jueves, 31 de julio de 2025

TU CORAZÓN EN TU TESORO

PALABRA DE VIDA                                       AGOSTO 2025

 

«Porque donde esté vuestro tesoro,

allí estará también vuestro corazón»

(Lc 12, 34) 

El evangelista Lucas refiere esta enseñanza de Jesús y nos lo muestra con sus discípulos camino de Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección. Por el camino se dirige a ellos llamándolos «pequeño rebaño» (Lc 12, 32), y les confía lo que tiene en el corazón, las disposiciones profundas de su ánimo. Entre estas, el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y la vigilancia interior, el esperar activamente el Reino de Dios.

En los versículos anteriores, Jesús los anima a desprenderse de todo, hasta de la vida, y a no angustiarse por las necesidades materiales, porque el Padre sabe lo que necesitan. En lugar de eso los invita a buscar el Reino de Dios y los alienta a acumular «un tesoro inagotable en los cielos» (Lc 12, 33). Ciertamente, no es que Jesús exhorte a la pasividad ante las cosas terrenas, a una conducta irresponsable en el trabajo; lo que quiere es quitarnos la ansiedad, la inquietud, el miedo.

 

«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».

 

Aquí, corazón se refiere al centro unificador de la persona, que da sentido a todo lo que vive; es el lugar de la sinceridad, donde no se puede engañar ni disimular. En general indica las intenciones verdaderas, lo que uno piensa, cree y quiere realmente. El tesoro es lo que para nosotros tiene más valor, es decir, nuestra prioridad, lo que creemos que da seguridad al presente y al futuro.

Afirmaba el papa Francisco: «Hoy todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dinero. Solo nos urge acumular, consumir y distraernos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas»[1]. Pero en lo más íntimo de toda mujer y de todo hombre hay una búsqueda apremiante de esa felicidad verdadera que no defrauda y que ningún bien material puede saciar.

Escribía Chiara Lubich: «Sí, existe lo que buscas; hay en tu corazón un anhelo infinito e inmortal; una esperanza que no muere; una fe que traspasa las tinieblas de la muerte y es luz para aquellos que creen: ¡no en vano esperas y crees! ¡No en vano! Tú esperas y crees para Amar»[2].

 

«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».

 

Esta Palabra nos invita a hacer un examen de conciencia: ¿cuál es mi tesoro, lo que más me importa? Este puede adquirir diversos matices, como el estatus económico, pero también la fama, el éxito, el poder. La experiencia nos dice que hace falta volver continuamente a la vida verdadera, la que no pasa, la vida radical y exigente del amor evangélico:

«Para un cristiano no basta con ser bueno, misericordioso, humilde, manso, paciente… Debe tener por los hermanos la caridad que nos enseñó Jesús. […] Porque la caridad no es estar dispuesto a dar la vida. Es dar la vida»[3].

A cada prójimo que se nos cruza durante el día (en la familia, en el trabajo, por todas partes) debemos amarlo con esta medida. Y así vivimos sin pensar en nosotros, sino pensando en los demás, viviendo los demás, y experimentamos una libertad verdadera.

AUGUSTO PARODY REYES y el equipo de la Palabra de Vida

 



[1] Francisco, encíclica Dilexit nos, 218.

[2] C. Lubich, «Existe lo que buscas». Carta de Junio de 1944: El primer amor. Cartas de los inicios (1943-1949), Ciudad Nueva, Madrid 2011, p. 54.

[3] Cf. Ead., conexión telefónica 6-12-1984: Juntos en camino, Ciudad Nueva, Buenos Aires 1988, pp. 48-49.

 

BUENOS SAMARITANOS LOS UNOS DE LOS OTROS

 VIDA DE LA PALABRA                                              mes de julio

 

Alguna de mis EXPERIENCIAS tratando de llevar a la práctica diaria, con la Gracia de Dios, la Palabra de Vida de julio («Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión» Lc 10, 33) y la de junio («Dadles vosotros de comer», Lc 9, 13):

1.-        Estos días de verano, aunque el horario de apertura de la parroquia es las 9:00, en cuanto me levanto, a veces muy temprano, bajo a abrir todas las puertas, ventanas y claraboyas de la iglesia para que corra el aire matinal y se descongestione el calor acumulado; enciendo, además, algunos ventiladores a ver si se mueve el aire caliente y parte de él se recambia con el más fresco de la calle.

