Alguna de mis
EXPERIENCIAS tratando de
llevar a la práctica diaria la Palabra de Vida de octubre («Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en
nosotros», 2 Tm 1, 14) y la de septiembre
(«Confortaos
mutuamente y edificaos los unos a los otros», 1 Ts 5, 11):
1.- Entré a saludar al pintor,
(lo conozco de hace tiempo y lo ayudábamos con alimentos), que estaba cubriendo
el mobiliario para que no se manchara cuando él comenzara su trabajo. Charlamos
unos instantes antes de meterme yo a mi tarea.
Cuando acabé, aunque
tenía yo mucha prisa para coger el coche e irme, entré de nuevo para despedirme
y desearle buen trabajo. Al marcharme… se vino un poco detrás de mí y… me dice:
“padre, ¿me podría confesar?”. Así
que, él con su mono lleno de goterones de pintura y yo con una sonrisa acogedora
estuve escuchándolo (tenía él ese trabajo puntual de un día, pero llevaba 8
meses en paro; 3 hijos y no sabía cómo pagar a final de mes el alquiler) y
luego confesándolo. Me agradeció infinitamente lo uno y lo otro, al menos
compartir el peso:
“confío en Dios, aunque a veces me
atenaza la angustia”. Me admiró: “conserva el buen deposito mediante el
Espíritu Santo que habita en nosotros”.
1b.- Con esto “en
mi retina”, luego en la
convivencia a la que fui, por la tarde una frase de los jóvenes me impactó. Nos
contaba una veinteañera: “en el encuentro
que participé, nos preguntaron los asistentes qué esperábamos los gen
(=GEneración Nueva; jóvenes del movimiento de los Focolares) de los adultos. Después de hablarlo entre
nosotros, les contestamos: «ver a Dios a través de vuestros ojos»”.
¡Debemos trasmitir íntegro el depósito de la fe, enriquecido por haber vivido
la Palabra!
2.- Al comenzar ese miércoles la
ronda de visitas en el hospital, veo un apunte para una habitación: “persona
difícil; poco religioso”. Cuando entré ahí estaba él solo; yo no sabía que
estaba bastante sordo y salí con esa misma convicción.
A la mañana
siguiente, estaba la hija. En el modo de saludarme noté que ella sí tenía mucha
fe y en seguida me dijo que llevaba muchísimo tiempo rezando para que su padre
se reconciliase con Dios: “he prometido
incluso hacer una peregrinación a Fátima y allí hacer el recorrido de rodillas”.
Seguidamente, me advierte que su padre apenas oye. Así que, cierro la puerta y
me dispongo a hablar “a voz en grito”.
Nada más presentarme,
el hombre me espeta: “¡Dios no existe!”. Y otras cosas. Luego añade: “es una
injusticia los niños pequeños con cáncer en hospital Niño Jesús; ¡Dios no puede
existir!”. Gritando, para que me oiga, contesto: “lo que sería una injusticia
sería que Dios no existiera; sería injusto que encima de sufrir ahora esos
niños, no hubiera Vida Eterna si no existe Dios”. “Dios los ama inmensamente. Y
te Dios te ama inmensamente a ti”. Con estas y otras cosas, dichas gritando, la
verdad es que, aunque con la sonrisa, por el esfuerzo lo decía yo muy
enérgicamente: no hablo yo nunca a nadie en tono impositivo, pero lo pudiera
parecer en ese momento. Mi “táctica” es, más bien, escuchar pacientemente y
esperar a través de ese amor que Dios quiera empezar a tocar el corazón de mi
interlocutor.
A mis primeras propuestas de
rezar algo juntos o de confesarse, afirmó, entre retante y orgulloso, que hacía
muchos años que no se confesaba. La hija se escandalizaba un poco de las
respuestas de su padre por decirlas ante mí y trataba de hacer reflexionar a su
padre, (aunque debía ella conocer muy bien ese discurso); yo, más bien, con un
gesto de las manos, le decía a ella que se callara; que me dejara; y que
rezara.
Al poco, vi que Dios
ya había empezado a obrar: el buen hombre recordó su etapa de monaguillo hace
muuuchas décadas.
