PALABRA DE VIDA diciembre 2025
«Los confines de la tierra
verán la salvación de nuestro Dios»
(Is 52, 10)
Llevado al exilio en Babilonia,
el pueblo de Israel
lo ha perdido todo: su tierra, su rey, el templo, y con él la
posibilidad de dar culto a su Dios, lo cual lo había empujado a salir de Egipto
en el pasado.
Y he aquí que la voz de un
profeta hace un anuncio sorprendente: es hora de volver a casa. Una vez más, Dios
intervendrá con poder y llevará
de nuevo a los israelitas cruzando el desierto hasta Jerusalén. Y de ese evento
prodigioso serán testigos todos los pueblos de la tierra:
«Los confines de la tierra verán la
salvación de nuestro Dios».
También hoy la crónica está llena de
noticias alarmantes: personas que se quedan sin trabajo, salud,
seguridad ni dignidad; jóvenes que ven peligrar su futuro a causa de la guerra,
de la pobreza provocada por los cambios climáticos en sus países; pueblos que
ya no tienen tierra ni paz ni libertad.
Un escenario trágico afecta a todo el planeta, nos deja sin aliento y ensombrece el
horizonte. ¿Quién nos salvará
de la destrucción de todo lo que creíamos poseer? La esperanza parece
fuera de lugar. Y sin embargo, el anuncio del profeta es también para nosotros:
«Los confines de la tierra verán la
salvación de nuestro Dios».
Su palabra revela la acción de Dios
en la historia personal y colectiva e
invita a abrir
los ojos a los signos de este
proyecto de salvación. De hecho esta ya está actuando en
la pasión educativa de una maestra, en la honestidad de un empresario, en la
rectitud de una administrativa, en la fidelidad de los esposos, en el abrazo de
un niño, en la ternura de un enfermero, en la paciencia de una abuela, en la
valentía de hombres y mujeres que se oponen pacíficamente a la criminalidad, en
la acogida de una comunidad.
«Los confines de la tierra verán la salvación
de nuestro Dios».
Se acerca la Navidad. En el signo de la
inocencia desarmada del Niño, podemos reconocer una vez más la presencia
paciente y misericordiosa de Dios en la historia humana y testimoniarla con nuestras decisiones a
contracorriente:
«[…] en un mundo como el nuestro,
en el que se teoriza sobre la lucha, la ley del más fuerte, del más astuto y
del que no tiene escrúpulos, y donde a veces todo parece paralizado por el
materialismo y el egoísmo, la respuesta es el amor al prójimo. Esta es la medicina que le puede devolver la
salud. […] Es como una ráfaga de calor divino que se irradia y se
propaga, penetrando en las relaciones entre una persona y otra, entre un grupo
y otro, y transformando poco a poco la sociedad»[1].
Como para el pueblo de Israel,
también para nosotros ha llegado el momento de ponernos en camino;
es la ocasión
propicia para dar un paso adelante con decisión hacia todos aquellos
–jóvenes o ancianos, pobres o migrantes, parados o sin techo, enfermos o presos–
que esperan un
gesto de atención y de cercanía, testimonio de la presencia dócil,
pero eficaz del amor de Dios en medio de nosotros.
Hoy, los confines hasta los que
hay que llevar
este anuncio de esperanza son sin duda los geográficos, que tan a
menudo se convierten en muros o dolorosas líneas de guerra; pero también los
culturales y existenciales. Además, una aportación eficaz para superar la agresividad, la soledad
y la marginación puede provenir de comunidades digitales, encarnadas
en muchos casos por jóvenes.
Como escribe el poeta congoleño
Henri Boukoulou: «¡Oh, divina esperanza! He aquí que en el sollozo desesperado
del viento se esbozan las primeras frases del más hermoso poema de amor. ¡Y mañana es
la esperanza!»[2].
LETIZIA MAGRI y el equipo de la Palabra de Vida
