NOVEDAD, ARMONÍA, MISIÓN
Domingo de Pentecostés
Para revivir Pentecostés, celebrado el
domingo pasado, y prolongar en nuestra vida la acción del Espíritu Santo, os
ofrezco unos párrafos de los textos del Papa durante ese día:
¡SOIS
UN DON!
"[…] un renovado Pentecostés, que ha transformado la
Plaza de San Pedro en un Cenáculo a cielo abierto. Hemos revivido la
experiencia de la Iglesia naciente, concorde en oración con María… También nosotros,
en la
variedad de los carismas, hemos experimentado la belleza de
la
unidad, de ser una cosa sola. Y esto es obra del Espíritu Santo, que crea siempre
nuevamente la unidad en la Iglesia.
Quisiera agradeceros a todos los Movimientos,
Asociaciones, Comunidades… ¡Sois un don y una
riqueza en la Iglesia! ¡Eso sois! (…) ¡Llevad siempre la fuerza del Evangelio!
¡No tengáis
miedo! ¡Tened siempre la alegría y la pasión por la comunión en
la Iglesia! […]"
PAPA
FRANCISCO, Regina coeli, Domingo de
Pentecostés, 19 mayo 2013
(traducción
propia)
NOVEDAD, ARMONÍA, MISIÓN
Queridos hermanos y hermanas:
En este día, contemplamos
y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu Santo que Cristo resucitado derramó sobre la
Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo de Jerusalén
para difundirse por todo el mundo.
Pero, ¿qué sucedió
en aquel día tan lejano a nosotros, y sin embargo, tan cercano, que llega
adentro de nuestro corazón? San Lucas nos da la respuesta en el texto de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado (2,1-11). El
evangelista nos lleva hasta Jerusalén, al piso superior de la casa donde están
reunidos los Apóstoles. El primer elemento que nos llama la atención es el
estruendo que de repente vino del cielo, «como de viento que sopla
fuertemente», y llenó toda la casa; luego, las «lenguas como llamaradas», que
se dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles. Estruendo
y lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los Apóstoles, no
sólo exteriormente, sino también en su interior: en su mente y en su corazón. Como
consecuencia, «se llenaron todos de Espíritu Santo», que desencadenó su fuerza irresistible,
con resultados llamativos: «Empezaron a hablar en otras lenguas, según el
Espíritu les concedía manifestarse». Asistimos, entonces, a una situación
totalmente sorprendente: una multitud se congrega y queda admirada porque cada uno oye hablar a los
Apóstoles en su propia lengua. Todos experimentan algo nuevo, que nunca habíasucedido: «Los oímos hablar en nuestra lengua nativa». ¿Y de qué hablaban? «De las grandezas de Dios».
A la luz de este
texto de los Hechos de los
Apóstoles, deseo reflexionar
sobre tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu: novedad,
armonía, misión.
1. La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si
tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos,
planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto
nos sucede también con Dios.
Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos
resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu
Santo anime, guíe
nuestra vida, en todas
las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos
saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para
abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la
salvación, cuando Dios se
revela, aparece su novedad —Dios
ofrece siempre novedad—,
trasforma y pide
confianza total en Él: Noé, del que todos se
ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado
únicamente a una promesa;
Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la
libertad; los Apóstoles,
de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el
Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del
aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios
trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo
que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere
nuestro bien. Preguntémonos hoy: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de
Dios”? ¿O nos encerramos,
con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los
caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en
estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta? Nos hará bien
hacernos estas preguntas durante toda la jornada.
2. Una segunda
idea: el Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el
Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción,
todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad,
que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia, la armonía la hace el
Espíritu Santo. Un Padre
de la Iglesia tiene una expresión que me gusta mucho: el Espíritu Santo “ipse
harmonia est”. Él es precisamente la armonía. Sólo Él puede suscitar la
diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la
unidad. En cambio, cuando
somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros
particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos
construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por
imponer la uniformidad,
la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar
por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan
conflicto, porque Él nos
impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la
Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son muy peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad eclesial –dice el Apóstol Juan en la segunda lectura– y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo (cf. 2Jn1,9). Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con la Iglesia?
3. El último
punto. Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de
barca de vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla
avanzar; la fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos
adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios
vivo, y nos salvaguarda
del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada
en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para
salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del
encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es el alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi
dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada
uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del
cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por
excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a
todos. Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo le pediré al
Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16).
Es el Espíritu Paráclito, el «Consolador», que da el valor para recorrer
los caminos del mundo llevando el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión.
Recordemos hoy estas tres palabras: novedad, armonía, misión.
La liturgia de hoy
es una gran oración, que la Iglesia con Jesús eleva al Padre, para que renueve
la efusión del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros, cada grupo, cada
movimiento, en la
armonía de la Iglesia, se dirija al Padre para pedirle este don. También hoy,
como en su nacimiento, junto con María, la Iglesia invoca: «Veni Sancte
Spiritus! – Ven, Espíritu
Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor».
Amén.
PAPA
FRANCISCO, Homilía en la Santa Misa con
los Movimientos eclesiales, Domingo de Pentecostés, 19 mayo 2013
Fuente: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130519_omelia-pentecoste_sp.html © Copyright 2013 - Libreria Editrice Vaticana
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