martes, 26 de agosto de 2014

AMOR MÁS FUERTE QUE LA VENGANZA

“Que el perdón venza al odio, la indulgencia a la venganza…” reza una de las Plegarias Eucarísticas de la Misa. ¿Efectos de esa oración…? P. ej., esta experiencia de un amigo sacerdote africano que relató (traducción mía) en el reciente congreso "NetWorking" de este mes de agosto en Loppiano:

“Soy J. N., vengo de la República Centroafricana, un país hasta hace poco bastante desconocido, desde hace meses escenario de una sangrienta guerra civil entre musulmanes, cristianos y animistas. Como tantos de nosotros, también yo desde hace años sigo este camino de profundización de la espiritualidad de comunión con el Movimiento de los Focolares, camino que es fundamental para la historia de mi vocación y que me hizo darme
cuenta de que el sacerdote es un hombre de diálogo, una persona que ama a Dios y al prójimo y vive para todos, sin discriminación.

Desde hace tres años soy párroco en una gran ciudad. Cuando llegué a la parroquia, todo el país ya vivía bajo la psicosis de un posible conflicto entre musulmanes y no musulmanes (cristianos, animistas y paganos). Me sorprendió mucho que nosotros, los sacerdotes y pastores de otras iglesias, no nos conociéramos ni entre nosotros ni con los imán musulmanes. Junto con algunos pastores más abiertos, fuimos capaces de involucrar a todos los demás y luego también a los líderes musulmanes en el compromiso de crear juntos un espacio de fraternidad. De este modo, los ministros cristianos nos reunimos entre nosotros cada semana para orar y ver juntos las directrices a transmitir a nuestros fieles para una convivencia pacífica. Cada quince
días más o menos, nos reuníamos también con los imán de la ciudad.

Todo funcionaba bien hasta que la minoría musulmana dio un golpe de estado y tomó el control del poder en todo el país y comenzó a masacrar a los cristianos y a todos los demás que no son musulmanes. Para nosotros como Iglesia ha sido un golpe terrible. Yo estaba allí en esa ciudad con una fuerte influencia musulmana para defender a los cristianos, arriesgando incluso la vida; y esto durante casi un año.

Poco a poco tomó textura otra rebelión formada por los llamados rebeldes antibalaka, compuesta por cristianos (sólo de nombre), paganos y animistas. Ellos lograron revertir la situación, tomando el control de gran parte del país, con el objetivo declarado de acabar con todos los musulmanes, para
vengarse de toda la violencia que habían sufrido de parte de los rebeldes musulmanes (seleka). Los que pudieron, a este punto, huyeron de la ciudad. Otros musulmanes vinieron a refugiarse a mí, en la parroquia. Allí acogí a más de 2.000 personas. Inmediatamente lo comuniqué al obispo, quien me aseguró su apoyo.

Cuando los rebeldes antibalaka supieron que yo estaba protegiendo a musulmanes, vinieron para matarlos. Me pidieron varias veces que los hiciera salir, es decir, que se los entregara, pero me negué, buscando iniciar una negociación con el poco dinero que yo tenía, pero todo fue en vano. Así que decidieron llevar 40 litros de gasolina para prender fuego a la iglesia y matarnos a todos. Nos indicaron un día determinado y una hora determinada, dándonos así un ultimátum. Ante esta amenaza, traté de hacer todo lo posible para conseguir protección, llamando al gobierno y a diversas autoridades en busca de ayuda, pero todo sin éxito. En un determinado momento, mis compañeros, que en aquellos días no estaban en la ciudad, se enteraron de lo que estaba pasando y vinieron a sacarme de allí. Fue un momento muy difícil para mí, porque irme significaba abandonar a más de dos mil personas en manos de los rebeldes que querían matarlos. Quedarme, en cambio, significaba aceptar ser masacrado junto con los musulmanes. Quedaban pocas horas. Antes de pensar en qué hacer, fuimos a celebrar la Santa Misa rápidamente. En el momento de silencio después de la comunión, me vino a la mente una pregunta: "¿Qué haría Chiara Lubich si estuviera en mi lugar? ¿Qué harían los otros responsables de los Focolares con los que desde hace años sigo este camino? Como en un flash revisé la relación de Chiara con los musulmanes y recordé lo mucho que
los quería. Me di cuenta entonces que sin duda ella habría dado la vida por esas personas refugiadas en la iglesia. En ese momento me di cuenta de que Dios me estaba pidiendo dar lo más importante que yo tenía: mi vida. Me vinieron a la mente los muchos proyectos que yo tenía para el futuro. Aunque un río de lágrimas me saltaba de los ojos, decidí quedarme, pidiendo a mis compañeros que se fueran. Antes de salir, sin embargo, les rogué que me dieran tiempo para escribir a toda prisa mi testamento. Mientras lo estaba escribiendo, uno de los hermanos me dijo: "No puedo irme, me quedo contigo". Después de él, uno tras otro, los tres decidieron quedarse. Esperando a los rebeldes, nos miramos con lágrimas en los ojos, rezando cada uno en su interior. Yo había hecho todo lo posible: advertí a las autoridades, al ejército, pero no había pasado nada.

Entonces, de repente, sonó el teléfono: era el jefe del ejército de la Unión Africana, que se encontraba en Centroáfrica para la seguridad del país. Él sabía lo que estaba pasando y me advirtió que en las proximidades de nuestra
ciudad pasarían los militares, dirigiéndose a la frontera. Fui a su encuentro para pedir ayuda y junto con ellos logramos regresar a la parroquia 17 minutos antes de la llegada de los rebeldes. Y así es como fuimos salvados.

Los rebeldes hicieron un intento de asalto, pero los soldados que nos protegían eran más fuertes, por lo que volvió la calma. Luego, poco a poco, nos las arreglamos para conseguir que una mayoría de los refugiados fuera a Camerún. Ahora, en la parroquia sigue habiendo 800, protegidos por los militares.

Así es como yo trato de vivir como sacerdote cotidianamente abierto a todos, amando a Dios y al prójimo, sin discriminación, incluso en momentos difíciles.”


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