Estos textos (y las experiencias) nos ayudarán a renovarnos en la intensidad de vivir la Palabra de este mes («No todo el que me diga “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial») para sobrellevar con ilusión todo:
ANUNCIAR CON PALABRAS Y OBRAS
EL AMOR QUE DIOS NOS TIENE
Podemos anunciar el amor de Dios por nosotros con palabras y acciones, para
que los demás crean.
Es fácil creer en el amor de Dios cuando somos agraciados por el éxito de
nuestros proyectos. Sin embargo, es mucho más difícil reconocer ese amor cuando
sentimos dolor.
Dios no permite nada
que no sea para un bien mayor. Y
cuando estamos en medio de la oscuridad, si perseveramos en la fe, veremos Su
luz aún más intensa.
De hecho, no tiene utilidad encender una vela a la luz del sol, pero cuando
está oscuro, su luz nos permite caminar sin tropezar: es en los momentos más difíciles cuando el
anuncio del amor de Dios por nosotros convence.
Fue clavado en una cruz como el Amor venció a la muerte y conquistó el
mundo. Allí está el testimonio del amor extremo, el amor de un Dios por todos y
cada uno.
Para hoy: acciones
concretas para que el amor de Dios llegue a todos. Y junto, el
anuncio con las palabras como coherencia de vida.
APOLONIO CARVALHO NASCIMENTO, Comentario al Pasapalabra diario, del 13
de junio
HACER LA VOLUNTAD DE DIOS PARA
AMARLO
¿Qué actitud tenían que tener para demostrar a
Dios que Él era efectivamente el centro de sus vidas? Chiara Lubich y sus primeras compañeras
se preguntaban cómo poner en práctica este nuevo ideal de vida: Dios
Amor. Enseguida pareció
obvio: tenían que amar a Dios. Sus vidas no tendrían ningún sentido si no
fueran «una pequeña llama de este infinito fuego: amor que responde al Amor».
Y les parecía un don grande y sublime,
tener la posibilidad de amar a Dios, hasta el punto de repetir frecuentemente: «No tenemos que decir:
“debemos amar a Dios”, sino: “¡Poder amarte Señor! ¡Poderte amar con este
pequeño corazón!”». Recordaban una frase del Evangelio que no dejaba y no deja
escapatoria a quien quiere llevar una vida cristiana coherente: «No quien dice:
Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino aquél que hace la
voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21). Hacer la voluntad de Dios, por lo tanto, era la gran posibilidad
que todas tenían para amar a Dios. De este modo, Dios y su voluntad coincidían.
Escribía Chiara: «Dios era como el sol. Y a
cada uno de nosotros llegaba un rayo de este sol: la divina voluntad sobre mí, sobre mi
compañera, sobre la otra. Un único sol, distintos los rayos, pero siempre “rayos de sol”. Único
Dios, única voluntad, distinta para cada uno, pero siempre voluntad de Dios. Era necesario caminar
por el propio rayo sin apartarse nunca. Y caminar durante el tiempo que poseíamos. No tenía sentido
divagar sobre el pasado o fantasear acerca del futuro. Era necesario abandonar
el pasado a la misericordia de Dios, ya que no lo poseíamos; y el futuro lo
viviríamos plenamente cuando se hiciera presente.
»Sólo el presente estaba en nuestras manos. Para que Dios
reinase en nuestra vida, tendríamos que concentrar en el presente,
la mente, el corazón, las fuerzas, haciendo su voluntad.
»Lo mismo que un viajero en el tren, no piensa en caminar
por el vagón para llegar antes a la meta, sino que se deja llevar sentado; así
nuestra alma, para llegar a Dios, tenía que hacer su voluntad, enteramente, en
el momento presente, porque el tiempo camina por sí solo. Y no habría sido muy
difícil entender lo que Dios quería de nosotros. Él manifestaba su voluntad
mediante los superiores, la Sagrada Escritura, los deberes del propio estado,
las circunstancias, las inspiraciones… Minuto a minuto y ayudadas por la gracia
actual, construiríamos el edificio de nuestra santidad; o mejor aún, haciendo
la voluntad de Otro –de Dios mismo– Él se habría edificado a Sí mismo en
nosotros.
»Por lo tanto, hacer la voluntad de Dios no
significa sólo “resignación”, como a menudo se entiende, sino la más grande divina
aventura que le pueda
tocar a una persona: la de seguir no la propia y mezquina voluntad,
no los propios proyectos limitados, sino seguir a Dios y realizar el designio que Él tiene sobre cada uno de sus hijos; designio
divino, sorprendente, riquísimo. Hacer la voluntad de Dios ha sido para
nosotros el descubrimiento de un camino de santidad para todos. De hecho, la voluntad de Dios la
puede vivir cada uno, en cualquier lugar, situación o vocación en la que se encuentre, puede ser el billete de ingreso de las
masas a la santidad. Hacer la voluntad
de Dios para amarlo se ha convertido en el segundo punto cardinal de
nuestra espiritualidad de la unidad».
https://www.focolare.org/ citando a Chiara
Lubich
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