miércoles, 15 de febrero de 2023

VIVO CON HUMILDAD PORQUE DIOS ME MIRA

Te ofrezco unos textos que nos ayuden a mitad del mes más corto a acelerar la vida de la Palabra («Tú eres el Dios que me ve»):

 


 

VIVIR CON HUMILDAD

El primer paso para que superemos nuestras debilidades es reconocerlas y aceptarlas.

Podemos hacer una lista y comenzar a través del amor a desarrollar en nosotros lo opuesto a cada una de ellas.

Por ejemplo: el orgullo se combate con la humildad; la ira con mansedumbre. Y así todos nuestros defectos.

Es el amor el que nos hace humildes para reconocer nuestros límites. Y es también el amor lo que nos hace capaces de cambiar y adquirir virtudes en lugar de vicios.

Quien reconoce sus debilidades se vuelve digno de misericordia ante Dios. La humildad de reconocer nuestros errores evita que juzguemos a los demás y nos hace experimentar el perdón y el amor recíproco.

APOLONIO CARVALHO NASCIMENTO, Comentario al pasapalabra del 20 de enero de 2023

 

 

 

 

 

TRADICIÓN: TRANSMISIÓN DEL FUEGO,

NO ADORACIÓN DE LAS CENIZAS

Resulta atinadísima la definición que Francisco nos brinda de tradición…: «La tradición –afirma– es la fuente de inspiración. La tradición son nuestras raíces que te hacen crecer […]. El problema es andar hacia atrás». La tradición, en efecto, es la transmisión del fuego, no la adoración de las cenizas. Y quienes nos proclamamos tradicionales no queremos recuperar formas de vida caducas, ni instaurar utopías quiméricas, sino arraigarnos a unos principios recibidos de nuestros mayores, en quienes reconocemos una autoridad que nos ayuda a avizorar horizontes nuevos. Así, con los pies afirmados en el pasado que nos constituye y la mirada en el futuro, la tradición transforma luminosamente el mundo. Frente a la parálisis que atenaza a las personas conservadoras, que se afanan por preservar la cáscara mientras el meollo se pudre, las personas tradicionales nos esforzamos por mantener vivo un meollo de convicciones que puedan regenerar constantemente la cáscara.

La Iglesia, como sociedad de origen divino que es, tiene la obligación de garantizar su unidad y continuidad, que tienen su expresión más gozosa en la institución del papado; para lo que necesita una tradición que la nutra e inspire. «Os entrego lo que recibí», escribe San Pablo a los corintios, recordándonos que no hay unidad posible sin la aceptación de esta continuidad. De ahí que Benedicto XVI –a quien Francisco define reverente como un santo que lo «edifica con su mirada transparente»– escribiera: «Lo que para generaciones anteriores era sagrado sigue siendo sagrado y grande para nosotros también, y no puede ser de repente totalmente prohibido o incluso considerarse dañino».

Y Francisco remata… citando a San Vicente de Lérins, concretamente su Commonitorium Primum, una de las joyas mayores de la patrística, en donde se compara la doctrina de la Iglesia con el cuerpo humano, que «crece, consolidándose con los años, desarrollándose con el tiempo, profundizándose con la edad». Francisco, que cita en latín (demostrando un conocimiento ejemplar de la lengua universal de la Iglesia) se detiene ahí, para no abrumar a sus entrevistadores, ahorrándoles el final de la cita, que sigue así: «… y, sin embargo, continúa incólume y sin adulterar, completa y perfecta en todas las medidas de sus partes, y, por así decirlo, en todos sus miembros y sentidos propios, sin admitir cambio, sin pérdida de su propiedad distintiva, sin variación en sus límites».

Este crecimiento y profundización que a la vez mantiene incólume la doctrina es el alma de la Iglesia. La tradición, en efecto, vivifica y garantiza la unidad del dogma y de la Iglesia. Toda unidad que se fundare en la ruptura con la tradición sería unidad falsa, unidad 'Frankenstein' de miembros cosidos artificialmente que acabaría pudriéndose...

JUAN MANUEL DE PRADA, Francisco, paladín de la tradición,

en web Religión en Libertad, 21 diciembre 2022

 

 

 

 

 

OFRECER A DIOS NUESTRAS LIMITACIONES.

La Lubich demostró por su fe en Dios Amor que la plenitud de la alegría consiste precisamente en la capacidad de acoger y amar el vacío, el no amor, el dolor,  la limitación, la dificultad, el problema,  el error, la equivocación. Llenar cada vacío, llenar cada carencia, con el don del propio amor hasta el punto de salvar el límite, significa vivir una dinámica  de intercambio relacional mutuo que ponga en juego el crecimiento de las personas en una relación unitaria consigo mismas (con su espíritu) y con los demás, creando comunidad, construyendo lazos circulares de reciprocidad.

EMANUELA MEGLI

 


 

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