domingo, 15 de marzo de 2015

LAS LÁGRIMAS TIENEN VALOR

Te ofrezco varios textos preciosos que nos ayuden a profundizar la Palabra de Vida de este mes de marzo ("...cargue con su cruz y me siga...") y a vivir bien el último tramo de la Cuaresma:


MÁS VALE SUFRIR POR HACER EL BIEN, QUE EL MAL


        Cuando nos ponemos a vivir el Evangelio, es inevitable que tarde o temprano se manifieste la oposición del mundoJesús nos lo predijo e hizo de este tipo de prueba la señal de que pertenecemos verdaderamente a Él; es más, fue el motivo de una bienaventuranza especial: "Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa" (Mt 5,11)…
          El hecho es que existe una incompatibilidad radical, irreconciliable, entre Jesús y el mundo. El mundo es incapaz de acoger a Jesús, por eso rechaza también a aquellos que quieren seguirlo (v. Jn 15,19).
          Luego más vale sufrir por hacer el bien que hacer el mal, porque la fe se prueba y se consolida precisamente en las dificultades y en las persecuciones. Es ahí donde se demuestra lo que el discípulo ha comprendido y ama a su Maestro. Jesús quiere ver si somos capaces de seguirlo también cuando el mundo se pone en contra de nosotros.
…Jesús quiere decirnos que su Evangelio se abre camino no tanto a través de acuerdos fáciles y apoyos humanos, sino más bien a través del testimonio y el saber sufrir algo por Él.
… hay una prueba que afecta al cristiano en cuanto tal y es la incomprensión del mundo.
          No debemos hacernos ilusiones: el hecho de vivir en una
época de democracia y de una mentalidad más progresista no ahorrará al cristiano este tipo de prueba.
          Así podrán acusarnos, por ejemplo, de que estamos atrasados porque todavía creemos en las verdades de la fe, porque nos esforzamos en vivir los mandamientos de Jesús, porque seguimos las directrices de la Iglesia. Y esto, en principio, será para nosotros un motivo de sufrimiento. Pero precisamente en esos momentos demostraremos nuestro amor a Jesús.
          ¡Ánimo, entonces! Seguir a Jesús no es demasiado fácil. Pero
vale la pena sufrir un poco por Él porque la alegría que da seguirle es extraordinaria, no se puede comparar con ninguna felicidad humana.
Chiara Lubich, mayo 1987




