jueves, 28 de agosto de 2014

VIVIR EL EVANGELIO EN VACACIONES

VIDA DE LA PALABRA              mes de agosto
Alguna de mis EXPERIENCIAS durante las vacaciones y tratando de vivir la Palabra de Vida de agosto:
1.-        La anual Mariápolis veraniega del 1 al 6 de agosto, (este año en Granada), ha sido novedosa como cada vez, aunque el esquema sea similar. Previamente preparada con tanto mimo por toda la gente del lugar, también estábamos invitados desde los meses previos a hacer nuestras sugerencias y, ("tqt", ¿tú qué traes?) a llevar luego desde cada sitio alguna colaboración, que se ofrecía en los momentos intermedios (pequeños recitales de guitarra o violoncelo, degustación de productos de diversas regiones, magia, juegos populares, etc.) que invitaban a charlar y relacionarse unos con otros.
          Hemos tratado de componer un "Mosaico de fraternidad", (era, además, el lema): unas 950 personas de toda España (entre ellos, unos 300 menores de 30 años). Cosas sobresalientes de la historia y cultura granadinas (aparte de conocer la ciudad y sus entornos) servían también para ilustrar temas y experiencias inculturados de esa forma. Hasta el tiempo acompañó los primeros días, en los que no hizo calor (¡incluso había que dormir algo arropado!).
          "Un amor abierto a todos" (con las 6 caras del diálogo), "Un amor sin medida", "El amor que va y vuelve: recíproco", "Protagonistas de fraternidad" y, abiertos a la sociedad y al mundo, "Mosaico de Fraternidad" han sido los objetivos que cada día había que ir poniendo en práctica en la convivencia, excursiones o talleres.
          Al final, todos nos sentíamos en familia con todos y con una "atmósfera" especial, huella de la presencia de "Jesús en medio" de "dos o más unidos en su nombre"; verdadera "ciudad de María", que da a Jesús a los participantes y al mundo. P.ej., uno de los días, al acabar de comer-sobremesa, me dice una señora: "ya sólo por este ratito de conversación entre los 6, hubiera merecido la pena venir a Granada". En las visitas culturales o en las excursiones, la gente (viendo ese "clima" de reciprocidad) preguntaba. P.ej. varios guardias de la Alhambra, durante la visita nocturna que hicimos en 30 grupos: "pero ¿quiénes sois?; ¡tan alegres, tan amables, con 'tan buen rollo' entre vosotros a pesar de que se os ve muy distintos, tan educados para con nosotros…!".

2.-        Los días de vacación en convivencia con un grupito de sacerdotes entre los que de verdad se notaba la presencia de Jesús en medio por el amor recíproco, (también en el descanso, haciendo ejercicio, en ratos de lectura, paseando juntos…), sirvieron para retomar fuerzas espirituales y físicas.
          A pesar de eso, luego en mi pueblo, cuidando a mi padre, me repitió la cruralgia (similar a la que en marzo me aquejó más de un mes): es algo parecido a una ciática, pero el dolor agudo baja por delante de la pierna y se "agarra" sobre todo en la rodilla.
          Ahí…, el vivir la Palabra, el perdón y la misericordia… ¡era con mi propio dolor y malestar (sobre todo, de pie, parado, "veía las estrellas")! Era "reconciliarme" con esa fuerte molestia, (mientras las medicinas y los ejercicios de estiramiento van haciendo su efecto), ofreciéndolo contento por la salud de mi padre y de algunos amigos, por el encuentro "NetWorkingde sacerdotes jóvenes y seminaristas en Loppiano, por la Asamblea General de la Obra de María que hoy comenzaba…

3.-        Hay un conocido que siempre está muy ocupado y parece que le molestas si le hablas, es más, al final en muchas ocasiones siempre te acaba diciendo algo que te deja mal por dentro.
          De regreso a la vida habitual, por no molestarle, pensé no darme a ver hasta que necesariamente nos encontráramos, pero la Palabra de vida de agosto "me asaltaba", así que fui directamente a saludarlo (sin acercarme mucho, por no distraerlo) y preguntarle por sus vacaciones. No tenía yo intención de quitarle más que unos segundos. Pero al final fue un buen rato de conversación y muy bonito; me contó incluso cosas y preocupaciones que tiene pendientes. Y ese día y los siguientes sonríe incluso cuando nos saludamos.