Aunque me estaba yo poniendo
rojo de vergüenza de pegar esos gritos, (desde el pasillo, si alguien
escuchaba, podría parecer que yo estaba agresivo; menos mal que la hija, a mi
lado, atendía y rezaba en silencio; porque, cuando quiero, tengo voz potente y se
me debía estar oyendo en todo el hospital), apoyándome en su etapa de
monaguillo, le propuse al hombre: “mañana cuando yo venga, si te parece bien, y
si quieres, vamos a hacer 3 cosas. Una: tú recibirías de niño la primera
Comunión, ¿verdad? Y antes te confesaste seguramente, ¿a que sí? Te vas a
confesar, y para eso esta tarde hablas con Dios y dejándote mirar por Él,
repasas todos tus pecados y te vas arrepintiendo de ellos, ¿vale?”. Para mi
sorpresa hace un gesto afirmativo con su cabeza: “sí, padre”.
Eso me anima, al ver que las
oraciones de la hija tantos años, están ahora produciendo efecto. Continúo:
“Dos: hay un sacramento por el cual Dios nos sana interiormente (e incluso
exteriormente también a veces) y por el cual nos da paz, fortaleza y consuelo
para llevar bien la edad avanzada, o una enfermedad, o una hospitalización. Es
el sacramento de la Santa Unción, para los enfermos. Así que, (yo seguía
hablando a voz en grito, para que me escuchara bien, aunque pareciera un tono
casi impositivo, pero yo notaba que era el modo con el cual Dios pretendía ir
tocando su corazón), mañana te lo administro, ¿quieres?”. De nuevo me deja
sorprendido su docilidad, (parecía que se habían derrumbado todas sus barreras
de defensa): “sí, padre”.
Me crezco y continúo: “Tres.
Igual que recibiste la comunión de chico, mañana con la misma ilusión, también
la vas a recibir. ¿Te parece bien?”. Se le humedecen los ojos… y movimiento la
cabeza: “sí, padre”.
Su hija estaba atónita… ¡y
feliz!: “padre, ¡¡me tiene que buscar una peregrinación pronto a Fátima!!”.
Yo me temía que
durante el día y la noche, al hombre se le hubiera olvidado todo o hubiera
cambiado de opinión. La verdad es que su hija, también se lo temía, así que,
cuando el viernes llamo a la puerta sale ella a recibirme feliz: «mi padre decía entristecido: “el sacerdote no ha
venido; al padre se le ha olvidado”; pero yo le aseguraba: “todavía no ha
acabado la mañana; el capellán vendrá, aunque se hundiera el hospital».
Le
administré los 3 sacramentos, “a grito pelado”. El hombre, en cada uno de
ellos, con lagrimillas de emoción y agradecimiento en las oraciones. Y
recordando con bendiciones al párroco de su infancia. La hija feliz: “¡esto es casi un milagro!”.
Yo,
¡más feliz! Aunque con un poco de vergüenza por mis auténticos “berridos” y ya
casi ronco. Después de despedirme de ellos, abro la puerta para salir… y, de
pronto, me topo de frente con 2 que estaban paradas sonrientes casi pegadas a
la puerta: “¡qué ceremonia tan bonita!;
¡qué emocionante la Unción de los enfermos!”. Eran 2 monjitas, (una de
ellas con pijama de enferma de hospital), que lo habían oído a lo lejos y, no
sabiendo que había Capellán en ese hospital, se habían ido acercando a esperar que
yo saliera para luego pedirme que les diera la comunión.
Los
demás días he seguido visitando a aquel hombre… cada día mejor físicamente y
también espiritualmente. Cada día me dejaba más sorprendido: contaba cosas de
su párroco y de cuándo él le ayudaba como monaguillo; recitaba alguna oración
en latín “macarrónico” o enteros párrafos del catecismo narrado; ¡y ha querido
comulgar cada día hasta que ya le han dado el alta! Realmente el “depósito de
la fe” ha permanecido vivo en él, (aunque había estado enterrado muy en el
fondo), durante todo este tiempo: oración y cariño lo han hecho aflorar.
3.- Suelo visitar el
comedor de Caritas. Una de las voluntarias me comenta que la semana próxima irá
de viaje a otro país y, de paso, allí dedicará un par de días a una de sus
raíces familiares, (un tío), para visitar donde vivió y el cementerio donde
está.
Recordando el
“depósito de la fe”, le comento que precisamente los primeros días de noviembre
se puede lucrar indulgencia plenaria rezando con devoción por los difuntos en algún
cementerio (además de, como se requiere para toda indulgencia, confesarse,
comulgar y rezar por las intenciones del Papa).