Es un cuartito de hora, (casi sirve de gimnasia, además, entre subir y bajar, y girar las manivelas de las claraboyas), que hago hablando con el Señor en el corazón (y a Quien veo en el Sagrario desde algunos de esos ángulos), y lo hago pensando en cada persona que va a ir a rezar o a las celebraciones de la Misa, para que no noten tanto el calor.

 

2.-        Hace 3 semanas en mi pueblo tuve la oportunidad de estar cuidando a mi madre 5 días y, además, con ella, un día obtuvimos permiso para ir a celebrar la Misa para su hermana mayor, monja clarisa, que había estado ingresada muy grave hacía pocas semanas, pero que se ha estabilizado y ha podido volver a su convento.    

Mi madre con 87 años recién cumplidos y mi tía a un mes vista de sus 90. Cada uno de sus parpadeos, respiraciones o movimientos con tanto esfuerzo callado, daba mucha gloria a Dios: y todo ello, sus respectivos empeoramientos a finales de junio, y su paulatina y lenta estabilización en las semanas siguientes, en el ofertorio de la Misa pude depositarlos en la patena y en el cáliz para que, junto con  sus vidas y las de todos los bautizados, el Señor transforme eso y todo en pan de vida y en bebida de salvación.

 

2b.-     Estos 3 últimos días he vuelto al pueblo para que mi hermana pueda salir un poco y “despejarse”.

El martes estuve buena parte del día con mi madre en urgencias del hospital y al final nos mandaron a dormir a casa. Está muy muy delicadilla. Son todo preciosas oportunidades no simplemente de “buen samaritano”, sino de hijo, hijo agradecido.

 

2c.-      Hoy parece que dentro de sus múltiples limitaciones, se ha estabilizado. Pero no tiene ni fuercecita para sostener la cuchara: “dadles vosotros de comer” ¡y todo! Mi hermana regresa esta noche y yo mañana saldré a nuestro tradicional descanso en unidad con sacerdotes.

Al respecto, nos viene bien, (y a todos los que estéis o vayáis de vacación) lo que aconseja el Papa. En el Ángelus, León XIV decía el domingo 20 de julio: “El tiempo de verano puede ayudarnos a “bajar el ritmo” y a parecernos más a María que a Marta. A veces no nos permitimos los mejores momentos. Necesitamos gozar de tener un poco de descanso, con el deseo de aprender más sobre el arte de la hospitalidad. La industria de las vacaciones quiere vendernos todo tipo de experiencias, pero quizá no lo que buscamos. En efecto, todo encuentro verdadero no se puede comprar, es gratuito: sea el que se tiene con Dios, como el que se tiene con los demás, o incluso con la naturaleza. Se necesita solamente hacerse huésped: hacer espacio y también pedirlo; acoger y dejarse acoger. Tenemos mucho que recibir y no sólo que dar. Abraham y Sara, aunque eran ancianos, se encontraron fecundos cuando acogieron discretamente al Señor mismo en tres viajeros. También para nosotros, aún hay tanta vida por acoger.

Y, (algo que desde siempre hacemos este grupo de sacerdotes), ese mismo día, antes, en la homilía pedía León XIV: “dar espacio al silencio, a la escucha del Padre que habla y ‘ve en lo secreto'”, especialmente en estos “días de verano” como “momento providencial para experimentar qué hermosa e importante es la intimidad con Dios, y cuánto puede ayudarnos también a ser más abiertos y acogedores los unos con los otros”. “Son días en los que tenemos más tiempo libre, tanto para el recogimiento y la meditación, como para el encuentro con los demás, los viajes y las visitas. Aprovechemos todo eso para disfrutar —saliendo del torbellino de compromisos y preocupaciones— de algún momento de tranquilidad y recogimiento, como también para compartir, yendo a algún lugar, la alegría de vernos —como lo es para mí estar hoy aquí—. Propiciemos las ocasiones para cuidarnos unos a otros, para intercambiar experiencias e ideas, para ofrecernos comprensión y consejos mutuamente; esto nos hace sentirnos amados, y todos lo necesitamos. Hagámoslo con valentía. De este modo, siendo solidarios y compartiendo la fe y la vida, promoveremos una cultura de paz, ayudando también a quienes nos rodean a superar rupturas y hostilidades, y a construir comunión entre las personas, entre los pueblos y entre las religiones”, añadió recordando al papa Francisco.

