PALABRA DE VIDA mayo 2024
«Quien no ama no
ha conocido a Dios,
porque Dios es
Amor»
(1 Jn 4, 8)
La Primera Carta de Juan va
dirigida a los cristianos de una comunidad de Asia Menor para alentarla a restablecer la
comunión entre ellos, pues están divididos por doctrinas varias. El
autor los exhorta a tener presente lo
que ha sido proclamado «desde el principio» de la predicación cristiana y repite lo que
los primeros discípulos vieron, oyeron y palparon en la convivencia con el
Señor, a fin de que también esta comunidad pueda estar en comunión
con ellos y, por tanto, con Jesús y con el Padre (cf. 1 Jn 1, 1-3).
«Quien no ama no ha conocido a
Dios, porque Dios es Amor».
Para recordar la
esencia de la revelación recibida, el autor subraya que, en Jesús, Dios nos amó tomando la iniciativa, adoptando
hasta el fondo la existencia humana con
todas sus limitaciones y debilidades.
En la cruz, Jesús compartió y sintió en su carne nuestra separación
del Padre. Dándose
completamente, la restableció con un amor sin límites ni condiciones. Nos demostró lo que es el amor
que nos había enseñado con palabras y con su vida.
Por el ejemplo de
Jesús entendemos que amar de verdad conlleva
valentía, esfuerzo y exponerse a pasar por la adversidad y el
sufrimiento. Pero quien ama así participa en la vida de Dios y experimenta su libertad y la alegría de quien se entrega.
Amando como Jesús nos ha amado
nos liberamos del egoísmo, que cierra las puertas a la comunión con
los hermanos y con Dios, y podemos experimentarla.
«Quien no ama no ha conocido a
Dios, porque Dios es Amor».
Conocer a Dios,
Aquel que nos ha creado, que nos conoce y conoce la verdad más profunda de
todas las cosas, es desde siempre un anhelo,
a veces inconsciente, del corazón humano.
Si Él es amor, amando como Él
podemos vislumbrar algo de esta verdad. Podemos crecer en
el conocimiento de Dios porque vivimos esencialmente su vida y caminamos en su
luz. Y esto se cumple plenamente cuando el amor
es recíproco, ya que, si nos amamos mutuamente, «Dios permanece en
nosotros» (cf. 1 Jn 4, 12). Sucede más o menos como cuando los dos polos eléctricos se tocan y la luz se
enciende e ilumina todo alrededor.
«Quien no ama no ha conocido a
Dios, porque Dios es Amor».
Testimoniar que Dios es amor
–afirma Chiara Lubich– es la «gran revolución
que hemos sido llamados a ofrecer hoy al mundo moderno, en extrema tensión […],
tal como la mostraban los primeros cristianos al mundo pagano de entonces»[1].
¿Cómo hacerlo?
¿Cómo vivir este amor que viene de Dios? Aprendiendo
de su Hijo a ponerlo en práctica,
en particular en «[…] el servicio a los hermanos, especialmente a quienes
tenemos al lado, empezando por las cosas pequeñas, por los servicios más humildes. A imitación de
Jesús, nos esforzaremos en ser los primeros en amarlos, con
desapego de nosotros mismos y abrazando todas las cruces, pequeñas o
grandes, que todo esto pueda suponer. De ese modo no tardaremos en llegar
también nosotros a tener esa experiencia de Dios, esa comunión con Él, esa
plenitud de luz, paz y alegría interior a la que Jesús quiere llevarnos»[2].
«Quien no ama no ha conocido a
Dios, porque Dios es Amor».
Santa visita a menudo una residencia de ancianos, un entorno católico. «Un día, Roberta y ella conocen a Aldo, un hombre alto, muy culto, rico. Aldo mira a las dos jóvenes con una mirada sombría: “¿Por qué venís aquí? ¿Qué queréis de nosotros? ¡Dejadnos morir en paz!». Santa no se desanima y le dice: “Estamos aquí para usted, para pasar un rato juntos, conocernos, hacernos amigos”. […] Vuelven más veces. Cuenta Roberta: “Aquel hombre estaba especialmente cerrado, muy abatido. No creía en Dios. Santa fue la única que consiguió entrar en su corazón, con mucha delicadeza, escuchándolo durante horas”». Rezaba por él, y una vez le regaló un rosario, que él aceptó. «Más tarde Santa se enteró de que Aldo había muerto nombrándola. El dolor por su muerte es más leve al saber que ha muerto serenamente, teniendo entre las manos el rosario que un día ella le había regalado»[3].
SILVANO MALINI y el equipo de la Palabra de Vida
[1] Cf. C. Lubich, Pensamiento
espiritual «Aquí me tienes, ante cualquier hermano», 19-1-1984: La vida, un
viaje, Madrid 1994, pp. 147-148.
[2] C. Lubich, Palabra de vida de mayo de 1991: Ciudad Nueva n. 266 (5/1991), p.
28.
[3] P. Lubrano, Un volo sempre più alto.
La vita di Santa Scorsese, Città Nuova, Roma 2003, pp. 83-84, 107.
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