“Soy J. N., vengo de
la República Centroafricana, un país hasta hace poco bastante desconocido,
desde hace meses escenario de una sangrienta guerra civil entre musulmanes,
cristianos y animistas. Como tantos de nosotros, también yo desde hace años
sigo este camino de profundización de la espiritualidad de comunión con el Movimiento de los Focolares, camino que es
fundamental para la historia de mi vocación y que me hizo darme
cuenta de que el sacerdote es
un hombre de diálogo, una persona que ama a Dios y al prójimo y vive para
todos, sin discriminación.
Desde hace tres años
soy párroco en una gran ciudad. Cuando llegué a la parroquia, todo el país ya
vivía bajo la psicosis de un posible conflicto entre musulmanes y no musulmanes
(cristianos, animistas y paganos). Me sorprendió mucho que nosotros, los
sacerdotes y pastores de otras iglesias, no nos conociéramos ni entre nosotros
ni con los imán musulmanes. Junto con algunos pastores más abiertos, fuimos capaces
de involucrar a todos los demás y luego también a los líderes musulmanes en el
compromiso de crear juntos un espacio de fraternidad. De este modo, los
ministros cristianos nos reunimos entre nosotros cada semana para orar y ver
juntos las directrices
a transmitir a nuestros fieles para una convivencia pacífica. Cada
quince
días más o menos, nos reuníamos también con los imán de la ciudad.
Todo funcionaba bien
hasta que la minoría musulmana dio un golpe de estado y tomó el control del
poder en todo el país y comenzó a masacrar a los cristianos y a todos los demás
que no son musulmanes. Para nosotros como Iglesia ha sido un golpe terrible. Yo
estaba allí en esa ciudad con una fuerte influencia musulmana para defender a los
cristianos, arriesgando incluso la vida; y esto durante casi un año.
Poco a poco tomó textura
otra rebelión formada por los llamados rebeldes antibalaka, compuesta por
cristianos (sólo de nombre), paganos y animistas. Ellos lograron revertir la
situación, tomando el control de gran parte del país, con el objetivo declarado
de acabar con todos los musulmanes, para
vengarse de toda la violencia que
habían sufrido de parte de los rebeldes musulmanes (seleka). Los que pudieron,
a este punto, huyeron de la ciudad. Otros musulmanes vinieron a refugiarse a mí, en la parroquia.
Allí acogí a más de 2.000 personas. Inmediatamente lo comuniqué al obispo,
quien me
aseguró su apoyo.
Cuando los rebeldes
antibalaka supieron que yo estaba protegiendo a musulmanes, vinieron para
matarlos. Me
pidieron varias veces que los hiciera salir, es decir, que se los
entregara, pero me negué, buscando iniciar una negociación con el
poco dinero que yo tenía, pero todo fue en vano. Así que decidieron llevar 40
litros de gasolina para prender fuego a la iglesia y matarnos a todos. Nos
indicaron un día determinado y una hora determinada, dándonos así un ultimátum.
Ante esta amenaza, traté de hacer todo lo posible para conseguir protección,
llamando al gobierno y a diversas autoridades en busca de ayuda, pero todo sin éxito.
En un determinado momento, mis compañeros, que en aquellos días no estaban en
la ciudad, se enteraron de lo que estaba pasando y vinieron a sacarme de allí.
Fue un momento muy difícil para mí, porque irme significaba abandonar a más de
dos mil personas en manos de los rebeldes que querían matarlos. Quedarme,
en cambio, significaba
aceptar ser masacrado junto con los musulmanes. Quedaban pocas
horas. Antes de pensar en qué hacer, fuimos a celebrar la Santa Misa
rápidamente. En el momento de silencio después de la comunión, me vino a la
mente una pregunta: "¿Qué haría Chiara
Lubich si estuviera en mi lugar? ¿Qué harían los otros responsables de
los Focolares con los que desde hace años sigo este camino? Como en un flash
revisé la relación de Chiara con los musulmanes y recordé lo mucho que
los quería. Me di cuenta
entonces que sin duda ella habría dado la vida por esas personas refugiadas en la
iglesia. En ese momento me di cuenta de que Dios me estaba pidiendo dar lo más
importante que yo tenía: mi vida. Me vinieron a la mente los muchos
proyectos que yo tenía para el futuro. Aunque un río de lágrimas me saltaba de los ojos, decidí
quedarme, pidiendo a mis compañeros que se fueran. Antes de salir,
sin embargo, les rogué que me dieran tiempo para escribir a toda prisa mi
testamento. Mientras lo estaba escribiendo, uno de los hermanos me dijo: "No puedo irme, me quedo contigo".
Después de él, uno tras otro, los tres decidieron quedarse. Esperando a los
rebeldes, nos miramos con lágrimas en los ojos, rezando cada uno en su
interior. Yo había hecho todo lo posible: advertí a las autoridades, al
ejército, pero no había pasado nada.
Entonces, de repente,
sonó el teléfono: era el jefe del ejército de la Unión Africana, que se
encontraba en Centroáfrica para la seguridad del país. Él sabía lo que estaba
pasando y me advirtió que en las proximidades de nuestra
ciudad pasarían los
militares, dirigiéndose a la frontera. Fui a su encuentro para pedir ayuda y junto con ellos logramos
regresar a la parroquia 17 minutos antes de la llegada de los rebeldes.
Y así es como fuimos salvados.
Los rebeldes hicieron
un intento de asalto, pero los soldados que nos protegían eran más fuertes, por
lo que volvió la calma. Luego, poco a poco, nos las arreglamos para conseguir
que una mayoría de los refugiados fuera a Camerún. Ahora, en la parroquia sigue
habiendo 800, protegidos por los militares.
Así es como yo trato de vivir
como sacerdote cotidianamente abierto a todos, amando a Dios y al prójimo, sin
discriminación, incluso en momentos difíciles.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario