VIDA DE LA PALABRA mes de agosto
1.- No te conté en el correo anterior
lo del 23 de julio. En la parroquia, poco antes de las 5:00 a.m. un ruido me
despierta. ¿Ladrones otra vez? ¿La señora de la limpieza que quiere hoy empezar
una hora antes? No se oye nada más. Aprovecho para ir al servicio, pero con los
ojos cerrados, (pues un rayito de luz de las farolas de la calle ya me
desvelaría del todo). Sin mirar, abrí la ventana para que corriera aire, y…
¡uf!, ¿todavía no refresca?: entra calor.
Me vuelvo a acostar y… otro ruido fuerte de nuevo: ¿una
pequeña explosión?; ¿o sí que ha entrado alguien en la parroquia? Nerviosismo,
pero me viene la PdV de ese mes: “¡ánimo, tu fe te ha salvado!”. Enciendo el
móvil, marco 112, pero antes de pulsar la llamada… miro por todas las ventanas
por si se ve a alguien dentro del recinto parroquial. ¡Alguien, no! ¡¡Algo!!:
un coche ardiendo en la puerta. Aprieto a llamada y aviso a los bomberos que no
tardan ni 5 minutos en llegar, aunque luego el coche se les resistía. Estaba muy
cerca de la parroquia, pero las llamas no hacían peligrar el edificio ni otros
coches.
Ya que estaba desvelado, me quedé rezando en la iglesia.
También para esperar la llegada de la señora de la limpieza y que no se
asustara.
Cuando ya me subí para intentar al menos tumbarme un rato
aunque no me durmiera, miro una última vez por la “famosa” ventana: se acercan
dos adolescentes al coche echándose las manos a la cabeza. Bajo: son las hijas
de la dueña. Trato de transmitirles paz. Me piden que espere la llegada de su
madre.
En fin, hablando luego también con unos vecinos y atando
cabos… saqué mis conclusiones, (venganzas-celos), supongo coincidentes con las
de la guardia civil.
Y dando gracias a Dios, pues si hubiera quemado el otro
coche cerca, sí hubiera podido prenderse el templo parroquial.
2.- A primeros estuve de convivencia
con 22 sacerdotes de distintas diócesis de España tratando de vivir “donde dos
o más…” ese amor recíproco que Jesús pide a los suyos para dejarse notar
resucitado en medio de ellos.
Verdaderamente Él ha sido nuestro descanso. Y también el
Maestro: hemos dialogado-meditado el librito “Narrar el Evangelio hoy” y, con
la consiguiente “comunión de alma” y “comunión de experiencias”, (no simple
debate, ni elucubración…), Él nos ha renovado interiormente y también pastoral
y teológicamente.
A la vez, gracias también a unas correcciones fraternas
al final, me di cuenta que últimamente me he dejado invadir por el
individualismo e inmediatamente (como el niño evangélico del que habla la PdV)
me puse a remediarlo (y continúo): “más vale lo menos perfecto en unidad, que
lo más perfecto cada uno por su cuenta”, decía S. Agustín. Me esmeré en
pequeñas cosas: esperar a quien va más despacio, ponerme de acuerdo por lo
menos con uno para la siguiente cosa a realizar, invitar a otros, perder mi
propuesta o mi gusto para agradar a los otros, etc.
3.- [Desenlace
de la experiencia que te conté al mandarte la PdV de julio] Como recordarás, las últimas semanas
de junio fueron de agitación interior e incertidumbre. Al final, después de
rezar mucho y de tratar de discernir personal y comunitariamente, yo estaba
abierto a todas las opciones, aunque cada una dejaba flancos al descubierto. Yo
no puedo abarcar todo. Sí puedo hacer lo que más quiera Dios, y Él se encargará
de otra manera del resto.
Lo que sí parecía claro desde hace meses, a través de
varios signos, es que el Señor me estaba pidiendo que empezara a preparar las
maletas.
Soy sacerdote diocesano de Toledo, natural de un pueblo
que actualmente es diócesis de Albacete, pero estoy de servicio ahora en la de
Madrid y pertenezco al movimiento de los Focolares: todo sumado presentaba unas
posibilidades más que variopintas. El posible traslado podría ser a todos esos
diversos sitios y tareas. Precisamente por todo ello, se me pedía también, para
el discernimiento, que manifestara yo dónde me sentiría mejor, dónde Dios me
llamaba. La verdad es que todas las posibilidades me atraían, (incluida la de
seguir como hasta ahora), aunque cada una dejaba cosas sin cubrir.
Con varias personas de absoluta confianza, (para así
tener a “Jesús en medio” por la escucha en amor recíproco), traté de poner todo
en común. Al final, casi estaba tentado de hacer como los Apóstoles, en los
Hechos: ellos rezaron intensamente al Espíritu Santo y lo echaron a suertes.
Después de esas semanas de incertezas, ¡el
día de mi aniversario de ordenación!, me comunican que, efectivamente, dejaría
Villalba (parroquia y hospital) a finales de septiembre y me nombrarían para la
de S. José, en Las Matas. Lo acojo con luz y paz. Y si el Señor quisiera otra
cosa, “que mueva ficha” y me lo haga ir viendo claro. Así, pues, me despediré
el último domingo de septiembre y luego haré la mudanza: el 3 de octubre tomaré
posesión de esa nueva parroquia.
Alguna de vuestras
EXPERIENCIAS tratando de
llevar a la práctica diaria la Palabra de Vida de
agosto («Quien
se haga pequeño como este niño, ese es el mayor en el Reino de los Cielos»,
Mt 18,
4), la de julio («Ánimo, hija, tu fe te ha salvado», Mt 9, 22) y la de junio («No todo el que me diga “Señor, Señor” entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial», Mt 7, 21):
1.- “…¡Qué bonito lo del
"niño evangélico"!: «el “niño evangélico” lo deja todo en la misericordia
de Dios y, olvidando el pasado, empieza cada día una vida nueva, abierto a las
sugerencias del Espíritu siempre creativo.
El niño no sabe aprender a
hablar por sí solo; necesita que alguien le enseñe.
El discípulo de Jesús […] lo
aprende todo de la Palabra de Dios hasta hablar y vivir según el Evangelio».
el
“niño evangélico” […] ama a todos, sin interés, porque así lo hace el Padre
celestial».
La verdad es que eso intento yo cada día,
vivir el presente: empezar cada día como si fuera una vida nueva,
abierta y atenta a lo que el espíritu Santo me sugiera pero no siempre me
es fácil.
Es como un círculo cerrado. En verdad empiezo
animada y con ilusión hasta que un día mi marido empieza con “¿por qué?, ¿por
qué?, ¿por qué?...” y yo, sin saber qué responder me hundo y lloro. Y, ¿qué
hago? Pues reaccionar como hacen los niños, acudo a los brazos del Padre, a
veces de la Madre, hasta que me tranquilizo y vuelvo a empezar de nuevo. Como
los niños ciertamente que, cuando se caen, se hacen un rasguño, pero le hace un
mimo la madre y siguen corriendo, jugando y ya no siguen pensando en la herida
hasta que se hacen otra.
Cierto, los niños por sí solos no aprenden,
necesitan a alguien que les enseñe y aprender del Padre es una gozada, también
una responsabilidad, pues lo que Él enseña es el Evangelio, así que, si se
quiere ser coherente y buen alumno, lo aprendido luego hay que llevarlo a la
práctica, al día a día…”.
2.- “…en mi voluntariado,
esta mañana cuando fui a levantar a las ancianas encamadas, me he sentido como
que era la primera vez que las veía, con ojos nuevos; luego estaba atenta a lo
que las demás necesitaban, como poner su chaqueta, la cremallera; otra que va
con un tacatá y va muy agachada, recordarle cómo tiene que caminar.
A otra, a la que le gusta mucho rezar el
Rosario, (y por la tarde está acostada cuando lo hacen todos juntos), le
pregunté si le apetecía rezar; enseguida me dijo: “sí, me gusta mucho”. Pregunté
al resto si quería y también me dieron que sí.
Algunas me añadieron: “¿y la gimnasia?”. “Igual
que siempre”: les hago mover los brazos y las piernas, porque algunas están
mucho tiempo sentadas; luego les arreglo las uñas y se las pinto; ellas me lo
agradecen y están contentas. Las que están tristes, trato de hablar con ellas y
escuchar a fondo.
Pequeñas cosas, pero para ellas es mucho. Trato
de ayudar donde me piden: ahí, en la cocina, en el lavadero, etc. Estos son mis
días en el asilo. Viendo a cada uno, como si fuera Jesús…”.
3.- “…amanecía nublado esta mañana: no tenía muy claro
si podría darme un chapuzón en el mar, el último del verano.
Salgo de casa. Al girar la esquina veo al frutero en su furgoneta, le
saludo con la mano. Vuelvo la cabeza a la izquierda, su mujer, desde la tienda,
me desea unos buenos días.
Llego a la Lonja, entro a comprar algo ligero para acompañar a lo que me
queda en la nevera. Converso con la pescadera.
Mientras tanto mi marido ha ido a comprar la prensa. Dejamos las cosas en
el piso y vamos caminando hacia la playa.
3b.- Al pasar por la iglesia, recuerdo la misa del
domingo. Minutos antes de empezar, me preguntan si quería hacer la segunda
lectura. Según me acercaba a leer, sonreía recordando tus recomendaciones para
aquellos que leían: pies juntos, manos quietas, lectura pausada, no leer lo
escrito en rojo, hacer una mini pausa mirando a las personas antes de decir
"Palabra de Dios“… La verdad es que desde que te escuché esas
recomendaciones ya nunca leí de la misma forma. Ante todo me daba cuenta del
profundo respeto que me daba acercarme a ese Libro. Pensar que aquellas
palabras a las que iba a poner voz eran en verdad "Palabra de Dios", me
hacía sentir una cierta dosis de responsabilidad. No era cualquier libro el que
tenía delante de mí y no podía acercarme a él y leerlo como cualquiera de los
otros libros que leía.
Leí: "Acoged con docilidad esa palabra, que ha sido injertada en
vosotros... No os contentéis con oírla, ponedla en práctica...". De nuevo
me acordé de ti, de la palabra de vida.
Llegamos a la playa. Nos dimos un “paseíto” de 14 km, así
que pensamos que, a este ritmo, el verano que viene podríamos hacer el camino
de Santiago.
Desaparecieron las nubes, pude darme un chapuzón y me senté en la orilla. Mientras me despedía de las olas recordaba la mañana y sonreí. Me notaba contenta sin haber hecho nada especial: un saludo, una sonrisa, un intercambio de palabras, una lectura, un recuerdo, un paseo…”.
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