jueves, 31 de octubre de 2019

CONSERVA EL DEPÓSITO DE LA FE

VIDA DE LA PALABRA                       octubre 2019

Alguna de mis EXPERIENCIAS tratando de llevar a la práctica diaria la Palabra de Vida de octubre («Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros», 2 Tm 1, 14) y la de septiembre («Confortaos mutuamente y edificaos los unos a los otros», 1 Ts 5, 11):

1.-        Entré a saludar al pintor, (lo conozco de hace tiempo y lo ayudábamos con alimentos), que estaba cubriendo el mobiliario para que no se manchara cuando él comenzara su trabajo. Charlamos unos instantes antes de meterme yo a mi tarea.
            Cuando acabé, aunque tenía yo mucha prisa para coger el coche e irme, entré de nuevo para despedirme y desearle buen trabajo. Al marcharme… se vino un poco detrás de mí y… me dice: “padre, ¿me podría confesar?”. Así que, él con su mono lleno de goterones de pintura y yo con una sonrisa acogedora estuve escuchándolo (tenía él ese trabajo puntual de un día, pero llevaba 8 meses en paro; 3 hijos y no sabía cómo pagar a final de mes el alquiler) y luego confesándolo. Me agradeció infinitamente lo uno y lo otro, al menos compartir el peso: “confío en Dios, aunque a veces me atenaza la angustia”. Me admiró: “conserva el buen deposito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros”.

1b.-      Con esto “en mi retina”, luego en la convivencia a la que fui, por la tarde una frase de los jóvenes me impactó. Nos contaba una veinteañera: “en el encuentro que participé, nos preguntaron los asistentes qué esperábamos los gen (=GEneración Nueva; jóvenes del movimiento de los Focolares) de los adultos. Después de hablarlo entre nosotros, les contestamos: «ver a Dios a través de vuestros ojos»”. ¡Debemos trasmitir íntegro el depósito de la fe, enriquecido por haber vivido la Palabra!

