PALABRA DE VIDA septiembre 2014
«Acogeos
mutuamente,
como Cristo os acogió para gloria de Dios»
(Rm
15, 7)
Estas
palabras son una de las recomendaciones finales de san Pablo en su carta a los
cristianos de Roma. Esta comunidad, como tantas otras esparcidas por el mundo
grecorromano, estaba formada por creyentes que provenían en parte del paganismo
y en parte del judaísmo, es decir, con una mentalidad, formación cultural y
sensibilidad espiritual muy distintas. Esta diversidad daba pie a juicios,
prevenciones, discriminaciones e intolerancias de unos con otros que,
ciertamente, no se avenían con esa acogida mutua
que Dios quería de ellos.
Para
ayudarlos a superar dichas dificultades, el Apóstol no encuentra medio más
eficaz que llevarlos a reflexionar sobre la gracia de su conversión.
El que Jesús los hubiese llamado a la fe, comunicándoles el don de su Espíritu,
era la prueba
palpable del amor con el que Jesús había acogido a cada uno de
ellos. A pesar de su pasado y diversidad de procedencia, Jesús los había acogido
para formar
un solo cuerpo.
«Acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios».
Estas
palabras de san Pablo nos recuerdan uno de los aspectos más conmovedores del
amor de Jesús: el amor con que Jesús acogió a todos durante su vida terrena, de
modo particular a los más marginados, los más necesitados, los más alejados. Es
el amor con
el que Jesús ofreció a todos su confianza, su familiaridad, su amistad,
abatiendo una a una las barreras que el orgullo y el
egoísmo humano
habían erigido en la sociedad de su tiempo. Jesús fue la manifestación del amor
plenamente acogedor del Padre celestial por cada uno de nosotros y
del amor que, en consecuencia, deberíamos tener unos por otros. Esta es la
primera voluntad del Padre sobre nosotros; por ello no podríamos dar mayor gloria al Padre que
la que le damos al procurar acogernos mutuamente tal como Jesús nos
acogió a nosotros.
«Acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios».
¿Cómo
viviremos, pues, la Palabra de vida de este mes? Esta concentra nuestra
atención sobre uno de los aspectos de nuestro egoísmo que se da con más
frecuencia y –digámoslo también– más difíciles de superar: la tendencia a aislarnos, a discriminar,
a marginar, a excluir al otro porque es distinto de nosotros y podría perturbar
nuestra tranquilidad.
Para
ello trataremos de vivir esta Palabra de vida ante todo dentro de nuestras
familias, asociaciones, comunidades y grupos de trabajo, eliminando en nosotros los juicios, las
discriminaciones, las prevenciones, los resentimientos, la intolerancia
hacia este o aquel prójimo, tan fáciles y tan frecuentes, que tanto
enfrían y comprometen las relaciones humanas y que impiden el amor recíproco bloqueándolo
como la herrumbre.
Y
luego, en la vida social en general, proponiéndonos dar testimonio del amor acogedor de Jesús
hacia cualquier prójimo que el Señor nos ponga al lado, especialmente aquellos
que el egoísmo social tiende más fácilmente a excluir o marginar.
Acoger al
otro, al que
es distinto de nosotros, es la base del amor cristiano. Es el punto
de partida, el primer peldaño para construir esa civilización del amor, esa cultura de
comunión a la que
Jesús nos llama sobre todo hoy.
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