PALABRA DE VIDA julio 2017
«Mi gracia
te basta,
que mi fuerza
se realiza en la flaqueza»
(2 Co 12, 9)
En su segunda carta a la comunidad de Corinto, el
apóstol Pablo se mide con unos cuantos que ponen en cuestión la legitimidad de
su actividad apostólica. Pero no se defiende enumerando sus méritos y sus logros; al
contrario, pone de manifiesto la obra que Dios ha cumplido en él y a
través de él.
Pablo alude a una experiencia mística suya de
profunda relación con Dios (cf. 2 Co
11, 1-7), pero para compartir acto seguido su sufrimiento por una «espina» que
lo atormenta. No explica de qué se trata exactamente, pero se entiende que es
una dificultad grande que podría limitarlo en su tarea de evangelizador. Por
ello, confiesa
haberle pedido a Dios que lo libere de ese impedimento. Pero la respuesta que recibe del mismo Dios es perturbadora.
«Mi gracia te basta, que mi fuerza
se realiza en la flaqueza».
Todos experimentamos continuamente las debilidades físicas, psicológicas y
espirituales nuestras y de los demás, y vemos a nuestro alrededor una humanidad a menudo afligida y extraviada.
Nos sentimos débiles e incapaces de resolver esas dificultades, incluso de
hacerles frente, y como mucho nos limitamos a no hacer mal a nadie.
Sin embargo, esta experiencia de Pablo nos abre un
horizonte nuevo: reconociendo y aceptando nuestra debilidad, podemos abandonarnos
plenamente en brazos del Padre, que nos ama tal como somos y quiere ayudarnos
en nuestro camino. Y de hecho, más adelante en esta carta, afirma: «cuando soy
débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Co 12, 10).
A propósito de esto, Chiara Lubich escribió: «[…]
ante tal afirmación, nuestra razón se rebela, pues hay una contradicción flagrante
o simplemente una
audaz paradoja. En realidad, esta expresa una de las verdades más
altas de la fe cristiana. Jesús nos la explica con su vida y sobre todo con su
muerte. ¿Cuándo cumplió la obra que el Padre le había encomendado? ¿Cuándo
redimió a la humanidad? ¿Cuándo venció al pecado? Cuando murió en la cruz, reducido a nada,
después de gritar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Jesús fue
más fuerte precisamente cuando era más débil. Jesús habría podido dar
origen al nuevo pueblo de Dios solo con su predicación, o con más milagros, o
con algún signo extraordinario. Pero no. No, porque la Iglesia es obra de Dios, y es en el
dolor –y solo en el dolor– donde florecen las obras de Dios. Así
pues, en nuestra debilidad, en la experiencia de nuestra fragilidad se esconde una
ocasión única: la de experimentar la fuerza de Cristo muerto y resucitado […]»[1].
«Mi gracia te basta, que mi fuerza
se realiza en la flaqueza».
Es la paradoja del Evangelio: a los mansos se les
promete en herencia la tierra (cf. Mt
5, 5); María exalta en el Magnificat (cf.
Lc 1, 46-55) el poder del Señor, que
puede expresarse totalmente y definitivamente –en la historia personal y en la
historia de la humanidad– precisamente en el espacio de la pequeñez y de la
total confianza en la acción de Dios.
Comentando esta experiencia de Pablo, Chiara
sugería además: «[…] la opción que los cristianos debemos hacer es de signo
absolutamente contrario a la que se hace normalmente. En esto vamos en verdad a
contracorriente. En general, el ideal de vida del mundo consiste en
el éxito, el poder, el prestigio… Pablo, al contrario, nos dice que hay que
gloriarse en la flaqueza […] Fiémonos de
Dios. Él actuará sobre nuestra debilidad, sobre nuestra nada. Y
cuando Él actúa, podemos estar seguros de que realiza obras que valen, que
irradian un bien duradero y responden a las necesidades auténticas de los
individuos y de la colectividad».
LETIZIA MAGRI
N.B.: Aquí puedes encontrar también la Palabra de Vida
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