PALABRA
DE VIDA AGOSTO
2025
«Porque donde esté vuestro tesoro,
allí estará también
vuestro corazón»
(Lc 12, 34)
El evangelista Lucas refiere
esta enseñanza de Jesús y nos lo muestra con sus discípulos camino de
Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección. Por el camino se dirige a
ellos llamándolos «pequeño rebaño» (Lc 12, 32), y les confía lo que tiene en el corazón, las
disposiciones profundas de su ánimo. Entre estas, el desapego de los
bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y la vigilancia interior, el esperar activamente el Reino de Dios.
En los versículos anteriores,
Jesús los anima a desprenderse de todo, hasta de la vida, y a no angustiarse
por las necesidades materiales, porque el Padre sabe lo que
necesitan. En lugar de eso los invita a buscar el Reino de Dios y los alienta a
acumular «un tesoro inagotable en los cielos» (Lc 12, 33). Ciertamente, no es que Jesús
exhorte a la pasividad ante las cosas terrenas, a una conducta irresponsable en
el trabajo; lo que quiere es quitarnos la ansiedad, la inquietud, el
miedo.
«Porque donde esté
vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».
Aquí, corazón se refiere al centro unificador de la persona,
que da sentido a todo lo que vive; es el lugar de la sinceridad, donde no se
puede engañar ni disimular. En general indica las intenciones
verdaderas, lo que uno piensa, cree y quiere realmente. El tesoro es lo que para nosotros tiene más valor, es decir, nuestra
prioridad, lo que creemos que da seguridad al presente y al futuro.
Afirmaba el papa Francisco: «Hoy
todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende
de cosas que se consiguen con el poder del dinero. Solo nos urge acumular,
consumir y distraernos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar
más allá de nuestras necesidades inmediatas»[1]. Pero en lo más
íntimo de toda mujer y de todo hombre hay una búsqueda apremiante de esa
felicidad verdadera que no defrauda y que ningún bien material puede
saciar.
Escribía Chiara Lubich: «Sí, existe lo que buscas; hay en tu
corazón un anhelo infinito e inmortal; una esperanza que no muere; una fe que
traspasa las tinieblas de la muerte y es luz para aquellos que creen: ¡no en
vano esperas y crees! ¡No en vano! Tú esperas y crees para Amar»[2].
«Porque donde esté
vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».
Esta Palabra nos invita a hacer un examen
de conciencia: ¿cuál es mi tesoro, lo que más me importa? Este puede
adquirir diversos matices, como el estatus económico, pero también la fama, el
éxito, el poder. La experiencia nos dice que hace falta volver continuamente a la vida
verdadera, la que no pasa, la vida radical y exigente del amor
evangélico:
«Para un cristiano no basta con ser bueno, misericordioso,
humilde, manso, paciente… Debe tener por los hermanos la caridad que nos enseñó
Jesús. […] Porque la caridad no
es estar dispuesto a dar la vida. Es dar la vida»[3].
A cada prójimo que se nos cruza durante el día (en la familia, en el trabajo, por todas partes) debemos amarlo con esta medida. Y así vivimos sin pensar en nosotros, sino pensando en los demás, viviendo los demás, y experimentamos una libertad verdadera.
AUGUSTO PARODY REYES y el equipo de la Palabra de
Vida
[1] Francisco, encíclica Dilexit nos, 218.
[2] C. Lubich, «Existe lo que buscas». Carta de Junio de 1944: El primer amor. Cartas
de los inicios (1943-1949), Ciudad Nueva, Madrid 2011, p. 54.
[3] Cf. Ead.,
conexión telefónica 6-12-1984: Juntos en camino, Ciudad Nueva, Buenos
Aires 1988, pp. 48-49.
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