NO CANSARSE NUNCA DE PEDIR EL DON DE LA UNIDAD
Queridos hermanos y hermanas, nuestra oración por la unidad de los
cristianos participa en la oración que Jesús dirigió al Padre antes de la
pasión, «para que todos sean uno» (Jn 17,21). No nos
cansemos nunca de pedir a Dios este don. Con la esperanza paciente y confiada
de que el Padre concederá a todos los creyentes el bien de la plena comunión
visible, sigamos adelante en nuestro camino de reconciliación y de diálogo,
animados por el testimonio heroico de tantos hermanos y hermanas que, tanto
ayer como hoy, están unidos en el sufrimiento por el nombre Jesús. Aprovechemos
todas las oportunidades que la Providencia nos ofrece para rezar juntos,
anunciar juntos, amar y servir juntos, especialmente a los más pobres y
abandonados.
PAPA FRANCISCO, Homilía en las vísperas de la fiesta de la
solemnidad de la Conversión de San Pablo, 25 enero 2017
AMAR CON EL CORAZÓN
DE JESÚS
…tratando de pensar con la mente de Jesús y de amar con
su corazón. Cada instante en el que tratamos de vivir el Evangelio, bebemos una
gota de esa agua viva.
Cada gesto de amor para con nuestro prójimo es un sorbo de esa agua.
Cada gesto de amor para con nuestro prójimo es un sorbo de esa agua.
Es así porque esa agua tan viva y preciosa tiene algo
especial: brota en nuestro corazón toda vez que lo abrimos al amor hacia todos.
Es un manantial –el de Dios– que da agua en la medida en que su vena profunda
sirve para saciar la sed de los demás, a través de pequeños o grandes actos de
amor.
Hemos comprendido que, para no sufrir la sed, tenemos que
donar el agua viva que en nosotros mismos obtenemos de Él. Bastará una palabra,
a veces, una sonrisa, un simple ademán de solidaridad… para darnos de nuevo un
sentimiento de plenitud, de satisfacción profunda, un surtidor de alegría
CHIARA LUBICH, Comentario a Jn 4
DEJAR LO SEGURO PARA LANZARSE HACIA EL “MISTERIO”
Para Newman el cambio era conversión,
es decir, una transformación interior. La vida cristiana, en realidad, es un
camino, una peregrinación. La historia bíblica es todo un camino, marcado por
inicios y nuevos comienzos; como para Abrahán; como para cuantos, dos mil años
atrás, en Galilea, se pusieron en camino para seguir a Jesús: «Sacaron las
barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron» (Lc 5,11). Desde
entonces, la historia del pueblo de Dios —la historia de la Iglesia— está
marcada siempre por partidas, desplazamientos, cambios. El camino, obviamente,
no es puramente geográfico, sino sobre todo simbólico: es una invitación a
descubrir el movimiento del corazón que, paradójicamente, necesita partir para
poder permanecer, cambiar para poder ser fiel.
Todo esto tiene una particular importancia
en nuestro tiempo, porque no estamos viviendo simplemente una época de
cambios, sino un cambio de época. Por tanto, estamos en uno de esos
momentos en que los cambios no son más lineales, sino de profunda
transformación; constituyen elecciones que transforman velozmente el modo de
vivir, de interactuar, de comunicar y elaborar el pensamiento, de relacionarse
entre las generaciones humanas, y de comprender y vivir la fe y la ciencia. A menudo
sucede que se vive el cambio limitándose a usar un nuevo vestuario, y después
en realidad se queda como era antes. Recuerdo la expresión enigmática, que
se lee en una famosa novela italiana: “Si queremos que todo siga como está, es
preciso que todo cambie”.
La actitud sana es, más bien, la de
dejarse interrogar por los desafíos del tiempo presente y comprenderlos con las
virtudes del discernimiento, de la parresía y de la hypomoné.
El cambio, en este caso, asumiría otro aspecto: de elemento de contorno, de
contexto o de pretexto, de paisaje externo… se volvería cada vez más humano,
y también más cristiano. Sería siempre un cambio externo, pero
realizado a partir del centro mismo del hombre
PAPA FRANCISCO, Discurso a la curia Romana, 21 diciembre
2019
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