viernes, 16 de septiembre de 2016

DIOS, MI CENTRO

Cuando niños y jóvenes están empezando sus clases, las parroquias su año pastoral, muchos su reincorporación a la normalidad tras las vacaciones… la Palabra de Dios siempre nos debe acompañar, por eso te ofrezco unos textos que nos hagan recordar y vivir más la de este mes, («Todo es vuestro; y vosotros de Cristo y Cristo de Dios», 1 Co 3, 22-23), y pequeños testimonios cotidianos:




DAR VALOR A LO QUE NOS UNE

El amor de Dios y por Dios, que Chiara Lubich contempla en sus varios aspectos, es tan irresistible, que presenta algunas características parecidas al amor humano, así que, quien ha experimentado la fuerza impetuosa del enamoramiento, la alegría siempre atormentada de la unión con el otro, la medida del amor de que es capaz nuestro corazón, logra todavía comprender mejor las propuestas de la autora, factibles día tras día en su singularidad. Porque Chiara ha elegido a Dios como único Esposo de su alma, e invita a los destinatarios de sus escritos a hacer otro tanto.






APOYAR TODO EN DIOS

Nuestro equilibrio no es únicamente quietud, ni sólo movimiento, ni la mezcla de ambos. Se puede comparar con una cuerda tensa y de la cual tiran por ambos lados dos fuerzas iguales. Si uno por impaciencia descuida la presencia de Dios dentro de su alma, su vida –aunque muestre caridad fraterna– es una caridad frívola, ligera, superficial y peligrosa, porque no se asienta sobre la Roca: no es, pues, caridad. Esta alma se muestra como una peonza. Por
otro lado, si una persona está replegada en sí misma, sin el amor, está muerta.
El alma que tiene el verdadero amor es como María, la Madre del cielo, totalmente poseída por su Dios, sólo por Dios, a Quien encontró en Ella en el recogimiento de su vida antes de la anunciación, en la voluntad de Dios que le manifestó el ángel, en el niño Jesús, en la Cruz, en san Juan, en la llamada de lo alto en la Asunción. Dios lo es todo para ella, porque poseyó su alma con la paciencia.

CENTRO CHIARA LUBICH, Equilibrio divino




LA OSCURIDAD DEL OTRO ES MÍA

[...] cuando sentía la oscuridad dentro de mí, me dije: “Pero ésta es Jesús abandonado, porque tampoco Él veía nada, porque gritó”. Entonces, contenta, tomaba esta oscuridad y la ofrecía a Jesús. 
O bien sentí el peso de mi humanidad o, (también alguna de vosotras me ha dicho “me siento indiferente”), el peso de la misma indiferencia; “antes me entusiasmaba el ideal, ahora…”. Y Jesús allí era
árido; Él, que era Dios, dice: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Así he visto a Jesús abandonado en los otros, en los huérfanos: también Jesús abandonado se quedó huérfano, porque perdió al Padre. Lo he visto en las viudas, lo he visto en todos los dolores de la humanidad, porque Jesús abandonado sobre la cruz también tenía llagas, tenía fiebre, tenía todos los dolores, y también tuvo este..., este dolor espiritual. 
También lo he visto en los pecadores, porque son como desconsagrados, ya no tienen dentro a Dios. Jesús no era pecador, Jesús era santo, era Dios, pero ha probado el dolor de los pecadores que se sienten alejados de Dios...

CHIARA LUBICH, Al Congresso dirigenti gen femminile, Rocca di Papa, 12 aprile 1968




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