PALABRA DE VIDA julio 2020
(Rm 8, 35)
La carta que el apóstol Pablo escribe a los cristianos de Roma es un texto
extraordinariamente rico de contenido. En ella expresa la potencia del Evangelio en la vida de cada persona
que lo acoge, la revolución que este anuncio acarrea: ¡el amor de
Dios nos libera!
Pablo lo ha experimentado, y quiere ser testigo de ello con las palabras y con el ejemplo.
Su fidelidad a la llamada de Dios lo llevará precisamente a Roma, donde podrá
dar la vida por el Señor.
«¿Quién nos separará del amor de Cristo?».
Poco antes Pablo había afirmado: «¡Dios está por nosotros!» (Rm 8,
31). Para él, el amor de Dios por nosotros es el amor del Esposo fiel que nunca
abandonaría a su esposa, a la
cual se ha unido libremente con un vínculo indisoluble al precio de su propia
sangre.
De modo que Dios no es un juez, sino más bien Aquel que se hace cargo de
nuestra defensa.
Por eso nada
puede separarnos de Él a través de nuestro encuentro con Jesús, el Hijo amado.
Ninguna dificultad que
podamos encontrar en nosotros y
fuera de nosotros, grande o pequeña, es insuperable para el amor de Dios. Es más,
dice Pablo que precisamente en estas situaciones, quien se fía de Dios y se
encomienda a Él sale «vencedor» (cf.
Rm 8, 37).
En este tiempo nuestro de superhéroes y superhombres que pretenden vencer a
toda costa con la arrogancia y el poder, la propuesta del Evangelio es la mansedumbre
constructiva y el abrirse a las razones del otro.
«¿Quién nos separará del amor de Cristo?».
Para comprender y vivir mejor esta Palabra puede ayudarnos lo que nos
sugiere Chiara Lubich: «Sin duda creemos, o por lo menos decimos que queremos creer
en el amor de Dios. Sin embargo, muchas veces […] nuestra fe no es tan valiente como debería ser
[…] en los momentos de prueba, por ejemplo en las enfermedades o en las
tentaciones. Es muy fácil que nos asalte la duda: “Pero ¿de verdad Dios me ama?”.
No puede ser; no
debemos dudar. Tenemos que abandonarnos con confianza y sin reservas al amor
del Padre. Tenemos que superar la oscuridad y el vacío que podamos sentir y
abrazar bien la cruz. Y luego lancémonos a amar a Dios cumpliendo su voluntad,
y a amar al prójimo. Si lo hacemos, sentiremos junto a Jesús la
fuerza y la alegría de la resurrección. Palparemos hasta qué punto es cierto
que todo se
transforma para quienes creen y se abandonan a su amor: lo negativo se
vuelve positivo; la muerte se convierte en fuente de vida y las tinieblas darán
paso a una luz maravillosa»[1].
«¿Quién nos separará del amor de Cristo?».
Incluso en medio de la lúgubre tragedia de la guerra, quienes siguen
creyendo en el amor de Dios abren resquicios de humanidad: «Nuestro país se
encuentra en una guerra absurda, aquí en los Balcanes. A mi escuadrilla venían
también soldados de primera línea del frente, con muchos traumas porque veían a
parientes y amigos morir ante sus ojos. No podía hacer otra cosa que amarlos
uno a uno en lo que podía. En los poquísimos momentos de descanso, procuraba
hablar con ellos de muchas cosas que uno tiene dentro en esas circunstancias,
pero también llegamos a hablar de Dios, pues muchos de ellos no creían. En uno
de estos momentos de escucha propuse llamar a un sacerdote para celebrar la misa.
Todos aceptaron y varios de ellos se acercaron a la confesión después de 20
años. Puedo decir que Dios estaba allí con nosotros».
LETICIA MAGRI
[1] C. Lubich, Palabra de vida, agosto 1987, en Ead.,
Palabras de Vida/1 (1943-1990) (ed. F. Ciardi), Ciudad Nueva, Madrid
2020, pp. 414-415.
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