EL DOLOR, FUENTE DE VIDA

          No creas que, porque paseas por las calles del mundo, puedes mirar tranquilamente todos los carteles y puedes comprarte en el Kiosco o en la librería cualquier publicación indiscriminadamente.
          No creas que, porque estás en el mundo, cualquier modo de vivir puede ser el tuyo: las experiencias fáciles, la inmoralidad, el aborto, el divorcio, el odio, la violencia, el robo.
          No, no. Tú estás en el mundo. Y ¿quién no lo ve?
          Pero tú eres cristiano, por tanto, no eres del mundo.
          Y esto comporta una gran diferencia. Esto te clasifica entre
aquellos que se nutren no de las cosas que son del mundo, sino de aquellas que la voz de Dios dentro de ti te dice. Ella está en el corazón de cada hombre y te hace penetrar ‑si la escuchas‑ en un reino que no es de este mundo, donde se viven el amor verdadero, la justicia, la pureza, la mansedumbre, la pobreza, donde predomina el dominio de uno mismo.
          ¿Por qué muchos jóvenes se hacen seguidores de religiones orientales para encontrar un poco de silencio y captar el secreto de ciertas grandes espiritualidades que, por la larga mortificación de su yo inferior, dejan que se trasluzca un amor a menudo verdadero que impresiona a todos los que se les acercan?
          Es la reacción natural contra el bullicio del mundo, contra el ruido que vive fuera y dentro de nosotros, que no deja ya espacio al silencio para oír a Dios.
          Pero ¿es necesario ir a la India, cuando ya desde hace dos mil años Cristo te dijo: "Niégate a ti mismo... niégate a ti mismo"?
          El mundo te arrolla como un río crecido y tú debes caminar contra la corriente. El mundo para el cristiano es un bosque tupido en el que hay que ver dónde poner los pies. ¿Y dónde hay que ponerlos? En aquellas huellas que Cristo te indicó cuando pasó por esta tierra: son sus palabras. Hoy Él te las vuelve a decir: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame".
          Quizá esto te exponga al desprecio, a la incomprensión, al escarnio, a la calumnia, esto te aislará, te invitará a aceptar el no quedar bien, a dejar un cristianismo a la moda
          Lo quieras o no, el dolor amarga toda existencia. También la tuya. Y todos los días llegan pequeños o grandes dolores.
          ¿Te los quieres quitar de encima? ¿Te rebelas? ¿Suscitan en ti la imprecación? No eres cristiano.
          El cristiano ama la cruz, ama el dolor, aun en medio de las lágrimas, porque sabe que tienen valor. No por nada, entre los innumerables medios que Dios tenía a su disposición para salvar a la humanidad, eligió el dolor.
Pero Él ‑recuérdalo‑ después de haber llevado la cruz y haber sido clavado en ella, resucitó.
          La resurrección es también tu destino, si antes que despreciar el dolor que te proporciona tu coherencia cristiana y cuanto la vida te mande, sabes aceptarlo con amor. Entonces experimentarás que la cruz es camino ya desde esta tierra, hacia una alegría nunca probada; la vida de tu alma empezará a crecer: el reino de Dios en ti adquirirá consistencia; y fuera, el
mundo, poco a poco desaparecerá ante tus ojos y te parecerá de cartón. Y ya no envidiarás a nadie.
          Entonces te podrás llamar seguidor de Cristo: "Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame".
          Y como Cristo al que has seguido, serás luz y amor para las innumerables llagas que laceran la humanidad de hoy.

Chiara Lubich, junio 1995




                                                    
                                        

UNA CRUZ SIN JESÚS, NO ES CRISTIANA

El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga”. Éste es “el estilo cristiano”, porque Jesús fue el primero que recorrió “este camino”: “No podemos pensar en la vida cristiana fuera de este camino.
Existe siempre este camino que Él hizo primero: el camino de la humildad, también el camino de la humillación a sí mismo, para luego resurgir. Este es el camino. El estilo cristiano, sin cruz no es cristiano, y si la cruz es una cruz sin Jesús, no es cristiana. El estilo cristiano toma la cruz con Jesús y va adelante. No sin cruz, no sin Jesús”.
Jesús “dio el ejemplo” y, “siendo igual a Dios”, “se humilló a sí mismo, se hizo siervo por todos nosotros”: “Y este estilo nos salvará, nos dará alegría y nos hará fecundos, porque este camino de humillarse a sí mismo es para dar vida, está en contra del camino del egoísmo, de ser apegado a todos los bienes sólo para mí … Este camino está abierto a los demás, porque aquel camino que ha hecho Jesús, de humillación, aquel camino ha sido hecho para dar vida. El estilo cristiano es precisamente este estilo de humildad, de docilidad, de mansedumbre”.
“Quien quiera salvar la propia vida, la perderá” – repite Jesús – porque “si el grano no muere, no puede dar fruto”. Y “esto, con
alegría, porque la alegría nos la da Él mismo. Seguir a Jesús es alegría, pero seguir a Jesús con el estilo de Jesús, no con el estilo del mundo”. Seguir el estilo cristiano significa recorrer el camino del Señor, “cada uno como pueda”, “para dar vida a los demás, no para dar vida a sí mismo. Es el espíritu de la generosidad”. Nuestro egoísmo nos empuja a querer parecer importantes ante los demás. En cambio, el libro Imitación de Cristo “nos da un consejo bellísimo: ‘Ama no ser conocido y ser juzgado como nada’. Es la humildad cristiana, aquello que Jesús fue el primero en practicar”:
“Y esta es nuestra alegría, y esta es nuestra fecundidad: ir con Jesús. Otras alegrías no son fecundas; sólo piensan – como dice el Señor – en ganar el mundo entero, pero al final pierden y arruinan la vida. Al inicio de la Cuaresma pidamos al Señor que nos enseñe un poco este estilo cristiano de servicio, de alegría, de humillación de nosotros mismos y de fecundidad con Él, como Él la quiere



