PALABRA DE VIDA junio 2018
«Bienaventurados
los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios»
(Mt 5, 9)
El Evangelio de
Mateo inicia el relato de la predicación de Jesús con el sorprendente anuncio
de las bienaventuranzas.
En ellas, Jesús
proclama «bienaventurados»,
es decir, plenamente
felices y realizados, a todos los que a los ojos del mundo son considerados perdedores
o desventurados: los humildes, los afligidos, los mansos, los que
tienen hambre y sed de la justicia, los limpios de corazón, los que trabajan
por la paz.
A ellos Dios les hace
grandes promesas: serán saciados y consolados por Él mismo, serán
herederos de la tierra y de su Reino.
Es, pues, una revolución
cultural en toda regla, que trastoca nuestra visión, a menudo
cerrada y miope, para la cual estas categorías son una parte marginal e
insignificante de la lucha por el poder y el éxito.
«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán
llamados hijos de Dios».
Según la visión
bíblica, la
paz es fruto de la salvación que Dios realiza; o sea, es ante todo
un don de Dios. Es una característica de Dios mismo, que ama a la humanidad y a toda la creación
con corazón de Padre y tiene sobre todos un proyecto de concordia y armonía. Por eso, quien se prodiga por la paz
demuestra cierta «semejanza» con Él, como un hijo.
Escribe Chiara
Lubich: «Puede ser portador de paz quien la posee en
sí mismo. Es necesario ser portador de
paz ante todo en nuestro comportamiento de cada instante, viviendo de acuerdo
con Dios y su voluntad. […] “…serán llamados hijos de Dios”: recibir un
nombre significa convertirse en lo que ese nombre expresa. Pablo
llamaba a Dios “el Dios de la paz” y saludaba a los cristianos diciéndoles: “El
Dios de la paz esté con todos vosotros”. Los que trabajan por la paz manifiestan su parentesco con
Dios, actúan como hijos de Dios, dan testimonio de Dios, quien […]
ha imprimido en la sociedad humana el orden, que da como fruto la paz»[1].
Vivir en paz no es
simplemente la ausencia de conflicto; tampoco es una vida sosegada,
contemporizando con los valores
para buscar la aceptación de los demás siempre y como sea; más bien es un estilo de
vida exquisitamente evangélico que requiere la valentía de hacer opciones a
contracorriente.
«Trabajar por la
paz» es sobre todo crear ocasiones de reconciliación en la vida de uno
mismo y de los demás, en todos los niveles: ante todo con Dios, y
luego con quienes tenemos cerca, en la familia, en el trabajo, en clase, en la
parroquia y en las asociaciones, en las relaciones sociales e internacionales.
O sea, es un
modo decisivo de amar al prójimo, una gran obra de misericordia que sanea todas
las relaciones.
Eso es
precisamente lo que Jorge, un adolescente de Venezuela, decidió hacer en el
colegio: «Un día, al final de las clases,
vi que mis compañeros se estaban organizando para una manifestación de protesta
durante la cual tenían la intención de usar la violencia, incendiando coches y
tirando piedras. Inmediatamente pensé que ese comportamiento no cuadraba con mi
estilo de vida. Así que les propuse escribir una carta a la dirección del
colegio: así podríamos pedir de otro modo lo mismo que ellos pensaban conseguir
con la violencia. Entre unos cuantos la redactamos y se la entregamos al
director».
«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán
llamados hijos de Dios».
En este tiempo
se revela especialmente urgente promover el diálogo y el encuentro entre personas y
grupos diversos por historia,
tradiciones culturales o puntos de vista, y así mostrar aprecio y acoger la
variedad y riqueza que supone.
Como dijo
recientemente el papa Francisco: «La paz
se construye en el coro de las diferencias […] Y a partir de esas diferencias uno aprende
del otro, como hermanos… Uno es nuestro Padre, nosotros somos
hermanos. Querámonos
como hermanos. Y si discutimos entre nosotros, que sea como hermanos que
enseguida se reconcilian, que siempre vuelven a ser hermanos»[2].
También podremos
esforzarnos por conocer
los brotes de paz y fraternidad que ya hacen nuestras ciudades más
abiertas y humanas. Preocupémonos de ellos y hagamos que crezcan; así
contribuiremos a curar las fracturas y los conflictos que las invaden.
LETIZIA MAGRI
N.B.: Aquí puedes encontrar también la Palabra de Vida
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