PALABRA DE VIDA junio
2016
«Vivid en paz unos con otros»
(Mc 9, 50)
¡Qué entonada esta invitación de Jesús a la paz en
medio de los conflictos que desgarran a la humanidad en tantas partes del
mundo! Mantiene
viva la esperanza, sabiendo que Él es la paz y ha prometido darnos su paz.
El Evangelio de Marcos recoge esta
palabra de Jesús al término de una serie de dichos que dirige a sus discípulos,
reunidos en casa en Cafarnaúm, en los que explica cómo debería vivir su comunidad. La
conclusión es clara: todo debe llevar a la paz, la cual contiene todo bien.
Y esta paz estamos llamados a
experimentarla en la vida cotidiana: en la familia, en el trabajo, con quien
piensa distinto en política. Una paz que no teme encontrarse con opiniones
discordantes, de las que hay que hablar abiertamente si queremos una
unidad cada vez más verdadera y profunda. Una paz que exige al mismo
tiempo que estemos atentos a que la relación de amor nunca falte,
porque el
otro vale más que las diferencias que pueda haber entre nosotros.
«Dondequiera
que llega la unidad y el amor recíproco –afirmaba Chiara
Lubich–, llega la paz, la paz verdadera. Porque donde hay amor
recíproco, está presente en cierta medida Jesús en medio
de nosotros, y
Él es la paz, la paz por excelencia»[1].
Su ideal de unidad había nacido durante
la segunda guerra mundial, y enseguida se reveló como un antídoto al odio y a
la aflicción. Desde entonces, ante cualquier nuevo conflicto, Chiara siguió
proponiendo con
tenacidad la lógica evangélica del amor. Por ejemplo, cuando estalló
la guerra de Irak en 1990, expresó su amarga sorpresa al oír «palabras que creía sepultadas, como “el
enemigo”, “los enemigos”, “comienzan las hostilidades”, además de los partes de
guerra, los prisioneros, las derrotas […]. Nos dimos cuenta con consternación
de que se hería en lo más profundo el principio fundamental del cristianismo,
el “mandato” por excelencia de Jesús, el mandamiento “nuevo”. […] En lugar de
amarse mutuamente, en lugar de estar dispuestos a morir el uno por el otro», la
humanidad volvía a caer «en el abismo del odio»: desprecio, torturas,
matanzas[2].
¿Cómo salir de ahí?, nos preguntábamos. «Debemos
tejer, donde
sea posible, relaciones nuevas, o profundizar en las ya existentes,
entre los cristianos
y los fieles de las otras religiones monoteístas: los
musulmanes y los judíos»[3], o
sea, entre quienes estaban entonces en conflicto.
Lo mismo vale para cualquier tipo de
conflicto: tejer entre personas y pueblos relaciones de escucha, de ayuda recíproca, de amor,
diría Chiara, hasta
«estar dispuestos a morir el uno por el
otro». Hace falta dejar de lado nuestras propias razones para entender las
del otro, aun sabiendo que no siempre llegaremos a entenderlo hasta
el fondo. También el otro hará probablemente lo mismo que
yo y quizá tampoco él
me entenderá a mí ni mis razones. Sin embargo, queremos permanecer abiertos al
otro, aunque persistan las diferencias y la incomprensión, y salvar ante todo
la relación con él.
El Evangelio lo plantea como un imperativo:
«Vivid en paz», señal de que requiere un compromiso
serio y exigente. Es una de las expresiones más esenciales del amor y de
la misericordia que estamos llamados a vivir unos con otros.
[1] En la TV bávara, 16 de septiembre de 1988.
[2] Cf. «No tibios, sino ardientes»: C.
Lubich, Santificarse juntos,
Ciudad Nueva, Madrid 1994, pp. 74-77.
[3] Cf. «Mejor que ayer»: en ibid.,
p. 78.
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