Alguna de vuestras EXPERIENCIAS tratando de vivir la Palabra de Vida de agosto («Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados», (Si 28, 2) la de julio («Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo  (="consenserint", en latín) en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» Mt 18, 19-20):
1.-        [cfr. nº. 5 de "vuestras experiencias" y nº. 1b de "mis experiencias", ambos de mitad de julio]:¿cómo está tu padre? Me he acordado de vosotros en mis oraciones. Yo sigo de vacaciones, pero te pongo estas líneas para comentarte que a mi sobrina, (por la que rezamos juntos por teléfono poniéndonos de acuerdo en la oración), le han concedido una beca para ir a trabajar de arquitecto tres o cuatro meses en Inglaterra. Ha sacado el nº 1 y está muy contenta. Como ves, seguimos adelante. Te seguiré contando

2.-        “fui el domingo a Misa... me di cuenta que a la derecha había una persona de las que acudían habitualmente. Me extrañó que estuviese sentada sola. Me acerqué a saludarla y, cuando se giró, me fijé que tenía los ojos vidriosos. Se notaba que había estado llorando. Me senté con ella: no la pregunté el motivo de sus lágrimas, no me pareció oportuno, pero nos pusimos a charlar.
          Hablamos del coro, de las canciones. Yo la decía que me ayudaban mucho a rezar y le di las gracias por ponerle voz a las letras. No se lo dije por animarla ni por quedar bien, sino porque era verdad: varias veces me he ido a casa con alguna frase copiada de las canciones escuchadas que luego me han ayudado mucho...
          La verdad es que fue un momento curioso. Domingo tras domingo durante años había estado viendo a esa persona y apenas había cruzado con ella un saludo. Sin embargo, en esta ocasión, algo me impulsó a sentarme con ella y tan a gusto estábamos charlando que, momentáneamente, se me olvidó dónde estábamos. Tan enfrascada estaba en la conversación que nada de lo que pasara a mi alrededor me distraía. La verdad es que sentí que empezase la Misa y tuviésemos que dejar de hablar.
          Ayer éramos tres familias amigas las que junto a vosotros tres, sacerdotes, nos juntamos por la tarde en vuestra casa. Juntos fuimos luego a Misa al Centro Mariápolis, donde nos encontramos a otra familia a la que también conocíamos y se unió a la posterior cena: 18 en total.
          “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 19-20). Muchas veces había leído, escuchado, esas palabras, pero creo que hasta ayer no habían llegado realmente a mi corazón. Las había razonado con la cabeza, las había reflexionado, pero no las había vivido, sentido realmente.
          Recordé el domingo, recordé la cena de ayer: 2 personas estuvimos charlando, 18 estuvimos cenando, pero en ambas ocasiones sentí que había algo más: ¡"Alguien" más!



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martes, 26 de agosto de 2014

AMOR MÁS FUERTE QUE LA VENGANZA

“Que el perdón venza al odio, la indulgencia a la venganza…” reza una de las Plegarias Eucarísticas de la Misa. ¿Efectos de esa oración…? P. ej., esta experiencia de un amigo sacerdote africano que relató (traducción mía) en el reciente congreso "NetWorking" de este mes de agosto en Loppiano:

“Soy J. N., vengo de la República Centroafricana, un país hasta hace poco bastante desconocido, desde hace meses escenario de una sangrienta guerra civil entre musulmanes, cristianos y animistas. Como tantos de nosotros, también yo desde hace años sigo este camino de profundización de la espiritualidad de comunión con el Movimiento de los Focolares, camino que es fundamental para la historia de mi vocación y que me hizo darme
cuenta de que el sacerdote es un hombre de diálogo, una persona que ama a Dios y al prójimo y vive para todos, sin discriminación.

Desde hace tres años soy párroco en una gran ciudad. Cuando llegué a la parroquia, todo el país ya vivía bajo la psicosis de un posible conflicto entre musulmanes y no musulmanes (cristianos, animistas y paganos). Me sorprendió mucho que nosotros, los sacerdotes y pastores de otras iglesias, no nos conociéramos ni entre nosotros ni con los imán musulmanes. Junto con algunos pastores más abiertos, fuimos capaces de involucrar a todos los demás y luego también a los líderes musulmanes en el compromiso de crear juntos un espacio de fraternidad. De este modo, los ministros cristianos nos reunimos entre nosotros cada semana para orar y ver juntos las directrices a transmitir a nuestros fieles para una convivencia pacífica. Cada quince
días más o menos, nos reuníamos también con los imán de la ciudad.

