viernes, 31 de enero de 2020

UNA SOLICITUD POCO COMÚN

VIDA DE LA PALABRA            últimas semanas de ENERO

Alguna de mis EXPERIENCIAS tratando de llevar a la práctica diaria la Palabra de Vida de enero («Nos trataron con una solicitud poco común», Hch 28, 2) y la de diciembre («Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor», Mt 24, 42):

1.-        Suelo dormir regular y cuando me levanto al servicio sobre las 4:00 de la madrugada, luego tardo a menudo hora y media en volver a conciliar el sueño, (aprovecho para oír dos o tres rosarios en una aplicación del móvil, que siempre suelo dejar cargando en el baño la primera parte de la noche; siempre lo mantengo en vibración, pero para dormir, además, desconecto wifi y datos).
            Esa noche, después de levantarme, llevé luego el móvil a mi mesilla ¡y logré dormirme al instante! Y como el lunes es mi día de descanso de casi todas las tareas parroquiales y pastorales, ni siquiera tenía el otro móvil, el del hospital, al que pueden llamar las 24h para que vaya inmediatamente de urgencia.
            Pero sobre las 4:50 de la madrugada empieza a vibrar mi móvil: ¡para una vez que estaba yo durmiendo profundamente a esa hora! Aun adormilado, en seguida me vino en mente la PdV: mostrar una humanidad, una solicitud, poco común. Además, ¡estaba claro que era voluntad de Dios!: acababa yo de traerme el móvil a la mesilla, (si lo hubiera dejado en el baño, seguramente no habría yo notado la vibración de llamada). Así que contesté. Y traté de que no se me notara que me habían despertado. Después de unos minutos, aunque no quería yo “activarme” mucho, (para no desvelarme luego),  recordando de nuevo la PdV, empecé a “emplearme a fondo” con toda paz para comprender y escuchar verdaderamente con un amor dispuesto a dar la vida, (y sinceramente me ofrecí incluso a ir si quería), para que así Jesús pudiera actuar más allá de mis palabras. Y creo que así pudo ser cuando, después de media hora larga de yo escuchar y escuchar, y decir poco, pero con tacto, al otro lado del teléfono noté que había paz y prometía una serie de buenos propósitos y planteaba colgar ya para tratar de dormir allí y aquí.

2.-        Te cuanto ahora una experiencia de “humanidad poco común”, no hecha por mí, sino de la que he sido objeto:
            Uno de la parroquia fue a recogerme al aeropuerto al regreso de mi semana de retiro (y antes, a llevarme). Me sorprendió que al verme, en seguida me ofreció un botellín de agua que había comprado para mí y unos bombones por si tenía yo hambre y sed.
Venían conmigo otros dos sacerdotes que me habían propuesto si yo le pediría a mi amigo el favor de que les llevara a Madrid: no me atrevía yo mucho, pues una vez él me dijo que no le gustaba entrar en la ciudad y, además, sé que tiene un ligero problemilla psicológico, con lo cual no quería yo variarle sus esquemas. Pero en seguida aceptó muy contento de añadir ese otro servicio, (cuando me llevó a la ida, me había hablado de la PdV, cuya hojita coge cada mes en la parroquia y le gusta mucho). Les ofreció a ellos su propia botellita y bombones, y se lamentó que había comprado un cocido para mí y otro para él y, de haberlo sabido, hubiera comprado otros dos para mis amigos sacerdotes.
Cuando llegamos al sitio donde había que dejarlos a ellos, no quiso parar en doble fila “para no perjudicar el tráfico, o por si alguien no nos ve y se da un golpe” y buscó un poco más adelante un sitio bueno para aparcar ¡y era providencialmente la puerta de atrás del sitio donde tenían que ir ellos!
Él se bajó para sacarles sus maletas y, en ese momento, les dio además su propio cocido, (¡y eso que ya no era hora de poderse comprar otro!), pidiéndoles disculpas por no tener dos, pero asegurándoles que las raciones solían ser abundantes.
Cuando luego me dejó a mí en la parroquia, se le notaba feliz: y así me lo dijo más todavía después de darle un abrazo.
Y más feliz estaba yo de ver tanta bondad acumulada en una persona sencilla.



Alguna de vuestras EXPERIENCIAS tratando de llevar a la práctica diaria la Palabra de Vida de enero («Nos trataron con una solicitud poco común», Hch 28, 2), la de diciembre («Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor», Mt 24, 42) y la de noviembre («Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran», Rm 12, 15):

1.-        “…gasa y alcohol cogió mi marido para curarse una mini herida que se había hecho. Sentada estaba yo a su lado leyendo… Absorta… cuando oigo: "vaya, se me ha olvidado la tirita". Pensé: “pobre, ¡qué faena!, con la rabia que da cuando se te olvida algo y hay que levantarse a por ello”. Pero cambié mi pensamiento: “en cuanto termine este párrafo me levanto y se la llevo”. Estaba en esos pensamientos, cuando recordé a la suegra de S. Pedro, aquella que curada de la fiebre, se levantó de inmediato, y se puso a servir.
Me sentí interpelada por esas palabras. Cerré el libro y, de inmediato, fui a buscar la tirita. Por el camino me iba diciendo a mí misma: "En verdad que la Biblia es lectura que engancha, que no deja indiferente, que cuanto más la lees, más sientes que tu conducta hacia ti mismo y hacia los demás se va modificando".
Llegué con mi tirita. Iba a decirle “ahí la tienes, cariño” para, acto seguido, ponerme a leer, cuando recordé entonces a Jesús, Aquel que no vino a ser servido sino a servir, y, pensando en Él, me di cuenta que no podía servir de cualquier manera, sino que, aunque sea llevar una tirita, tenía que hacerlo con cariño, amor, ternura, disposición, siempre pensando primero en el otro.
Así pues, no la dejé en la mesa, sino que le quité el papel y esperé a que se limpiara la mini herida para ponerle yo misma la tirita.
Misión cumplida. Ahora sí, ya podía leer con la conciencia tranquila.
            Pero no: se me ocurrió preguntarle si quería un zumo de naranja y allí que me fui a la cocina a preparárselo y, ya puestos, también le preparé uno a mi hijo.
Ahora sí, ahora ya podía leer. ¡Pues tampoco!: miré los papeles de la tirita, los restos de la naranja y… no porque ya no me fueran útiles tenía que… dejarlos en cualquier sitio u ocuparme de ellos después. Así pues, limpié los vasos, tiré la basura (cada cosa en su sitio) a la par que le di gracias a Dios por aquellas naranjas y aquella tirita que, en ese instante, me habían sido tan útiles. Ya puesta, también le di las gracias por mi marido y mi hijo….



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