Para seguir viviendo con serenidad y esperanza a pesar de desafíos y preocupaciones de esta época pandémica (y este mes de las misiones y del rosario),
además de,
(¡te lo anuncio ya, para
que te animes y/o pases la voz a quien le pueda gustar!),
los tradicionales Ejercicios Espirituales de Adviento que
tendremos como siempre el último finde
de noviembre en el Centro Mariápolis,
nos ayudará el
intensificar nuestra atención por vivir con experiencias concretas la Palabra
del mes octubre, («todo el
que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»), y para ello, unos textos (y experiencias) que
nos la refuercen:
FRATERNIDAD LOCAL Y UNIVERSAL
La verdadera sabiduría
supone el encuentro con la realidad. Pero hoy todo
se puede producir, disimular, alterar. Esto hace que el encuentro directo con
los límites de la realidad se vuelva intolerable. Como consecuencia, se opera
un mecanismo de “selección” y se crea el hábito de separar inmediatamente lo que me
gusta de lo que no me gusta, lo atractivo de lo feo. Con la misma
lógica se eligen las personas con las que uno decide compartir el mundo. Así las
personas o situaciones que herían nuestra sensibilidad o nos provocaban
desagrado hoy sencillamente son eliminadas en las redes virtuales, construyendo
un círculo virtual que nos aísla del entorno
en el que vivimos.
El sentarse a
escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es un paradigma de
actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y recibe al otro, le presta atención, lo acoge en
el propio círculo. Pero «el mundo de hoy es en su mayoría un mundo sordo.
[...] A veces la velocidad del mundo moderno, lo frenético nos impide escuchar bien lo
que dice otra persona. Y cuando está a la mitad de su diálogo, ya lo
interrumpimos y le queremos contestar cuando todavía no terminó de decir. No hay que
perder la capacidad de escucha». San Francisco de Asís «escuchó la
voz de Dios, escuchó la voz del pobre, escuchó la voz del enfermo, escuchó la
voz de la naturaleza. Y todo eso lo transforma en un estilo de vida. Deseo que
la semilla de san Francisco crezca en tantos corazones»[49].
Al desaparecer el silencio y la escucha, convirtiendo todo en
tecleos y mensajes rápidos y ansiosos, se pone en riesgo esta estructura básica de una sabia comunicación humana.
Se crea un nuevo estilo de vida donde uno construye lo que quiere tener delante, excluyendo
todo aquello que no se pueda controlar o conocer superficial e
instantáneamente. Esta dinámica, por su lógica intrínseca, impide la reflexión serena que podría
llevarnos a una sabiduría común.
Podemos buscar juntos
la verdad en el diálogo, en la conversación reposada o en la
discusión apasionada. Es un camino perseverante, hecho también de silencios y de sufrimientos,
capaz de recoger con paciencia la larga experiencia de las personas y de los
pueblos.
El cúmulo abrumador de información que nos inunda no significa
más sabiduría. La sabiduría no se fabrica con búsquedas ansiosas
por internet, ni es una sumatoria de información cuya veracidad no está
asegurada. De ese modo no se madura en el encuentro con la verdad. Las
conversaciones finalmente sólo
giran en torno a los últimos datos, son meramente horizontales y acumulativas.
Pero no se presta una detenida atención y no se penetra en el corazón de la vida, no se reconoce lo
que es esencial para darle un sentido a
la existencia. Así,
la libertad es una ilusión que nos venden y que se confunde con la
libertad de navegar frente a una pantalla. El problema es que un camino de
fraternidad, local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus libres y
dispuestos a encuentros reales.