Todo funcionaba bien hasta que la minoría musulmana dio un golpe de estado y tomó el control del poder en todo el país y comenzó a masacrar a los cristianos y a todos los demás que no son musulmanes. Para nosotros como Iglesia ha sido un golpe terrible. Yo estaba allí en esa ciudad con una fuerte influencia musulmana para defender a los cristianos, arriesgando incluso la vida; y esto durante casi un año.

Poco a poco tomó textura otra rebelión formada por los llamados rebeldes antibalaka, compuesta por cristianos (sólo de nombre), paganos y animistas. Ellos lograron revertir la situación, tomando el control de gran parte del país, con el objetivo declarado de acabar con todos los musulmanes, para
vengarse de toda la violencia que habían sufrido de parte de los rebeldes musulmanes (seleka). Los que pudieron, a este punto, huyeron de la ciudad. Otros musulmanes vinieron a refugiarse a mí, en la parroquia. Allí acogí a más de 2.000 personas. Inmediatamente lo comuniqué al obispo, quien me aseguró su apoyo.

Cuando los rebeldes antibalaka supieron que yo estaba protegiendo a musulmanes, vinieron para matarlos. Me pidieron varias veces que los hiciera salir, es decir, que se los entregara, pero me negué, buscando iniciar una negociación con el poco dinero que yo tenía, pero todo fue en vano. Así que decidieron llevar 40 litros de gasolina para prender fuego a la iglesia y matarnos a todos. Nos indicaron un día determinado y una hora determinada, dándonos así un ultimátum. Ante esta amenaza, traté de hacer todo lo posible para conseguir protección, llamando al gobierno y a diversas autoridades en busca de ayuda, pero todo sin éxito. En un determinado momento, mis compañeros, que en aquellos días no estaban en la ciudad, se enteraron de lo que estaba pasando y vinieron a sacarme de allí. Fue un momento muy difícil para mí, porque irme significaba abandonar a más de dos mil personas en manos de los rebeldes que querían matarlos. Quedarme, en cambio, significaba aceptar ser masacrado junto con los musulmanes. Quedaban pocas horas. Antes de pensar en qué hacer, fuimos a celebrar la Santa Misa rápidamente. En el momento de silencio después de la comunión, me vino a la mente una pregunta: "¿Qué haría Chiara Lubich si estuviera en mi lugar? ¿Qué harían los otros responsables de los Focolares con los que desde hace años sigo este camino? Como en un flash revisé la relación de Chiara con los musulmanes y recordé lo mucho que
los quería. Me di cuenta entonces que sin duda ella habría dado la vida por esas personas refugiadas en la iglesia. En ese momento me di cuenta de que Dios me estaba pidiendo dar lo más importante que yo tenía: mi vida. Me vinieron a la mente los muchos proyectos que yo tenía para el futuro. Aunque un río de lágrimas me saltaba de los ojos, decidí quedarme, pidiendo a mis compañeros que se fueran. Antes de salir, sin embargo, les rogué que me dieran tiempo para escribir a toda prisa mi testamento. Mientras lo estaba escribiendo, uno de los hermanos me dijo: "No puedo irme, me quedo contigo". Después de él, uno tras otro, los tres decidieron quedarse. Esperando a los rebeldes, nos miramos con lágrimas en los ojos, rezando cada uno en su interior. Yo había hecho todo lo posible: advertí a las autoridades, al ejército, pero no había pasado nada.

Entonces, de repente, sonó el teléfono: era el jefe del ejército de la Unión Africana, que se encontraba en Centroáfrica para la seguridad del país. Él sabía lo que estaba pasando y me advirtió que en las proximidades de nuestra
ciudad pasarían los militares, dirigiéndose a la frontera. Fui a su encuentro para pedir ayuda y junto con ellos logramos regresar a la parroquia 17 minutos antes de la llegada de los rebeldes. Y así es como fuimos salvados.

Los rebeldes hicieron un intento de asalto, pero los soldados que nos protegían eran más fuertes, por lo que volvió la calma. Luego, poco a poco, nos las arreglamos para conseguir que una mayoría de los refugiados fuera a Camerún. Ahora, en la parroquia sigue habiendo 800, protegidos por los militares.

