PALABRA
DE VIDA septiembre 2025
«Alegraos conmigo,
porque he hallado la oveja que se me había perdido»
(Lc 15, 6)
En el Antiguo Testamento, los
pastores contaban las ovejas al volver de los campos, dispuestos a buscar a la
que se hubiese perdido. Incluso se internaban en el desierto de noche con tal
de encontrar a las ovejas descarriadas.
Esta parábola es una historia de
pérdida y hallazgo que pone en el primer plano el amor del pastor.
Este se da cuenta de que falta una oveja, la busca, la encuentra y se la carga a hombros porque está debilitada y
asustada, quizá herida, y no es capaz de seguir al pastor por sí sola. Es él
quien la
lleva a resguardo y, por último, lleno de alegría, invita a sus vecinos a
celebrarlo con él.
«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había
perdido».
Los
temas recurrentes de este relato podemos resumirlos en tres verbos: perderse,
encontrar y celebrar.
Perderse. La buena noticia es que el Señor va a buscar a quien se extravía. Muchas veces nos
perdemos en los desiertos cercanos, o en los que nos vemos obligados a vivir, o
en los que nos refugiamos; son los desiertos del abandono, de la marginación,
de la pobreza, de las incomprensiones, de la falta de unidad. El Pastor nos
busca también allí, y aunque lo perdamos de
vista, él nos encontrará siempre.
Encontrar. Intentemos imaginarnos la escena de la afanosa búsqueda por
parte del pastor en el desierto. Es
una imagen que impacta por su fuerza expresiva. Podemos entender la alegría
tanto del pastor como de la oveja. El encuentro
entre ambos devuelve a la oveja la sensación de seguridad por
haberse librado del peligro. Por tanto, el encontrar es un acto de misericordia divina.
Celebrar. Él reúne a sus amigos para celebrarlo, porque quiere compartir su alegría, tal como ocurre
en las otras dos parábolas que siguen a esta, la de la moneda perdida y la del
padre misericordioso (cf. Lc 15, 8 y 15, 11). Jesús quiere que
entendamos la importancia de participar de la
alegría con todos y nos inmuniza contra la tentación de juzgar al otro.
Todos somos personas encontradas.
«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había
perdido».
Esta
Palabra de vida es una invitación a ser
agradecidos por la misericordia que Dios tiene con todos nosotros personalmente.
El hecho de alegrarnos, de gozar juntos, nos
presenta una imagen de la unidad donde no hay contraposición entre justos
y pecadores, sino que los unos
participamos en la alegría de los otros.
Escribe
Chiara Lubich: «Es una invitación a comprender
el corazón de Dios, a creer en su
amor. Inclinados como estamos a calcular y a medir, a veces creemos
que el amor de Dios por nosotros también podría llegar a cansarse […] La lógica de Dios no es como la nuestra. Dios nos espera
siempre; es más, le damos una inmensa alegría cada vez que volvemos
a Él, aunque se tratase de un número infinito de veces»[1].
«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había
perdido».
A
veces podemos ser nosotros los pastores, los que
cuidamos unos de otros y vamos con amor a buscar a quienes se han alejado de nosotros, de nuestra amistad, de nuestra
comunidad; a buscar a los marginados,
a quienes están perdidos, a los pequeños, aquellos que las pruebas de la vida
han apartado a los márgenes de nuestra sociedad.
Nos
cuenta una educadora: «Había varios alumnos que venían a clase esporádicamente.
Durante mis horas libres solía ir por el mercado que está al lado de la
escuela, esperando encontrarlos en ese lugar, porque me había enterado de que
trabajaban allí para sacarse un dinero. Un día por fin los vi, y ellos se
quedaron asombrados de que hubiese ido personalmente a buscarlos, y les impactó ver lo importantes que eran para toda la
comunidad educativa. Desde entonces empezaron a venir regularmente a
clase y fue en verdad una fiesta para todos».
PATRIZIA MAZZOLA y el equipo de la Palabra de Vida
[1] C. Lubich, Palabra de vida de septiembre de 1986: Palabras de Vida/1 (1943-1990)
(ed. F. Ciardi), Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp. 387-388.