martes, 15 de junio de 2021

HACER LA VOLUNTAD DE DIOS PARA AMARLO

            Estos textos (y las experiencias) nos ayudarán a renovarnos en la intensidad de vivir la Palabra de este mes («No todo el que me diga “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial») para sobrellevar con ilusión todo:

 

 


 

ANUNCIAR CON PALABRAS Y OBRAS

EL AMOR QUE DIOS NOS TIENE

 

Podemos anunciar el amor de Dios por nosotros con palabras y acciones, para que los demás crean.

Es fácil creer en el amor de Dios cuando somos agraciados por el éxito de nuestros proyectos. Sin embargo, es mucho más difícil reconocer ese amor cuando sentimos dolor.

Dios no permite nada que no sea para un bien mayor. Y cuando estamos en medio de la oscuridad, si perseveramos en la fe, veremos Su luz aún más intensa.

De hecho, no tiene utilidad encender una vela a la luz del sol, pero cuando está oscuro, su luz nos permite caminar sin tropezar: es en los momentos más difíciles cuando el anuncio del amor de Dios por nosotros convence.

Fue clavado en una cruz como el Amor venció a la muerte y conquistó el mundo. Allí está el testimonio del amor extremo, el amor de un Dios por todos y cada uno.

Para hoy: acciones concretas para que el amor de Dios llegue a todos. Y junto, el anuncio con las palabras como coherencia de vida.

 

APOLONIO CARVALHO NASCIMENTO, Comentario al Pasapalabra diario, del 13 de junio

 

 

 

 

HACER LA VOLUNTAD DE DIOS PARA AMARLO

 

¿Qué actitud tenían que tener para demostrar a Dios que Él era efectivamente el centro de sus vidas? Chiara Lubich y sus primeras compañeras se preguntaban cómo poner en práctica este nuevo ideal de vida: Dios Amor. Enseguida pareció obvio: tenían que amar a Dios. Sus vidas no tendrían ningún sentido si no fueran «una pequeña llama de este infinito fuego: amor que responde al Amor».

Y les parecía un don grande y sublime, tener la posibilidad de amar a Dios, hasta el punto de repetir frecuentemente: «No tenemos que decir: “debemos amar a Dios”, sino: “¡Poder amarte Señor! ¡Poderte amar con este pequeño corazón!”». Recordaban una frase del Evangelio que no dejaba y no deja escapatoria a quien quiere llevar una vida cristiana coherente: «No quien dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino aquél que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21). Hacer la voluntad de Dios, por lo tanto, era la gran posibilidad que todas tenían para amar a Dios. De este modo, Dios y su voluntad coincidían.

Escribía Chiara: «Dios era como el sol. Y a cada uno de nosotros llegaba un rayo de este sol: la divina voluntad sobre mí, sobre mi compañera, sobre la otra. Un único sol, distintos los rayos, pero siempre “rayos de sol”. Único Dios, única voluntad, distinta para cada uno, pero siempre voluntad de Dios. Era necesario caminar por el propio rayo sin apartarse nunca. Y caminar durante el tiempo que poseíamos. No tenía sentido divagar sobre el pasado o fantasear acerca del futuro. Era necesario abandonar el pasado a la misericordia de Dios, ya que no lo poseíamos; y el futuro lo viviríamos plenamente cuando se hiciera presente.

»Sólo el presente estaba en nuestras manos. Para que Dios reinase en nuestra vida, tendríamos que concentrar en el presente, la mente, el corazón, las fuerzas, haciendo su voluntad.

»Lo mismo que un viajero en el tren, no piensa en caminar por el vagón para llegar antes a la meta, sino que se deja llevar sentado; así nuestra alma, para llegar a Dios, tenía que hacer su voluntad, enteramente, en el momento presente, porque el tiempo camina por sí solo. Y no habría sido muy difícil entender lo que Dios quería de nosotros. Él manifestaba su voluntad mediante los superiores, la Sagrada Escritura, los deberes del propio estado, las circunstancias, las inspiraciones… Minuto a minuto y ayudadas por la gracia actual, construiríamos el edificio de nuestra santidad; o mejor aún, haciendo la voluntad de Otro –de Dios mismo– Él se habría edificado a Sí mismo en nosotros.

»Por lo tanto, hacer la voluntad de Dios no significa sólo “resignación”, como a menudo se entiende, sino la más grande divina aventura que le pueda tocar a una persona: la de seguir no la propia y mezquina voluntad, no los propios proyectos limitados, sino seguir a Dios y realizar el designio que Él tiene sobre cada uno de sus hijos; designio divino, sorprendente, riquísimo. Hacer la voluntad de Dios ha sido para nosotros el descubrimiento de un camino de santidad para todos. De hecho, la voluntad de Dios la puede vivir cada uno, en cualquier lugar, situación o vocación en la que se encuentre, puede ser el billete de ingreso de las masas a la santidad. Hacer la voluntad de Dios para amarlo se ha convertido en el segundo punto cardinal de nuestra espiritualidad de la unidad».

 

https://www.focolare.org/ citando a Chiara Lubich



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