“Ni el servicio ni la escucha son siempre fáciles; requieren tenacidad y capacidad de renuncia. Cuesta esfuerzo, por ejemplo, en la escucha y en el servicio, la fidelidad y el amor con los que un padre y una madre llevan adelante a su familia”, destacó. “Pero es sólo así, con estos esfuerzos, como es posible construir algo bueno en la vida; sólo así pueden nacer y crecer entre las personas relaciones auténticas y fuertes, y, desde abajo, desde la cotidianidad, puede crecer, difundirse y experimentarse el Reino de Dios”, alertó yendo a las homilías de san Agustín. Por ello concluyó que “la escucha y el servicio son dos actitudes complementarias que nos ayudan, en nuestra vida, a estar abiertos a la presencia providente del Señor. Su ejemplo nos invita a conciliar, en nuestras jornadas, contemplación y acción, descanso y fatiga, silencio y laboriosidad, con sabiduría y equilibrio, teniendo siempre como medida la caridad de Jesús, como luz su Palabra y como fuente de fortaleza su gracia, que nos sostiene más allá de nuestras posibilidades”.

 

 

Alguna de vuestras EXPERIENCIAS tratando de llevar a la práctica diaria la de Palabra de Vida de julio («Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión» Lc 10, 33), la de junio («Dadles vosotros de comer», Lc 9, 13) y la de mayo («Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero», Jn 21, 17):

1.-        “ahora con el horario de verano, yo puedo salir del trabajo bastante más temprano por la tarde, (porque también entro muy pronto). Pero hay una compañera que vive cerca de mi casa y que al regreso le viene bien mi coche. Y aunque a mí me gustaría poder regresar un buen rato antes, dado que ella entra después, sale también después de mi horario, pero la espero hasta las 5 con mucho gusto, porque así a ella se le soluciona un mundo no teniendo que coger el transporte público que tarda mucho. Y para que no se sienta mal viéndome esperarla mucho tiempo, voy adelantando cosillas del trabajo para q m vea ocupada.

 

2.-        “en el trabajo hay 2 compañeros que decían tener mucho calor y bajaban la temperatura del aire acondicionado, lo cual me hacía tener frío a mí y a otros; después de unos días incómodo, me puse en su lugar, y si tienen calor, lo tienen y necesitan menor temperatura: decidí llevarme un jersey y tenerlo en el trabajo y cuando llego, me lo pongo y estoy justo de temperatura y ellos contentos.

 

3.-        “tengo un trabajo muy intenso, incluso fines de semana, y poca oportunidad de descanso; hace unos días sí pude tener algo de vacación y marché al norte para reunirme con la familia; pero un primo acababa de mudarse de casa y estuvimos haciéndole el traslado y yo, además, (me dedico a la electricidad), ayudándole a instalar todo; poca vacación para mí, pero contento de estar con la familia y ser buen samaritano, además.

 

4.-        “por si no te llegó la noticia, mi cuñado tuvo un paro cardiaco y, gracias a la intervención rápida del masaje de mi hermana, ha podido contarlo y, además, sin secuelas; ahora lleva un desfibrilador por si le repite... ¡Ha sido todo un milagro! Los médicos le repiten continuamente a mi hermana que ha salvado la vida de su marido... Yo pensaba que era el momento propicio para que se acercasen al Señor, pero… todavía parece ser que hay que esperar... Con razón dice la Escritura en la parábola del pobre Lázaro y el rico: "…ni aunque resucite un muerto".


martes, 1 de julio de 2025

HACERSE PRÓJIMO DE TODOS

 PALABRA DE VIDA                                                           JULIO 2025

 


«Pero un samaritano que iba de camino

llegó junto a él

y, al verlo, tuvo compasión»

(Lc 10, 33)

 

Martine viaja en metro en una gran ciudad europea. Todos los pasajeros están concentrados en su móvil. Conectados virtualmente, pero en realidad atrapados en el aislamiento. Se pregunta: «¿Es que ya no somos capaces de mirarnos a los ojos?».