2.-        Al comenzar ese miércoles la ronda de visitas en el hospital, veo un apunte para una habitación: “persona difícil; poco religioso”. Cuando entré ahí estaba él solo; yo no sabía que estaba bastante sordo y salí con esa misma convicción.
            A la mañana siguiente, estaba la hija. En el modo de saludarme noté que ella sí tenía mucha fe y en seguida me dijo que llevaba muchísimo tiempo rezando para que su padre se reconciliase con Dios: “he prometido incluso hacer una peregrinación a Fátima y allí hacer el recorrido de rodillas”. Seguidamente, me advierte que su padre apenas oye. Así que, cierro la puerta y me dispongo a hablar “a voz en grito”.
            Nada más presentarme, el hombre me espeta: “¡Dios no existe!”. Y otras cosas. Luego añade: “es una injusticia los niños pequeños con cáncer en hospital Niño Jesús; ¡Dios no puede existir!”. Gritando, para que me oiga, contesto: “lo que sería una injusticia sería que Dios no existiera; sería injusto que encima de sufrir ahora esos niños, no hubiera Vida Eterna si no existe Dios”. “Dios los ama inmensamente. Y te Dios te ama inmensamente a ti”. Con estas y otras cosas, dichas gritando, la verdad es que, aunque con la sonrisa, por el esfuerzo lo decía yo muy enérgicamente: no hablo yo nunca a nadie en tono impositivo, pero lo pudiera parecer en ese momento. Mi “táctica” es, más bien, escuchar pacientemente y esperar a través de ese amor que Dios quiera empezar a tocar el corazón de mi interlocutor.
A mis primeras propuestas de rezar algo juntos o de confesarse, afirmó, entre retante y orgulloso, que hacía muchos años que no se confesaba. La hija se escandalizaba un poco de las respuestas de su padre por decirlas ante mí y trataba de hacer reflexionar a su padre, (aunque debía ella conocer muy bien ese discurso); yo, más bien, con un gesto de las manos, le decía a ella que se callara; que me dejara; y que rezara.
            Al poco, vi que Dios ya había empezado a obrar: el buen hombre recordó su etapa de monaguillo hace muuuchas décadas.
Aunque me estaba yo poniendo rojo de vergüenza de pegar esos gritos, (desde el pasillo, si alguien escuchaba, podría parecer que yo estaba agresivo; menos mal que la hija, a mi lado, atendía y rezaba en silencio; porque, cuando quiero, tengo voz potente y se me debía estar oyendo en todo el hospital), apoyándome en su etapa de monaguillo, le propuse al hombre: “mañana cuando yo venga, si te parece bien, y si quieres, vamos a hacer 3 cosas. Una: tú recibirías de niño la primera Comunión, ¿verdad? Y antes te confesaste seguramente, ¿a que sí? Te vas a confesar, y para eso esta tarde hablas con Dios y dejándote mirar por Él, repasas todos tus pecados y te vas arrepintiendo de ellos, ¿vale?”. Para mi sorpresa hace un gesto afirmativo con su cabeza: “sí, padre”.
Eso me anima, al ver que las oraciones de la hija tantos años, están ahora produciendo efecto. Continúo: “Dos: hay un sacramento por el cual Dios nos sana interiormente (e incluso exteriormente también a veces) y por el cual nos da paz, fortaleza y consuelo para llevar bien la edad avanzada, o una enfermedad, o una hospitalización. Es el sacramento de la Santa Unción, para los enfermos. Así que, (yo seguía hablando a voz en grito, para que me escuchara bien, aunque pareciera un tono casi impositivo, pero yo notaba que era el modo con el cual Dios pretendía ir tocando su corazón), mañana te lo administro, ¿quieres?”. De nuevo me deja sorprendido su docilidad, (parecía que se habían derrumbado todas sus barreras de defensa): “sí, padre”.
Me crezco y continúo: “Tres. Igual que recibiste la comunión de chico, mañana con la misma ilusión, también la vas a recibir. ¿Te parece bien?”. Se le humedecen los ojos… y movimiento la cabeza: “sí, padre”.
Su hija estaba atónita… ¡y feliz!: “padre, ¡¡me tiene que buscar una peregrinación pronto a Fátima!!”.
            Yo me temía que durante el día y la noche, al hombre se le hubiera olvidado todo o hubiera cambiado de opinión. La verdad es que su hija, también se lo temía, así que, cuando el viernes llamo a la puerta sale ella a recibirme feliz: «mi padre decía entristecido: “el sacerdote no ha venido; al padre se le ha olvidado”; pero yo le aseguraba: “todavía no ha acabado la mañana; el capellán vendrá, aunque se hundiera el hospital».
            Le administré los 3 sacramentos, “a grito pelado”. El hombre, en cada uno de ellos, con lagrimillas de emoción y agradecimiento en las oraciones. Y recordando con bendiciones al párroco de su infancia. La hija feliz: “¡esto es casi un milagro!”.
            Yo, ¡más feliz! Aunque con un poco de vergüenza por mis auténticos “berridos” y ya casi ronco. Después de despedirme de ellos, abro la puerta para salir… y, de pronto, me topo de frente con 2 que estaban paradas sonrientes casi pegadas a la puerta: “¡qué ceremonia tan bonita!; ¡qué emocionante la Unción de los enfermos!”. Eran 2 monjitas, (una de ellas con pijama de enferma de hospital), que lo habían oído a lo lejos y, no sabiendo que había Capellán en ese hospital, se habían ido acercando a esperar que yo saliera para luego pedirme que les diera la comunión.
            Los demás días he seguido visitando a aquel hombre… cada día mejor físicamente y también espiritualmente. Cada día me dejaba más sorprendido: contaba cosas de su párroco y de cuándo él le ayudaba como monaguillo; recitaba alguna oración en latín “macarrónico” o enteros párrafos del catecismo narrado; ¡y ha querido comulgar cada día hasta que ya le han dado el alta! Realmente el “depósito de la fe” ha permanecido vivo en él, (aunque había estado enterrado muy en el fondo), durante todo este tiempo: oración y cariño lo han hecho aflorar.

3.-        Suelo visitar el comedor de Caritas. Una de las voluntarias me comenta que la semana próxima irá de viaje a otro país y, de paso, allí dedicará un par de días a una de sus raíces familiares, (un tío), para visitar donde vivió y el cementerio donde está.
Recordando el “depósito de la fe”, le comento que precisamente los primeros días de noviembre se puede lucrar indulgencia plenaria rezando con devoción por los difuntos en algún cementerio (además de, como se requiere para toda indulgencia, confesarse, comulgar y rezar por las intenciones del Papa).
En seguida responde que una de las cosas que más le cuesta siempre, (y por eso la aplaza mucho), es la confesión, aunque conoce bastante a su párroco. Inmediatamente le ofrezco: “mira, a mí ya me vas conociendo también: ahora mismo, si quieres, damos un paseo por la calle o por el pasillo y te confieso, que ya estáis acabando la tarea”. Otra compañera suya interviene al instante: “a mí también me cuesta muchísimo la confesión”. Así que, una después del desayuno y otra después de la comida han recibido el sacramento de la reconciliación y han participado de la alegría que Dios Padre tiene de derramar su misericordia perdonando los pecados: ¡cada una a su modo luego estaba radiante (y con alguna lagrimilla de emoción)!