Así es como yo trato de vivir como sacerdote cotidianamente abierto a todos, amando a Dios y al prójimo, sin discriminación, incluso en momentos difíciles.”


viernes, 1 de agosto de 2014

PERDONA Y SERÁS PERDONADO

PALABRA DE VIDA                      agosto 2014

«Perdona la ofensa a tu prójimo
y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados»
(Si 28, 2)
         Esta Palabra de vida está tomada de uno de los libros del Antiguo Testamento, escrito entre los años 180 y 170 antes de Cristo por Ben Sira, sabio y escriba que desempeñaba su labor de maestro en Jerusalén. Este enseña un tema muy querido por toda la tradición sapiencial bíblica: Dios es misericordioso con los pecadores, y nosotros debemos imitar su modo de actuar. El Señor perdona todas nuestras culpas porque «es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia» (cf. Sal 103, 3.8). Pasa por alto nuestros pecados (cf. Sb 11, 23), los olvida volviéndoles la espalda (cf. Is 38, 17). Pues, como sigue diciendo Ben Sira, conociendo nuestra pequeñez y miseria, «multiplica el perdón». Dios perdona porque, como cualquier padre y cualquier madre, quiere a sus hijos, y por eso los disculpa siempre, cubre sus errores, les da confianza y los alienta sin cansarse nunca.
         Y puesto que Dios es padre y madre, a Él no le basta con amar y perdonar a sus hijos e hijas. Su gran deseo es que se traten como hermanos y hermanas, que estén de acuerdo, que se quieran, que se amen. La fraternidad universal: este es el gran proyecto de Dios sobre la humanidad. Una fraternidad más fuerte que las inevitables divisiones, tensiones y rencores que tan fácilmente se insinúan debido a incomprensiones y errores.
         Con frecuencia las familias se deshacen porque no sabemos perdonar. Viejos rencores mantienen la división entre familiares, entre grupos sociales, entre pueblos.
Incluso hay quien enseña a no olvidar las ofensas sufridas, a cultivar sentimientos de venganza… Y un rencor sordo envenena el alma y corroe el corazón.
         Hay quien piensa que el perdón es una debilidad. No, es la expresión de una valentía extrema, es amor verdadero, el más auténtico porque es el más desinteresado. «Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? –dice Jesús–. Esto lo saben hacer todos. Vosotros amad a vuestros enemigos» (cf. Mt 5, 42-47).
         También a nosotros se nos pide, aprendiéndolo de Él, que tengamos un amor de padre, de madre, un amor de misericordia con todos aquellos que encontremos durante el día, especialmente con los que se equivocan. Pero además, a todos los que están llamados a vivir una espiritualidad de comunión, o sea, la espiritualidad cristiana, el Nuevo Testamento les pide aún más: «Perdonaos mutuamente» (cf. Col 3, 13). El amor recíproco exige poco menos que un pacto entre nosotros: estar siempre dispuestos a perdonarnos unos a otros. Solo así podremos contribuir a crear la fraternidad universal.

«Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados».
         Estas palabras no solo nos invitan a perdonar, sino que nos recuerdan que el perdón es la condición necesaria para que también a nosotros se nos pueda perdonar. Dios nos escucha y nos perdona en la medida en que sepamos perdonar. El propio Jesús nos advierte: «La medida que uséis, la usarán con vosotros» (Mt 7, 2).
«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7). Pues si el corazón está endurecido por el odio, ni siquiera es capaz de reconocer ni de acoger el amor misericordioso de Dios.
         Entonces ¿cómo vivir esta Palabra de vida? Ciertamente, perdonando inmediatamente si hubiera alguien con quien aún no estemos reconciliados. Pero no basta con eso. Será necesario rebuscar por los recovecos más recónditos de nuestro corazón y eliminar incluso la simple indiferencia, la falta de benevolencia, cualquier actitud de superioridad o de descuido con cualquiera que pase a nuestro lado.
         Es más, hacen falta medidas preventivas. Por eso, cada mañana veré con una mirada nueva a todos aquellos con quienes me encuentre –en la familia, en clase, en el trabajo, en la tienda–, dispuesto a pasar por alto lo que no esté bien en su modo de actuar, dispuesto a no juzgar, a darles confianza, a tener siempre esperanza, a creer siempre; me acercaré a cada persona con esta amnistía completa en el corazón, con este perdón universal; no recordaré en absoluto sus defectos, lo cubriré todo con el
amor. Y a lo largo del día procuraré reparar un desaire o una reacción de impaciencia pidiendo perdón o con un gesto de amistad, sustituir una actitud de rechazo instintivo hacia el otro por una actitud de plena acogida, de misericordia sin límites, de perdón completo, de participación y atención a sus necesidades.
         Así, cuando eleve mi oración al Padre, y sobre todo cuando le pida perdón por mis fallos, también yo veré atendida mi petición y podré decir con plena confianza: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6, 12).