«El que esté sin pecado, que le tire la primera
piedra»
(Jn 8, 7)
De ese modo querían tenderle una trampa. En efecto,
si Jesús se manifestaba en contra de la lapidación, podrían acusarlo de ir
contra la Ley, según la cual los testigos directos de la culpa debían comenzar
a lanzar piedras a quien había pecado, seguidos luego por el pueblo. Y al contrario,
si Jesús confirmaba la sentencia de muerte, entraría en contradicción con su
enseñanza sobre la misericordia de Dios con los pecadores.
Pero Jesús, que
estaba inclinado escribiendo con el dedo en el suelo –demostrando así su
imperturbabilidad–, se incorporó y dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera
piedra».
Ante aquellas palabras, los acusadores se retiraron
uno tras otro, empezando por los más viejos. El Maestro, dirigiéndose a la
mujer, dijo: «¿Dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». «Nadie, Señor»,
respondió ella. «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más»
(cf. Jn 8, 10-11).
«El que esté sin pecado, que le tire la primera
piedra».
Con estas palabras no es que Jesús se revele
permisivo ante el mal, como el adulterio. Sus palabras «anda, y en adelante
no peques más» dicen claramente cuál es el mandamiento de Dios.
Jesús quiere destapar la hipocresía del hombre que
se erige en juez de la hermana pecadora sin reconocerse a sí mismo pecador. Así
subraya con sus palabras la conocida sentencia: «No juzguéis y no seréis
juzgados. Porque
seréis juzgados como juzguéis vosotros» (Mt 7, 1-2).
Al hablar de
este modo, Jesús se dirige también a esas personas que condenan a los demás sin
apelación y sin tener en cuenta el arrepentimiento que puede brotar en el
corazón del culpable. Y muestra claramente cuál es su comportamiento respecto a
quien comete una falta: tener misericordia. Cuando aquellos hombres se alejaron
de la adúltera, «sólo quedaron dos allí –dice Agustín, obispo de
Hipona–: la miserable y la misericordia».
«El que esté sin pecado, que le tire la primera
piedra».
¿Cómo poner en práctica esta Palabra?
Recordando, ante cualquier hermano o hermana
nuestra, que también nosotros somos pecadores. Todos tenemos pecado, y aunque
nos parezca que no hemos incurrido en graves errores, debemos tener siempre
presente que se nos puede escapar el peso de las circunstancias que han
inducido a otros a caer tan bajo y a alejarse de Dios de semejante forma. ¿Cómo
nos habríamos comportado nosotros en su lugar?
También nosotros hemos roto a veces el vínculo de
amor que debía unirnos a Dios, no hemos sido fieles a Él.
Si Jesús, el único sin pecado, no lanzó la primera
piedra contra la adúltera, tampoco nosotros podemos hacerlo contra quienquiera
que sea.
Así pues, tengamos misericordia con todos,
reaccionemos contra ciertos impulsos que nos empujan a condenar sin piedad;
debemos saber perdonar y olvidar. No mantengamos en el corazón restos de
juicios o de resentimiento donde puedan anidar la ira y el odio, que nos alejan
de los hermanos. Veamos a cada uno como si fuese nuevo.
Si en lugar de juicio
y condena, tenemos en el corazón amor y misericordia por cada uno, lo
ayudaremos a comenzar una vida nueva, le daremos ánimos para empezar cada vez
de nuevo.
Chiara Lubich
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