DERECHOS HUMANOS,
PERO NO SUPUESTOS DERECHOS DE
“NUEVO CUÑO”
Quisiera dedicar nuestro encuentro de hoy… a la Declaración
Universal de los Derechos Humanos… cuando se cumplen setenta años desde su
adopción por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que tuvo
lugar el 10 de diciembre de 1948. Para la Santa Sede hablar de derechos humanos
significa, ante todo, proponer la centralidad de la dignidad de la
persona, en cuanto que ha sido querida y creada por Dios a su imagen y
semejanza. El mismo Señor Jesús,
curando al leproso, devolviendo la vista al ciego, deteniéndose con el
publicano, perdonando la vida a la adúltera e invitando a preocuparse del caminante
herido, nos ha hecho comprender que todo ser humano, independientemente de su condición física, espiritual o social, merece
respeto y consideración. Desde una
perspectiva cristiana hay una significativa relación entre el mensaje
evangélico y el reconocimiento de los derechos humanos, según el espíritu de
los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Estos derechos tienen su fundamento en la naturaleza que aúna
objetivamente al género humano. Ellos
fueron enunciados para eliminar los muros de separación que dividen a la
familia humana y
para favorecer lo que la doctrina social de la Iglesia
llama desarrollo humano integral, puesto que se refiere a «promover a todos los
hombres y a todo el hombre […] hasta la humanidad entera». En cambio,
una visión reduccionista de la persona humana abre el camino a la propagación
de la injusticia, de la desigualdad social y de la corrupción.
Sin
embargo, conviene constatar que, a lo largo de los años, sobre todo a raíz de
las agitaciones sociales del «sesenta y ocho», la interpretación de algunos
derechos ha ido progresivamente cambiando, incluyendo una multiplicidad de
«nuevos derechos», no pocas veces en contraposición entre ellos. Esto no siempre ha contribuido a la promoción de
las relaciones de amistad entre las naciones…
…duele constatar cómo muchos derechos fundamentales están siendo todavía
hoy pisoteados. El primero entre todos el derecho a la vida, a la libertad y a
la inviolabilidad de toda persona humana. No son menoscabados sólo por la guerra o la violencia. En nuestro
tiempo, hay formas más sutiles: pienso sobre todo en los niños inocentes,
descartados antes de nacer; no deseados, a veces sólo porque están enfermos o
con malformaciones o por el egoísmo de los adultos. Pienso en los ancianos,
también ellos tantas veces descartados, sobre todo si están enfermos, porque se
les considera un peso. Pienso en las mujeres, que a menudo sufren violencias y
vejaciones también en el seno de las propias familias. Pienso también en los
que son víctimas de la trata de personas, que viola la prohibición de cualquier
forma de esclavitud...
…defender el derecho a la vida y a la integridad
física significa además proteger el derecho a la salud de la persona y de sus familias... Es importante unir los esfuerzos para que se
adopten políticas que garanticen, a precios accesibles, el suministro de
medicamentos esenciales para la supervivencia de las personas más necesitadas,
sin descuidar la investigación y el desarrollo de tratamientos que, aunque no
sean económicamente relevantes para el mercado, son determinantes para salvar
vidas humanas.
Defender el derecho a la vida implica también trabajar
activamente por la paz, reconocida
universalmente como uno de los valores más altos que hay que buscar y defender...
…conscientes de que sin ella el desarrollo integral del hombre se convierte en
algo inalcanzable…
… importancia del derecho al trabajo. No hay paz ni desarrollo si el hombre se ve privado de la posibilidad
de contribuir personalmente, a través de su trabajo, en la construcción del
bien común… Y aunque, por un lado, hay una distribución desigual de las
oportunidades de trabajo, por el otro, existe una tendencia a exigir a los trabajadores
ritmos cada vez más estresantes. Las
exigencias del beneficio, dictadas por la globalización, han llevado a una
reducción progresiva de los tiempos y días de descanso,
perdiéndose así una dimensión fundamental de la vida —el descanso—, que sirve
para regenerar a la persona tanto física como espiritualmente. Dios mismo reposó el séptimo día: lo bendijo y lo
consagró, «porque en él descansó de toda la obra que Dios había hecho cuando
creó» (Gn 2,3). En el sucederse de fatiga y sosiego, el hombre
participa en la «santificación del tiempo» realizada por
Dios y ennoblece su trabajo, liberándolo de la dinámica repetitiva de una vida
cotidiana árida que no conoce descanso…
PAPA FRANCISCO, Discurso a los
miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede
con motivo de las felicitaciones de año nuevo, Sala Regia, 8 de enero de 2018
con motivo de las felicitaciones de año nuevo, Sala Regia, 8 de enero de 2018
PEDIRLE A DIOS EL DON DE LA UNIDAD.
