo la alegría del Resucitado), luego tuvimos que ir a ayudarla a ella
y a mi cuñado a limpiar la piscina, (mi sobrina estaba con fiebre), y me
repetía yo esto en mi corazón: “Señor, ya
sé que es tiempo de celebrar este gran día, comiendo y alegrándonos por tu
Resurrección, pero la fiesta no es completa si ellos no están dentro”. Así
que ese trabajo sucio, literalmente sucio, se lo ofrecí al Señor y noté
enseguida su bendición. ¡¡Bendito sea Jesucristo Resucitado, que hace nuevas
todas las cosas!!
Desde entonces
mi alma rebosa de alegría y de amor, un amor que a veces me cuesta respirar, me
ahoga y quiere salir, darse a todos.
Por todo lo
demás, me mantengo firme en la Fe y el Señor me acompaña en todo lo que hago…”.
4.- “…he disfrutado mucho en la Semana Santa... Es una época
tan profunda, hay tanta riqueza en la Palabra de Dios y en las celebraciones...
Y el tiempo de Pascua me llena de un gozo inmenso...
En
medio de esta alegría íntima y profunda, doy también gracias a Dios porque
Jesús Abandonado está a mi lado de distintas formas. Ya los años pesan y cada
noche me despierta el dolor de cadera o de estómago... Veo que es una
oportunidad para pensar en tantos enfermos que sienten fuertes dolores,
soledad... Y lo ofrezco por ellos. Entonces se hace más liviano. Me siento más
unida a Jesús en su dolor y pudiendo compartir algo de su sufrimiento...
María
es la guía segura cada día... Ella me alienta, sostiene, acompaña…”.
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