NO TENER MIEDO DE LA TERNURA NI DE LA CRUZ

Jesús… ha querido curar al leproso, ha querido tocar, ha querido reintegrar en la comunidad, sin autolimitarse por los prejuicios; sin adecuarse a la mentalidad dominante de la gente; sin preocuparse para nada del contagio. Jesús responde a la súplica del leproso sin dilación y sin los consabidos aplazamientos para estudiar la situación y todas sus eventuales consecuencias. Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios.
…Él no piensa en las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación, que se escandalizan de cualquier apertura, a cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales, a cualquier caricia o ternura que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza ritualista. Él ha querido integrar a los marginados, salvar a los que están fuera del campamento (cf. Jn 10).
Son dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy también nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas…
 El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. Esto no quiere decir menospreciar los peligros o hacer entrar los lobos en el rebaño, sino acoger al hijo pródigo arrepentido; sanar con determinación y valor las heridas del pecado; actuar decididamente y no quedarse mirando de forma pasiva el sufrimiento del mundo. El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas
la caridad no puede ser neutra, aséptica, indiferente, tibia o imparcial. La caridad contagia, apasiona, arriesga y compromete. Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita (cf.1Cor 13). La caridad es creativa en la búsqueda del lenguaje adecuado para comunicar con aquellos que son considerados incurables y, por lo tanto, intocables. Encontrar el lenguaje justo… El contacto es el auténtico lenguaje que transmite, fue el lenguaje afectivo, el que proporcionó la curación al leproso. ¡Cuántas curaciones podemos realizar y transmitir aprendiendo este lenguaje del contacto! Era un leproso y se ha convertido en mensajero del amor de Dios. Dice el Evangelio: «Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho» (Mc 1,45)..
… ésta es la lógica de Jesús, éste es el camino de la Iglesia: no sólo acoger e integrar, con valor evangélico, aquellos que llaman a la puerta, sino salir, ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos, manifestándoles gratuitamente aquello que también nosotros hemos recibido gratuitamente. «Quien dice que permanece en Él debe caminar como Él caminó» (1Jn 2,6). ¡La disponibilidad total para servir a los demás es nuestro signo distintivo, es nuestro único título de honor!
… Invoquemos la intercesión de María, Madre de la Iglesia, que sufrió en primera persona la marginación causada por las calumnias (cf. Jn 8,41) y el exilio (cf. Mt 2,13-23), para que nos
conceda el ser siervos fieles de Dios. Ella, que es la Madre, nos enseñe a no tener miedo de acoger con ternura a los marginados; a no tener miedo de la ternura. Cuántas veces tenemos miedo de la ternura. Que Ella nos enseñe a no tener miedo de la ternura y de la compasión; nos revista de paciencia para acompañarlos en su camino, sin buscar los resultados del éxito mundano; nos muestre a Jesús y nos haga caminar como Él.
… mirando a Jesús y a nuestra Madre, os exhorto a servir a la Iglesia, en modo tal que los cristianos –edificados por nuestro testimonio– no tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial. Os invito a servir a Jesús crucificado en toda persona marginada, por el motivo que sea; a ver al Señor en cada persona excluida que tiene hambre, que tiene sed, que está desnuda; al Señor que está presente también en aquellos que han perdido la fe, o que, alejados, no viven la propia fe, o que se declaran ateos; al Señor que está en la cárcel, que está enfermo, que no tiene trabajo, que es perseguido; al Señor que está en el leproso – de cuerpo o de alma -, que está discriminado. No descubrimos al Señor, si no acogemos auténticamente al marginado. Recordemos siempre la imagen de san Francisco que no tuvo miedo de abrazar al leproso y de acoger a aquellos que sufren cualquier tipo de marginación.

PAPA FRANCISCO, Homilía en la Santa Misa con los nuevos Cardenales, domingo 15 febrero 2015

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