PALABRA DE VIDA julio 2015
«Tened valor: yo he vencido al mundo»
(Jn 16, 33)
Con estas palabras concluyen los discursos de adiós que Jesús dirige a sus
discípulos en su última cena antes de ser entregado a manos de quienes le iban
a dar muerte. Es un diálogo denso, en el que revela la realidad más profunda de su relación
con el Padre y de la misión que Él le ha encomendado.
Jesús está a punto de dejar la tierra y volver al Padre, y sus discípulos
se quedarán en el mundo para continuar su obra. También ellos, como Él, serán
odiados, perseguidos, hasta les darán muerte (cf. 15, 18.20; 16, 2). Su misión
será difícil, como lo ha sido la de Jesús. Él sabe bien las dificultades y las pruebas que tendrán
que afrontar sus amigos: «En
el mundo tendréis luchas», les acaba de decir (16, 33).
Jesús se dirige a sus apóstoles, reunidos en torno a Él para esa última
cena, pero tiene delante de sí a todas las generaciones de discípulos que lo
seguirán a lo largo de los siglos, incluidos nosotros.
Es verdad. Aun
en medio de las alegrías que jalonan nuestro camino, no faltan «luchas»:
la incertidumbre del futuro, la precariedad del trabajo, la pobreza y las
enfermedades, los sufrimientos que siguen a las catástrofes y a las guerras, la violencia, tan extendida dentro de
nuestras fronteras como entre naciones. Luego están las tribulaciones que
acarrea el ser cristianos: la lucha cotidiana por mantenerse coherentes con el
Evangelio, el sentimiento de impotencia ante una sociedad que parece
indiferente al mensaje de Dios, la burla o el desprecio, cuando no la
persecución explícita de quien no comprende o se opone a la Iglesia.
Jesús conoce las tribulaciones porque las ha vivido en primera persona,
pero dice:
«Tened valor: yo he vencido al
mundo».
Esta afirmación,
tan decidida y convencida, parece una contradicción. ¿Cómo puede afirmar Jesús que ha vencido al mundo cuando unos momentos
después de haber pronunciado estas palabras será prendido, flagelado, condenado
y asesinado del modo más cruel y humillante? Más que haber vencido, parece haber
sido traicionado, rechazado, reducido a la nada, y por tanto
derrotado, clamorosamente.
¿En qué
consiste su victoria? Ciertamente, en la resurrección: la muerte no puede
prolongar su poder sobre Él. Su victoria es tan potente que nos hace partícipes
de ella también a nosotros: se hace presente entre nosotros y nos lleva consigo
a la vida plena, a la nueva creación.
Pero antes de
eso, su victoria ha sido el acto mismo del «amor más grande» con el que ha dado su vida por nosotros. Aquí, en la derrota, Él triunfa
plenamente. Penetrando
en los recovecos de la muerte, nos ha liberado de todo lo que nos
oprime y ha
transformado todo lo negativo que tenemos, toda nuestra oscuridad y
nuestro dolor, en
un encuentro con Él, Dios, Amor, plenitud.
Cada vez que pensaba en la victoria de Jesús, Pablo parecía enloquecer de alegría.
Si Él, tal como afirmaba, afrontó toda adversidad –incluso la suprema
adversidad de la muerte– y venció, también nosotros, con Él y en Él, podemos vencer
cualquier dificultad; es más, gracias a su amor, «salimos victoriosos»: «Pues estoy convencido de que ni muerte, ni
vida […] ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado
en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm
8, 38; cf. 1 Co 15, 57).
Entonces se comprende la invitación de Jesús a no tener ya miedo a nada:
«Tened valor: yo he vencido al
mundo».
Esta palabra de Jesús, que mantendremos viva durante todo el mes, podrá
infundirnos confianza
y esperanza. Por muy duras y difíciles que puedan ser las circunstancias
en que nos encontremos, tengamos la certeza de que Jesús ya las ha hecho suyas y las ha
superado.
Aunque nosotros
no tengamos su fuerza interior, lo tenemos a Él, que vive y lucha con nosotros. «Si
tú has vencido al mundo –podremos decirle cuando nos sintamos derrotados
por las dificultades, las pruebas y las tentaciones–, sabrás vencer también esta “tribulación” mía. A mí, a mi familia, a mis
compañeros de trabajo nos parece un obstáculo insuperable lo que está
sucediendo, nos parece que no somos capaces, pero contigo entre nosotros encontraremos el
valor y la fuerza para afrontar esta adversidad, hasta poder “salir
victoriosos”».
No se trata de tener una visión triunfalista de la vida cristiana, como si
todo fuese fácil y estuviese ya resuelto. Jesús sale victorioso precisamente en
el momento en que vive el drama del sufrimiento, de la injusticia, del abandono
y de la muerte. Su
victoria es fruto de afrontar el dolor por amor, de creer en la vida después de
la muerte.
Habrá veces en
que también nosotros, como Jesús y como los mártires, tendremos que esperar al
Cielo para ver la victoria plena del bien sobre el
mal. Con frecuencia nos da miedo hablar del Paraíso, como si pensar en él fuese
una droga para no afrontar con ánimo las dificultades, una anestesia para
mitigar el sufrimiento, un pretexto para no luchar contra las injusticias. Pero
la esperanza
del Cielo y la fe en la resurrección son más bien un impulso potente para
afrontar cualquier adversidad, sostener a los demás en las pruebas, creer que
la última palabra la tiene el amor que vence al odio, la vida que derrota a la
muerte.
Así pues, cada vez que nos tropecemos con cualquier dificultad –personal,
de quienes tenemos cerca o de alguien que hayamos conocido en algún lugar del
mundo–, renovemos
la confianza en Jesús, presente en nosotros y entre nosotros, que ha vencido al
mundo, que nos hace partícipes de su misma victoria, que nos abre de par en par
el Paraíso, donde ha ido a prepararnos un sitio. De este modo
tendremos el valor para afrontar cualquier prueba. Todo lo podremos superar en aquel que nos
da la fuerza.
Fabio Ciardi, O.M.I.
N.B.: Aquí puedes
encontrar también la Palabra de Vida
en viñetas
para los niños, adaptada para adolescentes y jóvenes,
y en MP3 para escuchar en el móvil.
y en MP3 para escuchar en el móvil.
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