PALABRA DE VIDA JULIO 2025
«Pero un samaritano que iba de camino
llegó junto a él
y, al verlo, tuvo compasión»
(Lc 10,
33)
Martine viaja en metro en una gran ciudad
europea. Todos los pasajeros están concentrados en su móvil. Conectados
virtualmente, pero en realidad atrapados en el aislamiento. Se pregunta: «¿Es
que ya no somos capaces de mirarnos a los ojos?».
Es una experiencia común, sobre todo en las sociedades
ricas de bienes materiales pero cada vez más pobres de relaciones humanas. Y
sin embargo, el
Evangelio vuelve siempre con su propuesta original y creativa, capaz de «hacer
nuevas todas las cosas» (cf. Ap
21, 5).
En el largo diálogo con el doctor de la Ley que le pregunta qué hacer para heredar la vida eterna (cf. Lc 10, 25-37), Jesús le responde con la famosa parábola del buen samaritano: un sacerdote y un levita, figuras relevantes de la sociedad de aquel tiempo, ven al borde del camino a un hombre agredido por unos salteadores, pero pasan de largo.
«Pero
un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión».
Al doctor de la Ley, que conoce bien el
mandamiento divino del amor al prójimo (cf. Dt 6,5; Lv 19, 18),
Jesús le pone como ejemplo un extranjero considerado cismático y enemigo:
este ve al caminante herido y tiene compasión, un sentimiento que nace de dentro, del
interior del corazón humano. Entonces interrumpe su viaje, se acerca
a él y lo cuida.
Jesús sabe que toda persona humana está herida por el pecado, y
esta es precisamente su misión: curar los corazones con la misericordia y el perdón gratuito
de Dios, para que sean a su vez capaces de acercarse y compartir.
«[…] Para aprender a ser misericordiosos como
el Padre, perfectos como Él, tenemos que fijarnos en Jesús, revelación plena
del amor del Padre. […] el amor es el valor absoluto que da sentido a todo lo
demás, […] que encuentra su más alta expresión en la misericordia.
Una misericordia que ayuda a ver siempre nuevas a las personas con las que
vivimos cada día, en la familia, en clase o en el trabajo, sin recordar ya sus
defectos ni sus errores; que nos ayuda no solo a no juzgar, sino a perdonar las
ofensas sufridas. Incluso a olvidarlas»[1].
«Pero
un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión».
La respuesta final y decisiva se expresa con
una clara
invitación: «Vete y haz tú lo mismo» (Lc
10, 37). Es lo que Jesús repite a cualquiera que acoja su Palabra: hacerse prójimos, tomando la
iniciativa de tocar las heridas de las personas con las que nos cruzamos
cada día en los caminos de la vida.
Para vivir la proximidad evangélica, pidamos ante
todo a Jesús que nos cure de la ceguera de los prejuicios y la indiferencia,
que nos impide ver más allá de nosotros mismos.
Luego, aprendamos del Samaritano su capacidad
de compasión, que lo empuja a poner en juego su misma vida. Imitemos su prontitud en dar el primer paso
hacia el otro y la disponibilidad a
escucharlo, a hacer nuestro su dolor, sin juicios y sin la preocupación de
estar «perdiendo el tiempo».
Esa es la experiencia de una joven coreana:
«Traté de ayudar a un adolescente que no era de mi cultura y al que no conocía
bien. Y sin embargo, aunque no sabía qué hacer ni cómo, me armé de valor y lo
hice. Y con sorpresa me di cuenta de que, al prestar esa ayuda, yo misma me
sentí curada de mis heridas interiores».
Esta Palabra nos ofrece la clave para practicar el
humanismo cristiano: nos hace conscientes de nuestra humanidad compartida, en la que se
refleja la imagen de Dios, y nos enseña a superar con valentía la
categoría de la cercanía física y cultural. Desde esta perspectiva es
posible ampliar
las fronteras del nosotros hasta el horizonte del todos y
recobrar los fundamentos mismos de la vida social.
LETIZIA MAGRI y el equipo de la Palabra de Vida
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