PAPA FRANCISCO, Carta
encíclica Fratelli tutti, (octubre
2020), nn. 47-50
la puedes leer entera "pinchando" a continuación: enciclica-fratelli-tutti
UN CORAZÓN QUE VE
…el Buen Samaritano es “un corazón que ve”. Él «enseña que es necesario convertir
la mirada del corazón, porque muchas veces los que miran no ven. ¿Por qué? Porque falta
compasión. Sin compasión, el que mira no se involucra en lo que observa y pasa de largo; en
cambio, el que tiene un corazón compasivo se conmueve y se involucra, se
detiene y se ocupa de lo que sucede».[19] Este corazón ve dónde
hay necesidad de amor y obra en consecuencia.[20]
Los ojos perciben en la debilidad una llamada de Dios a obrar, reconociendo en la vida
humana el primer bien común de la sociedad.[21] La vida humana es un bien altísimo
y la sociedad está llamada a reconocerlo. La vida es un don[22] sagrado e inviolable y todo hombre, creado por Dios, tiene una vocación transcendente y una
relación única con Aquel que da la vida, porque «Dios invisible en su gran
amor”[23] ofrece a cada hombre un plan de salvación para
que podamos decir: «La vida es siempre un bien. Esta es una intuición o, más bien, un
dato de experiencia, cuya razón profunda el hombre está llamado a comprender».[24]
Por eso la Iglesia está siempre dispuesta a colaborar con todos los hombres
de buena voluntad, con creyentes de otras confesiones o religiones o no
creyentes, que respetan la dignidad de la vida humana,
también en sus fases extremas del sufrimiento y de la muerte, y rechazan todo
acto contrario a ella.[25] Dios
Creador ofrece al hombre la vida y su dignidad como un don precioso a custodiar
y acrecentar y del cual, finalmente, rendirle cuentas a Él.
La Iglesia afirma el sentido positivo de la vida humana como
un valor ya perceptible por la recta razón, que la luz de la fe confirma y
realza en su inalienable dignidad.[26] No
se trata de un criterio subjetivo o arbitrario; se trata de un criterio
fundado en la inviolable dignidad natural –en cuanto
que la vida es el primer bien porque es condición del disfrute de todos los
demás bienes– y en la vocación trascendente de todo ser
humano, llamado a compartir el Amor trinitario del Dios viviente:[27] «el amor
especialísimo que el Creador tiene por cada ser humano le confiere una dignidad
infinita».[28]
El valor inviolable de la vida es una verdad básica de la ley moral natural
y un fundamento esencial del ordenamiento jurídico. Así como no se puede
aceptar que otro hombre sea nuestro esclavo, aunque nos lo pidiese, igualmente
no se puede elegir directamente atentar contra la vida de un ser humano, aunque este lo pida.
Por lo tanto, suprimir un enfermo que pide la eutanasia no significa en
absoluto reconocer su autonomía y apreciarla, sino al contrario significa
desconocer el valor de su libertad, fuertemente condicionada por la enfermedad y el dolor, y el valor de su
vida, negándole cualquier otra posibilidad de relación humana, de sentido de la
existencia y de crecimiento en la vida teologal. Es más, se decide al puesto de
Dios el momento de la muerte. Por eso, «aborto, eutanasia y el mismo
suicidio deliberado degradan la civilización humana, deshonran más a sus
autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al
Creador»…
…En este sentido, el Papa Francisco ha hablado de la «cultura del
descarte».[34] Las victimas de tal cultura son los seres
humanos más frágiles, que corren el riesgo de ser “descartados” por un
engranaje que quiere ser eficaz a toda costa. Se trata de un fenómeno
cultural fuertemente anti-solidario, que Juan Pablo II calificó como «cultura
de la muerte» y que crea auténticas «estructuras de
pecado».[35] Esto puede inducir a cumplir acciones en sí mismas
incorrectas por el único motivo de “sentirse bien” al cumplirlas, generando confusión entre el bien y el
mal, allí donde toda vida
personal posee un valor único e irrepetible, siempre prometedor y abierto a la
trascendencia.
En esta cultura del descarte y de la muerte, la eutanasia y el suicidio
asistido aparecen como una solución errónea para resolver los problemas relativos al paciente terminal…
SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA
DOCTRINA DE LA FE,
Carta Samaritanus Bonus
sobre el cuidado de las
personas en las fases críticas y terminales de la vida,
22 septiembre 2020, cap. IV
es muy útil para una buena formación moral en este campo (que hoy tanto deforman los medios de comunicación); si quieres, pinchando a continuación te la puedes leer entera: Carta Samaritanus Bonus
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