Alguna de vuestras EXPERIENCIAS tratando de llevar a la práctica diaria la Palabra de Vida de octubre («Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros», 2 Tm 1, 14), la
de septiembre («Confortaos mutuamente y edificaos los unos a los otros», 1 Ts 5, 11) y la de agosto («Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón», Lc 12, 34):

1.-        “creo un deber mandarte unas letras y decirte cómo la PdV me está haciendo mucho bien; tus testimonios, lo mismo que los de otras personas, trasmiten vida y llegan al corazón.
Yo lo voy viviendo en concreto desde el “pasapalabra” que me llega diario y esto me ilumina y recuerda cada día desde una nueva faceta, tan sencillo y a la vez con la novedad del amor de Jesús, procurando actualizarlo en cada momento que me acuerdo; amor paciente, corazón libre, ponerme en el lugar del otro... Mi experiencia ha sido de una gran paz interior, se me ha hecho luz para valorar lo importante que es amar para aprender a amar como Jesús, ¡cuántos ámbitos se nos esconden por nuestro egoísmo!
Cuando me encuentro con alguien procuro compartir saludando cruzando alguna experiencia de vida que le pueda ayudar y te diré que lo dado me vuelve a mí con una nueva necesidad de dar; en el fondo vivo el día a día con gozo sabiendo que la gracia me ha sido dada y darla es la mejor manera de cuidarla.

2.-        “… el domingo al ir a Misa me encontré de nuevo en el parque a la señora alcohólica. Como te conté en otras ocasiones, la escuché largamente o fui a por comida y se la bajé o avisé a Servicios Sociales, pero siempre me quedaba una inquietud en el corazón. ¡Dios me la ponía delante! Pero, esta vez, además, ¡al venir a Misa! Siempre te digo que todos somos iguales: que yo no soy mejor que ella; que yo podría estar en una situación similar; nadie es más.
Desprendía un fuerte hedor. Llevaba ella por fin 15 días sin beber, ¡pero 3 en los que había caído de nuevo y su marido la había echado de casa! La invité a que diéramos un paseo: casi no se tenía en pie; como pude, (acuérdate que soy menudilla), la cargué, la llevé a mi casa, (un segundo sin ascensor) y la ayudé a que se duchara. ¡Ni llevaba ropa interior! ¿Te imaginas? Le regalé alguna de la mía.
Luego, parecía otra. Le di un plátano, (ya tú sabes que a menudo no tengo nada de comida), y un rosario de colores que traje de mi tierra: ¡empezó a darle besos al rosario y a la cruz! ¡Ni te lo imaginas! Y ni miraba al plátano, aunque debía tener hambre. ¡No paraba!
No sé si habré cometido una imprudencia (¡me daba yuyu!) o habré hecho bien, pero, por lo menos ha estado unas horas protegida, (como es alcohólica, tirada en el parque alguien le podría haber hecho algo). “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos mar si le faltara una gota”, dice una frase atribuida a Madre Teresa de Calcuta.
A la mañana siguiente, vino un amigo... y en seguida me advirtió del mal olor que tenía mi piso. Le conté lo de la señora, pero no solo no lo valoró nada, sino que se lo tomó a guasa. Luego hice la limpieza a fondo….

3.-        “este mes me siento más activa y alegre y eso se contagia en casa y en nuestro entorno.
Nos hace mucho bien la PdV, pero notamos más aún el efecto de tu homilía cada domingo. Creo que pedir "aumenta mi fe" sin duda ayuda muchísimo a llevar el día a día con mejor ánimo y dar más valor a lo que realmente importa.

4.-        “gracias por tu correo quincenal con todos estos ejemplos que nos envías. La distracción, la tibieza, la falta de ganas, la apatía, desaparecen a leer estas líneas y de nuevo el Espíritu entra con fuerza en mi pobre ser.
De nuevo, GRACIAS, Paco.





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