Es una experiencia común, sobre todo en las sociedades ricas de bienes materiales pero cada vez más pobres de relaciones humanas. Y sin embargo, el Evangelio vuelve siempre con su propuesta original y creativa, capaz de «hacer nuevas todas las cosas» (cf. Ap 21, 5).

En el largo diálogo con el doctor de la Ley que le pregunta qué hacer para heredar la vida eterna (cf. Lc 10, 25-37), Jesús le responde con la famosa parábola del buen samaritano: un sacerdote y un levita, figuras relevantes de la sociedad de aquel tiempo, ven al borde del camino a un hombre agredido por unos salteadores, pero pasan de largo.

«Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión».

 

Al doctor de la Ley, que conoce bien el mandamiento divino del amor al prójimo (cf. Dt 6,5; Lv 19, 18), Jesús le pone como ejemplo un extranjero considerado cismático y enemigo: este ve al caminante herido y tiene compasión, un sentimiento que nace de dentro, del interior del corazón humano. Entonces interrumpe su viaje, se acerca a él y lo cuida.

Jesús sabe que toda persona humana está herida por el pecado, y esta es precisamente su misión: curar los corazones con la misericordia y el perdón gratuito de Dios, para que sean a su vez capaces de acercarse y compartir.

«[…] Para aprender a ser misericordiosos como el Padre, perfectos como Él, tenemos que fijarnos en Jesús, revelación plena del amor del Padre. […] el amor es el valor absoluto que da sentido a todo lo demás, […] que encuentra su más alta expresión en la misericordia. Una misericordia que ayuda a ver siempre nuevas a las personas con las que vivimos cada día, en la familia, en clase o en el trabajo, sin recordar ya sus defectos ni sus errores; que nos ayuda no solo a no juzgar, sino a perdonar las ofensas sufridas. Incluso a olvidarlas»[1].

 

«Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión».

 

La respuesta final y decisiva se expresa con una clara invitación: «Vete y haz tú lo mismo» (Lc 10, 37). Es lo que Jesús repite a cualquiera que acoja su Palabra: hacerse prójimos, tomando la iniciativa de tocar las heridas de las personas con las que nos cruzamos cada día en los caminos de la vida.

Para vivir la proximidad evangélica, pidamos ante todo a Jesús que nos cure de la ceguera de los prejuicios y la indiferencia, que nos impide ver más allá de nosotros mismos.

Luego, aprendamos del Samaritano su capacidad de compasión, que lo empuja a poner en juego su misma vida. Imitemos su prontitud en dar el primer paso hacia el otro y la disponibilidad a escucharlo, a hacer nuestro su dolor, sin juicios y sin la preocupación de estar «perdiendo el tiempo».

Esa es la experiencia de una joven coreana: «Traté de ayudar a un adolescente que no era de mi cultura y al que no conocía bien. Y sin embargo, aunque no sabía qué hacer ni cómo, me armé de valor y lo hice. Y con sorpresa me di cuenta de que, al prestar esa ayuda, yo misma me sentí curada de mis heridas interiores».

Esta Palabra nos ofrece la clave para practicar el humanismo cristiano: nos hace conscientes de nuestra humanidad compartida, en la que se refleja la imagen de Dios, y nos enseña a superar con valentía la categoría de la cercanía física y cultural. Desde esta perspectiva es posible ampliar las fronteras del nosotros hasta el horizonte del todos y recobrar los fundamentos mismos de la vida social. 

LETIZIA MAGRI y el equipo de la Palabra de Vida

 

 



[1] C. Lubich, Palabra de vida de junio de 2002: Ciudad Nueva n. 388 (2002/6), p. 17.