En seguida
responde que una de las cosas que más le cuesta siempre, (y por eso la aplaza
mucho), es la confesión, aunque conoce bastante a su párroco. Inmediatamente le
ofrezco: “mira, a mí ya me vas conociendo
también: ahora mismo, si quieres, damos un paseo por la calle o por el pasillo
y te confieso, que ya estáis acabando la tarea”. Otra compañera suya
interviene al instante: “a mí también me
cuesta muchísimo la confesión”. Así que, una después del desayuno y otra
después de la comida han recibido el sacramento de la reconciliación y han
participado de la alegría que Dios Padre tiene de derramar su misericordia
perdonando los pecados: ¡cada una a su modo luego estaba radiante (y con alguna
lagrimilla de emoción)!
Alguna de vuestras
EXPERIENCIAS tratando de
llevar a la práctica diaria la Palabra de Vida de octubre («Conserva
el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros»,
2 Tm 1, 14), la
de septiembre («Confortaos mutuamente y edificaos los unos a
los otros», 1 Ts 5, 11) y la de agosto («Porque donde esté vuestro
tesoro, allí estará también vuestro corazón», Lc 12, 34):
1.- “…creo
un deber mandarte unas letras y decirte cómo la PdV me está haciendo mucho
bien; tus testimonios, lo mismo que los de otras personas, trasmiten vida y
llegan al corazón.
Yo lo voy viviendo en concreto desde el “pasapalabra” que me llega diario y
esto me ilumina y recuerda cada día desde una nueva faceta, tan sencillo y a la
vez con la novedad del amor de Jesús, procurando actualizarlo en cada momento
que me acuerdo; amor paciente, corazón libre, ponerme en el lugar del otro...
Mi experiencia ha sido de una gran paz interior, se me ha hecho luz para
valorar lo importante que es amar para aprender a amar como Jesús, ¡cuántos
ámbitos se nos esconden por nuestro egoísmo!
Cuando me encuentro con alguien procuro compartir saludando cruzando alguna
experiencia de vida que le pueda ayudar y te diré que lo dado me vuelve a mí
con una nueva necesidad de dar; en el fondo vivo el día a día con gozo
sabiendo que la gracia me ha sido dada y darla es la mejor manera de
cuidarla…”.
2.- “… el domingo al ir a Misa me encontré de
nuevo en el parque a la señora alcohólica. Como te conté en otras ocasiones, la
escuché largamente o fui a por comida y se la bajé o avisé a Servicios Sociales,
pero siempre me quedaba una inquietud en el corazón. ¡Dios me la ponía delante!
Pero, esta vez, además, ¡al venir a Misa! Siempre te digo que todos somos
iguales: que yo no soy mejor que ella; que yo podría estar en una situación
similar; nadie es más.
Desprendía un fuerte hedor. Llevaba ella por
fin 15 días sin beber, ¡pero 3 en los que había caído de nuevo y su marido la
había echado de casa! La invité a que diéramos un paseo: casi no se tenía en
pie; como pude, (acuérdate que soy menudilla), la cargué, la llevé a mi casa,
(un segundo sin ascensor) y la ayudé a que se duchara. ¡Ni llevaba ropa
interior! ¿Te imaginas? Le regalé alguna de la mía.
Luego, parecía otra. Le di un plátano, (ya
tú sabes que a menudo no tengo nada de comida), y un rosario de colores que traje
de mi tierra: ¡empezó a darle besos al rosario y a la cruz! ¡Ni te lo imaginas!
Y ni miraba al plátano, aunque debía tener hambre. ¡No paraba!
No sé si habré cometido una imprudencia (¡me
daba yuyu!) o habré hecho bien, pero, por lo menos ha estado unas horas
protegida, (como es alcohólica, tirada en el parque alguien le podría haber
hecho algo). “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos mar si le faltara
una gota”, dice una frase
atribuida a Madre Teresa de Calcuta.
A la mañana siguiente, vino un amigo... y en
seguida me advirtió del mal olor que tenía mi piso. Le conté lo de la señora,
pero no solo no lo valoró nada, sino que se lo tomó a guasa. Luego hice la
limpieza a fondo…”.
3.- “…este mes me siento más activa y alegre y eso se contagia
en casa y en nuestro entorno.
Nos hace mucho bien la PdV, pero notamos más aún
el efecto de tu homilía cada domingo. Creo que pedir "aumenta mi fe"
sin duda ayuda muchísimo a llevar el día a día con mejor ánimo y dar más
valor a lo que realmente importa…”.
4.- “… gracias por tu correo quincenal con todos estos
ejemplos que nos envías. La distracción, la tibieza, la falta de ganas, la
apatía, desaparecen a leer estas líneas y de nuevo el Espíritu entra con fuerza
en mi pobre ser.
De nuevo, GRACIAS, Paco…”.
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