Porque nosotros no
sabemos hacer la unidad, Jesús ha rezado al Padre por la unidad, pero no la ha
mandado.
Nosotros podemos
hacer nuestra parte, que es la parte ascética, amarnos: pero la parte mística
de la unidad, la presencia de Cristo en medio de nosotros, tiene que venir del
Cielo.
Y nosotros, en
nuestra práctica, hemos visto que la unidad es efecto de la Eucaristía.
Es
ahí donde somos verdaderamente deificados, nos transformamos todos en Dios (por
participación), nos hacemos uno en Él.
Joya, perla
preciosa del Evangelio es el amor recíproco. (…)
CHIARA LUBICH, L’amore reciproco
ORAR
POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
El
encuentro con Jesús en el camino de Damasco transformó
radicalmente la vida de
Pablo. A partir de entonces, el significado de su existencia no
consiste ya en confiar en sus propias fuerzas para observar escrupulosamente la Ley, sino en la adhesión total de sí mismo
al amor gratuito e inmerecido de Dios, a Jesucristo crucificado y resucitado. De esta manera, él advierte la irrupción
de una nueva vida, la vida según el Espíritu…
…Para la Iglesia, para cada confesión
cristiana, es una invitación a no apoyarse en programas, cálculos y ventajas, a
no depender de las
oportunidades y de las modas del momento, sino a buscar
el camino con la mirada siempre puesta en la cruz del Señor; allí está nuestro
único programa de vida. Es
también una invitación a salir de todo aislamiento, a superar
la tentación de la auto-referencia, que impide captar lo que el Espíritu Santo lleva a cabo fuera de
nuestro ámbito. Una auténtica reconciliación entre los
cristianos podrá realizarse cuando sepamos reconocer los dones de los demás y
seamos capaces, con humildad y docilidad, de aprender unos de otros —aprender unos de otros—, sin esperar que sean los demás los que
aprendan antes de nosotros.
Si vivimos este morir
a nosotros mismos por Jesús,
nuestro antiguo estilo de vida será relegado al pasado y, como le ocurrió a san
Pablo, entramos en una nueva forma de existencia y de
comunión… Mirar hacia atrás es muy útil y
necesario para purificar la memoria, pero detenerse en el pasado, persistiendo
en recordar los males padecidos y cometidos, y juzgando sólo con parámetros
humanos, puede paralizar e impedir que se viva el presente. La
Palabra de Dios nos anima a sacar fuerzas de la memoria para recordar el bien
recibido del Señor; y también nos pide dejar atrás el pasado para seguir a
Jesús en el presente y vivir una nueva vida en Él. Dejemos que Aquel que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap21,5)
nos conduzca a un futuro nuevo, abierto a la esperanza que no defrauda, a un porvenir
en el que las divisiones puedan superarse y los creyentes, renovados en el
amor, estén plena y visiblemente unidos…
…Queridos hermanos y hermanas, nuestra
oración por la unidad de los cristianos participa en la oración que Jesús
dirigió al Padre antes de la pasión, «para que todos
sean uno» (Jn 17,21). No nos cansemos nunca de pedir a Dios
este don. Con la esperanza paciente y confiada
de que el Padre concederá a todos los creyentes el bien de la plena
comunión visible,
sigamos adelante en nuestro camino de reconciliación y de diálogo, animados por el testimonio heroico de
tantos hermanos y hermanas que, tanto ayer como hoy, están unidos en el
sufrimiento por el nombre Jesús. Aprovechemos todas las oportunidades que la
Providencia nos ofrece para rezar juntos, anunciar juntos, amar y
servir juntos, especialmente a
los más pobres y abandonados.
PAPA FRANCISCO, Homilía en la
Clausura de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos,
Basílica de S. Pablo extramuros, 25 de enero de 2017
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